Guadalajara también tiene salinas

Cuando se habla de agua salada, muchos evocamos el ecosistema marino. Sin embargo, en el interior peninsular también surgen hábitats asociados a dicho contexto. Y para muestra, el caso de Guadalajara, donde –al norte de la provincia– se distinguen explotaciones históricas de cloruro de sodio. Una riqueza excepcional que ha sido protegida por la Junta de Comunidades de Castilla–La Mancha y que –incluso– quiere ser declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, junto al resto de la comarca seguntina. La candidatura ya está en marcha. ¡Todo un lujo!

Nos estamos refiriendo al «Valle y salinas del Salado», que desde el 15 de julio de 2005 se ha considerado Zona de Especial Conservación (ZEC), Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial protección para las Aves (ZEPA). Por tanto, se trata de un contexto ambiental con relevancia europea. “La ubicación de este espacio en la confluencia entre el Sistema Central y las parameras de la Cordillera Ibérica da lugar a una gran diversidad litológica y geomorfológica, marcada por el paso del río Salado, en cuya cuenca aparece un conjunto de hábitats de alto impacto natural”, explican desde el Plan de Gestión de la ZEC.

La zona más septentrional del enclave se halla limitada por el macizo de Riba de Santiuste–Alcolea de las Peñas, donde se distingue una vegetación protagonizada por rebollares y encinares, acompañados por brezales, jarales, cantuesos y cervunales –en los espacios más húmedos–. Además, en este entorno se distinguen numerosos roquedos, en los que nidifican aves rupícolas. Sin embargo, la riqueza del emplazamiento no finaliza aquí. El eje de Santamera–Huérmeces del Cerro coincide con un páramo elevado, que se encuentra cubierto por una masa de encinas, definida como la formación vegetal mayoritaria del espacio protegido.

Un conjunto arbóreo que está combinado con rodales de quejigar y con una mancha de rebollar en Carabias, que –a su vez– se acompaña por majadales, pastizales y juncales. De hecho, “la cubierta vegetal del espacio está condicionada por su situación geográfica y por su diversidad litológica y geomorfológica”, explican desde la Junta de Comunidades. “Los diferentes estados sucesionales dan lugar a una gran diversidad vegetal, donde los bosques se entremezclan con sabinas, enebros, jaras y rosales”.

Además, “la incisión fluvial en este sector ha provocado la aparición de pequeñas hoces y escarpes importantes para el desarrollo de las especies vegetales rupícolas”, como el sabinar negral con boj del barranco de Cirueches. Al mismo tiempo, “los frecuentes fenómenos kársticos han dado lugar a cuevas con gran desarrollo de quirópteros”. Entre estas grutas destaca la sima de los Murciélagos, situada en un cerro cercano al río Salado en las proximidades de Santamera.

En cambio, el relieve de la franja central de la ZEC se caracteriza por la presencia de muelas y fallas trasversales. Pero, sobre todo, destacan los entornos salinares de Paredes de Sigüenza, la Olmeda e Imón, explotados desde hace siglos. De hecho, estas factorías son las que dan sentido histórico al conjunto, influyendo –también– en la generación del paisaje. “Aparecen aquí numerosos afloramientos de aguas salobres que, desde la Antigüedad, han sido aprovechados para la extracción de sal con métodos tradicionales”, explican desde la Consejería de Desarrollo Sostenible. Una realidad que quiere ser declarada como Patrimonio Mundial de la UNESCO.

El río Salado –eje vertebrador del espacio protegido– cuenta con una hidrografía “sujeta a grandes oscilaciones superficiales en periodos de estiaje veraniego”, indican los investigadores. Además, este enclave está rodeado por “terrenos más o menos salinizados”, en el fondo de los valles, donde se origina un hábitat singular en el que conviven comunidades de vegetación halófila, propia de terrenos con alta presencia de cloruro de sodio.

En este contexto, también se ha de mencionar un humedal ubicado en Paredes de Sigüenza, conocido como «La Laguna del Madrigal». Este elemento se define como “un lugar de paso para la avifauna migratoria”. Sin embargo, no es el único humedal que se brota en los alrededores. “Sobre las arenas albienses que rellenan los fondos del valle aflora la humedad, dando lugar a diversas charcas, a menudo ahondadas por el pasto y formando –por tanto– «navajos ganaderos»”, explican desde la Consejería de Desarrollo Sostenible.

Dichas «pozas» se localizan –sobre todo– en la zona de «Las Navas», al sur de la ZEC. “Estas formaciones albergan singulares comunidades vegetales anfibias, altamente frágiles”, explican los especialistas. Asimismo, y asociadas a dichos ambientes, existe una comunidad de anfibios, entre los que destaca el sapillo pintojo meridional, el sapo corredor o la rana común. Nos encontramos –así– ante una serie de elementos que hablan de la relevancia de esta comarca.

La importancia de la fauna
La diversidad de ecotonos albergados en este espacio conlleva –a su vez– “un significativo grupo de especies, vinculadas a los extensos bosques, a los cortados rupícolas o a los medios acuáticos salinos”, explican desde la Junta de Comunidades. Así, en las formaciones forestales encuentran refugio y alimento una importante representación de pequeños y medianos mamíferos carnívoros, como el gato montés o el tejón. Además, se ha de mencionar la avifauna que campea en dichos contextos, como el águila culebrera, el azor común, el gavilán o el abejero europeo.

Incluso, destaca la presencia de nutrias en las riberas de los ríos, entre cuya vegetación emplazan sus madrigueras y refugios de cría. Todo ello, sin olvidar la presencia de una importante población de corzos o de diferentes variantes de quirópteros en las oquedades kársticas. En base a los últimos censos realizados, se han observado 11 especies de murciélagos, aunque únicamente dos de ellas han conseguido formar colonias temporales en dichos enclaves.

En cuanto a las aves, en los escarpes calizos de la ZEC se han localizado comunidades rupícolas de interés, como el halcón peregrino, el águila –real y perdicera–, el búho real, el alimoche o el buitre leonado. “Estas poblaciones son especialmente sensibles a las alteraciones y molestias en sus zonas de cría, ya que los cortados y repisas en las que crían suponen un recurso escaso y muy localizado”, explican los investigadores.

Una circunstancia que se puede asociar –también– a las especies ornitológicas acuáticas existentes en el lugar. Según la potencia pluviométrica del año, se podrán divisar garzas reales, aguiluchos laguneros, cigüeñas negras, martín pescador, varios tipos de andarríos o grullas, entre otras muchas alternativas.

A caminar se ha dicho
La combinación de todos estos elementos permite distinguir un sistema paisajístico asociado a la «montaña alpina», que –al mismo tiempo– se asocia con un conjunto de muelas y parameras definidas por “sus grandes llanuras y horizontes profundos”. Una serie de rasgos que, unidos a la explotación histórica de la sal, ofrecen un horizonte geológico y ambiental digno de conocer. Y, para ello, se puede realizar alguno de los trayectos senderistas existentes en el entorno. Por ejemplo, el tramo 10 de la ruta del Quijote «Sigüenza, Pelegrina y Torremocha del Campo» transcurre por el mencionado espacio protegido.

Gracias a recorridos como el propuesto se pueden conocer las antiguas salinas y sus edificaciones contiguas, levantadas en el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III. Estos complejos continúan conservando las balsas de decantación de la sal. Una actividad salinera que ha dejado su impronta en el paisaje, mediante infraestructuras destinadas a la obtención del mineral, así como monumentos defensivos –castillos, torres o atalayas– o logísticos, como viviendas o caminos. Así, este espacio cuenta “con edificios singulares del patrimonio preindustrial rural, declarados –a su vez– como Bienes de Interés Cultural (BIC)”. Por todo ello, estos conjuntos forman parte de la candidatura a Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Y para conocer a fondo la comarca, se recomienda que los visitantes acudan al lugar a inicios de primavera o del otoño. Así, se zafarán de las épocas de lluvias y de las temperaturas extremas –tanto de invierno como de verano–. “El clima en esta ZEC es de tipo mediterráneo templado levemente continentalizado”, explican los especialistas. Asimismo, destacan las “grandes oscilaciones y térmicas anuales y diarias, además de la alta incidencia de heladas”.

De esta forma, la ciudadanía tiene la oportunidad de pasear por uno de los enclaves más desconocidos de la provincia y que, sin embargo, tuvo una gran relevancia durante el Medioevo y la Edad Moderna, gracias a la explotación salinera. Una circunstancia a la que se añaden los valores geológicos, florísticos y faunísticos del entorno, que ya han sido protegidos por la Junta de Comunidades de Castilla–La Mancha. Por tanto, estamos ante un conjunto que –a buen seguro– será reconocido por la UNESCO. ¡No te lo pierdas!