Asunción Vicente, artista: “Las instituciones no ven en la cultura una posibilidad de impulso económico”

El arte es muy importante en la actualidad. De hecho, lo ha sido durante toda la historia. Sólo hay que ver los diferentes estilos pictóricos, escultóricos o arquitectónicos que se han sucedido a lo largo de los siglos para comprobarlo. Son expresión del alma humana. Nos engrandecen como individuos. Por ello, todos los ciudadanos tenemos el derecho a disfrutar de las mismas posibilidades de oferta cultural. También aquellas personas que vivan en el medio rural. Así lo cree Asunción Vicente, licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Castilla-La Mancha. Desde unos cuantos años plasma su buen hacer en Moranchel, su pueblo. Allí está realizando una serie de trampantojos en diferentes fachadas del municipio. Se trata de una técnica que juega con el conjunto arquitectónico y la perspectiva, acentuando determinados efectos ópticos de intensificación de la realidad. Henares al Día ha querido hablar con ella sobre su trabajo y sobre la política cultural que se desarrolla más allá de las grandes urbes.

¿Cómo surgió la idea de desarrollar trampantojos en Moranchel?
Apareció en 2005, tras realizar un viaje en coche por Francia. Allí me di cuenta que en muchos municipios existían trampantojos en los muros de las casas. Y observé que aportaban belleza, color y un encanto especial a esas localidades. Como yo había estudiado Bellas Artes, pensé que podía hacer algo parecido en mi pueblo, en Moranchel. Creí que si le daba un toque colorista a alguna pared, se vería más bonita… Y así fue.
En su trabajo, ¿emplea sólo el trampantojo o utiliza también alguna otra técnica pictórica?
Es cierto que, en algunas ocasiones, también he utilizado la fórmula del muralismo. Pero, en cualquier caso, la mayoría son trampantojos, ya que se acopla mejor al entorno, a las calles del municipio.

¿Cuál es la temática de sus obras?
Casi siempre me inspiro en elementos de Moranchel. Por ejemplo, la primera composición que realicé –llamada «Calle busca ruido»– es una casa con rasgos propios de las viviendas antiguas que existían en el pueblo. Entre ellos, las puertas de doble hoja, los materiales de la agricultura y de la ganadería, las parras en la fachada….

¿Nos podría explicar el proceso que usted desarrolla desde que tiene la idea en la mente hasta que la plasma sobre los muros?
Comienzo diseñando el boceto, en el que expreso la temática que he concebido inicialmente. En este primer paso tengo en cuenta la pared en la que se va a realizar la obra, los elementos que puede aportarme la fachada, etc.
Una vez he terminado el bosquejo, veo los materiales y tonalidades que voy a necesitar. Y, posteriormente, hablo con los propietarios del muro en el que realizaría la composición, para explicarles el proyecto y –si les gusta– que me concedan el permiso.
Tras obtener el visto bueno de los dueños, empiezo a pintar. Busco una fecha, de acuerdo a mi tiempo libre. Si se requiere, monto un andamio, preparo la fachada –si es necesario para mejorar la textura de la pared– y me pongo manos a la obra…

¿Cuánto tiempo invierte en realizar cada uno de estos trampantojos?
A los de mayor formato dedico entre dos y cuatro meses. Y a los más pequeños, entre 20 días y un mes. No trabajo todos los días, ya que dependo de mi disponibilidad, de las inclemencias meteorológicas, de las horas de sol… Pero sí me implico bastante. Mínimo, cinco jornadas cada semana.

¿Qué tamaño suelen tener estos trampantojos?
Los más grandes, entre 12 y 15 metros cuadrados; mientras que los de menor talla tienen unas dimensiones de un metro por 50 centímetros, aproximadamente.

¿Cuál es la conservación que se da a estos trampantojos?
Inicialmente, comencé a aplicarles una serie de protectores de repelentes de agua, de musgos, de líquenes… Pero luego me di cuenta que, quizá, estaba cometiendo un error. Observé que era más bonito que el trampantojo fuera envejeciendo, que fuera modificándose a lo largo de los años, que fuera despareciendo… Al fin y al cabo se trata de arte efímero. Y esto me interesa porque –así– las obras tienen vida propia.

¿Cuál está siendo el recibimiento de sus composiciones en Moranchel?
Sinceramente, ha sido muy buena. Los vecinos me ofrecen sus fachadas. Y cuando saben que estoy preparando un nuevo proyecto, me dan la posibilidad de realizarlo en sus muros. Incluso hay ciudadanos de otros pueblos cercanos me han invitado a ir a sus localidades para decorar sus paredes. Por tanto, la acogida está siendo positiva.

En este sentido, ¿no se ha planteado extender esta iniciativa a municipios que no sean el suyo?
En un principio, no. Al ser una labor no remunerada, realizarla en otros lugares provocaría que los costes se elevasen. Por tanto, el trabajo se me complicaría. Así, hasta el momento, me he centrado en Moranchel. Y aquí que quedo.

¿Ha recibido alguna subvención procedente de instituciones públicas para desarrollar esta iniciativa, bien sea del Ayuntamiento, de la Diputación o de la Junta de Comunidades?
No he contado con ninguna ayuda. Es cierto que no he presentado mi proyecto a ninguno de estos organismos, pero la mayoría de ellos conocen la idea y tampoco han mostrado interés en ayudarme. Ni moral ni económicamente.
Eso sí, la gente me apoya. Ha habido vecinos que han realizado donaciones para que pudiera comprar materiales. Gracias a este aliento, junto a mis propios medios, he sacado adelante la iniciativa.

Por tanto, las administraciones públicas, ¿deberían hacer una apuesta más intensa en favor de la cultura en el medio rural?
Creo que sí. Las instituciones no están viendo con sensibilidad lo que puede aportar la cultura al ámbito rural, sobre todo ahora que se encuentra tan abandonado. Esta actividad podría ayudar a que la gente venga a los pueblos. De hecho, Moranchel, a raíz de la realización de los trampantojos, recibe cada año más visitantes…

Entiendo –en consecuencia– que la cultura podría constituirse como un motor de desarrollo económico para estas zonas…
Efectivamente. Y el problema es que los poderes públicos no la ven como una posibilidad de impulso económico. Sin embargo, yo opino lo contrario. Es algo que se demuestra todos los días. Madrid, por ejemplo, recibe muchos turistas anualmente debido a la calidad de sus museos…En este sentido, los pueblos pequeños pueden aportar su encanto rural y, además, contar con galerías de arte, museos u otras tantas posibilidades. Esto los revitalizaría tanto a ellos como a toda la comarca en la que se ubican.
Y no estoy diciendo que las administraciones paguen todo. Sólo defiendo que faciliten y estimulen esta realidad, a través de desgravaciones fiscales o ayudas orientadas a diferentes propuestas. Sin ir más lejos, yo puedo hacer los trampantojos en las fachadas porque mi marido es albañil y me deja los andamios. Pero si yo no contara con esta colaboración, me resultaría mucho más difícil realizar las mencionadas obras. Y es en estos casos donde podría entrar la acción de las instituciones.

Regresando al tema artístico, ¿ha realizado otras intervenciones en Moranchel, más allá de los trampantojos?
Así es. Me gustan las obras de encuentro, aquellas que se ubican en la naturaleza y puedan ser descubiertas por los paseantes. He realizado actuaciones en la «Cueva de los Gatos», donde entre 2003 y 2005 pinté varios felinos de diferentes colores. También he desarrollado otras actuaciones en las cercanías del río Tajuña, que pasa por Moranchel. E, incluso, he programado exposiciones al aire libre en la localidad…

¿Va a continuar con esta actividad cultural?
En el caso de los trampantojos, creo que con «La floristería» –que es el que estoy realizando actualmente–, ya me despido. La labor en pared requiere mucho esfuerzo físico y mental, y veo que mis fuerzas comienzan a estar limitadas.
No obstante, hay otros proyectos artísticos en los que si voy a seguir involucrada. Estoy preparando nuevas exposiciones y también me gustaría hacer un libro de artista.