Guadalajara, puntera en fauna del Triásico

Paludidraco y parahenodus. Eloy Manzanero
Paludidraco y parahenodus. Eloy Manzanero

Desde hace semanas, el coronavirus copa la actualidad en medio mundo. También en nuestra provincia. La ciudadanía está pendiente de la pandemia. Sin embargo, y a pesar de la COVID–19, hay asuntos que siguen funcionando. Uno de los más llamativos tiene que ver con Guadalajara. Se trata de la investigación sobre fauna triásica que tiene a la Serranía como gran protagonista. De hecho, en esta comarca existe uno de los yacimientos europeos más importantes en la materia. El mismo se emplaza en las cercanías del embalse de «El Atance» y, en su interior, se han hallado dos nuevos reptiles marinos. Estos descubrimientos arrojan luz sobre las especies que ocuparon esta zona hace más de 230 millones de años…

Por tanto, nos encontramos ante un filón de primer orden. Su relevancia la ponen de manifiesto los propios especialistas. “Este yacimiento nos aporta información muy novedosa en la Península Ibérica. Hasta ahora, el material triásico peninsular era fragmentario, aislado y muy escaso”, explica Adán Pérez–García, un investigador del grupo «Biología Evolutiva» de la UNED que ha trabajado sobre el terreno.

Sin embargo, «El Atance» ha venido a revolucionar dicha realidad. En este lugar –emplazado muy cerca de Sigüenza– se han hallado esqueletos “bastante completos y articulados”. Además, se conservaban en un material blando –en arcillas–, lo que ha permitido “verlos en tres dimensiones”, explica Pérez–García. Por tanto, “el yacimiento de Guadalajara tiene relevancia a nivel europeo e –incluso– global”, confirma Carlos de Miguel, otro de los investigadores que ha trabajado en «El Atance».

El «Paludidraco multidentatus»

Paludidraco. Eloy Manzanero
Paludidraco. Eloy Manzanero

Estos descubrimientos se han basado –fundamentalmente– en el hallazgo de dos especies nuevas. La primera ha recibido el nombre científico de «Paludidraco multidentatus», que remite a un reptil marino triásico que vivió hace 230 millones de años, cuando la zona era costera –al limitar con el mar de Tetis–. El mencionado animal se definía por su gran longitud –superior a los tres metros–, la cual estaba acompañada por un esqueleto robusto.

De hecho, contaba con “unas costillas gruesas, para poder controlar su flotabilidad”, indica Adán Pérez–García. Además, “su cráneo era muy fino y su mandíbula, estilizada; rasgos que no le permitían ser un gran depredador”. En definitiva, poseía una cabeza delicada y un esqueleto que “tampoco le facilitaba una rápida movilidad”.

Pero, al mismo tiempo, estas características físicas le facultaban a desplazarse por el fondo marino, recogiendo sedimentos y nutrientes. “Contaba con un número altísimo de dientes, en torno a 200, que eran muy finos y pequeños, y que conformaban una suerte de «empalizada»”, aclara Carlos de Miguel. Por ello, estos ejemplares de «paleo–fauna» se han interpretado como filtradores y herbívoros, constituyéndose –así– como “un nicho que no sabíamos que se hubiera explorado todavía”.

Placodonto. Eloy Manzanero
Placodonto. Eloy Manzanero

Un placodonto ibérico
Sin embargo, nadie está exento de sorpresas sobrevenidas. Investigando los restos del «Paludidraco multidentatus» apareció un “fragmento extraño, que se correspondía con el cráneo de otro animal”, describe Pérez–García. Así es como se supo la existencia del «Parahenodus atancensis», un reptil marino con caparazón perteneciente al grupo de los «placodontos» y que vivió hace 235 millones de años. “Se trata del primer cráneo de esta especie que aparece en la Península Ibérica”, asegura Adán Pérez–García.

Dicho ejemplar se distinguía por su dentición, semejante a los «cantos rodados». La misma era utilizada para “machacar las conchas de los moluscos”, confirma Carlos de Miguel, otro de los investigadores de «El Atance». Pero la relevancia de este reptil aparece al encontrarse a medio camino entre los «placodontos» más evolucionados –como el «Henodus chelyops», de Alemania– y aquellos ejemplares con un menor desarrollo.

“El cráneo del «Parahenodus atancensis» presentaba numerosos caracteres intermedios entre el ejemplo germano y otros casos menos avanzados de la misma especie. Esto permite hacer una propuesta sobre las relaciones de parentesco entre los diferentes «placodontos»”, añaden los paleontólogos que han investigado este hallazgos.

Parahenodus pequeño. Carlos de Miguel
Parahenodus pequeño. Carlos de Miguel

El inicio de todo
El yacimiento de «El Atance» se descubrió hace más de 10 años de manera fortuita, gracias al seguimiento de varios indicios. “Un ciudadano nos avisó de la aparición de una serie de materiales que podían corresponderse con huesos de algún vertebrado”, confirman los científicos. Entonces, estos expertos analizaron las piezas y se dieron cuenta que –efectivamente– se trataban de “fragmentos de costillas”.

Por tanto, los paleontólogos continuaron estudiando la zona y observaron más restos en los alrededores. De esta forma, consiguieron hallar el punto del que procedían la mayoría de los fósiles… Justo en este lugar abrieron el yacimiento. Un emplazamiento que les ha permitido encontrar “más esqueletos” y –en consecuencia– avanzar en el conocimiento sobre la fauna triásica.

Adán Pérez García (izda.) y Carlos de Miguel
Adán Pérez García (izda.) y Carlos de Miguel

Un trabajo que no cesa
Sin embargo, la labor relativa a «El Atance» no finaliza con las dos prospecciones arqueológicas realizadas hasta ahora. Todo lo contrario. La investigación continúa en las instalaciones del grupo de «Biología evolutiva» de la UNED, donde se están analizando los materiales recogidos en el terreno. “Nos encontramos trabajando en el laboratorio. No hay que olvidar que este yacimiento es muy rico y cada vez que nos metemos a excavar aparecen esqueletos grandes”, confirma Francisco Ortega, otro de los científicos que participa en estas tareas.

Además, también se han emprendido investigaciones para descubrir diferentes detalles del medio ambiente triásico de la zona. De hecho, se está trabajando en un proyecto para conocer qué microorganismos vivían en el agua, “lo que nos proporcionaría más información sobre cómo era el entorno”, anuncia Adán Pérez–García. “Estamos también trabajando con restos de polen, para poder conocer más datos ambientales”, relata.

Hasta ahora se sabía que los alrededores de «El Atance» fueron costeros durante el Triásico. “Todo el Este peninsular se encontraba cubierto por el mar de Tetis. Por tanto, conocemos que esta parte de la Península Ibérica estaba sumergida en aguas marinas poco profundas”, indica Carlos de Miguel.

Pero los investigadores desean concretar más y conocer un mayor número de detalles sobre el entorno faunístico y florístico de la zona. En consecuencia, “«El Atance» es un proyecto a corto, medio y largo plazo. El trabajo continúa. De hecho, en el yacimiento todavía hay mucho que hacer y volveremos al terreno”, augura Adán Pérez–García.

La ciencia en España

Parahenodus head
Parahenodus head

Todos estos trabajos han sido posibles –en su inmensa mayoría– gracias a la financiación pública. Unos recursos que han procedido tanto de la universidad –fondos propios de la UNED– como de la Junta de Comunidades de Castilla–La Mancha. Dicha institución autonómica suele publicar convocatorias competitivas para proyectos de investigación y una de ellas fue ganada por el mencionado grupo de investigadores.

Sin embargo, esto no es óbice para que los especialistas recuerden lo difícil que es –en ocasiones– el desarrollo científico en España. “Hoy en día, la situación para la investigación es complicada, pero no se puede olvidar que las cosas que hemos hecho han sido gracias a la financiación pública”, describe Carlos de Miguel.

Es cierto que el trabajo realizado en «El Atance» “no es «ciencia aplicada», sino «investigación básica». Es decir, basada en el incremento del conocimiento”, reconoce Francisco Ortega, investigador principal del grupo de «Biología Evolutiva» de la UNED. Pero la realidad confirma que sin este tipo de «sapiencia básica», el ser humano nunca hubiera avanzado. ¿Se imagina –querido lector– un mundo sin aquellas disciplinas que «no son instantáneamente rentables»? ¿Cómo vería que no existieran la historia, la filosofía o la investigación musical? Sería algo muy difícil de comprender….

Paludidraco. Carlos de Miguel
Paludidraco. Carlos de Miguel

Pero es que, además, todas estas especialidades pueden llegar a tener un retorno económico más o menos rápido. En el caso de la paleontología, ¿quién no ha escuchado hablar de las «rutas de los dinosaurios» existentes en La Rioja? Gracias a ellas se está generado un gran dinamismo turístico en una comarca tradicionalmente castigada por la despoblación.

Por tanto, toda inversión en conocimiento es poca. No se puede olvidar la relevancia científica e histórica de «El Atance». “Es uno de los yacimientos más prometedores que tenemos en cuanto a vertebrados mesozoicos [«Era» en la que se incluye el Triásico]”, explica Francisco Ortega. En consecuencia, destinar recursos a la investigación científica es fundamental. Y no solo desde las arcas públicas. También por parte del sector privado, cuyo compromiso en este campo “es muy bajo”, denuncian los especialistas.

Una implicación de todos –tanto de administraciones como de empresas– que es útil para el conjunto de la ciudadanía. No solo para combatir pandemias como la del COVID–19 (algo que es fundamental). También para hacer avanzar a la Humanidad. Porque, tal y como dijo el reconocido investigador francés Louis Pasteur:

«La ciencia no sabe de países, porque el conocimiento le pertenece a la Humanidad y es la antorcha que ilumina al mundo. La ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de todo progreso».