Corona Borealis

Pseudónimo: Casiopea
Autora: Rocío Ruiz Corredor
Finalista

¡Se acabó! ya estaba harto de guardar la compostura y sobre todo la postura, que se me
estaban quedando los huesos atrofiados. Harto de soportar las pataditas del impertinente
enano, que no me dejaba dar una cabezada a gusto, y yo queriendo dormir la siesta, y él
erre que erre, dándome puntapiés constantemente, que parece que no tuviese con quién
jugar y eso que éramos por lo menos diez en la misma sala. Harto de cientos de miradas,
observándome de cabo a rabo, día tras día. Confieso que ha sido un infierno.

Yo necesitaba moverme, que no he nacido para estar tumbado posando como modelo o
convirtiéndome en un perrito faldero a merced de las niñas. He de reconocer que si no
hubiese sido por las caricias de Margarita no hubiese aguantado tanto tiempo allí
encerrado. Por el rabillo del ojo vi a sus padres reflejados en el espejo, y acto seguido
todos se detuvieron por instantes, como si se hubiese congelado la escena.

Dicen que la ocasión la pintan calva, pero yo la vi en forma de puerta dibujada en la
pared, como una luz al final de un túnel y mientras todos hacían reverencias planeé la
huida.

En el enorme lienzo, que ocupaba gran parte de la habitación, había dibujadas cinco
líneas formando un semicírculo, sobre un cielo inmaculado que me atraía como un imán.
Me imaginaba libre corriendo por las montañas que difuminadas se vislumbraban al fondo,
así que sin pensarlo dos veces, me levanté como pude, haciéndome un hueco entre el
crujir de los ropajes de seda. En mi huída entorné un búcaro, empapando los zapatos de
charol del enano. No tenía tiempo que perder, de un coletazo casi tiro al aposentador,
que vigilaba la puerta y corrí, corrí, siguiendo las líneas de fuga del cuadro, que me
ayudaron a fugarme, pues nadie como Don Diego para crear espacio y profundidad.
Necesitaba encontrar el punto exacto donde convergerían y hacer realidad mi sueño de
libertad.

Atravesé collados, subí laderas, crucé ríos, y las líneas se estrechaban cada vez más.
Estaba agotado porque tanto tiempo sin hacer ejercicio ahora me pasaba factura.

Todos mis sentidos comenzaron a despertarse, adormecidos durante tantos años.
Escuché el incesante croar de Campillo de Ranas, sentí el crujir de las hojas secas del
hayedo de Ayllón, donde no pude resistir rebozarme entre ellas, !fue tan divertido! mis
oídos se deleitaron con el concierto nocturno de los grillos en Majaelrayo. Me bañé bajo
una chorrera donde se despeñaba el agua con mucha fuerza, y las líneas continuaban cada vez más y más juntas entre sí. A la lejos se vislumbraba el Pico del Ocejón, testigo
mudo de mi aventura.

Hasta que por fin se encontraron en un solo punto. La noche estaba oscura y miríadas de
estrellas refulgían como puntas de diamante. Se trataba del mirador astrológico ubicado
en el pueblo más bonito de la Sierra Norte de Guadalajara. En un panel pude leer que
me encontraba en Valverde de los Arroyos, además me informaba que poseía el
certificado Starlight, que se otorga por la pureza de su aire y el cielo libre de
contaminación lumínica. Me tumbé panza arriba para observar la bóveda celeste y
entonces fue cuando Perseo me roció con una gratificante lluvia de estrellas.

Todo mi cuerpo se sobrecogió ante tanta belleza y entornando los ojos pude reconocer
un semicírculo en el cielo, exactamente igual al que estaba pintado en el cuadro.

En la placa informativa del mirador se explicaba con todo lujo de detalles, tanto el nombre
de la constelación como su disposición, llamada Corona Borealis.

Precisamente la estrella más brillante está en el centro, como en el centro del cuadro
está la infanta, y curiosamente se llama como ella, Margarita.

De repente se me cayó la venda y lo vi todo claro: Velázquez en el lienzo que da la
espalda al espectador, estaba uniendo con una línea imaginaria, su propio corazón con el
de María Agustina Sarmiento, la menina a la que le volqué el púcaro, de ahí otra línea al
corazón de la infanta Margarita, y de este trazando otra directa al corazón de la menina,
Isabel Velasco, para finalizar con otra hasta el de José Nieto, el aposentador de la reina
que casi tiro en mi huída. Una representación mágica y protectora de esta constelación
hacia la sucesión de la corona, y que todos podemos admirar desde los variados
miradores que se encuentran esparcidos por los pueblos negros de la Sierra Norte de
Guadalajara, donde yo me he quedado como guardián de la cabra montés, siendo útil
para la fauna de esta sierra.

Las Meninas no necesitan un mastín a sus pies, y Nicolasito Pertusato ! que se busque
otro perro que le ladre !