Los actuales límites provinciales se constituyeron –durante siglos– como una zona de frontera entre musulmanes y cristianos. Y aunque ambos territorios respondieron –a lo largo de las mencionadas centurias– a formas de gobierno divergentes –que, en no pocas ocasiones, estuvieron enfrentadas política y militarmente–, sus respectivas ciudadanías mantenían importantes vinculaciones. Árabes y castellanos vivían en los mismos espacios, lo que acabó generando relevantes dinámicas sociales, económicas y culturales, que se reflejaron en las diferentes localidades arriacenses. Muchos de estos municipios se fueron enriqueciendo en multitud de aspectos, hasta generar las poblaciones que podemos ver en la actualidad, unos enclaves trufados de monumentos y espacios públicos que hablan del pasado de Guadalajara.
Budia es un ejemplo de ello. Las primeras referencias encontradas de este municipio proceden del siglo XI, tras la toma de la zona por parte de los castellanos. No obstante, algunos de los historiadores más optimistas retrasan el origen de esta villa a la época prerromana. Lo que sí se sabe es que la actual población se conformó con la llegada de los castellanos. Hace más de 1.000 años se la mencionaba como integrante de la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza. Pero al subdividirse la referida unidad, el enclave pasó a formar parte de la jurisdicción de Jadraque, dentro del sexmo de Durón. Desde ese momento, la villa budiera adquirió mayor relevancia.
De todos modos, el 15 de noviembre de 1434, este municipio –con el resto de localidades próximas– fue entregado por Juan II a Gómez Carrillo y María de Castilla –nieta de Pedro I El Cruel–, con motivo de su matrimonio. Ese mismo año –1434– el pueblo consiguió un privilegio real, por el que se declaraba su villazgo. Gracias a esta consideración, “adquirió unas prerrogativas legales muy importantes, aunque seguía estando sometida –en los elementos territoriales, jurídicos y fiscales– a los señores de la «casa Carrillo»”, aseguraban Juan José Bermejo y Antonio Herrera Casado.
Alonso Carrillo de Acuña traspasó en 1478 –junto con la cabecera del territorio, Jadraque– todas las aldeas de las sesmas al Cardenal Mendoza. La «Casa del Infantado» conseguía –así– incrementar sus dominios. Pero, a pesar de ello, Budia no perdió ni un ápice de su autonomía. “El lugar estaba gobernado por el «Concejo», una institución muy arraigada en Castilla, que actuaba en nombre del señor, aunque con muy amplia independencia”, indicaban Bermejo y Herrera Casado. El enclave vio florecer su industria de los cueros, gracias a diferentes medidas ilustradas procedentes de la monarquía. Un estímulo que se multiplicó a partir de 1768, cuando Carlos III implementó una reorganización territorial que permitió a Budia ser cabeza de un «Departamento». Bajo esta calificación se integraron Durón, Gualda, Valdelagua, Valfermoso, Balconete, Irueste y los dos Yélamos.
El emplazamiento vivió un periodo de pujanza, que se prolongó durante siglos. Para comprobarlo, sólo hay que consultar la demografía del municipio a mediados del XIX, cuando alcanzó los 1.539 habitantes, siete veces más que en 2024. La intensa vida de la villa se mantuvo durante el XIX, aunque comenzó a decaer hace 100 años. “El convulso siglo XX inició su singladura con la progresiva pérdida de población”. Una tendencia que se mantuvo tras la Guerra Civil y que se pronunció a partir de 1960 –debido al éxodo rural–, hasta llegar a los 208 habitantes actuales, según la actualización ofrecida por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Un patrimonio que no cesa
Este luengo devenir se ha notado en las calles budieras. “El pueblo presenta toda una exhibición de viviendas antoñonas en sus calles más típicas, casas que pudieran servir muy bien como patrón a la hora de definir el tipo popular de hogar alcarreño, consistente en muros de sillar en la base, mampostería de buena piedra en el cuerpo en la pared, para concluir con obra de entramado y adobe a la altura de las cámaras y de los graneros en el piso más alto”, explica el especialista José Serrano Belinchón. “Los aleros de los tejados son salientes en demasía, contrastando el azul luminoso de su cielo con el tono oscuro de las maderas”.
Además, la plaza de Budia se alza como “un recuerdo vivido” de la Castilla del siglo XVI. “Se engalana con la vistosa fachada del Ayuntamiento, que consta de un pórtico alargado con siete columnas de piedra, una fuente de la misma época sobre uno de sus extremos, y una corrida galería en la primera planta, en la que destaca un barandal y seis arcos en semicírculo que sirven de mirador”. La singular estampa consistorial remata en “airosa torrecilla” sobre la cubierta, provista de veleta, reloj y carrillón, con templete y campanil para dar la hora.
Sin embargo, la riqueza patrimonial budiera no finaliza aquí. En las cercanías del Palacio Municipal se emplaza la iglesia parroquial de San Pedro, en el que destaca su portada plateresca, “no demasiado corriente en la comarca”, confirma Serrano Belinchón. Su interior, estructurado en tres naves, “es grandioso en forma sorprendente”. Además, merecen mención dos tallas en busto, realizadas por Pedro de Mena, que representan a la Dolorosa y al Ecce–Homo, que se conservan en una capilla lateral y que –inicialmente– se emplazaban en la cercana ermita de la Virgen del Peral, patrona budiera. De igual forma, “es de gran interés el frontal de plata repujada que tiene el altar mayor, muestra incomparable de la ornamentación barroca con que las hidalgas y pudientes familias de la villa asistieron con arte y con lujo a su templo común”.
Además, en esta localidad arriacense también destaca la ermita de la Virgen del Peral, ubicada a las afueras del pueblo. “Presenta un cumplido pretil de sillería con bolones, oronda espadaña barroca y monumental cúpula por encima del presbiterio”, confirma José Serrano. De igual forma, existen otros oratorios en la localidad. Entre ellos, el de Santa Lucía, del siglo XVII; el de la Soledad; el de San Roque; o el de Santa Ana. También se ha de visitar la picota, que da fe del villazgo del lugar, o los diferentes palacios y casonas, que confieren a la localidad un aspecto castellano único en la comarca.
Entre ellos, la Casa de los Condes de Romanones, “un edificio noble con abundancia de ventanas enrejadas y gran portalón de moldura sillería coronado de escudo de armas”. Asimismo, existe la posibilidad de conocer la magnificencia del palacio del Duende y de la casona de los López Hidalgo. El visitante no puede irse de la localidad sin conocer el convento de las carmelitas, fundado en 1688 y que fue “un referente religioso, cultural y económico de la localidad”, explican Juan José Bermejo y Antonio Herrera Casado.
Actualmente, se pueden visitar los restos de esta abadía, que se domicilian a las afueras del pueblo, en la parte occidental del casco urbano. “En una meseta amplia, se divisa la estructura de la iglesia conventual, con su magnífica fachada todavía en pie”, narran los expertos. “Se trata de un ejemplo muy importante y característico de la arquitectura carmelitana del siglo XVII español, en la línea de las portadas conventuales de Ávila, Madrid y Guadalajara capital, que se construyeron en esa misma centuria”. Por tanto, nos hallamos ante “una de las últimas grandes fábricas cenobiales trazadas de acuerdo con el modo de la Orden”.
Budia tiene mucho que ofrecer al visitante. El caminante ha de pasear por las calles y plazas, para empaparse el devenir, sabor, monumentalidad y cultura de esta villa alcarreña, que cuenta con más de un milenio de vida a sus espaldas. Se trata de una localidad que ha sabido conservar su pasado histórico a través de su legado monumental. Se alza como un pueblo típicamente alcarreño, que mezcla –a la perfección– sus orígenes centenarios con unas comodidades propias de la modernidad. ¡No te lo pierdas!
Bibliografía BERMEJO, Juan José, y HERRERA CASADO, Antonio. «Budia, corazón de La Alcarria». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2005. BERMEJO, Juan José y HERRERA CASADO, Antonio. «El convento carmelita de Budia». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2010. SERRANO BELINCHÓN, José. «La Alcarria de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2003. |

Historiador y periodista, especialista en comunicación ambiental y en Masonería mexicana. El reporterismo es mi vocación. Ahora informando desde Guadalajara. “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, 1867).