
La Alcarria presenta muchas potencialidades. Es una comarca muy rica en naturaleza, historia, patrimonio y tradiciones orales, algo que se puede observar en todos sus municipios. Y para muestra, el caso de Durón, una villa enclavada a pocos kilómetros del embalse de Entrepeñas, con un devenir a sus espaldas que se cuenta por siglos. Una circunstancia que envuelve y encandila a propios y extraños, gracias a los monumentos que trufan sus calles, y entre los que destaca su picota, muy desconocida nivel provincial.
Pero, ¿en qué consisten este tipo de elementos? “Son unos «monolitos» de piedra constituidos de unas gradas que hacen de soporte a una columna que tiene base, fuste, capitel y remate. Datan de los siglos XV y XVI, aunque existen algunos ejemplos posteriores”, explican Vanesa Martínez Señor, Fátima López de Diego y Ángel García García, especialistas en la materia. Además, dotaban de jurisdicción a la localidad. “Poseían un significado que iba más allá de la mera función de castigo. Eran la representación de las atribuciones, privilegios y deberes que los miembros de la comunidad tenían como ciudadanos de la misma”, señala el investigador Ricardo L. Barbas Nieto.
En este sentido, ¿cuál fue el germen inicial de estas edificaciones? No se sabe a ciencia cierta, pero una de las primeras referencias a las mismas se halla en «Las siete partidas» de Alfonso X, un cuerpo normativo redactado en Castilla durante el siglo XIII, aunque la tradición de las picotas se fue profundizando con el paso de las centurias. “Durante los siglos XVI y XVII, y debido a las numerosas concesiones de villazgo y de exención otorgadas a los lugares que hicieron aportaciones a la Corona, el uso de este sencillo elemento se generalizó”, aseguran los historiadores. Además, en esta época, “las muestras primitivas se transformaron en ejemplares singulares, resaltando su aspecto ornamental”, subrayan Martínez, López y García.
A pesar de ello, a finales del siglo XVIII, comenzó la decadencia de estos símbolos. La Ilustración los condenó como «iconos del Antiguo Régimen», por lo que adquirieron un “significado peyorativo”. Una perspectiva que se reflejó las Cortes de Cádiz, que redactaron el Decreto CCLVIII de 26 de mayo de 1813, de destrucción de los mencionados monumentos. Un texto legal que –a su vez– desarrolló a uno anterior –el Decreto LXI de 22 de abril de 1811–, que propugnaba la abolición de cualquier aplicación penal en las referidas construcciones, ya que «los pueblos de la nación española no reconocerán jamás otro señorío que el de la nación misma».
Empero, en los dos últimos siglos, las picotas han cambiado de consideración, pasando a formar parte del patrimonio histórico de nuestro país. Incluso, se hallan protegidas por la legislación española, siendo declaradas Bienes de Interés Cultural (BIC) por la Ley de Patrimonio Histórico Español, de 29 de junio de 1985. Una calificación que se mantiene vigente a día de hoy. Gracias a ello, unido al compromiso ciudadano, muchos de estos elementos se pueden seguir disfrutando en la actualidad por toda la ciudadanía. Y para muestra, el caso de Durón.
El mencionado monumento se encuentra a las afueras de la localidad –en el camino que se dirige hacia Budia–, levantándose en el siglo XVI. “Sobre cuatro escalones de planta cuadrada y plinto muy bajo, se asienta una columna de fuste liso y de una única pieza”, explicaba Felipe María Olivier López–Merlo, en uno de sus trabajos. “Es de estilo toscano y a tres cuartos de su altura le salen unas simples ménsulas forma de cruz”. Todo ello –además– se halla rodeado de un típico paisaje alcarreño, que ya se comienza a soslayar. ¡Impresionante!
Y, como se indicaba, los vecinos del pueblo quisieron mantener viva la memoria de este enclave, impulsando –con el apoyo consistorial– una rehabilitación del conjunto. “Hace unos pocos años, gracias a la iniciativa de la asociación cultural «Amigos de Durón» –en colaboración con el ayuntamiento del pueblo–, se ha procedido a la restauración total de la picota y de su entorno, creando un pequeño parque con asientos, barbacoas y decoración ornamental”, confirman fuentes municipales. Una magnífica idea para conservar el legado histórico analizado.
El importante devenir duronero

Por tanto, este elemento patrimonial habla de la luenga historia de la localidad. Las primeras referencias de la población se remontan a las guerras entre cristianos y musulmanes, momento en que toda la zona se hallaba en liza entre los dos bandos mencionados. El encargado de tomar la zona fue Alfonso VI, responsable de la conquista de Toledo en mayo de 1085, y quien provocó –en esa misma fecha– que la Alcarria quedase en manos castellanas.
Tras este cambio de gobernantes, Durón se encuadró en el Común de Villa y Tierra de Atienza. Durante la etapa de dominio atencino, la localidad alcarreña fue cabeza de la Sexma del Tajo, a la que también pertenecían Budia, El Olivar, Valdelagua, Picazo y Gualda. A pesar de ello, en el siglo XIV pasó a integrarse en el Común de Jadraque, recién fundado. Sin embargo, en 1459 el sitio llegó a manos de los Mendoza, cedido por Alfonso Carrillo de Acuña. La permuta consistió en la entrega del territorio jadraqueño a cambio de Maqueda y de la alcaldía mayor de Toledo. Durante esta época, el espacio duronero alcanzó uno de sus momentos de mayor esplendor, acogiendo a más de una quincena de casas de familias hidalgas.
Pero los cambios no quedaron aquí. Poco después, los marqueses de Cenete –bajo la figura de Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza– se hicieron con la propiedad del territorio jadraqueño. Y, a su vez, también de Durón. Bajo el dominio de este linaje, la localidad alcanzó la consideración de villa, edificándose –en aquel momento– la picota. Gracias a estos logros, los aristócratas aludidos mantuvieron su mandato sobre el pueblo hasta la Carta Magna de Cádiz de 1812, donde se suprimieron los señoríos. Desde entonces, la población se constituyó como Ayuntamiento constitucional, consideración que ha mantenido vigente hasta la actualidad.
Un devenir casi milenario que se ha plasmado en el casco urbano duronero. Más allá de la picota, ocupa un lugar preeminente la iglesia parroquial de Santa María de la Cuesta, un edifico comenzado en el siglo XVI, en el que destaca su torre de planta cuadrada, cuya culminación se alcanzó en 1693. Asimismo, el pueblo cuenta con varias casas solariegas, siendo domicilio de una multiplicidad de familias nobles. “Son muchos y numerosos los escudos blasonados que se suceden por sus calles, lo que da idea del pasado áurico del lugar”, enfatiza el especialista Ángel de Juan–García, en uno de sus libros. Además, se ha de mencionar la fuente neoclásica –datada en 1793– y el antiguo molino que existió en el término municipal.
También en los alrededores del pueblo se distinguen varias ermitas, como las de la Virgen de la Esperanza, patrona de la localidad; la de la Soledad; la de Santa Bárbara; y la de San Roque. Por tanto, Durón se constituye como un lugar digno de visitar, en la que destacan su picota –única en los alrededores– y por su dilatada historia e importante patrimonio monumental, que deleitarán a los caminantes más exigentes. ¡No te lo pierdas!
Bibliografía BARBAS NIETO, Ricardo L. «El origen de los rollos, picotas y cruces de caminos. De árboles y bosques sagrados, pilares, palos concejiles. Irminsul». Cuadernos de etnología de Guadalajara, 47–48 (2015–2016), pp.: 131–142. DE JUAN–GARCÍA AGUADO, Ángel. Romerías por la Alcarria Alta. Guadalajara: Editores del Henares, 2007. MARTÍNEZ SEÑOR, Vanesa, LÓPEZ DE DIEGO, Fátima, y GARCÍA GARCÍA, Ángel. «Rollos y picotas en la provincia de Guadalajara». Wad-al-Hayara: Revista de estudios de Guadalajara, 7 (1980), pp.: 103–140. OLIVIER MERLO, Felipe María. Rollos y picotas de Guadalajara. Guadalajara: AACHE Ediciones, 1998. |

Historiador y periodista, especialista en comunicación ambiental y en Masonería mexicana. El reporterismo es mi vocación. Ahora informando desde Guadalajara. “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, 1867).