Brihuega, villa románica

Se trata de una de las localidades más conocidas de la provincia. Lo es por su importante gastronomía, por su relevante patrimonio y por su luenga historia. Incluso, su riqueza natural le ha valido la apelación de «Jardín de la Alcarria». El visitante se queda –siempre– anonadado con la panorámica del valle del Tajuña que se divisa desde el casco histórico briocense. Simplemente, impresionante. Sin embargo, Brihuega ofrece mucho más al caminante. Una de las opciones más interesantes –y desconocidas– es el románico domiciliado en sus calles, que deja anonadado a más de uno. “La localidad fue –durante los pasados siglos– patrimonio de los obispos de Toledo. Cedida por Alfonso VI al primero de ellos, tras la toma cristiana del lugar acaecida en 1085, siempre fue cuidada por estos mandatarios eclesiásticos”, contextualiza el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado.

“Entre las estrechas y empinadas calles de la población, estos eclesiásticos impulsaron múltiples templos, de los que sabemos que –al menos cinco– fueron románicos, los de Santa María, San Miguel, San Felipe, San Juan y San Pedro”, añade Herreras Casado. Del último –el de San Pedro– “solamente quedan mínimas huellas”, mientras que del penúltimo –el de San Juan– se ha conservado “el recuerdo”, al hundirse a principios del siglo XX. No obstante, los otros tres santuarios se pueden recorrer sin problema en la actualidad. Uno de los ejemplos más impresionantes se encuentra en el «Prado de Santa María», en el extremo sur de la población, asomado hacia el río. Nos referimos a la iglesia parroquial de Santa María de la Peña, que fue edificada en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo toledano Ximénez de Rada.

Su acceso principal mira hacia el norte, cobijado por un atrio porticado. “Se trata de un gran portón abocinado, con varios arcos apuntados en degradación, exornados por puntas de diamante y esbozos vegetales, apoyados en columnillas adosadas, que rematan en capiteles ornados con hojas de acanto y alguna escena mariana”, explica el cronista provincial arriacense. “El tímpano se forma con dos arcos apuntados, que cargan sobre un parteluz imaginario, mientras que –entre ellos– se distingue un rosetón en el que se inscriben cuatro círculos”. Sin duda, nos encontramos ante una obra eclesial de una gran delicadeza arquitectónica.

Una lindeza que se extiende al interior del santuario, presentando “un puro sabor medieval”. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves “comportan una tenue luminosidad grisácea que transportan a la edad en que fue construido el templo”, explica Antonio Herrera Casado. “El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con varios conjuntos de capiteles, en los que sorprenden sus motivos iconográficos, plenos de escenas del Medioevo, religiosas y mitológicas”.

Así, muchas de estas representaciones proceden “de la rica fauna románica, como toros alados, cerdos de gran tamaño –que ocupan la casi totalidad de la superficie del capitel–, pájaros, monos, linces o perros, acompañados –a veces– por hombres”, explican los expertos. “La interpretación de estos animales, más que de símbolos abstractos, es simplemente de signos maléficos y benéficos”. Incluso, se distinguen “múltiples elementos antropomorfos”, como gentes aisladas y escenas complejas.

Todas estas representaciones fueron muy cuidadas en la construcción de este oratorio. No hay que olvidar que, en la sociedad de la Edad Media, cuando sólo unos pocos tenían acceso a la lectura y la escritura, la manera más efectiva de transmitir un mensaje entre la población era a través de la mencionada iconografía. Por esta razón, eran tan importantes los discursos pétreos que se incluían en iglesias como la analizada.
Sin embargo, la riqueza de Santa María de la Peña no finaliza aquí. “La cabecera del templo se encuentra formada por un ábside de planta semicircular, que –al exterior– se adornaba con unos contrafuertes adosados y esbeltas ventanas, cuyos arcos se cargan con decoración de puntas de diamante”, añade el cronista provincial de Guadalajara. Por tanto, el santuario aludido “destaca –como en pocos sitios– por su carácter netamente cisterciense de la arquitectura de transición del románico al gótico, que promovió el arzobispo toledano Ximénez de Rada”.

Un arte que no para
Pero si el caminante se ha quedado con ganas de más, puede acudir a la iglesia de San Miguel, emplazada en la parte baja de Brihuega, en el camino de Cifuentes. Cuenta con “una grandiosa portada” abierta en el muro de poniente, en “limpio estilo románico de transición, con sencillos, capiteles y múltiples arquivoltas apuntadas”, describen los historiadores del arte. Además, existe otro acceso sobre el muro meridional, “de la misma tendencia, pero más sencillo”. El ábside poligonal es de traza mudéjar, “construido de ladrillo descubierto, con múltiples contrafuertes adosados y sin ventanas”.

Su interior también es interesante, aunque del mismo “sólo han quedado los muros y los pilares que separaban las tres naves”, asegura Herrera Casado. Se muestra la cabecera, a la que se accede mediante un arco triunfal apuntado, apoyado en columnas y pilastras, con capiteles de decoración vegetal. “Se cubre en su parte absidal mediante una hermosa bóveda nervada de ladrillo, en forma de estrella de seis puntos, lo mismo que el tramo recto del presbiterio”. La torre de las campanas está adosada al lado norte del templo.

Asimismo, el caminante tiene la oportunidad de conocer la iglesia de San Felipe, levantada en la primera mitad del siglo XIII, constituyéndose –según los expertos– como “el templo más bello de Brihuega”. Su portada principal mira hacia el oeste y se encuentra “cobijada en cuerpo saliente, que se cubre de tejaroz pétreo, sustentado por canecillos zoomórficos” y por unas arcadas apuntadas que “nacen de los capiteles vegetales”. El muro culmina con tres rosetones, estando el central calado con semicírculos formando una estrella. En la pared sur se distingue otra puerta, “más sencilla, pero también de estilo tradicional”.

El interior ofrece un aspecto de “autenticidad y galanura medieval como es muy difícil de encontrar en otros lugares”, confirman los especialistas. El templo se estructura en naves esbeltas –la central más alta que las laterales–, que se separan por pilares con decoración vegetal y se recubren con artesonado de madera”. Al fondo se distinguen tanto el presbiterio como la capilla absidial, caracterizada por ser “semicircular, de muros lisos, cinco ventanales aspillerados y cúpula de cuarto de esfera”. Además, el campanario del santuario no está totalmente unido a él, sino que aprovechó uno de los torreones de la muralla local”. El conjunto “sorprende por su aspecto románico de transición, netamente medieval”.

Asimismo, se debe hacer referencia a los otros dos templos románicos que hubo en Brihuega, y que hoy se encuentran desparecidos. En primer lugar, el de San Pedro, del siglo XI y emplazado en el barrio homónimo, en la falda oriental del castillo. El santuario ya se abandonó a finales del XVI, iniciando una ruina que “hoy ha llegado a ser tan completa”. A pesar de ello, el visitante “puede apreciar la basamenta de la columnata sustentadora del arco triunfal que daba paso desde la nave única al ábside –tallada en buen sillar–, así como restos bajos de mampuesto del lateral norte del ábside”, explican los historiadores.

De igual forma, no se puede pasar por alto el oratorio de San Juan, también románico. Se levantó en el siglo XII. Era de una sola nave, con bóveda de cañón –sustentada sobre dos arcos fajones–, ábside semicircular y de muy pequeñas dimensiones. “Su progresivo deterioro hizo que dejara de ser parroquia en 1900, y tras el expolio sufrido en 1936, la torre y lo poco que quedaba del templo fue derruido en 1965, de tal modo que hoy sólo queda la constancia del lugar y el recuerdo de los más viejos”, aseguran los historiadores.
Tras recorrer estas muestras del patrimonio briocense, el caminante contará con un amplio conocimiento del románico español. Se trata de una muy buena razón para acercarse hasta el «Jardín de la Alcarria», una localidad que ofrece –además– una gran multiplicidad de opciones. Entre ellas, las históricas y patrimoniales. Pero también las gastronómicas y naturales. Así, el caminante que se acerque hasta Brihuega, no saldrá decepcionado. ¡Disfrútalo!

Bibliografía
HERRERA CASADO, Antonio. «Brihuega, la roca del Tajuña». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1995.
HERRERA CASADO, Antonio. «El Románico de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1994.
HERRERA CASADO, Antonio. «Guadalajara entera. Diez rutas para conocerla». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1999.