Chera también tiene su castro

Siempre que se menciona la historia de Guadalajara, evocamos la época mendocina. Sin duda, se trató de un periodo de gran esplendor renacentista. Una magnífica muestra de ello es el Palacio del Infantado, que –aún hoy– deleita a propios y extraños. No en vano, es uno de los grandes ejemplos del gótico civil isabelino que existen en España y, por tanto, en el mundo.

Sin embargo, la historia guadalajareña es mucho más rica. Y para comprobarlo, sólo hay que pasear por las localidades medievales que existen en la provincia o conocer los vestigios clásicos que –todavía hoy– permanecen en pie. E, incluso, se observan rastros de otras épocas más antiguas que han llegado hasta la actualidad. Es el caso de los castros, que son de gran importancia en Guadalajara.

“Los pueblos celtibéricos habitaron los territorios que se extendían entre el sur del valle del Ebro y la cabecera del Duero, siendo las parameras molinesas y seguntinas una de las zonas centrales de los mismos”, señala la investigadora y profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), María Luisa Cerdeño. “Fue una sociedad rural, con una economía adscrita al primer sector, pero que alcanzó un alto nivel de desarrollo –entre otras razones– por su precoz conocimiento de la metalurgia del hierro, que le permitió fabricar eficaces armas”.

El caso más conocido de este tipo de asentamientos se encuentra en Herrería, en el Señorío de Molina. Nos referimos a «El Ceremeño», un yacimiento que ha sido investigado –entre otros– por la propia Cerdeño. Empero, la presencia de castros en el territorio caracense es mucho más rica. Existen otros ejemplos, como el de «Los Rodiles», en Cubillejo de la Sierra; «La Cava», en Luzón; «Castilviejo de Guijosa», en Sigüenza; el de «Hocincavero» –también conocido como «Los Castillejos»–, en Anguita; el de «Castil de Griegos», en Checa; o el de «Peña Moñuz», ubicado en las cercanías de Olmeda de Cobeta.

Sin embargo, uno de los enclaves más desconocidos de Guadalajara se emplaza en Chera, una Entidad de Ámbito Territorial Inferior al Municipio (EATIM) de Prados Redondos, en pleno Señorío de Molina. Allí se encuentra «La Coronilla», que se sitúa “en un cerro testigo de cumbre amesetada, que se eleva unos 30 metros sobre el terreno circundante”, explicaba el investigador Jesús Valiente Malla, en su libro «Guía de la arqueología en Guadalajara».

El promontorio es accesible por su vertiente norte, cuya pendiente aparece suavizada por una rampa curvilínea, que termina en el espolón noroeste. Justo en ese punto “es probable que se situara la entrada principal al antiguo recinto”, confirman los arqueólogos. En el enclave se distinguen dos fases. De la primera –la más antigua– se han conservado vestigios de los hogares, que se alineaban en el límite septentrional de la cima y su existencia debió finalizar con un proceso de abandono, según indican las últimas investigaciones realizadas.

Pero años más tarde, el lugar volvió a estar habitado. “Se terraplenaron sus ruinas y se aprovechó el muro exterior para sobreelevar el nivel del terreno mediante un aterrazamiento”, confirmaba Jesús Valiente Malla. “Las nuevas casas seguían la misma disposición de las antiguas y, en algunos puntos, aprovecharon sus muros a modo de cimientos”. Sin embargo, ¿cómo eran estas alternativas habitacionales? “Las viviendas de «La Coronilla» eran –en general– del tipo más sencillo, sin compartimentos internos y de planta casi cuadrada. Estaban también adosadas a un muro trasero corrido que hacía las veces de defensa del conjunto, aunque no tenía la entidad de una verdadera muralla”.

Una peculiaridad del castro de Chera –durante toda su vida– fue la abundancia de silos dentro de su perímetro, que se excavaron tanto en el interior como en el exterior de las casas. “Eran hoyos de un metro de diámetro y algo más de profundidad”, se subrayaba en la obra «Guía de la arqueología en Guadalajara». “El escritor latino Plinio contaba que los celtíberos los utilizaban para conservar los cereales”. Por tanto, este dato puede indicar que los habitantes de «La Coronilla» se dedicaban –preferentemente– a labores agrícolas.

En consecuencia, el legado histórico y patrimonial de Guadalajara va más allá del poderío de los Mendoza. Incluso, transciende a los conjuntos monumentales, conocidos por su magnificencia. Atienza, Sigüenza o Brihuega se constituyen como destinos a tener en cuenta. No obstante, la riqueza y variedad de la provincia van más allá. Y para comprobarlo, sólo hay que observar la gran cantidad de yacimientos arqueológicos que existen en el territorio arriacense. ¡No te los pierdas!

Bibliografía
CERDEÑO, María Luisa. «“El Ceremeño” entra en el Museo Arqueológico Nacional como asentamiento representativo de la Hispania Céltica», Boletín de Noticias Científicas y Culturales, 32 (2014), pp.: 5–7.
CERDEÑO, María Luisa. «El uso de las evidencias materiales en la investigación de la cultura celtibérica: la zona arqueológica de “El Ceremeño” (Guadalajara, España)», Trabajos de Prehistoria, 65, 1 (2008), pp.: 93-114.
VALIENTE MALLA, Jesús. «Guía de la arqueología en Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1997.