Guadalajara también tiene arte oriental…

Es uno de los lugares más desconocidos de la capital. Sin embargo, y al mismo tiempo, es uno de los más interesantes. ¡Y se encuentra en pleno centro histórico de la ciudad! Está a escasos metros de la concatedral de Santa María. Hablamos del palacio de los Marqueses de Villamejor –conocido popularmente como «La Cotilla»–. Se trata de un complejo del siglo XVII en cuyo primer piso se puede visitar el «salón chino», una estancia que presenta una impresionante decoración de inspiración oriental…

Pero, ¿en qué consiste la mencionada estancia? “Es un enorme espacio burgués que fue decorado en el siglo XIX con papel de arroz por pintores chinos”, describe el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado. Al mismo se accede por la escalera noble del complejo monumental, a la que se llega atravesando el patio central del edificio. Una vez frente al «espacio oriental», se entra al mismo a través de una puerta que “se hizo después de decorar la sala con el papel artístico, ya que faltan detalles justo en ese lugar”, indica Herrera Casado.

Asimismo, dicha estancia posee un balcón que se asoma a la fachada principal de «La Cotilla». En total, el emplazamiento cuenta con unos 60 metros cuadrados y una altura media de unos 4,2 metros. Las pinturas se encuentran realizadas a mano sobre papel de pasta de arroz. Los diseños “se extienden en tiras verticales de unos 50 centímetros de ancho. Se emplearon técnicas de gouache y acuarela para realizarlos”, explica el cronista provincial de Guadalajara.

Y, en este sentido, ¿a qué se refieren los dibujos existentes en este salón del palacio de los Marqueses de Villamejor? “Lo que representan es la vida entera de un pueblo chino. Y aunque la primera impresión que se lleva el espectador es la de un «revolutum» de personajes y escenas –se han contado 380 figuras humanas–, enseguida se aprecia la estructura del complejo y la evidencia de edificios y personas ocupándolos, así como calles y plazas entre unos y otros, lo que compone un amplísimo espacio urbano”, narra Antonio Herrera Casado.

Por tanto, en los muros del «Salón chino» también se ha representado la vida cotidiana oriental del momento. “En cada uno de los edificios representados, decenas de personas se entretienen en actividades”. De hecho, se observa un colegio lleno de niños en donde el maestro les enseña a leer mediante grandes desplegables. Asimismo, se distingue la mansión del jefe político del poblado, además de un lugar de juegos y entretenimiento, una tienda y un bar. En este último emplazamiento surgen diversas personas realizando múltiples actividades.

De igual forma, en los referidos murales se distinguen otras muchas personas con ocupaciones diferentes. Hay soldados –tanto a pie como a caballo–, mujeres lavando, niños jugando y ancianos dando consejos. Por tanto, el visitante se encuentra ante “un complejo y hermoso mundo rural chino que, aquí, se encuentra descrito minuciosamente”. De hecho, la composición “sirve para adornar y maravillar a quien la visita”. Unas representaciones surgidas del gusto realista y naturalista resultante del dibujo a tinta oriental. Todo un lujo.

El «salón chino» del Palacio de «La Cotilla» se enmarca en una tendencia decorativa que llegó a Europa hace casi dos siglos. “La costumbre de decorar salones con este tipo de diseños orientales se puso de moda en el XIX, gracias a los grandes comerciantes ingleses, quienes –a través de la Compañía de Indias– iniciaron el intercambio entre Oriente y Occidente”, explican los especialistas en la materia. En este contexto se han de enmarcar los dibujos existentes en el mencionado monumento arriacense.

“Es muy evidente que el papel que decora el referido salón noble está realizado –real y originariamente– en China”, enfatiza Herrera Casado. Un extremo que se pudo comprobar hace unos años, cuando se procedió a la rehabilitación de la estancia. Estos trabajos fueron encabezados por Iván Camacho Navarrete. “Los restauradores de la pieza hicieron –de forma previa a sus trabajos– un minucioso análisis, encontrando que esta decoración estaba pegada sobre otras dos capas de papel”. Los referidos expertos también comprobaron que “cuando se desprendía la decoración original se había vuelto a pegar en varias ocasiones”, añade el cronista provincial.

La mencionada estancia era uno de los espacios palaciegos más importantes. Fungía como lugar de encuentro y socialización. De hecho, se alzó como el sitio idóneo para representaciones teatrales, conciertos y otras propuestas semejantes que encandilaban a la nobleza decimonónica. Unas ideas que se podrían retomar en el siglo XXI, aunque –ahora sí– gratuitas y abiertas a toda la ciudadanía. Sería un atractivo más para acercarse hasta Guadalajara.

«La Cotilla».
El «Salón chino» se emplaza en el Palacio de los Marqueses de Villamejor, más conocido como «La Cotilla». Se trata de un complejo construido durante el siglo XVII. Presenta dos alturas y, en el mismo, además de la estancia analizada, se distingue su fachada, caracterizada por su sencillez. Se encuentra realizada a base de «ladrillo visto» con casetones de mampostería. El acceso se define por su portada de caliza blanca. “Sobre el portalón de estilo barroco vemos el escudo de armas de los Torres [impulsores del edificio]”, indica el cronista provincial. Y, además, existen varios ventanales, protegidos por rejerías.

El interior del monumento se articula en torno a un patio central, en el que se existe un corredor sustentado por columnadas coronadas por capiteles tallados. En la parte de trasera se puede disfrutar de un frondoso jardín, en el que se intercalan fuentes, caminos y diferentes especies vegetales. En el mismo, además, se puede disfrutar de un piscolabis, gracias a la nueva concesión municipal de la terraza existente en el lugar.

El edificio siempre fue propiedad de los marqueses de Villamejor, en cuyo seno hubo nombres muy conocidos. “A finales del siglo XIX pertenecía a Ana de Torres y Córdoba y Sotomayor, quien se casó con Ignacio de Figueroa y Mendieta, capitán de ingenieros y alcalde de Guadalajara en 1828. Falleció en 1899. Entre otros hijos, este matrimonio tuvo a Álvaro de Figueroa y Torres, político destacado de la Restauración y al que le fue concedido el título de Conde de Romanones”, explica Antonio Herrera Casado.

Sin embargo, dicho palacio pasó a manos consistoriales en la segunda del siglo XX. “Marta Figueroa O´Neil, al morir en 1968 en estado de soltera y sin hijos, se lo pasó a su sobrino, Jaime Figueroa Castro. Poco después, y por evidente abandono del edificio y falta de pago de los impuestos municipales, el Ayuntamiento se lo expropió en 1972 a la familia Figueroa por un precio de tres millones y medio de pesetas, quedando destinado a lugar de enseñanza y cultura, que es lo que actualmente tiene por cometido”, explican los historiadores.

En cualquier caso, los elementos principales del complejo se han conservado hasta hoy en día. Entre ellos, el patio central, la fachada, el jardín trasero o el «salón chino». A pesar de la riqueza y singularidad de este último, gran cantidad de arriacenses no sabíamos de su existencia. “Muchos alcarreños se van a llevar la gran sorpresa cuando vayan a comprobar lo amplio y curioso de la presencia oriental en Guadalajara”, asegura Herrera Casado. Por ello, se ha de hacer un esfuerzo de divulgación de este patrimonio arriacense. Es una forma de profundizar en el conocimiento histórico de nuestro entorno. Al fin y al cabo, y como dijo el jurista, político y orador romano Cicerón:

«No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños»