Camino de Atienza (V)

Iglesia de Jirueque, donde se encuentra el sepulcro alabastrino de aquel sacerdote conocido por “El Dorado”
Iglesia de Jirueque, donde se encuentra el sepulcro alabastrino de aquel sacerdote conocido por “El Dorado”

Los viajeros ya están dispuestos. Como casi siempre se encaminan primero a Jadraque a desayunar y, después, con el bandullo algo más alegre deciden acercarse hasta Atienza, para lo que disponen de dos caminos, dos ramales de notable belleza geográfica. Optan por el camino de la derecha, es decir, por el que partiendo desde Jadraque continua por Jirueque, donde estiran las piernas, hasta la iglesia donde pueden ver a sus anchas el sepulcro alabastrino de aquel sacerdote conocido por “El Dorado”.

La capilla en la que se encuentra el monumento no es demasiado grande ni pequeña y está iluminada por una ventanita, más bien una especie de aspillera, que deja pasar unos tenues rayos de sol que, cuando inciden contra la cama del bulto, hacen que parezca que tiene una luz interna encendida. Viene a ser como una especie de aparición misteriosa que los viajeros recomiendan al lector amigo de conocer los pueblos y las gentes de esta piel de Guadalajara, de esta “cajita de monerías”, como decía un profesor de viajero viejo, que custodia tantas joyas de arte y tantas viejas tradiciones, a cada cual más colorista.

Jirueque: ermita de la Virgen de la Soledad
Jirueque: ermita de la Virgen de la Soledad

Los viajeros han decidido ir con calma, visitando todos y cada uno de los pueblecillos que, tanto a derecha como a izquierda, quedan próximos a la carretera de Atienza. Muchos de ellos ya no son ni la mitad de lo que fueron en tiempos pasados, a pesar de los arreglos que se han llevado a cabo para el mejoramiento de sus servicios públicos: pavimentado, distribución y saneamiento, alumbrado, mobiliario público (bancos, papeleras…), porque lo que les falta verdaderamente son habitantes jóvenes y emprendedores, con ideas nuevas, ya que los pocos que todavía subsisten son muy mayores y permanecen en la tierra que les vio nacer hasta que la inexorable parca se acerque sin miramientos con su guadaña recién afilada.
Los viajeros van a lo suyo, uno conduciendo y el otro ensimismado en sus pensamientos, imaginando esta tierra en tiempos pasados, en los siglos X u XI, casi desértica, ocupada quizás por los mismos o parecidos nimios pueblos, escondidos entre los pliegues de la tierra, cercanos al agua y rodeados por bosques espesos donde la caza era abundante, de modo que en muchas ocasiones servían para el esparcimiento del rey y de la nobleza, según puede leerse el conocido Libro de la Montería.

Cendejas de la Torre
Cendejas de la Torre

Los viajeros pasan por el término de Cendejas de Padrastro y, más a la derecha, siguiendo una escueta carreterilla, se encuentran con las otras dos Cendejas, la de En medio y la de la Torre.
El viajero viejo cree que tales advocaciones le fueron “puestas” por algo. Lo lógico sería pensar que el origen estas Cendejas, o sea, de estas haciendas o terrenos destinados al cultivo, debió estar en Cendejas de la Torre, -acaso la actual Torre del reloj que posiblemente reutilizase otra anterior-, por aquello de la altura y la defensa correspondiente de sus habitantes; después, con el paso del tiempo, bajarían a ocupar algunas tierras de labor donadas, escasas y miserables, paupérrimas como todas las del contorno, dando lugar a Cendejas de Enmedio y, más tarde, quizá por exceso de población, a Cendejas de Padrastro (o del monte, que tanto vale), donde, por cierto, el viajero viejo degustó unas excelentes chuletillas a la brasa de unos sarmientos de vid, regadas con un vino local con cierta gracia, cuidado amorosamente, en una de las bodegas mejor conservadas.
Cendejas de Padrastro tiene una iglesia cuyos orígenes son románicos, pero aparte de una imagen de san Cristóbal tallada en el arco adovelado de acceso, no conserva ninguna huella más.

Cendejas del Padrastro, santuario de Nuestra Señora de Valbuena
Cendejas del Padrastro, santuario de Nuestra Señora de Valbuena

Sin embargo el atractivo mayor del pueblo está en la ermita de la Virgen de Valbuena, rodeada de una espesa arboleda en la que los romeros descansan y dan buena cuenta de sus viandas el día de su fiesta, que se celebra el último domingo de mayo con una sencilla romería en la que los pueblos asistentes van precedidos por su cruz parroquial que, como en otros casos similares, es recibida con un suave choque, a modo de abrazo de bienvenida, por la de Cendejas que ejerce de anfitriona.
Señala la tradición dos motivos que pudieron dar lugar a la erección de este santuario: la aparición de la Virgen a un zagal al que le ordenó su construcción o que fuera votiva y se realizase como agradecimiento de unos “reyes de Castilla” que, perdidos en el bosque, prometieron llevarla si se salvaban. Ejemplos de “aparecimiento” que se repiten con inusitada frecuencia en la mariología alcarreña.
(A modo de paréntesis o inciso es preciso recordar que, cuando un lugar superaba determinado número de habitantes de 30 a 35, los que sobrepasaban dicha cantidad, debían establecerse en otro lugar cercano, comúnmente de nueva planta, de ahí que el nombre Cendejas se repita en los tres casos, lo mismo que sucede con Yélamos, Gárgoles y Condemios, por lo común de Arriba y de Abajo, según su antigüedad).

Torremocha de Jadraque: Lavadero
Torremocha de Jadraque: Lavadero

De vuelta a la carretera principal los viajeros ven señalizada la desviación que conduce a Torremocha de Jadraque, a la izquierda, y no dudan en acercarse. El pueblo se recorre en un pis pas y, si acaso conserva algo notable, es su paisaje, recorrido por un arroyo que lleva el mismo nombre y deja huella de su paso mediante el verdor de algunos árboles que crecen en sus riberas.
Como casi todos estos pueblos, el viajero piensa que se trata de un lugar de repoblación, al igual que también lo parece Negredo, ubicado algo más adelante, a la derecha, donde termina el camino. En Negredo hay una iglesia del siglo XVI, aunque, en realidad, es románica muy modificada. Sus calles recuerdan las de un pueblo abandonado y nadie se ve por ellas. Ni siquiera un pobre perro al que su delgadez le marque el costillar y que ladre sus miserias y hambre, pues que nadie hay para darle un mendrugo.
Una paradita para disfrutar del entorno, ver los suelos con sus minerales y sus plantas y seguir hasta Angón.
Angón está situado en un lugar delicioso, algo rizado por culpa de los montes cercanos, los que bajan de La Bodera, y refrescado por el arroyo de Cardeñosa, según el mapa que los viajeros llevan casi siempre en la guantera del coche. Pero a cambio de su belleza natural es un pueblo medio despoblado, silencioso, un pueblo tan agazapado que al viajero viejo se le ocurre pensar que llega a ser tímido, pegado al rojizo suelo que lo sustenta. Un pueblo por el que parece que no ha pasado el tiempo y que, precisamente por ello, aún conserva alguna vieja construcción de esa que los que, llegamos de fuera, “los entendidos”, llamamos “popular” o “tradicional”, esa que, como tantas veces se ha dicho, no ha necesitado arquitecto alguno para su realización. Desgraciadamente estas construcciones durarán poco; el clima duro que domina el pueblo, la acción antrópica (aunque escasa) y, sobre todo, por la falta de interés hacia estas manifestaciones de la “cultura popular” que, en otros países de mentalidades más abiertas, estarían perfectamente conservadas.

La Bodera
La Bodera

Bajo el pico Bodera, de 1408 metros de altitud, según nuestro mapa, está el pueblo de La Bodera, ya en el valle del Cañamares, algo más retirado de la carretera que los lugares anteriores y que, al igual que Angón, conserva, aunque algo mejor, una interesante “arquitectura tradicional”. Arquitectura esta que de una manera algo más “culta” también se pone de manifiesto en su iglesia parroquial, en cuya construcción se empleó la pizarra.
Por el cielo se ven algunas nubes plomizas, de esas nubes densas que amenazan lluvia, aunque el sol, a veces, siga enviando sus rayos. Es ese sol que hace que la piel escueza y se ponga colorada, ese sol que hace que la lluvia caída anteriormente se evapore y convierta la tierra en una especie de sauna inaguantable.
Los viajeros se miran y ven que sus frentes están más rojas como un tomate. De todas formas ya se va notando la hora de comer, por lo que deciden aligerar sus pasos y acercarse cuanto antes a la villa medieval de Atienza con el fin de dar cuenta de algunos comistrajos con sus correspondientes cervezas previas bien frías.
Los viajeros dejan aquí su periplo, su aventura viajera, y piensan en algún suculento condumio. Después, tras un descanso reparador o una siestecilla de media hora, seguirán -carretera y manta-. Pero de eso ya se hablará.