El exilio republicano también pasó por Molina

Manuel Tagüeña
Manuel Tagüeña

Las guerras sólo tienen consecuencias negativas. Enfrentan a vecinos, familiares y amigos. Basta con hacer un recorrido por la historia para comprobarlo. Y no hay que irse muy lejos. España es un buen ejemplo. En nuestro país se han sucedido multitud de contiendas que han enemistado a la población. La última –y, quizá, la más grave– tuvo lugar hace apenas 80 años. Comenzó en julio de 1936, cuando una parte del ejército se sublevó contra el gobierno democrático de la Segunda República.

Así se inició uno de los periodos más oscuros de los últimos tiempos. Primero fue la conflagración, en la que hubo miles de fallecidos, heridos y desplazados. Y, a continuación, la dictadura de Franco, durante la que se implantó un sistema represivo que persiguió a los disidentes. Y muy especialmente a los comunistas y masones. El famoso contubernio…

Un acoso que obligó a miles de ciudadanos a abandonar el país, viendo peligrar su integridad personal, familiar y profesional. Muchos se dirigieron a Francia. Y, otros tantos, a América Latina. Sobre todo a México, cuyo gobierno –presidido por Lázaro Cárdenas– implementó una política de acogida de dichos exiliados, muchos de los cuales habían destacado por su compromiso cultural y político.

El físico–matemático
Por tanto, hubo demasiados afectados. Entre ellos, Manuel Tagüeña, un madrileño de alumbramiento que impartió clases en Molina de Aragón. Este personaje fue conocido –sobre todo– por ser un importante dirigente del ejército republicano. Pero, al mismo tiempo, se constituyó como un intelectual de primer nivel. Era polifacético. “Científico y político, militar y filósofo, batallador y conciliador, crítico y fiel, socialista y humanista. En general, una persona interesada en su mundo”, añade el experto Antonio Quirós.

Una forma de vida que Tagüeña supo transmitir a sus alumnos del instituto de Molina de Aragón, donde impartió enseñanza. Pero, ¿cómo llegó a recalar en la capital del Señorío? Para responder a esta pregunta, hay que relatar su trayectoria vital, en la que combinó magistralmente sus compromisos político y académico.

Así, en el otoño de 1929, con tal sólo 16 años, comenzó la licenciatura de Ciencias Físico-Matemáticas. En ese momento, se afilió en la Federación Universitaria Escolar (FUE), el sindicato estudiantil más importante durante la Segunda República.  “Cuando –terminados los años de colegio– tuve que encararme con la realidad, encontré algo muy distinto a lo que pensaba. El mundo estaba muy lejos de marchar conforme a mis ideales. Abundaba el egoísmo y la indiferencia ante la suerte de sus semejantes”, explicaba Tagüeña  en Testimonio de dos Guerras. “No podía cruzarme de brazos”, añadía.

Manuel Tagüeña
Manuel Tagüeña

Y, desde entonces, su militancia se profundizó. En diciembre de 1930 participó en el movimiento republicano que, desde Madrid, quiso apoyar a la sublevación de Jaca. Más tarde, vivió la proclamación del nuevo régimen democrático. “En esos días, con mis escasos 18 años, era un típico representante de la juventud universitaria que había contribuido al triunfo de la República. Ardía en mí el fuego de la lucha por el ideal”, explicaba.

Y en 1932 se afilió a las Juventudes del PCE. “La mística del comunismo me agradaba, tenía necesidad de creer en algo, y todo lo que había leído sobre esta doctrina la rodeaba de una aureola romántica. No fueron razonamientos ideológicos los que me llevaron a ese campo, sino puros sentimientos. Creía que iba a encontrar en ella la fraternidad humana que anhelaba”, describía.

A pesar de esta implicación, nunca desatendió su faceta intelectual. “Tagüeña terminó sus estudios en 1933, con tan solo 20 años. Y lo hizo sin haber perdido ningún curso, a pesar de la fuerte participación política que, desde el advenimiento de la República, había mantenido”, añade Antonio Quirós. De hecho, en 1934 llegó a ser alumno de diversos programas formativos de la Universidad Internacional de Santander.

Allí, asistió a charlas y seminarios de primer nivel, que reafirmaron su querencia intelectual. Uno de los intervinientes que más le impactaron fue el físico Schrödinger, fundador de la mecánica ondulatoria y premio Nobel en 1933. Además, también disfrutó de diferentes conferencias, como las impartidas por los filósofos Miguel de Unamuno, José Gaos o Jacques Maritain. “El programa de estudios despertó en mí el mayor interés. Era el resumen de toda la cultura de la época y me dispuse a no perder ni una sola clase. Las ponencias abrieron en mí nuevos horizontes de pensamiento”, aseguraba nuestro protagonista.

No obstante, apenas unas semanas más tarde ocurrió un hecho que hizo rebrotar en Tagüeña su compromiso político. Al regresar a Madrid desde Santander se topó con los preparativos de la revolución de octubre de 1934, en los que se involucró. “Dirigió un grupo de las milicias socialistas que se enfrentó con los guardias de asalto, resultando muerto uno de ellos por disparos de un miliciano del grupo”, relata Quirós. Ante estos hechos, don Manuel “fue detenido y permaneció en la cárcel durante 20 días, pero se le puso en libertad sin cargos al no encontrársele relacionado con el hecho citado”, añade.

A pesar de ello, el intelectual madrileño quiso salir un tiempo de la ciudad. Pensaba que –aunque estaba libre de delito– podía ser identificado como uno de los cabezas visibles de la milicia. Por ello, salió de la capital española camino de Molina de Aragón. Allí consiguió una plaza de profesor de matemáticas en el instituto de enseñanzas medias. Ejerció durante el curso 1934-1935. “En pocas horas organicé mi viaje. Me fui en tren a Sigüenza y, de allí, en autobús hasta Molina”, relataba don Manuel.

La vida molinesa
En la capital del Señorío, además de implicarse en la formación científica de sus alumnos, participó en el contexto social y cultural del municipio. Es cierto que, en un primer momento, los docentes eran vistos con desconfianza en el lugar. Los sectores molineses más conservadores recelaban de los profesores. “Los consideraban como intelectuales y posibles rojos”, indica Carmen Tagüeña, hija de este personaje.

A pesar de ello, se pudo integrar en la localidad, acompañado por un grupo de amigos maestros. “Tanto el director del centro, Fradejas, como Hernández, que era el profesor de francés, eran amigos de diversiones, y el primer domingo me invitaron al baile del Casino, donde fuimos la atracción principal”, describía en Testimonio de dos guerras. “Organizamos un equipo de fútbol en el instituto y con él fuimos a jugar a Teruel, donde nos derrotaron ampliamente”, aseguraba el que fuera instructor de matemáticas.

Además, durante esta época el físico madrileño trabó una muy buena relación con el reconocido retratista Desiderio Caballero, también catedrático en el complejo molinés durante ese momento. “Le hizo un retrato a mi padre en agradecimiento por enviarle su participación en un coche Ford modelo T”, explica su hija, divertida.

Se trataba de un automóvil que previamente habían reparado conjuntamente Tagüeña y Fradejas. Quisieron probar el resultado de este trabajo viajando hasta Calatayud, junto a varios compañeros. Sin embargo, se entretuvieron y no llegaron a tiempo a las clases del día siguiente. “Todos los alumnos nos estaban esperando en tropel delante del instituto, cuando –entre ovaciones y gritos– apareció nuestro coche, remolcando –además– a un taxi averiado [que habían encontrado por el camino]”, rememoraba con nostalgia nuestro protagonista. “Mi padre guardaba buenos recuerdos de Molina de Aragón”, confirma su hija Carmen.

A pesar de estas peripecias, don Manuel tampoco quiso dejar de lado su formación. “Se dedicó en cuerpo y alma a estudiar el examen de grado para obtener la licenciatura de ciencias físicas”, explica Antonio Quirós. “Me traje los libros de mi carrera y compré bastantes más de Bohr, Fermi, Bragg, Sommerfeld, De Broglie, Schroedinger y otros. Y, así, comencé a preparar con entusiasmo las prueba”, relataba Tagüeña. Alcanzó el objetivo deseado a finales de junio de 1935. Y lo hizo con la máxima calificación, gracias a su investigación «Doble aspecto corpuscular y ondulatorio de la materia y de la luz».

“Entre unas cosas y otras, el tiempo pasó muy rápido y pronto llegaron las evaluaciones de mayo. Y, con ellas, el fin de curso”, rememoraba el físico madrileño. Así, tras aprobar el grado y terminar el curso en Molina –todo ello a finales de la primavera de 1935–, Tagüeña decidió realizar el servicio militar. “Me propuse ser un soldado modelo”, explicaba en sus memorias. Una vez concluido su periodo marcial, se examinó de los cursos del doctorado, aprobándolos sin problema. Pero, finalmente, no pudo defender la tesis. La contienda había estallado…

Manuel Tagüeña
Manuel Tagüeña

La Guerra Civil española
Ante la nueva situación bélica, Tagüeña no dudó en apoyar al régimen republicano. Desde el primer momento, destacó como estratega. Por lo que su nombre comenzó a ser conocido entre las tropas. En marzo de 1938, recibió la orden de desplazarse al frente aragonés. Y pocos días después, el 17 de abril, alcanzó el mando del XV Cuerpo, con el que participó en la batalla del Ebro.

Este enfrentamiento duró meses, hasta noviembre de 1938. La táctica del gobierno de Negrín era aguantar. Esperaban la intervención de Inglaterra y Francia, que hipotéticamente llegarían en su apoyo. Finalmente, esto no sucedió. Una circunstancia que aprovecharon los rebeldes para avanzar en sus posiciones. Mientras tanto, las tropas republicanas fueron retrocediendo hasta que no pudieron más.

El 15 de noviembre de 1938 Tagüeña ordenó retirar las últimas unidades. “Lo que hizo mi padre fue ver la mejor forma de realizar la salida, para salvar al ejército y que hubiera el menor número de muertos posibles”, explica la hija del intelectual. Cuando ya se había replegado todo el XV Cuerpo, tras cruzar el Ebro a la margen izquierda, don Manuel hizo volar el puente de Flix. “La batalla del Ebro había terminado”, narra su descendiente.

Portada del libro de Manuel Tagüeña " Testimonio de dos Guerras"
Portada del libro de Manuel Tagüeña “Testimonio de dos Guerras”

El 9 de febrero de 1939, y después que Barcelona cayera en manos franquistas, las tropas cruzaron la frontera francesa. “Tagüeña no deseaba un paso vergonzante. Quería mantener la moral de los soldados. Pensaba que la guerra no había terminado y que sus hombres deberían continuar la contienda en la zona centro-sur de España”, explica Quirós.

Finalmente, un conflicto tan largo había hecho mella en los militares. No pudieron regresar todos. Entre los que lo hicieron, se encontraron los que abogaban por la resistencia que defendía Negrín. Un ejemplo fue Tagüeña, que aterrizó en Albacete el 20 de febrero de 1939. Apenas estuvo en España un par de semanas. Permaneció hasta el 7 de marzo de 1939. Ese día tomó un avión que le condujo a Toulouse. La guerra estaba perdida…

De esta forma, el intelectual, militar y político Manuel Tagüeña se despedía de su país. Sólo regresaría una vez para visitar a su madre enferma. Lo hizo en 1960. Su postura crítica con el comunismo –que se adoptó tras su paso por la URSS– intentó ser utilizada por la dictadura de Franco. Desde el primer momento, desconfió del buen trato que le dispensaba la policía española. “Se dio cuenta que se le quería como «rojo arrepentido» y nada más lejos de su intención que servir para este fin”, confirma Quirós. De hecho, el físico madrileño, al observar estas actitudes, aseguró:

– Mientras que los vencedores no acaben, de una vez por todas, con el espíritu de una guerra civil, mi puesto está y estará siempre en el bando de los vencidos.

Ante esta situación, y salvo esa pequeña estancia en 1960, Tagüeña nunca volvió a España. La persona que se consagró al estudio y a sus ideales, que llegó a ser un mandatario militar en el Ebro y que infundió el amor a las matemáticas a los alumnos molineses, jamás pudo habitar otra vez en el país que le vio nacer. Por ello, en la Guerra Civil no sólo se perdieron miles de vidas. Demasiadas personas se vieron obligadas a dejar todo y salir huyendo.

Por ello, hay que escuchar a Cicerón cuando dice:
«Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras»

El exilio
El primer destino de don Manuel tras el fin de la Guerra de Civil fue Francia, donde se reunió con su esposa Carmen. Desde allí, marcharon a la Unión Soviética. Se instalaron en Moscú, aunque también vivieron en otros puntos del país. Incluso, don Manuel llegó a impartir clases en la Academia Frunze. Sin embargo, tras permanecer un tiempo en la URSS, observó determinadas cosas que no le convencieron. “La vida aquí les sorprendió muchísimo por sus limitaciones económicas. Pero esto no les afectó tanto como los extraños manejos que detectaron dentro del Partido Comunista”, corrobora la hija del intelectual, Carmen Tagüeña.

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, parte de los exiliados acogidos por la URSS salieron hacia sus países de origen. Sin embargo, en España se mantenía la dictadura de Franco, por lo que la familia no regresó. Fueron a Yugoslavia. Allí, “la vida comenzó a sonreírles de nuevo. Tras el largo invierno del periodo soviético, con la guerra, las privaciones materiales y la confrontación de su ideal socialista con la realidad de la URSS, ahora el sol yugoslavo iluminó el universo de los Tagüeña”, asegura Antonio Quirós.

Sin embargo, en septiembre de 1948 tuvieron que dirigirse a un nuevo destino. Fue Checoslovaquia. Don Manuel pudo volver a centrarse en la vida académica. Llegó a trabajar en la Universidad Masaryk de Brno, mientras que en 1951 comenzó a estudiar medicina.Pero la situación política no mejoró. Las purgas se sucedían. Uno de los afectados fue el propio Tagüeña, citado en 1952 por las fuerzas del orden para interrogarle sobre sus posibles vínculos con represaliados por Stalin. Finalmente, no llegó a estar detenido. Pero él se sintió amenazado y quiso salir del telón de acero.

Por ello, escribió a Amparo –la hermana de su esposa, Carmen Parga–, que se encontraba en México. En la misiva le preguntaba sobre la posibilidad de ir hasta el país americano. La petición y las gestiones posteriores dieron resultados. El 29 de junio de1955, el director del Instituto de Física de la UNAM, Carlos Graef Fernández, invitó a Tagüeña a participar en unas investigaciones sobre “mutaciones en las semillas de maíz y de frijol”. Una vez aceptado en la institución universitaria, y con el visto bueno de Checoslovaquia y del PCE –no sin ciertos reparos–, salieron rumbo hacia allá.

Llegaron el 12 de octubre de 1955. “Regresaron a una vida que mis padres pensaban que ya no existía”, señala Carmen Tagüeña. Había libertad y paz. Eso sí, sus primeros pasos en México tampoco fueron fáciles. Sobre todo en lo económico. La incorporación de Tagüeña a la UNAM no fructificó, por lo que tuvo que impartir clases en diferentes colegios y realizar traducciones para poder mantenerse. Pero, al final, consiguió la estabilidad gracias a un puesto de asesor médico en los laboratorios Servet. Finalmente, los Tagüeña-Parga se integraron en la vida del lugar. “En México hemos sido una familia muy feliz”, concluye su hija Carmen.

 

Bibliografía
TAGÜEÑA LACORTE, Manuel. Correspondencia y escritos inéditos. Sevilla: Ediciones Espuela de Plata, 2015. Edición de Antonio Quirós.
TAGÜEÑA LACORTE, Manuel. Testimonios de dos guerras. Ciudad de México: Ediciones Oasis, 1974.