Guadalajara quiere dulzaina

Dulzaineros en la Plaza Mayor de Guadalajara
Dulzaineros en la Plaza Mayor de Guadalajara

Hace unos días tuvo lugar el Maratón de los Cuentos de Guadalajara. Una cita cultural de primer orden, tanto a nivel regional como nacional. La capital se convirtió en la Meca de la narración oral. Una iniciativa única que todos los años es inaugurada de forma especial. El pistoletazo de salida lo da un gran pasacalles, en el que se puede disfrutar de música de calidad. Decenas de dulzaineros recorren las principales vías de la ciudad para anunciar el comienzo de 46 horas ininterrumpidas de historias y relatos.

Ya no es posible entender el Maratón de los Cuentos sin la gaita castellana. Marca el inicio de esta iniciativa. Pero, ¿en qué consiste este artefacto? Se trata de “un instrumento de lengüeta doble de la familia del oboe […] Se encuentra fabricado con madera […], es de forma cónica y mide unos 30,5 centímetros de longitud”, explica le periodista e investigador Raúl Conde en La dulzaina en Galve de Sorbe.

Y, ¿cuál es su origen? “La dulzaina se introdujo en España a partir del siglo XV más o menos, procedente de los países de Oriente Medio”, relataba el especialista Gregorio García Vicente, citado por Raúl Conde. “En un principio, carecía de llaves, hasta que a principios del siglo XX se empezaron a introducir, atribuyendo tal iniciativa al gran músico Lorenzo García Blanco”, añadía.

Desde entonces, la importancia de la gaita ha sido fundamental. “Es el instrumento característico de Castilla”, asevera Conde. “Su intervención se ha hecho imprescindible en toda clase de fiestas de carácter tradicional y popular, como romerías, rondas o procesiones”, añadía Gregorio García Vicente.

Juan José Molina en la pasada Caballada de Atienza
Juan José Molina en la pasada Caballada de Atienza

La trayectoria en Guadalajara
Sin embargo, la dulzaina desapareció de Guadalajara a mediados del siglo XX. Y lo hizo debido a la despoblación, entre otros factores. No había trabajo y la gente tuvo que marcharse a las ciudades. “Debido al gran éxodo rural comenzó a perderse este instrumento, así como otras tradiciones, entre las que se encontraban las rondas, los paloteos o las romerías”, explica Juan José Molina Robledo, componente de los gaiteros de Sigüenza.

Así, “el desarrollo de la dulzaina en Guadalajara ha sido un poco diferente al de otros lugares, como Segovia, Valladolid o Burgos, donde este tipo de música nunca se perdió”, explica Antonio Trijueque, actual profesor en la Escuela de Folklore arriacense. No obstante, Trijueque aclara que si bien en los años 50 desaparecieron los gaiteros autóctonos, hubo reductos en los que se conservó dicha música. Entre ellos, Sigüenza, la Caballada de Atienza o Galve de Sorbe. Sin embargo, los solistas procedían de fuera, de territorios limítrofes.

“Ante la ausencia de especialistas propios, sobre todo en la década de los 70, los pueblos de la Sierra tuvieron que recurrir a intérpretes segovianos y sorianos para poder seguir celebrando sus rituales”, narra Raúl Conde. Por ejemplo, “desde Noviales acudieron a Galve dos dulzainas y un tambor. Y lo hicieron hasta los años 60, momento en el que se produjo la desmantelación del grupo de danzantes y la masiva emigración a las ciudades”, añade.

“Aquellos extraordinarios músicos lograron entusiasmar a las gentes del pueblo”, confirma Raúl Conde en La fiesta de los danzantes y zarragón de Galve de Sorbe.

Dulzaineros
Dulzaineros

En consecuencia, el recuerdo de esta tradición permaneció vivo. No es extraño, por tanto, que a partir de la década de 1980 un grupo de entusiastas se empeñaran en revitalizar dicho instrumento. Entre ellos, Carlos Blasco y José María Canfrán. “José Mari fue el primer dinamizador de la gaita en Guadalajara. Estuvo peleando, junto con Carlos, para que esto saliera adelante”, confirma Antonio Trijueque. “Fue él, José Mari, quien prendió la mecha, porque con su entusiasmo decidió –a inicios de los 80– comprarse una dulzaina y, de forma autodidacta, comenzar a tocar por ahí”, rememora Juan José Molina.

Un compromiso en el que le acompañó el seguntino Carlos, un batería de gran calidad, que tocaba en diferentes grupos. Ambos dos, Carlos y José María, recorrieron la provincia rescatando la tradición gaitera. Entre los lugares que visitaron se encontró Galve de Sorbe.

“Desplegando esfuerzo y tesón, aprendieron con celeridad las canciones galvitas cuando en Guadalajara nadie se acordaba de este instrumento”, rememora Raúl Conde en su artículo.
Pero, ¿qué llevó a gente como Canfrán o Blasco a revitalizar el mencionado tipo de música? “La causa principal fue la época que nos tocó vivir. Durante los años 80 aparecieron las autonomías.

Un momento en el que también resurgieron las identidades, después de un largo periodo dictatorial en el que el único modelo monolítico el español, ensombreciendo las particularidades”, explica Juanjo Molina.

Precisamente, entusiastas como José María y Carlos pusieron la semilla para que la música castellana volviera a tener presencia en el espacio arriacense. Así, y tras ese primer impulso, se crearon diversos centros docentes donde se enseñaba a tocar dicho instrumento. El primer ejemplo fue la Escuela de Folklore de la Diputación Provincial, fundada a finales de la década de 1980. Ignacio Simón inició las clases. Pero enseguida llegó Javier Barrio, convirtiéndose muy pronto en un referente en Guadalajara. “Javier, con su sabiduría y saber hacer, fue fundamental para la recuperación de la dulzaina. Fue un regalo del cielo”, subraya Juanjo Molina. “Gran parte de los grupos que han surgido en la provincia han sido gracias a él”, complementa Trijueque.

Una labor en la que años más tarde –en 1996– también se involucró el aula de dulzaina seguntina. “Es curioso el caso de la gaita castellana, en otros tiempos «propiedad» única de los segovianos y sorianos, pero actualmente muy extendida por nuestra provincia, gracias a las tareas de recopilación y reconstrucción –entre otras– de la Escuela de Folklore y de la Escuela Municipal de Sigüenza”, corrobora Raúl Conde.

Actuación del grupo de dulzaineros de la Escuela de Folclore de la Diputación Provincial en Atienza
Actuación del grupo de dulzaineros de la Escuela de Folclore de la Diputación Provincial en Atienza

Y en 2017, ¿se mantiene el impulso?
A día de hoy, la dulzaina sigue sonando en las fiestas arriacenses. En casi todas. Los ciudadanos de Guadalajara continúan interesándose por este instrumento. Anualmente, una cuarentena de alumnos se matriculan en la Escuela de Folklore de la capital para aprender o perfeccionar sus conocimientos de este instrumento. “Sigue existiendo mucha afición, pero al mismo tiempo hay personas que se están haciendo mayores y lo van dejando. Y otros, por razones laborales o familiares, también se acaban desvinculando”, indica Fran Marco, uno de los gaiteros de nueva hornada. “No hay relevo generacional”, se queja.

En consecuencia, y aunque la tendencia es buena, cuestiones como la implicación de los más jóvenes se deben abordar. Entre las posibles soluciones se encuentran la introducción de nuevos ritmos. “En la provincia existe un conjunto de dulzaineros que sí consideran que el mambo, el chachachá, las polkas o los tangos pueden tener cabida”, explica Fran Marco. Una postura que es compartida por el folklorista Miguel Manzano: “el primero y más importante camino de renovación es la ampliación del repertorio tradicional de la gaita por medio de la creación de uno nuevo”, señala.

En definitiva, se trata de ir acercando esta realidad a la población mediante la asunción de  nuevas corrientes musicales. “Es otra manera de difundir y dar vitalidad al instrumento”, confirma Antonio Trijueque. Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta perspectiva. “Igual que hay que sumar otras tendencias, se debe mantener la autenticidad, que es lo que ahora se está perdiendo”, explica Juan José Molina, de los dulzaineros seguntinos. “Debemos recuperar la figura del gaitero y del tamborilero como la conocí yo cuando era niño: un dulzainero y una caja, nada más”, aclara. “Hemos de avanzar, pero tenemos que mantener la esencia de estas figuras”, complementa Molina.

Gaiteros de Villaflores den la romería de Alto Rey
Gaiteros de Villaflores en la romería de Alto Rey

A favor de la difusión
Sin embargo, existen otros problemas que atañen a esta tradición musical. Entre ellos, el de su conocimiento entre la población, que todavía se puede mejorar. Pero, ¿qué opciones existen para abordar esta situación? En primer lugar, fomentar la investigación. “Faltan publicaciones, edición de cancioneros, trabajos de campo, discos…”, denuncia Antonio Trijueque.

Y, al mismo tiempo, se debe difundir el acervo existente, a través de una mayor presencia en diferentes eventos y propuestas. “La calle es el ámbito y recinto donde la dulzaina es la reina”, comenta Miguel Manzano. Todo ello, además, sin dejar de lado a los más jóvenes. “Habría que promocionar la gaita en las escuelas”, indica Fran Marco. “¿Por qué en lugar de tocar la flauta dulce en el colegio no se apuesta por los pitos castellanos de plástico [un tipo de aerófono con la misma afinación y digitación que la dulzaina]?”, se pregunta. “Los venden y, además, son muy económicos”, añade.

En cualquier caso, y aunque existan diferentes perspectivas para afrontar un mismo problema, todos los implicados buscan la preservación del instrumento. “El fin último es que la gente pueda formar sus grupos y que la dulzaina sea cada vez más dinámica”, señala Antonio Trijueque. Y todo ello para seguir dando vigor a una tradición musical que cada vez gusta a más gente. Sólo hay que observar el pasacalles inaugural del Maratón de Cuentos, que cuenta con una gran aceptación entre la ciudadanía. “Es un instrumento que se puede integrar en cualquier ambiente”, concluye Fran Marco.

Porque, como se explicaba en un reportaje publicado por la revista cultural Estampa el 11 de abril de 1931,

«La dulzaina –flauta e hilo musical– es la mejor aguja de Castilla. Que se oye no sólo en las romerías, sino también en las bodas y en las más reducidas fiestas de barrio de las ciudades. Que cose y recose el campo, con el beneplácito de prados, montes y heredades. Que anima el paisaje, llenándole de carantoñas y remilgos. Pero, para eso, para no dejar que desborde de zalamera, suena, junto a ella, el tamboril. Ceremonioso y duro. Torro-potorr-torro. El austero, el decidido, el ponderado tamboril».

(Fotografías de Julio Martínez, Fran Marco y Angel de Juan)

Las partes de la dulzaina
No se puede entender el folklore castellano sin mencionar a la gaita. Un instrumento que se compone de tres piezas: el tronco, la lengüeta y el tudel. La primera de ellas –el tronco– se construye de madera y, en su diseño, se distinguen varios tramos. Entre ellos, la cabeza –que es la parte más estrecha, donde se inserta el tudel–; o la campana, que es el segmento más ancho. “Su función es amplificar el sonido y suele presentar dos o tres agujeros destinados a ajustar la afinación”, explica Raúl Conde en La dulzaina en Galve de Sorbe.

Otra parte es el tudel. Se trata de “un tubo, normalmente metálico, de latón o bronce, en forma cónica, unido a un aro, y éste a su vez a un espárrago cilíndrico que se introduce  en el extremo de la cabeza”, narra Conde. “Está destinado a conectar la lengüeta con el resto de la dulzaina, y su tamaño afecta a la afinación”, añade.

Y, en último lugar, se halla la lengüeta, consistente en “dos láminas de caña en forma más o menos triangular que se atan fuertemente una sobre otra por la parte más estrecha, pero dejando un orificio circular por el que se introduce el extremo del tudel”. “La parte ancha de ambas se rebaja hasta conseguir una ranura alargada por la que se sopla, apoyando los labios, lo que las hace vibrar produciendo el sonido”, concluye Raúl Conde.

 

Bibliografía
BONILLA MÍNGUEZ, Héctor, “Etnografía y sociología de la dulzaina y los dulzaineros (1814-1936)”, Revista de Folklore, 422 (2017), pp.: 23-33.
CONDE SUÁREZ, Raúl, “La dulzaina en Galve de Sorbe”, Cuadernos de etnología de Guadalajara, 39 (2007), pp.: 331-346.
CONDE SUÁREZ, Raúl, “La fiesta de los Danzantes y Zarragón de Galve de Sorbe”, Cuadernos de etnología de Guadalajara, 30-31 (1998), pp.: 9-65.
MANZANO, Miguel, “Dulzaina, gaita y flauta, tres instrumentos populares”, Músicas nuevas para instrumentos viejos, Madrid: 2009.