En ‘Ahora que recuerdo’ (Reino de Cordelia), el literato seguntino rememora su amistad con Antonio Pérez y Alfredo Juderías, y evoca a autores como Buero Vallejo, Ramón de Garciasol y Luis Carandell. Autor de decenas de libros, trató con Baroja y Hemingway, cultivó la amistad con algunos de los escritores más destacados de la segunda mitad del siglo XX e impulsó la editorial Turner, un oasis de libertad durante el franquismo. Militó en el PCE hasta que fue expulsado a finales de los 60.
Pocas figuras aglutinan un perfil tan heterogéneo como el de José Esteban, cocinero antes que fraile en el mundo de la literatura. Su cercanía a tantos escritores de postín, su capacidad para ser el perejil de salsas culturales, su compromiso intelectual y político, su retahíla de amistades, sus colegas de tertulia en el Madrid de los viejos cafés. Todo ello convierte a este seguntino en un privilegiado testimonio del panorama literario del último medio siglo. Una experiencia que acaba de volcar en sus extensas memorias, maceradas a fuego lento durante largos años.
Ahora que recuerdo (Reino de Cordelia) reúne en 638 páginas el compendio de una vida dedicada a la bohemia. No son unas memorias al uso ni tampoco una autobiografía porque elude pasajes sensibles como su militancia y expulsión del Partido Comunista. Pero sí constituye un recorrido interesante, ameno y plagado de detalles sobre su trayectoria literaria. El autor asistió al entierro de Pío Baroja, trató con Hemingway y trajinó con Ángel González y José Manuel Caballero Bonald en muchas y variadas iniciativas insertadas en su antifraquismo militante. Su papel como motor de la editorial Turner, sello en el que tendió un puente fructífero con los autores latinoamericanos, completa su labor como crítico en revistas como Ínsula o Acento Cultural. Entre su abundante bibliografía sobresalen títulos como El himno de Riego (1984), La España peregrina (1986), Café Gijón (1996) y El crimen de Mazarete (2016), además de sus libros de cocina, sus estudios sobre Baroja y Galdós, y el Diccionario de la Bohemia (2017), de consulta imprescindible.
Pepe Esteban nació en Sigüenza pero descubrió el parnaso en la capital a partir de los años 50 del siglo pasado. “Madrid para mí no fue el principio de la vida, fue el principio de la escritura”, admite en sus memorias literarias. La Villa y Corte, incluidos sus cafés (sobre todo el Gijón y el Pelayo) fueron el trampolín hacia su carrera como escritor. También cultivó la Feria del Libro y otras instituciones de honda raigambre cultural como el Ateneo. Aunque de cepa guadalajareña, Esteban se ha erigido con el paso de los años en un consumado madrileño y madrileñista. Amante de sus callejas, de sus recovecos, de sus callejones del gato, de sus tabernas y de tertulianos como Rafael Flórez, El Alfaqueque, personajes ramonianos (de Gómez de la Serna) de los que ya van quedando pocos, por no decir que se trata de una especie en peligro de extinción.

Aunque el libro se centra en su faceta como escritor y en sus intensos vínculos con escritores de la talla de Caballero Bonald, Bryce Echenique o José Bergamín, entre otros muchos, también contiene referencias explícitas a sus orígenes en Sigüenza y a literatos de Guadalajara. Uno de ellos es el poeta Antonio Fernández Molina, poeta aragonés muy vinculado a la provincia de Guadalajara, y cuyos “dibujos surrealistas” asegura haber conocido al poco tiempo de aterrizar en la capital de España. También Lauro Olmo, del que recuerda la siguiente coplilla: Si quieres tomar Trijueque,/capitán de la derrota,/no vengas con pelotones,/hay que venir con pelotas. Y, cómo no, Antonio Buero Vallejo. El dramaturgo con más peso en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX salpica varias partes del relato, especialmente, por sus apariciones en algunas de las varias tertulias literarias que entonces proliferaban en Madrid. Casi siempre en el Gijón.

Fruto de su ligazón con la Ciudad del Doncel surge su amistad con dos personas destacados de la cultura local. El primero es Antonio Pérez, gran amigo suyo, exiliado en París y luego afincado en Cuenca. El segundo es el escritor Alfredo Juderías, molinés de nacimiento y seguntino de adopción, del que dice proceder su “pasión” por la literatura de cocina. No en vano uno de los títulos más conocidos de Esteban es su Breviario del cocido, un manual imprescindible para entender uno de los platos más conocidos de la cocina tradicional española. “En mis años de Bachillerato, en una Sigüenza clerical y fascista, la aparición de Juderías representó un aire fresco, en un ambiente tan cerrado”, escribe. El propio Juderías escribió Elogio y nostalgia de Sigüenza, siguiendo la estela de su maestro, el doctor Marañón. Esteban recuerda la fundación de una “modesta publicación”, la revista Segontia, creada en colaboración con Luciano Varea. “Con Alfredo compartía una pasión común: la cocina, o mejor, la literatura sobre la cocina”.

Capítulo aparte merece sus referencias críticas a Miguel Alonso Calvo, conocido con el pseudónimo de Ramón de Garciasol. Del poeta nacido en Humanes de Mohernando, en la Campiña de Guadalajara, Esteban sostiene que “carecía de todo sentido del humor” y que estaba “aferrado a un rígida moral protestante” (…) “Hablaba con un tono engolado, entre doctrinal y dogmático”. Y añade: “El tono de su voz era monótono y aburrido y a pesar de la satisfacción que le producía escucharse, nunca, que yo recuerde, dijo algo digno de recordar”. El autor seguntina recuerda que Garciasol acudía todas las tardes a la tertulia de los poetas en el madrileño Café Gijón. “Allí, como en todas partes gozaba de la misma fama de pesado, y se le aplicó otra frase que también hizo fortuna; “lloviendo y Garciasol, es para cagarse en Dios”, alusiva a su imparable charla prosopopéyica”.
A Luis Carandell, a quien conoció en los años 70 en la librería Turner, le dedica también un epígrafe en sus memorias. Se confiesa “fan de su obra dispersa”, incluidos sus “inolvidables” Celtiberias. “Esta amistad –subraya- se vio acrecentada, si cabe, cuando decidió comprarse una casa en Atienza (a dónde no puedo asegurar si lo llevé yo por primera vez, pero al menos sí que lo animé)”. A propósito de esta villa de la Sierra de Guadalajara, abunda: “Es muy curiosa mi relación con ese increíble pueblo. Como de Sigüenza, yo conocí muy pronto esas ‘piedras que moros las han’ y he sido un buen propagandista de sus bellezas”.

También a cuento de Atienza, rememora la pasión por este pueblo que cultivó el poeta Juan Larrea, un autor aún desconocido para el gran público aunque coetáneo de Gerardo Diego y especialista en César Vallejo. Larrea, explica Esteban, “me tomó cierto cariño solo y exclusivamente por ser de Sigüenza. A la ciudad del Doncel le había llevado Gerardo Diego, ligado a una publicación semanal seguntina, La Defensa, dónde publicó algunos poemas y el propio Larrea algunas prosas. Pero más que a Sigüenza se sentía ligado a la medieval Atienza y ya en Versión celeste hay un bello poema dedicado a esta villa”.
César González-Ruano sale mal parado, y con justicia, en las páginas de Ahora que recuerdo. Pepe evoca sus encuentros en la Alameda seguntina pero hace hincapié en la altanería de un figurín del periodismo de la época, endiosado y pagado de sí mismo. “Yo habré escrito más de quince mil artículos”, presumió un día ante él. “Los más cursis del pueblo y la llamada entonces colonia veraniega presumían con y de su presencia”, puntualiza Esteban. “Escribía su diario en la Alameda. Algunas mañanas, con Antonio Pérez, nos acercamos a verle. Y creo que aparecimos en algunos de sus diarios” (…). González-Ruano consiguió en Cuenca lo que no pudo conseguir en Sigüenza. De repente contaba con una gran casa en la parte alta de la ciudad. El té se tomaba en el jardín y la cursi sociedad provinciana de aquellos rendía culto y casi adoración al ilustre periodista”.
La poesía de José Herrera Petere, “poeta exiliado en Ginebra”, encuentra también un hueco en la memoria de Pepe Esteban, quien escribió un artículo en Triunfo –revista a la que llegó a de la mano del maestro Víctor Márquez Reviriego, también vinculado a Guadalajara a través de Huérmeces del Cerro y Mondéjar- para descubrir un poeta que en 1938 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por Acero de Madrid. “Lo recuerdo como un hombre alto, apuesto, rubio, parecía del norte. Había nacido en Guadalajara en 1909, y era hijo del famoso general republicano Emilio Herrera”. Además de sus inicios en La Gaceta Literaria, el autor seguntino rescata una jornada memorable en la librería Turner, a la que siguió una cena en La Criolla, una especie de mesón de la calle Fuencarral. “Yo le llevé a Guadalajara –remacha- y a Sigüenza, pues quería volver a ver al Dondel. Le hice una entrevista y un artículo para Triunfo y Gonzalo Santonja le publicó unos romances, a los que yo mismo puse un prólogo”.
El libro de Pepe se cierra con dos referencias explícitas relacionadas con la Alcarria: la edición por parte de la Junta de Castilla-La Mancha de una antología de sus artículos publicados en la prensa y los paralelismos que traza con Fray José de Sigüenza, al que califica como “mi viejo paisano”. En 2006, escribe, “la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha se acuerda de que soy de Sigüenza, obispado ahora incluido en su territorio, y me encarga prepare un voluminoso libro con mis colaboraciones periodísticas. Lo titulo Escarceos periodísticos, e incluyo algunos cuentos”.

El autor recuerda las 400 páginas del tomo, los recelos entre ellos de algunos de los escritores a los que invitó a participar en la presentación del volumen –incluido Fernando Sánchez Dragó– y las emotivos palabras pronunciadas por Blanca Calvo, entonces consejera de Cultura de Castilla-La Mancha, en aquel acto celebrado en el pabellón Carmen Martín Gaite de la Feria del Libro de Madrid, en el parque del Retiro. En esa presentación, Cabellero Bonald tiró de ironía: “Sin sus lecturas apasionadas de Baroja y Galdós, Pepe Esteban hubiera terminado como brillante cronista de la ciudad del Doncel”. Márquez Reviriego afirmó: “En su epitafio se leerá: ‘Yace aquí el hombre que más amigos tuvo”. Y la propia Blanca Calvo le definió como “un escritor de aire antiguo, casi clásico, que escribe con la dulce y paciente dedicación de un viejo artesano”.

En cuanto a su paisano frailuno, Pepe Esteban precisa que “se trata del “muy grande escritor y hermano Jerónimo, que fue en vida fray José de Sigüenza”. Su ligazón a la Ciudad Mitrada se remonta a su infancia y formación, periodo en el que estudió Arte y Teología. En este enclave forjó su “pasión religiosa” hasta que el 17 de junio de 1567 profesó el hábito de la orden Jerónima en el monasterio de El Parral, a orillas del Henares.
La descripción que hace Pepe de su vida resulta curiosísima, así como los paralelismos que traza entre Fray José de Sigüenza y él mismo: ambos seguntinos, ambos escritores, ambos residentes en las faldas del Guadarrama y ambos autores de una obra original. Y todo ello, con cuatro siglos de diferencia. “Creo que en estas páginas merecía la pena reseñarlo”, concluye Pepe de modo inteligente, vitriólico y socarrón. Calificativos que servirían para definir una vida trasegada a base de lecturas, amigos y vinos.

Periodista. El Espanyol es mi tormento y los Ribera del Duero, mi debilidad. «Cultura, justicia, libertad» (Azaña).