El «Marqués de Santillana», un renacentista arriacense

Guadalajara ha dado grandes nombres a la cultura. Creadores como el dramaturgo Antonio Buero Vallejo; el escultor José de Creft; el cineasta Miguel Picazo; o los escritores José Herrera «Petere» y Clara Sánchez han nacido en la ciudad –o, al menos, han tenido alguna vinculación con la misma–. Sin embargo, no han sido los únicos. Una de las plumas más relevantes de la literatura castellana pació por la provincia. Nos referimos a Íñigo López de Mendoza, más conocido como el «Marqués de Santillana», que –aunque nació el 19 de agosto de 1398 en Carrión de los Condes, Palencia–, desde muy pronto se relacionó con la capital caracense, siguiendo la estela de su aristocrático linaje, aquel que ostentaba el Ducado del Infantado.

Este personaje “es considerado como una de las figuras más relevantes de la historia de España”, confirma el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado. “Situado su denso vivir en la primera mitad del siglo XV, fue cima y luz de todos los aspectos del vivir hispánico en su época”. No en vano, se constituyó como “un político crucial, literato y poeta de primera fila, introductor del Renacimiento en la Península Ibérica, y protector de todas las artes y expresiones más elevadas del espíritu”. De hecho, “comenzó a sentar las bases para esa Guadalajara renacentista, que tuvo su máximo esplendor en los siglos XV y XVI, en los que la familia a la que pertenecía supo llenar nuestra ciudad de monumentos”.
Pero, al mismo tiempo, también se ocupó de cultivar el espíritu de nuestras gentes, rodeándose de poetas y artistas que encumbraron a la capital provincial hasta límites verdaderamente importantes”, añade José María Bris, especialista de este personaje. Fue autor de numerosas obras de gran calado en el ámbito literario hispánico, como las «Seranillas», que cuentan con “ese sabor «bucólico–medieval» que nos transporta a otros tiempos”.

Una sensibilidad cultural que fue estimulada desde la más tierna infancia del aristócrata, gracias a la educación que recibió por parte de su familia. “Todavía viviendo en Carrión, recibió las enseñanzas de sabios varones encargados de su cultivo intelectual, como Alonso de Salamanca, Pedro Sánchez del Castillo o Alonso Fernández de Sevilla”, asegura Herrera Casado. “De los enseñantes allegó el saber y el amor al conocimiento”.

Una vez fallecido su padre –Diego Hurtado de Mendoza– en 1404, el «Marqués de Santillana» se mudó a Guadalajara desde su localidad natal, para continuar educándose “en un ambiente juvenil y femenino”. En 1414, a los 16 años de edad, se casó con Catalina de Figueroa, lanzándose a las labores políticas y bélicas. “Siempre ejerció su señorío y preeminencias con celo y rectitud, derrocando cuantas mercedes podía entre sus vasallos”, confirma el cronista provincial.

Sin embargo, lo más interesante fue su vertiente cultural. “La Corte en la que participó fue un semillero de poetas, de escritores que llevaban en la mano el incipiente quehacer del Renacimiento mediterráneo”, aseguran sus biógrafos. “Todas las lenguas de Europa dieron en hablar de Don Íñigo. Multitud de creadores, tanto en su tiempo como en los posteriores, glosaron su actividad humanista”. “Estudió a los autores clásicos, y los apreció y valoró, trayendo a nuestro país traducciones y manuscritos”. Además, “si en su propia producción poética estimuló el ejercicio heroico, la conquista de la fama y la gloria duraderas, también fue piedra angular en la llegada a Castilla de la cultura latina”. No en vano, imitaba la poesía clásica de autores como Horacio en sus composiciones.

Incluso, constituyó una biblioteca privada en Guadalajara, que fue “comparable a las mejores de Europa”. De hecho, “mandó a gentes de su confianza que fueran a Italia a buscar, trascribir y traducir obras clásicas”, añade Herrera Casado. Entre sus colaboradores se encontraron el humanista –afincado en Florencia– Nuño de Guzmán, así como Díaz de Toledo, Antón de Montoro, Antón de Zorita, Juan de Salcedo o Alonso Gómez de Zamora. “En el «Marqués de Santillana» se fundieron diversas influencias, que –administradas bajo la pauta genial de su personalidad– convirtieron a su obra en el primer capítulo de la Edad de oro de las letras hispanas”. En ella, se distingue “la influencia italiana y clásica, la tradición moralizante de Castilla y el discurrir de la forma popular”.

No en vano, “el idioma adquiría en sus manos una inusitada perfección, y era notablemente enriquecido”, subraya el cronista provincial. Además, y aunque este creador tomaba muchas palabras del italiano, “aún no se ha llegado a estudiar a fondo la aportación que hizo en cuanto a neologismos y creación auténtica”. Por tanto, su ejercicio literario estuvo “perfectamente enmarcado en el Renacimiento hispano”. Trabajó diferentes géneros –como el ensayo–, pero fue en la poesía donde alcanzó “su más alta cota de inspiración”. En la misma, “se manifestó siempre «juicioso pensador y elegante poeta»”.

Además, este integrante del linaje de los Mendoza fue –también– un “entusiasta de las artes plásticas”. Hizo levantar templos, capillas, palacios y otros complejos semejantes. Y para muestra, el caso de la actual provincia arriacense, donde influyó en diversos conventos, como los de san Bernardo, San Francisco o Santa Clara –en la capital–, y Sopetrán, en las cercanías de Hita. En torno a este último, dejó una referencia expresa en su testamento: «Mando que el retablo del monumento de nuestro Señor que está sepultado sea dado al monasterio de Santa María de Sopetrán, para que los monjes lo pongan donde a ellos bien visto será».

Sin embargo, fue en nuestra ciudad –“atento a su preferencia de una vida urbana sobre la rural”–, donde puso sus casas mayores, fundó su “magnífica biblioteca” y residió su Corte, eminentemente humanista. Estaba compuesta por intelectuales y poetas, a los que hospedaba en su palacio y fungía de mecenas para que pudieran realizar su producción cultural y creativa. “Las tertulias eran continuas”, aseguran desde el Equipo Paraninfo.

Aprovechando este impulso, surgieron en la capital diversas corrientes y movimientos muy conocidos, entre los que se encontraron el erasmismo, el iluminismo, los alumbrados –preocupados por la consecución de una auténtica renovación espiritual– y algunos luteranos. En dicho contexto, se multiplicaron los edificios monumentales, reproduciéndose por doquier los complejos palaciegos, iglesias y conventos, de los que llegó a haber 17.

Un momento muy determinado
Pero, ¿cuál fue el contexto en el que se desarrolló el «Marqués de Santillana»? Este intelectual vivió durante la Baja Edad Media, cuando –en Castilla– gobernaban los Trastámara. En la época aludida, el reino “destacaba como el más poderosos de los territorios peninsulares e, incluso, de los europeos”, relata Herrera Casado. Mientras tanto, el territorio castellano “se fortalecía en sus instituciones, en su dinámica socioeconómica, en su influencia continental, y en la promesa en su salto oceánico que hará –a esta Corona– respetada, imitada y temida por todo el orbe”.

En el ámbito citado se emplazaba Guadalajara, cuyo alfoz fue constituido en territorio aforado desde 1133, año en el que Alfonso VII le concedió su «Carta mayor» de independencia jurídica. El referido enclave se convirtió en domicilio principal de los Mendoza desde el siglo XIII, llegando a vivir y mandar en sus calles –desde muy joven– el «Marqués de Santillana». Así, y aunque la urbe era de realengo –le otorgaron los Fueros regios en 1133 y en 1219– y su sistema político era “netamente comunero”, en el siglo XIV, la poderosa familia Mendoza recibió el pago de sus favores en pro del burgo. “Se entregó al Almirante Diego Hurtado el privilegio de que fuera él quien nombrase a los alcaldes, regidores y jurados. Una prerrogativa que –anualmente– le era confirmada al mayorazgo de la casa”, explica el cronista provincial caracense. Gracias a este derecho concedido a su padre, el «Marqués de Santillana» pudo decidir quiénes eran “las personas que gobernaban la ciudad, a pesar de ser un vecino más, sin título señorial ninguno sobre Guadalajara”, añade Herrera Casado. “El poder que ejerció el mencionado aristócrata sobre la actual capital fue real y efectivo”.

Por tanto, Íñigo López de Mendoza, más conocido como «Marqués de Santillana», tuvo un gran poder influencia en la Guadalajara de la Baja Edad Media. Una relevancia que se dejó notar en la ideología del momento, así como en algunos elementos patrimoniales y culturales de la capital. Una huella que estuvo fuertemente marcada por las nuevas tenencias renacentistas, traídas desde Italia. En consecuencia, el mencionado personaje bien merece ser ensalzado y su legado arriacense, conocido y difundido. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
BRIS GALLEGO, José María. “Prólogo”. En HERRERA CASADO, Antonio. El «Marqués de Santillana», marco y ruta y significados vitales. Guadalajara: Ayuntamiento de Guadalajara, 1998.
EQUIPO PARANINFO. Guadalajara, ciudad abierta. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2005.
HERRERA CASADO, Antonio. Arte y Humanismo en Guadalajara. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2013.
HERRERA CASADO, Antonio. Guadalajara, una ciudad que despierta. Guadalajara: AACHE Ediciones, 1991.
HERRERA CASADO, Antonio. El «Marqués de Santillana», marco y ruta y significados vitales. Guadalajara: Ayuntamiento de Guadalajara, 1998.