El alcázar arriacense, «sede Real»…

Alcázar de Guadalajara
Alcázar de Guadalajara

Durante varios siglos, las Cortes de Castilla fueron itinerantes. Cada lugar de celebración era diferente. Hasta que en 1561 se estableció –por primera vez– la capitalidad fija en Madrid, muchas ciudades acogieron la representación estamental de la Corona castellana. Un ejemplo fue Guadalajara, que recibió –en dos ocasiones– los mencionados encuentros.

El primero fue en 1390 –con Juan I como monarca (1379–1390)–, mientras que el segundo aconteció en 1408. En aquel momento la figura reinante era Juan II (diciembre de 1406– julio de 1454), nieto del anterior. En ambos casos, el centro neurálgico de los fastos fue el Alcázar arriacense.

Cortes castellanas
Cortes castellanas

A modo de ejemplo, las Cortes de 1390 significaron que “todos los notables del reino tenían la obligación de llegar a la localidad, así como los procuradores y altos dignatarios de la iglesia, lo que suponía convertir a Guadalajara en el centro político del momento”, se explica en el trabajo «Excavaciones arqueológicas en el Alcázar de Guadalajara». “Durante estas reuniones hubo en la villa gran animación debido a la visita de los mencionados representantes y a los festejos con los que la familia real obsequió a los vecinos de la población”.

Territorios y ciudades con representación en las cortes castellanas
Territorios y ciudades con representación en las cortes castellanas

En cambio, las Cortes de 1408 fueron mucho más conflictivas. A lo largo de varios meses, “hubo sesiones en el Alcázar arriacense, pero a diferencia de las celebradas 18 años antes, éstas fueron muy convulsas y problemáticas, por lo que el complejo en el que se desarrollaron tuvo que ser guarnecido en previsión de revueltas, debido a las malas relaciones de los convocantes con algunos cortesanos”, aseguran los historiadores.

Pero la vinculación de la fortaleza guadalajareña con la Corona no quedó aquí. También fue la vivienda habitual de varios miembros de la familia real, como los reyes Fernando III, Sancho IV, Alfonso X, Alfonso XI o Berenguela. E, incluso, la Infanta Isabel –primogénita de Sancho IV– la tomó como “su residencia habitual durante 15 años, desde 1296 hasta 1311”, indica el investigador Julio Navarro. De hecho, durante su estancia, Isabel impulsó una gran labor constructiva en la población. “Se la ha atribuido la reconstrucción de los conventos femeninos de San Bernardo y de Santa Clara la Real. Asimismo, fundó los masculinos de franciscanos y mercedarios, y erigió el puente del Alamín frente a la puerta del Postigo”, relatan los especialistas.

Plano del Alcázar de Guadalajara
Plano del Alcázar de Guadalajara

Pero, ¿dónde se ubicaba este «castillo» que acogió a tan insignes moradores? “Los vestigios del Alcázar Real se encuentran en las inmediaciones del Palacio del Infantado, frente a la iglesia del desaparecido convento de monjas jerónimas de Nuestra Señora de los Remedios [hoy facultad de Educación de la Universidad de Alcalá]”. No en vano, “su ubicación siempre estuvo condicionada por el camino de Madrid y el barraco del Alamín. Su adaptación al borde del cauce de este último es la clave que explica su planta trapecial”.

En este sentido, durante la época medieval, muchos núcleos urbanos se proporcionaron de sistemas de defensa. Entre ellos, perímetros amurallados, alcazabas musulmanas y alcázares cristianos. Así, “los representantes del poder político y militar se protegían, tanto de los posibles enemigos externos como los internos, pues –en el último caso– entendían que la propia ciudad, en ciertas ocasiones, podía sublevarse y ser tan beligerante como cualquier otro agresor”, explica el investigador Julio Navarro.

Alcázar de Guadalajara
Alcázar de Guadalajara

“Esta experiencia secular condicionó siempre la ubicación de dichos complejos, para la que buscaron emplazamientos de fácil defensa, evitando en la elección que la ciudad los rodeara completamente y les impidiera disponer de una salida directamente al campo”. Unas circunstancias que se pueden observar en el caso alcarreño, ya que la parte que miraba hacia el Alamín permitía acceder directamente a la campiña del Henares, ubicada al otro lado del barranco…

Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara
Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara

Un complejo palaciego
En este sentido, ¿cuál fue el origen del alcázar de la capital? No hay duda que se enraíza en el periodo musulmán. “Su historia se remonta a la época emiral, cuando Guadalajara –denominada en las fuentes árabes como «Madinat al–Faray» y «Wadi–l–hiyara»– formaba parte de la «Marca Media»”, describe Navarro. Una opinión que es compartida por el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado. “Sabemos que el interior fue diseñado conforme a los cánones de la arquitectura islámica, con patios y fuentes, además de galerías, salones de representación, etc.”.

Sin embargo, la historia del monumento continuó durante los siglos posteriores. “Tras la conquista de la ciudad en 1085, pasó a ser propiedad de la Corona castellana, manteniendo –como en la época precedente– sus funciones de centro militar y sede del gobernador, delegado por el poder señorial, cuando no de la propia familia real”, confirma Julio Navarro.

De hecho, tuvo un importante uso durante este periodo, manteniendo el grueso de su estructura, que era “sustancialmente la misma que la anterior, limitándose lo construido –a lo largo de esta fase– a una ampliación hacia el norte del edificio preexistente”. Pero, ¿se sabe cómo llegó a ser la mencionada construcción? “Los 17.000 metros cuadrados que ocupa están repartidos en dos grandes recintos. El primero, el «alcázar–castillo» propiamente dicho. Y otro espacio exterior en forma de «L» que se integró en el edificio a mediados del siglo XIX, cuando sobre él se construyó el cuartel de san Carlos”, señalan Miguel Ángel Cuadrado, María Luz Crespo y Jesús Alberto Arenas.

Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara
Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara

En cuanto a la estructura inicial, la de fortaleza, “estaba organizada en torno a un eje principal que, orientado de Sur a Norte, articulaba ciertos espacios públicos, como la puerta monumental en recodo del frente meridional y el patio de crucero, para culminar en el salón del trono que hay en el interior de la torre central del frente norte”, describen los arqueólogos. “El gran patio de crucero con andenes estaba circundado por un pórtico que –al menos en los lados mayores– reposaría en pilares hexagonales”. Y, como colofón, en el lugar central del mismo se situaba una alberca…

“En las crujías situadas tras los pórticos oriental y occidental se emplazaban tanto los espacios domésticos más privados –aislados de la zona pública central y emplazados de forma periférica–, como también algunas salas abiertas al patio que formaban parte del área oficial”. A pesar de esta magnificencia, a día de hoy sólo se distinguen los cuatro lienzos de la muralla y las torres que conformaron el monumento. “Los restos que nos han llegado están devolviendo la idea de que el castillo de Guadalajara fue un edificio relevante, realizado con lujo, como correspondía a un alcázar real, residencia de reyes e infantes”, confirman Cuadrado, Crespo y Arenas.

Alcázar de Guadalajara
Alcázar de Guadalajara

A pesar de la situación de ruina, aún pueden observar algunos de sus vestigios, como el torreón oriental, esquinero, que mira hacia el barranco del Alamín. “Los restos que aún están en pie pertenecen a la parte inferior de una obra maciza de tapial, que llega a superar los 14 metros de alzado. Gracias a las trazas de dos antiguas ventanas que se conservan en la parte más alta de la estructura, sabemos que dispuso de un cuerpo del que apenas existen restos”, asegura Navarro.

En el lado opuesto de esta fachada del complejo se alzaba otra atalaya, la occidental, que acogió un acceso abierto al exterior mediante una fachada monumental, cuyo “arco de ladrillo con impostas de piedra es muy similar a los conservados en la concatedral de Santa María de Guadalajara”.

En cambio, el torreón central es mucho más bajo, aunque “su mayor anchura –alcanza los 13,80 metros de lado– se explica por acoger en su interior la «qubba» o aula regia del palacio”, explican los especialistas. “Esta singular dependencia fue clave a la hora de entender la historia de la edificación, pues la ampliación del primitivo palacio se hizo para dotarlo de un espacio protocolario imprescindible en este tipo de construcciones castellanas del siglo XIV”, asegura Navarro. “Fue Alfonso XI el que, muy probablemente, promovió esta obra, con el fin de que la vieja fortaleza pudiera expresar los nuevos ideales de la monarquía que él encarnaba”.

Alcázar de Guadalajara
Alcázar de Guadalajara

Además, precediendo a la «qubba» se encontraba el salón principal, que tomó la forma oblonga de este tipo de dependencias en el marco de la tradición arábica. “La adopción del modelo andalusí por parte de la arquitectura cristiana exigió su adaptación, con el fin de atender unas necesidades protocolarias diferentes a las islámicas. La aclimatación más notable afectó a su tamaño, que creció hasta alcanzar unas dimensiones nunca vistas en lo nazarí”, indican los arqueólogos.

De hecho, en el alcázar de Guadalajara también hubo una galería porticada, un patio de crucero o una crujía oriental. Ésta última “es la zona mejor conservada del complejo, no solamente porque su muralla ha sido la única que no fue expoliada para extraerle los mampuestos de sus forros, sino porque sólo aquí se construyó una infraestructura abovedada, destinada a sostener el salón oriental, manteniéndolo a la misma altura que los otros”, indica Julio Navarro.

Asimismo, se ha de mencionar el antiguo «Patio de las letrinas», situado en el ángulo noroccidental del palacio. “Tiene un especial interés para conocer la organización interna del monumento. Su forma irregular se debe al condicionamiento que ejerce en la nueva obra la orientación de la fachada oriental del viejo alcázar”, aseguran los arqueólogos. “Su función principal era la de dotar de luz y ventilación a aquellas dependencias que no se abrían al patio central”.

El tiempo no perdona

Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara
Interior alcázar Guadalajara. Fotos Ayuntamiento de Guadalajara

Pero los años fueron pasando y el complejo no mantuvo el brillo de sus mejores épocas. Sobre todo, tras la edificación de nuevos lugares residenciales en la ciudad, como el Palacio del Infantado. “La existencia de este nuevo emplazamiento debió de ocasionar –finalmente– el inicio de la decadencia del alcázar medieval, que a partir de entonces sirvió de almacén y cantera para los distintos proyectos edificatorios de los Mendoza”, aseguran los historiadores.

Con el paso de los años, el proceso de declive se acentuó. “Tras un esplendoroso periodo como palacio real durante los siglos XIV y XV, conoció una larga etapa de abandono que finalizó en 1778, momento en el que, en su interior, se construyó la ampliación de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara”, describe Julio Navarro. Más adelante, cuando se produjo la quiebra de la referida manufactura borbónica, “se alojaron allí los cuarteles de San Carlos y Santa Isabel (1840–1860), para –a partir de 1860– permanecer sólo el de San Carlos (1860–1936)”. Además, en 1898 también se instaló en el inmueble –compartiendo el espacio– el Colegio de Huérfanos del Ejército de Tierra…

Un uso que se mantuvo hasta 1936, momento en el que el lugar quedó en el estado que se observa actualmente. “Durante la Guerra Civil española fue bombardeado e incendiado, quedando al descubierto las enmascaradas murallas de la fortaleza medieval, estado en el que permanecerá hasta el día de hoy”, asegura Julio Navarro.

– En este sentido, ¿cómo calificaría el estado de conservación actual del monumento?

– De vergüenza, porque a pesar de los años transcurridos desde su destrucción durante la mencionada contienda bélica, y que, además, los sucesivos ayuntamientos han venido planeado partidas para su recuperación, estudio y restauración, no se ha avanzado prácticamente nada en su mantenimiento –describe el cronista provincial, Antonio Herrera Casado–. Lo primero que ha de hacerse es excavar y estudiar sus fundamentos. Una vez realizado esto, se deberían recuperar ambientes y elementos del complejo.

Sin duda, nos encontramos ante unos vestigios muy reducidos, si se tiene en cuenta la relevancia que llegó a presentar el lugar. Esta ruina que se confirmó durante la Guerra Civil, aunque las afecciones sobre el monumento comenzaron mucho antes. “El interior del alcázar fue arrasado completamente para construir la Real Fábrica de Paños, por lo que ninguno de los alzados de los muros del palacio se ha conservado, excepto los perimetrales”, indica Julio Navarro.

Por ello, los poderes públicos han de asegurar una política de conservación y difusión de los valores históricos y patrimoniales del mencionado complejo. Al fin y al cabo, el alcázar arriacense no sólo habla del devenir de Guadalajara. También del de la Península Ibérica, al acoger –en su seno– diferentes tradiciones constructivas, como la árabe y la castellana. Por ello, es importante que se conserve en buen estado y que sea conocido por la ciudadanía, ya que como dijo el poeta escocés Robert Burns:

«La historia es cuestión de supervivencia. Si no tuviéramos pasado, estaríamos desprovistos de la impresión que define a nuestro ser»

Bibliografía:
CUADRADO PRIETO, Miguel Ángel, CRESPO CANO, María Luz, y ARENAS ESTEBAN, Jesús Alberto. «Primer avance de la excavación arqueológica en el Alcázar de Guadalajara». En VV.AA. (coord.). Libro de actas del VI Encuentro de historiadores del «Valle del Henares». Alcalá de Henares, 1998.
NAVARRO PALAZÓN, Julio. «El Alcázar Real de Guadalajara. Un nuevo capítulo de la arquitectura bajomedieval española», Arqueología de Castilla-La Mancha. I Jornadas, Cuenca (2007).
NAVARRO PALAZÓN, Julio. «Excavaciones arqueológicas en el Alcázar de Guadalajara». Madrid: CSIC, 2005.
VV.AA. «Alcázar de Guadalajara. Una historia por descubrir». Guadalajara: Ayuntamiento de Guadalajara, 2007.