La provincia de Guadalajara acoge en su seno varios ejemplos cumbre del arte español. Sólo hay que recorrer el complejo palaciego de los Duques del Infantado o el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo –en la capital– para comprobarlo. Incluso, si el caminante visita Sigüenza, ha de conocer el enterramiento del Doncel –en la catedral–, que se alza como la escultura funeraria gótica clave de nuestro país. Sin embargo, en este listado también se debe incluir Pastrana, donde su Palacio Ducal –un imponente complejo del siglo XVI que preside la plaza de la Hora– se constituye como una de las muestras fundamentales del Renacimiento hispánico.
“A lo largo de sus casi cinco siglos de existencia, este monumento se ha convertido en símbolo e identificación de la villa, siendo la construcción más representativa de la misma”, argumenta el investigador Aurelio García López. Se comenzó a edificar en 1542. De hecho, el proyecto inicial corrió a cargo de Alonso de Covarrubias. “El complejo sigue un claro trazado renacentista castellano: de planta cuadrada con torres esquinales y patio central, así como un jardín escalonado en la parte posterior del mismo”, explican desde el Consistorio. “La fachada, sin apenas ornamentación, es de piedra sillar, con vanos simétricos, decorados con una simple moldura. En el centro, destaca el carácter italianizante de la portada”.
Pero la importancia del edificio va más allá… “En su interior se conservan unos maravillosos artesonados platerescos, igualmente diseñados por Covarrubias”. Asimismo, “destacan los zócalos de azulejería toledana de estilo mudéjar”, relatan los expertos. Y, como anécdota, en su torre de levante estuvo encarcelada la princesa de Éboli entre 1581 y 1592, por orden de Felipe II. De hecho, este monumento “lo mandó construir una abuela de la mencionada aristócrata –llamada Ana de la Cerda–, que era señora del lugar”, confirma el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado.
En cualquier caso, la historia palaciega pastranera se inició unos años antes –en 1542–, cuando se trasladó Covarrubias hasta la localidad, para implementar las reformas urbanísticas planteadas por la señora de la Villa. “Una vez revisada la topografía del lugar, el referido arquitecto decidió instalar el palacio debajo del convento de San Francisco”, confirma García López. “Desconocemos las razones que, en última instancia, llevaron a esta decisión, pues había mejores sitios para su domiciliación, pero la razón más aceptable es que se encontraba cerca de dicho cenobio, del que Ana de la Cerda era patrona”. Por ello, Covarrubias tuvo que adaptar el nuevo edificio a las circunstancias del emplazamiento seleccionado.
Un terreno que “pronto” demostró que “no era el más ideal”, debido a su humedad –en sus alrededores se sucedían los manantiales– y a su desnivel. Sin olvidar que, además, se situaba próximo a las murallas de la localidad. “Desde el convento hasta los adarves era toda una ladera, con algunos andenes donde los vecinos de Pastrana poseían pequeños huertos, en los que cultivaban hortalizas con el agua que nacía a pocos metros más arriba”, añaden los historiadores. “El tener que allanar el terreno suponía mover la tierra de la pendiente y echarla en la plaza que se iba a realizar frente al palacio, debiendo levantar un considerable muro de contención cercano a San Francisco”.
Estas actuaciones “no suponían una obra de ingeniería imposible”. De hecho, “lo más problemático fue el derribo de una parte del perímetro amurallado de Pastrana, pero esto se podía solucionar levantando un nuevo tramo de pared, aunque había que hacerlo con la autorización del Concejo pastranero”. Tras ello, comenzaron las actuaciones edificatorias del monumento, en cuya primera fase se extendieron entre 1542 y 1546, continuándose entre 1548 y 1553, para ir formándose –poco a poco– su aspecto actual.
Así, “el edificio fue diseñado conforme a un trazado renacentista español”. Cuenta con planta cuadrada, brotando cuatro torres esquineras rematadas en un sencillo tejado a cuatro vertientes. “La fachada, sin apenas ornamentación, es de piedra sillar, con escasos vanos simétricos decorados por una simple moldura”, añaden los historiadores. En el centro, la portada principal destaca por “su carácter renacentista de carácter italiano”, mostrando –todo ello– “una extrema sobriedad y un canon constructivo, regido por la simetría de todo el edificio”.
De hecho, la fachada palaciega se constituye como “un soberbio ejemplo de arquitectura clasicista de raíz serliana”, destaca García López. Alonso de Covarrubias “quiso dejar constancia de su admiración por los modelos romanos, aunque con unas pautas, proporciones y adornos que terminaron por conferirle un estilo propio”. En cualquier caso, destacan las columnas exentas de los lados, rematadas por capiteles corintios de gran calidad, así como el arco con modillones que sostienen el friso sobre el que cantan las letras en las que se resaltan los apellidos de la dueña y la constructora. A su vez, resaltan “los medallones de las enjutas, que –como es costumbre en las portadas covarrubiescas– muestran dos seres humanos”.
En el interior, se conservan unos “espectaculares artesonados” que –posiblemente– fueron diseñados por Covarrubias, “con ornamentación plateresca muy profusa y estructura de tradición mudéjar. Los del salón principal y la capilla son ochavados, mientras que en el resto de dependencias son rectos. Los primeros se encuentran compuestos por “casetones hexagonales, de doble punta de diamante o cuadrados, y roseta en el centro”, explica Aurelio García López. A su vez, “los frisos con decoración de putti y figuras antropomorfas, guirnalda de frutas y jarrones, enmarcan motivos heráldicos fondos con bustos”.
Asimismo, destacan los zócalos de azulejería toledana renacentista, de los que se han podido recuperar “importantes fragmentos”. Se trata de “un elemento más de decoración arquitectónica y que –desde un principio– fue incluido en las trazas originales de Covarrubias para el palacio de Pastrana”. Los azulejos de este complejo “llevan su cenefa superior e inferior de forma rectangular, con representación de elementos vegetales”, explica García López. En el centro aparece una flor medianera.
Entre los muros del palacio ducal no ha faltado la decoración y adorno con tapicerías y cuadros de pintura. “Los duques de Pastrana fueron amantes del arte flamenco y protectores de artistas procedentes de Flandes, como pintores y, sobre todo, tapiceros”, explica Aurelio García López. “Bajo el mecenazgo de estos aristócratas, los creadores aludidos se instalaron en la villa pastranera y llevaron a cabo una infinidad de obras dignas de los mejores maestros del momento”. En cualquier caso, y a pesar de esta rica y variada decoración, “por avatares históricos, el complejo nunca se finalizó, aunque sí fue habitado por sus propietarios durante largos años, residiendo en él mucho tiempo la esposa del primer duque de Pastrana, la conocida Ana de Mendoza y de la Cerda, Princesa de Éboli”, añade García López.
Una circunstancia que no ha impedido que este monumento sea conocido a nivel nacional e internacional. En primer lugar, por su riqueza estilística y artística, propia del Renacimiento. Pero, sobre todo, por la reclusión que sufrió la Princesa de Éboli en sus dependencias durante varios años, por orden de Felipe II. Una circunstancia que fue una excusa para aderezar y decorar interiormente el complejo. “Se hicieron tapias en la parte trasera del monumento, se cerró el pasadizo que comunicaba el enclave con el convento de San Francisco, se colocaron rejas en la ventana donde residía la aristócrata y se instaló un torno en la puerta de acceso a la habitación de la princesa, mientras que en la capilla se colocó un cancel para guardar la intimidad de doña Ana”, explican los historiadores. “El espacio vital de la noble durante su reclusión se fue reduciendo, tras un intento de huida al cenobio franciscano y la fuga de Antonio Pérez a Aragón”.
Así, “los últimos años de estancia en el palacio, Éboli moraba las habitaciones interiores del piso principal, en el ala de la torre izquierda de la fachada, ocupando dos pequeños cuartos aislados del resto del edificio con rejas”, narran los historiadores. “En uno de ellos, había una pequeña ventana con vista a la plaza, que fue amoldada, construyéndose el «balcón de la hora»”, que se realizó en 1590 por parte del maestro Miguel Ruiz, quien colocó “un pequeño chapitel encima de la oquedad y añadió un enrejado renacentista de hierro forjado”. Las habitaciones se comunicaban con la capilla, “para que la reclusa pudiera escuchar misa”.
Darle contenido
A pesar de la relevancia histórica y patrimonial del Palacio Ducal pastranero, esta infraestructura palaciega “estuvo durante muchos años en la ruina”, denuncia Antonio Herrera Casado. “Pero, al final, fue rescatada por la Universidad de Alcalá (UAH), que la compró en 1997. Y la rehabilitación que hizo fue muy buena”. Los arquitectos responsables de la intervención fueron Carlos Clemente San Román y Antonio Fernández Alba. El encargado de la documentación histórica fue Aurelio García López, concluyéndose los trabajos cinco años más tarde.
La única «pega» es que las potencialidades que ofrece este monumento no se están aprovechando a pleno rendimiento. En consecuencia, no es extraño que la pretensión de volver a dar vida a este lugar se constituya como “una reivindicación histórica”, aseguran desde el Ayuntamiento de la localidad. A pesar de ello, este asunto ya se está intentando solventar desde las diferentes instituciones involucradas.
En los últimos tiempos, se ha estado diseñando un programa de actividades más activo en el lugar. “Debemos sacar partido a esta infraestructura”, confirman fuentes municipales, al tiempo que se continúan estimulando los cursos de verano y propuestas vinculadas al «Festival Ducal», que se programan periódicamente en el edificio. En cualquier caso, el visitante puede seguir disfrutando de la riqueza monumental pastranera, de la mano de este monumento único, ya que como señalaba Da Vinci: «La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte».
Bibliografía GARCÍA LÓPEZ, Aurelio. «El Palacio Ducal de Pastrana». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2010. HERRERA CASADO, Antonio. «La Princesa de Éboli. Una guía para descubrirla». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2000. HERRERA CASADO, Antonio. «Pastrana. Paso a paso». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2009. |

Historiador y periodista, especialista en comunicación ambiental y en Masonería mexicana. El reporterismo es mi vocación. Ahora informando desde Guadalajara. “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, 1867).