Se trata de una de las celebraciones más antiguas de Guadalajara y de Castilla–La Mancha. Y una de las más elevadas. Tiene lugar a 1.852 metros de altitud. ¡Casi nada! Nos referimos a la romería en honor al Santo Alto Rey de la Majestad y a Nuestra Señora de los Ángeles, que se desarrolla –anualmente– el primer sábado de septiembre, en la cima más prominente de la sierra homónima. Una cordillera que, a su vez, se encuentra emplazada en la comarca más septentrional de la provincia (y de la región).
Allí, se dan cita los vecinos y visitantes de siete localidades cercanas. Más concretamente, de Albendiego, Prádena de Atienza, Gascueña de Bornova, Bustares, Las Navas de Jadraque, Aldeanueva de Atienza y El Ordial. Todos ellos disfrutan de multitud de actos culturales, religiosos, musicales y lúdicos, acompañados de unas vistas sin igual. Los días claros se pueden divisar las chimeneas de la central nuclear de Trillo, o las torres que se levantaron en el solar de la ciudad deportiva del Real Madrid. ¡Un lujo!
Este año, el primer sábado de septiembre –fecha de celebración de la romería– cae el 6 de septiembre. Una jornada que dará comienzo –festivamente hablando– a mediodía, con la procesión de las cruces y de los pendones parroquiales de las siete localidades implicadas. El trayecto de la comitiva cubrirá el camino entre la antigua base militar existente en la sierra y la explanada donde se realizará la misa de campaña. Previamente, muchos de los romeros han ascendido andando hasta la cumbre desde sus respectivos pueblos. Deben ponerse en marcha a primera hora de la mañana, para evitar los rigores propios de los últimos días del verano.
Seguidamente, se han previsto los oficios píos en honor al Santo Alto Rey de la Majestad y a Nuestra Señora de los Ángeles, titulares de la romería. Tras la celebración eucarística, se procederá a la ascensión de las imágenes hasta la ermita, domiciliada en el punto más elevado de la sierra, a 1.852 metros. En la puerta del oratorio se han programado las tradicionales subastas de banzos y productos típicos. En las mismas, los asistentes pujan con esmero para introducir las tallas en el templo…
Una vez que los santos se encuentran a resguardo, llega dos de los momentos más esperados de la jornada. En primer lugar, el vermú. Y, a continuación, la «comida popular serrana», un ágape en el que los participantes se colocan, junto con sus vecinos, en la vertiente de la sierra que mira hacia su pueblo. Cada uno de los presentes suele aportar viandas y bebidas propias de su municipio, por lo que se disfruta de la gastronomía tradicional de la serranía arriacense…
Tras un par de horas de regocijo, el programa oficial continúa su caminar con diversas actuaciones musicales. Tras la conclusión de los compases, los romeros comenzarán el descenso hacia sus respectivas localidades. Un retorno que algunos realizarán andando, pero otros lo harán en automóvil, gracias a la pista asfaltada que –antiguamente– conectaba con la base militar existente en la zona, en funcionamiento hasta finales del siglo XX.
Una fiesta centenaria
Esta celebración se halla organizada por la Cofradía del Santo Alto Rey de la Majestad y de Nuestra Señora de los Ángeles, en cuya labor recibe la colaboración de los ayuntamientos de las siete localidades implicadas y de la Diputación de Guadalajara. La tradición, además, posee una gran historia a sus espaldas. Se celebra desde –al menos– el siglo XVI. Las primeras noticias de esta festividad proceden de 1580, cuando apareció en la «Relación Topográfica de Bustares». En la misma se indicaba que «a media legua del lugar del pueblo está, en lo alto de la sierra, una casa y ermita que se llama del Señor Rey de la Majestad, la cual es de grandísima devoción y donde, por esta causa, acude gente de muchas partes».
Inicialmente, la fiesta era hecha por cada localidad de manera individual. Así, en Albendiego se ascendía el 9 de mayo y el 12 de septiembre; en Aldeanueva de Atienza y en El Ordial, el día siguiente de la Pascua de Pentecostés; en Bustares y Las Navas de Jadraque, el 13 de junio; en Gascueña de Bornova, el domingo de la Santísima Trinidad, durante la primavera; y en Prádena de Atienza, el Domingo de Pentecostés.
Empero, “la caída de un rayo en la década de 1940 en medio de la reunión festiva de Albendiego, que supuso la muerte de un hombre y una mujer, hizo que se unificara la subida al monte por parte de todos los pueblos”, explican Antonio Herrera Casado, Ángel Luis Toledano y Luis Antonio González, en «La Romería del Santo Alto Rey». Primero, se optó por el 12 de septiembre, luego por el primer domingo del mismo mes y, finalmente, por el primer sábado de dicha mensualidad. De esta forma, se buscó adaptar la tradición a las exigencias sociales, fruto de la despoblación y de los nuevos hábitos laborales de los participantes. Esta unificación festiva se mantiene en la actualidad y permite la asistencia de centenares de personas.
La importancia de los monumentos
Por tanto, nos encontramos ante una cita con siglos de trayectoria a sus espaldas. Sin embargo, la ermita en torno a la cual se desarrolla la propuesta no se queda a la zaga. Se alza como un oratorio “cuyos orígenes parecen ser precristianos. Incluso, los accidentes orográficos [en los que se asienta] dan la impresión de conjurarse para favorecer la práctica de ritos, sacrificios o cultos”, subraya Antonio Romero, en «La sierra del Alto Rey y su ermita». “Poco o nada sabemos de la construcción original del complejo. De lo que sí tenemos noticias es de algunas restauraciones y obras que –a lo largo del tiempo– se han ido sucediendo”.
De hecho, “hemos de apuntar que por lo riguroso del clima y, quizá, por la falta de sensibilidad en ciertas épocas, el edificio ha ido sufriendo numerosos deterioros e innumerables vicisitudes”, explica Romero. Una trayectoria que ha desembocado en la construcción actual, datada a finales del siglo XVIII. Como curiosidad, su altar coincide con el punto más elevado de la cordillera. Una circunstancia que ha acabado afectando a la orientación de todo el templo…
“En vez de tener la cabecera en la parte oriental, la posee en la septentrional, dado que el eje de su única nave, que está cubierta con bóveda de cañón, se dispone de Norte a Sur y no de Este a Oeste, como acontece en la práctica totalidad de los santuarios cristianos”, asegura Ángel Almazán de Gracia, en «Guía Templaria de Guadalajara». “La ermita, tal y como la vemos hoy, es una construcción sencilla pero muy recia, de mampostería con algunos sillares esquineros”, indica Antonio Herrera Casado, en «Monasterios Medievales de Guadalajara».
El interior también es digno de una visita. “La planta es de nave única, alargada. Tiene su ingreso al poniente. En los muros del interior se encuentran tallados dos emblemas. Uno es un jarrón con azucenas, que es el símbolo catedralicio de Sigüenza. Otro es un bloque de figuras de la Pasión de Cristo, destacando la cruz, los clavos, la escalera, el jarro, las tenazas, el martillo y la columna con los azotes”, añade Antonio Herrera Casado. Sin embargo, el simbolismo no termina aquí. También se distinguen marcas de cantería, así como ciertos bajorrelieves.
Por tanto, el caminante se topa con una construcción singular. Y aunque su aspecto actual tiene poco más de 200 años, su historia es mucho más antigua. El complejo aparece en referencias documentales del siglo XVI. En las mismas se afirmaba que «a dos leguas de este lugar [por Hiendelaencina] hay en una sierra alta, una ermita en la Casa del Santo Alto Rey de la Majestad, en la cual se suceden milagros y una grandísima devoción”.
Asimismo, existe una tradición muy extendida en la que se asegura que –en este lugar– existió un asentamiento templario. Pero, ¿qué hay de realidad en la referida aseveración? No se ha encontrado ningún documento que respalde esta teoría. Al menos, en la Diócesis de Sigüenza–Guadalajara. De igual forma, se ha de tener en cuenta que “uno de los fines del Temple era proteger al peregrino frente a su vecino musulmán”, explica Antonio Romero. Por ello, los «monjes guerreros», “¿se habrían afincado en un lugar tan inhóspito como la sierra del Alto Rey, fuera de cualquier ruta? No es lógico”.
De igual forma, “tampoco está probada la teoría de que los sucesores de los templarios –los caballeros hospitalarios de la Orden de San Juan– fueran los responsables de la ermita. No existen documentos que confirmen esta suposición”, añaden Antonio Herrera Casado, Ángel Luis Toledano y Luis Antonio González. En cambio, la posible filiación agustina del emplazamiento “está suficientemente documentada”. “La referida Comunidad religiosa tenía dos casas, una en Albendiego y otra en lo más elevado de la sierra, en la parte norte, muy cerca de la ermita, en la cumbre de la montaña. Este oratorio se encontraba dedicado al Santo Alto Rey de la Majestad”, añade Antonio Romero Luengo.
Lo que también parece seguro es que el santuario de la cumbre tuvo, a su alrededor, un pequeño monasterio, que pudo estar conformado por celdas individuales y una sala capitular común. De estas últimas dependencias apenas quedan huellas, aunque hace algunos años se encontraron restos al instalarse un repetidor de televisión en las cercanías. “Eran simples muros adosados entre sí y a la vertiente rocosa del pico que mira hacia el sur”, narran Antonio Herrera Casado, Ángel Luis Toledano y Luis Antonio González.
En todo caso, lo que también es cierta es la antigüedad de los asentamientos humanos que se han sucedido en el enclave. “Es de suponer que en el mismo enclave donde hoy se halla el oratorio hubo, desde tiempo inmemorial, una construcción sacra”, asegura Ángel Almazán. Incluso, este investigador va más allá. “Es posible que la primera de las edificaciones fuese un menhir o dolmen. El carácter sagrado de esta montaña es, por tanto, varias veces milenario”. Una opinión que es compartida por otros especialistas, como Juan Ignacio Cuesta, quien asegura que –en este punto– los celtas ya adoraban al dios Lug.
Por tanto, la sierra del Alto Rey combina –a la perfección– historia, arte y celebraciones populares, como la romería que tendrá lugar el próximo sábado, 6 de septiembre. Todo ello, en un marco natural incomparable, en pleno parque natural de la Sierra Norte. Y a tan sólo unos pocos kilómetros de enclaves idílicos como el valle del Pelagallinas, donde los más valientes podrán darse un chapuzón. Por tanto, el lugar se alza como una alternativa turística de primera orden. ¡No te lo puedes perder!
Una sierra emblemática del Sistema Central![]() Pero, de una manera más concreta, ¿en qué lugar se ubica el mencionado accidente geográfico? “Está acotada al Norte por la depresión periférica triásica de los Condemios –de Arriba y de Abajo–; al Sur, por el antiforme cámbrico de Hiendelaencina, que limita con el surco ortoclinal de Alcorlo y la cuesta cretácica de Los Lobos; al oeste, por la sierra de los Mojones o de La Huerce; y al Este, por los cerros de Robledo”, añadía García de la Vega. En dicho espacio se pueden distinguir diversas formaciones geológicas. “En el Alto Rey existen modelajes y depósitos pertenecientes a distintos fenómenos periglaciares, heredados y actuales. Los primeros, por ejemplo, recubren las vertientes de la cordillera. En época actual, los fenómenos son puntuales y de escasa entidad”. No obstante, se siguen produciendo gracias a determinados condicionamientos, como la disposición estructural de la sierra, su altitud y las condiciones climatológicas que sufre, con nevadas invernales y algarazos en otoño y primavera. |
Un lugar legendario![]() Asimismo, otra tradición cuenta que bajo la ermita existe una cueva de cuyo techo manaba aceite, empleado para alimentar las lámparas existentes en el oratorio. Dicho combustible era recogido por los monjes, que eran las únicas personas que poseían la competencia para hacerlo. Sin embargo, un pastor decidió –por su cuenta y riesgo– hacerse con este aceite para su uso particular. Y, desde aquel momento, la gota pasó a convertirse en agua… En otra ocasión, los mencionados religiosos decidieron edificar un segundo santuario en un sitio más apacible –climatológicamente hablando–. El emplazamiento elegido fue la vertiente sur de la sierra, en el actual término de Bustares. Pero todo lo que se levantaba por el día, se caía por la noche. Al final, consiguieron finalizar el complejo y trasladar hasta él las imágenes de los santos. No obstante, a la jornada siguiente las tallas aparecieron –otra vez– en el pico de la montaña. Así, los religiosos regresaron a su morada original, ubicada en la cima más elevada. Unos monjes que, según cuenta la leyenda, también escondieron una serie de tesoros en el interior del Alto Rey, con el fin de protegerlos de posibles robos. Entre las riquezas ocultas se encontrarían un caldero o un becerro, ambos hechos de oro. Nadie los ha encontrado todavía, aunque muchos se han interesado por ellos… Como se ha podido comprobar, la mencionada sierra acoge una gran multitud de mitos en su seno, que hablan de la riqueza histórica y patrimonial de esta comarca arriacense. Una circunstancia que, como se acaba de ver, también ha fructificado en la conformación de relatos ancestrales, que han pasado a formar de la cosmogonía antropológica de la zona. En consecuencia, estamos ante una riqueza que no puede caer en el olvido. Si quiere saber más sobre el tema, puede consultar el libro «Guadalajara tierra de leyendas», en el siguiente enlace. |
Bibliografía ALMAZÁN DE GRACIA, Ángel. Guía templaria de Guadalajara, Guadalajara: AACHE, 2012. CUESTA, Juan Ignacio. Piedras Sagradas. Madrid: Ediciones Nowtilus, 2011. GARCÍA DE LA VEGA, Alfonso. «Estudio geomorfológico de la sierra del Alto Rey (sector oriental del Sistema Central, Guadalajara)», Ería: Revista cuatrimestral de geografía, 33 (1994), pp.: 5–24. HERRERA CASADO, Antonio, Monasterios medievales de Guadalajara, Guadalajara: AACHE, 1997. HERRERA CASADO, Antonio, TOLEDANO IBARRA, Ángel Luis, y GONZÁLEZ ESPLIEGO, Luis Antonio. La romería del Santo Alto Rey. Guadalajara: AACHE, 2019. MARTÍNEZ GARCÍA, Julio. Guadalajara, tierra de leyendas. Guadalajara: AACHE Ediciones, Océano Atlántico Editores, 2023. ROMERO LUENGO, Antonio. «La sierra del Alto Rey y su ermita». Cuadernos de etnología de Guadalajara, 35 (2003), pp.: 411–416. |