«El viaje a la Alcarria», de Camilo José Cela, es uno de los libros más famosos vinculados con nuestra provincia. Sin embargo, no es el único. Multitud de autores han nacido en Guadalajara. Como muestra, Antonio Buero Vallejo, Clara Sánchez o el seguntino Pepe Esteban. Incluso, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, José Luis Sampedro o el corresponsal Manu Leguineche ambientaron parte de sus textos en nuestra tierra. ¡Todo un lujo!
En cualquier caso, una de las obras más conocidas en las que se describe el hecho caracense fue «Viaje a la Alcarria», cuyo autor vivió en el espacio guadalajareño durante varios años. El gallego de Iria Flavia se dejó ver por la finca «El Cañal» o por la urbanización «El Clavín». “Camilo José Cela tuvo una relación muy intensa con Guadalajara, ya que no solo habitó aquí, sino que recorrió una de sus comarcas más famosas en un momento único, durante los años 40 del siglo XX”, relata el cronista Antonio Herrera Casado.
«Viaje a la Alcarria» fue una de las «obras cumbre» del premio Nobel. “Hace una descripción muy precisa, muy cariñosa, pero –al mismo tiempo– muy cruel de las gentes de la zona en un decenio –el de 1940– muy duro”, indica Herrera Casado. Cela “recogió con una claridad meridiana lo que pensaban, cómo hablaban, la forma de comportarse y qué es lo que decían”. Además, “retrató extremadamente bien el paisaje alcarreño”, un horizonte que no ha cambiado tanto desde entonces. “El mérito del libro es la exactitud de lo que cuenta el autor”.
Esta obra se constituye como uno de los ejemplos de literatura de viajes más importantes del siglo XX en castellano. Durante su periplo, el escritor conoce algunas de las localidades alcarreñas más reconocibles, como Torija, Brihuega, Masegoso, Cifuentes, Gárgoles de Abajo, Trillo, Viana de Mondéjar, Budia, Casasana, Sacedón, Pastrana y Zorita de los Canes. La publicación salió a la calle –por primera vez– en 1948.
Un camino que no cesa
Asimismo, se ha de mencionar la figura de Juan Ruiz, el «Arcipreste de Hita», que con el «Libro de Buen Amor» se constituyó como un de las figuras clave de la literatura en español. El autor nació –posiblemente– en Alcalá de Henares hacia 1283, aunque luego ejerció su sacerdocio en la villa hiteña. Su obra más relevante se alza como un trabajo de gran longitud, con más de 1.700 estrofas, que presentan un carácter variado. Los especialistas aseguran que su hilo conductor es una autobiografía ficticia del autor. Durante el relato, se representan diversos estratos de la sociedad castellana de la época.
El «Libro de Buen Amor» se caracteriza por su variedad. Mezcla narraciones amorosas, serranillas, elementos didácticos o composiciones líricas. Además, en la métrica también hay una combinación de versos, entre los que destaca la «cuaderna vía», de la que el Arcipreste de Hita fue uno de los principales impulsores –junto a Gonzalo de Berceo–. Todo ello, además, mezclado con un léxico abundante, con diferentes registros y con múltiples tonos. Por tanto, nos encontramos ante una composición de gran relevancia para nuestro idioma.
Otro de los creadores literarios que también estuvieron vinculados con Guadalajara fue Benito Pérez Galdós (1843–1920). Una de las primeras localidades arriacenses que citó en su labor fue Sigüenza. De hecho, el mencionado intelectual ambientó algunas de sus tramas en la provincia. Entre los municipios a los que se refiere, además de la Ciudad del Doncel, se encontraron Hiendelaencina, Brihuega, Atienza, Pastrana, Selas, Torremocha, Gajanejos, Moranchel, Algora, Canredondo, Huérmeces, Maranchón, Taravilla, Zorita de los Canes, Alcolea del Pinar, Mondéjar, Mirabueno, Cogolludo, la capital, Sacedón o Molina de Aragón. Incluso, no pasó por alto la calidad de la miel de la Alcarria o las descripciones del valle del Henares.
– Pero, en realidad, ¿qué relación tuvo Benito Pérez Galdós con Guadalajara?
– Fue una vinculación estrecha, puesto que conoció bien la provincia –asegura Antonio Herrera Casado, cronista arriacense–.
Galdós era “muy observador de los pequeños detalles”, de los que consiguió realizar descripciones muy exactas. Unos relatos que –como no podía ser de otra manera– incluyó en sus novelas. Sobre todo, en los «Episodios Nacionales», uno de sus compendios más elaborados. “En las obras de este escritor, los pueblos y las tierras de Guadalajara fueron una constante”, confirma el especialista Pepe Esteban. Por ejemplo, don Benito relató las luchas de Juan Martín «El Empecinado» por las tierras arriacenses durante la Guerra de la Independencia.
Todo ello sin olvidar que dos de los principales personajes de las tramas de este escritor tienen que ver con la provincia. Uno de ellos es Benigna, protagonista de «Misericordia», cuyo nacimiento se habría producido “a dos leguas” de la capital alcarreña. Asimismo, el Marqués de Beramendi –que aparece en los «Episodios Nacionales»– sería oriundo de Sigüenza, mientras que su madre era atencina. A pesar de este buen trabajo, Galdós “confundía la comarca de la Alcarria con la provincia de Guadalajara”, confirma el investigador Pedro Ortiz–Armengol.
En otro orden de cosas, Pío Baroja tuvo “menos relación con Guadalajara”, pero “también la conoció muy bien”, asegura Herrera Casado. “Describió con mucha calidad aquellas localidades por las que pasó”. Entre ellas, Atienza, Sigüenza o Molina de Aragón. “Aunque no vivió mucho tiempo en la provincia, sí que la conoció profundamente”. A modo de curiosidad, sus sobrinos adquirieron un olivar en Tendilla. Conocedor de esta compra, Cela –durante su segundo viaje a la Alcarria– reclamó una calle en dicha localidad para don Pío.
Pero este repaso estaría incompleto si no se mencionara a José Luis Sampedro (1917–2013). Fue un escritor, humanista y economista que alumbró más de una treintena de trabajos de narrativa, poesía y ensayo. Recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas y llegó a ser catedrático de «Estructura e instituciones económicas» en la Universidad Complutense de Madrid. También se le nombró hijo adoptivo de Guadalajara.
Entre sus obras cumbres se ha de mencionar «El río que nos lleva» (1961). Se trata de una novela en la que se rindió un recuerdo a los gancheros del Tajo. Estos profesionales transportaban la maderada aguas abajo, desde Guadalajara hasta Aranjuez –en Madrid–, atravesando los barrancos y parameras de la Alcarria. Un magnífico trabajo literario que se ha llegado a adaptar al cine y que, desde hace unos años, también se conmemora durante una fiesta anual, que tiene lugar a inicios de septiembre.
Otro de los nombres relevantes de la literatura alcarreña fue el de Manu Leguineche. Estamos ante un corresponsal de guerra sinigual, un periodista de corazón. Pero, también, nos enfrentamos a un creador literario de primer orden, que –igualmente– escribió sobre la provincia. Llegó a vivir en ella durante los 30 años. Primero, en Cañizar. Y, posteriormente, en Brihuega. “En los 80 decidió apartarse de Madrid y buscó una residencia en las cercanías de la capital, pero que –al mismo tiempo– estuviera en un pueblo. Así, dio con la Alcarria”, describe Raúl Conde, informador, especialista en Leguineche y amigo personal del reportero vasco.
Tal fue la querencia de Manu por la villa briocense que la llegó a calificar como «la capital mundial del silencio». Él buscaba “la tranquilidad, el contacto con la naturaleza –que amaba– y poder conversar con «personas de carne y hueso»”, a las que acabó convirtiendo en personajes de sus dos libros centrados en Guadalajara. Fueron «La Felicidad de la Tierra» y «El Club de los faltos de cariño».
Sin embargo, la labor y el compromiso de este creador no se quedó aquí. “Escribió muchos títulos en nuestra tierra. Prácticamente, la mitad de su bibliografía –que abarcó en torno a la cuarentena de trabajos– están realizados en la provincia”, enfatiza Raúl Conde. Una actividad a la que, además, se añadió su labor periodística e intelectual, también vastísima. Y si esto fuera poco, cuando se estableció en esta tierra, “nunca la miró con superioridad”. Todo lo contrario. Se convirtió en un paisano más. “Recorrió y vivió la Alcarria a «ras de tierra», al lado de la gente”. E, incluso, se involucró en iniciativas culturales, como las «Tertulias de El Tolmo», en Brihuega, o en la conversión del castillo de Torija en un museo del «Viaje a la Alcarria».
La calidad siempre está presente
Tampoco se debe pasar por alto la labor de Antonio Buero Vallejo, nacido en Guadalajara en 1916, y considerado como el mejor dramaturgo español del siglo XX. Sólo hay que leer «Historia de una escalera» para comprobarlo. Y, durante muchos años, tuvo una fuerte vinculación con la capital arriacense. “Al final de su vida, se despegó un poco de la ciudad. Sin embargo, siempre se sintió muy alcarreño”, asegura Pepe Esteban.
Buero Vallejo fue un intelectual con un gran compromiso político y social, que –además– no sólo se dedicó a la escritura. También fue conocido por sus dibujos. De hecho, fue responsable del famoso grabado en el que se retrata al poeta Miguel Hernández, a quien conoció en Benicasim durante la Guerra Civil. Don Antonio consiguió ser miembro de la Real Academia Española en 1971, y obtuvo diversos galardones. Entre ellos, el Cervantes (1986) y el Nacional de las Letras Españolas (1996). Sin embargo, la vinculación de este literato con Guadalajara no fue valorizada hasta la Transición, cuando –al fin– se comenzaron a poner su nombre a diferentes organismos, como un Instituto de Educación Secundaria o el Teatro–Auditorio de la capital.
Pero la travesía literaria no finaliza aquí. También se han de mencionar figuras como la de Gaspar Melchor de Jovellanos, que tenía una relación muy estrecha con Trillo –donde disfrutó de sus aguas termales– y con Jadraque. No en vano, uno de sus preceptores –Juan Arias Saavedra– se encontraba relacionado con el territorio arriacense. Tanto que, a día de hoy, sus restos yacen en la iglesia parroquial de San Lorenzo, en Bustares.
Tampoco se puede obviar al Marqués de Santillana (1398–1458), que tuvo una gran influencia para la definición de la poesía castellana. Una relevancia cultural que también adquirió gracias a su biblioteca particular, en la que reunió “una cantidad maravillosa de volúmenes”. Este autor, aunque nació en Carrión de los Condes (Palencia), pasó gran parte de su vida en la capital provincial, donde falleció.
Su producción literaria se encuadró en la tendencia «alegórico–dantesca» del Prerrenacimiento español. Una corriente artística que se desarrolló durante el siglo XV. Tuvo como guía al italiano Dante Alighieri. El Marqués de Santillana siguió –asimismo– el Humanismo de Petrarca y de Giovanni Boccaccio. ¡Casi nada!
Igualmente, se ha de hacer referencia al caso de José Ortega y Gasset, quien quedó impresionado con el castillo jadraqueño. Del mismo, aseguró que se asentaba sobre «el cerro cónico más perfecto del mundo». Además, el hermano mayor de este pensador –llamado Eduardo Ortega y Gasset– fue diputado por la circunscripción arriacense en 1931.
Otro nombre relevante es el de Pepe Esteban, alumbrado en Sigüenza en 1935. “Siempre me he sentido muy vinculado a la provincia, aunque haya vivido mucho tiempo en Madrid”, confirma el autor. Ha escrito tanto sobre Baroja como de Galdós y su relación con el espacio caracense. Incluso, ha llegado a trabajar en torno a los «Apodos, motes y refranes de Guadalajara» y sacó a la luz «Viaje literario a través del Henares».
Y también contemporánea es la escritora Clara Sánchez, nacida en la capital provincial el 1 de marzo de 1955. Ha publicado una quincena de obras, ha sido profesora universitaria y ha colaborado con diferentes diarios y revistas literarias. Entre ellos, «El País» y «El Urogallo». Además, ha sido reconocida con los principales galardones de España, como el Alfaguara (2000), por «Últimas noticias del paraíso»; el Nadal (2010), por «Lo que esconde tu nombre»; y el Planeta (2013), por «El cielo ha vuelto».
– Hemos observado la gran riqueza literaria que presenta Guadalajara. Pero, ¿cree que los caracenses han sido agradecidos con estos escritores? Su labor y nombres, ¿son conocidos y recordados por la ciudadanía?
– Creo que la sociedad arriacense, como también ocurre en el resto del país, han sido muy poco sensible a los literatos –indica Pepe Esteban–. Pero se trata de un mal endémico de toda España, no sólo de nuestra provincia.
Una circunstancia que podría solucionarse a través de la formación. Hay que entender que “el Estado Español tiene a los escritores en el último escalafón”, contextualiza Esteban. “No pintamos nada como personas, como individuos ni como colectividad”. Por ello, se ha de estimular la educación, para que los ciudadanos tengan en cuenta a estos creadores, tan fundamentales en la cultura. Sólo a través de esta medida se podría estimular la lectura desde la infancia y, por tanto, generar futuros lectores. Al fin y al cabo, y como aseguró Cervantes:
«El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho»

Historiador y periodista, especialista en comunicación ambiental y en Masonería mexicana. El reporterismo es mi vocación. Ahora informando desde Guadalajara. “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, 1867).