Carta a mi amigo Saturnino

Pseudónimo: Quillo

Autor: Pedro Barrena Adeva

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Amigo Saturnino,

Tenías solo un año más que yo, pero desde niño controlabas absolutamente todos los pájaros de la zona, sabías donde anidaba cada especie, dónde y qué comían, dónde dormían, sus costumbres, y aunque siempre respetabas nidos, huevos y polluelos, nuestra actividad consistía una vez que salíamos de la escuela, en poner ballestas y cazar los que podíamos mediante los tiradores que confeccionaste con unas horquillas de madera, unas tiras de goma perteneciente a una cámara vieja de bicicleta y unos trozos de cuero. Y como todo tiene su lado práctico, éste era a cargo de tu abuela Marina, que siempre tenía una buena orza de barro llena de pajaritos escabechados con los que agasajaba a todos los visitantes, acompañándolos con un buen trago de la bota que siempre estaba colgada en la zona más fresca de la casa.

Pasaron los años y la vida nos cambió por completo: yo marché con mi familia hacia Bilbao, pues a mi padre le salió un trabajo bien remunerado en una fundición; y tú te quedaste en La Bodera, ya que tus padres tenían bastantes tierras, también un colosal rebaño de ovejas, así como otros animales, y aunque os tocaba trabajar mucho, podíais vivir desahogadamente.

A pesar de la distancia, durante nuestras vacaciones, puentes y demás fechas señaladas (sobre todo en verano), nos reuníamos en el pueblo, pues manteníamos perfectamente cuidada nuestra casa de La Bodera.

Aún recuerdo los viajes que hacíamos en bicicleta para asistir a las fiestas de los pueblos colindantes, y ya más adelante en tu Seat 600, que compraste de segunda mano (pero en este caso ya sin dar pedales). Lo pasábamos fenomenal, recuerdo aquella vez que ligamos a dos hermanas y que los mozos del pueblo nos querían hacer pagar el “Pijardo” o al pilón, menos mal que se conformaron con unas rondas de botellines de cerveza.

También recuerdo cuando empezaste a salir con Rosario en plan formal, lo serio y arregladito que te ponías, tal vez para convencer a sus padres, que se oponían a vuestro noviazgo alegando que Rosario era muy joven. Pero la conseguiste, y dos buenos hijos te dio, uno ya con Derecho terminado y trabajando en un conocido bufet de Madrid, y el otro que no quiso estudiar ahí está de empresario, dueño de un almacén de materiales de construcción, el mejor de la zona y que marcha viento en popa.

Mi vida también cambió, me coloqué en la misma empresa de mi padre en las oficinas y llegué a jefe de contabilidad, me casé con una chica de Baracaldo, Ainhoa, y tuvimos una niña, Leire (que por cierto, en uno de los tantos viajes que hacíamos al pueblo, conoció a un chico de Jadraque, y ahí andan acaramelados…).

Siguieron pasando los años y nuestra amistad a pesar de la distancia y de los cambios de vida seguía como los primeros días cuando éramos chavales. Tu vida seguía muy parecida, con la diferencia que tus trabajos agrícolas ya los tenías mecanizados y los rebaños de ovejas se habían multiplicado, tenías cuatro empleados y habías montado una pequeña fábrica de queso artesano. El único ‘pero’ cuando nos veíamos consistía en que ya no podíamos meternos esas comilonas como antaño, ni bebernos 30 botellines seguidos.

Además la edad no respetaba, cogimos peso y nuestra agilidad no era como cuando nos subíamos al árbol para ver si ya había sacado los polluelos la pájara de turno.

Se me han amontonado todos los recuerdos en mi cabeza camino del cementerio, después de salir de la iglesia donde te han hecho una misa de corpore insepulto. En la comitiva iban primero los dos monaguillos que portaban un enorme crucifijo y un estandarte religioso con la virgen patrona de La Bodera, a continuación el féretro con tus restos a hombros de tus dos hijos y otros dos mozos del pueblo, seguidos en primera línea del Señor Cura y la desconsolada Rosario, y ya por detrás otros familiares y un sinfín de amigos y vecinos del pueblo. Durante todo el trayecto desde la iglesia hasta el cementerio ha pasado por mi cerebro todo lo que había tenido en común contigo, buen amigo Saturnino, desde la infancia pasando por todos los ciclos de la vida hasta llegar a ancianos.

Cuando estaban bajando la caja al foso de la sepultura, no me he podido aguantar más y he roto a llorar desconsoladamente, despidiéndome mentalmente de mi amigo de toda la vida… sabiendo además que ya no iría a La Bodera con la frecuencia que lo hacía anteriormente, al no tener el aliciente de cambiar impresiones y charlar contigo, Saturnino.

DESCANSA EN PAZ, mi buen amigo.