Guadalajara, tierra de botargas

Es una de las fiestas más comunes –y desconocidas– de nuestra provincia. Sin embargo, en los últimos tiempos se está rehabilitando en muchos lugares. Diversas localidades han recuperado dicha celebración, que –en algún momento– recorrió sus calles. Nos referimos a las botargas, unas representaciones que llegaron a tener una gran presencia en Guadalajara, y que –en la actualidad– están regresando a nuestros pueblos.

Sin embargo, ¿en qué consisten estas figuras? “Son unos personajes de la cultura tradicional, que participan en rituales muy complejos, y que juegan papeles variados. Siempre van disfrazados”, explica el folklorista José Antonio Alonso Ramos en su trabajo «Las botargas en Guadalajara y su significado». Muchos de estos protagonistas se ponen una máscara, pero hay excepciones, como en Robledillo de Mohernando o Albalate de Zorita, que no la llevan. “Van metiendo mucho ruido, saltando delante de toda la gente, a la vez que persiguen a los niños o a las mozas”, añade el cronista provincial, Antonio Herrera Casado.

Y siempre destacan por sus atuendos. “Frecuentemente llevan indumentarias muy vistosas –de gran colorido–, a veces a remiendos. Incluso, presentan capuchas y chepas añadidas, que –en ocasiones– contienen cenizas que arrojan al personal. Pero, también, estas gibas pueden servir como hucha donde guardar las monedas que les da el público”, rememora Alonso Ramos. Entre los colores de sus vestimentas predominan el rojo, el verde y el amarillo.

Asimismo, se distinguen «elementos animales», como cencerros y campanillas atados a la cintura. “Algunos de estos personajes portan siluetas de animales cosidas –en Robledillo– o figuras astrales, en Beleña. Y en las manos blanden cachiporras, garrotes y/o grandes castañuelas, como sucede en Montarrón, Valdenuño Fernández o Arbancón”. Por tanto, existe una gran multiplicidad de rasgos, que permiten la coexistencia de varias tipologías de esta figura.

El primer grupo estaría conformado por personajes del «ciclo fustigante», que se encuadran en el periodo invernal. “Suelen acarrear algún elemento con el que golpean a la chiquillería, a las mozas y a los transeúntes en general. Suponen la mayoría de los casos de Guadalajara”. El protagonista es “un individuo revestido de traje multicolor, con careta de aspecto monstruoso, cencerros y cascabeles colgando de su cintura, así como cachiporras y castañuelas en las manos. Ejecutan ejercicios de carrera, salto, trepa y búsqueda”, explican Isidre Moné Pons y Antonio Herrera Casado en «Botargas de Guadalajara y Mascaradas de España».

En las comarcas de la Campiña, la Sierra y la Alcarria aparecen estas figuras. “Salen al principio de año –en Humanes, Alarilla o en Robledillo de Mohernando–; durante el domingo siguiente a Reyes –en Valdenuño Fernández–; o en las festividades de San Sebastián –Montarrón y Mohernando–, de la Virgen de la Paz –Mazuecos o Málaga del Fresno–, La Candelaria –Arbancón, Beleña y Retiendas–, o San Blas, en Albalate y Peñalver”. Además, se hallan las botargas del Santo Niño de Majaelrayo, que ahora acompaña a los danzantes en septiembre, pero que –antiguamente– aparecían en enero.
De igual forma, se debe tener en cuenta una segunda clasificación. “En este grupo se integrarían esos botargas y zarragones que dirigen a las danzas de primavera y verano, como los casos de Valverde de los Arroyos, Condemios de Arriba o Galve de Sorbe, entre otros”, explica José Antonio Alonso. Pero, en este artículo, sólo nos centraremos en el primero de los grupos…

Los casos más afamados
Entre los casos más conocidos de Guadalajara se encuentra el de la propia capital, recuperado en 1997 por el grupo «Mascarones» y que –a día de hoy– aparece en el carnaval, aunque inicialmente se dejaba ver el 17 de enero, festividad de San Antón. Se le conoce como el «Lilí», quien –con su traje arlequinado– siempre porta una cesta con higos. “Este personaje multicolor, con traje holgado y cubierto por capuchón, es el «espíritu del carnaval», un duende que promete alegrías en forma de frutos de la higuera”, explican los especialistas.

Muy cerquita de la ciudad se emplaza Taracena, donde se recuperó este «diablillo» en 2017. Aparece durante segunda mitad de enero, en torno a la Virgen de la Paz. Antiguamente, las celebraciones se hacían el 23, 24 y 25 del mes, aunque hoy se concentran en el fin de semana más próximo a esas fechas. En Mohernando, en cambio, se deja ver para San Sebastián. “Su actuación consiste en recorrer las calles y acompañar al santo en su procesión, colocándose –al terminar– en la puerta de la iglesia, con el fin de repartir una «caridad», consistente en pan, vino, bacalao y queso”, indican Moné Pons y Herrera Casado.

En Humanes, sin embargo, la conquista las calles es el 1 de enero. “Acude a la misa y, en la iglesia, se quita la careta. Luego, al terminar el oficio religioso, danza a las puertas del templo y va pidiendo limosna a los espectadores”. El día de Reyes, la botarga adquiere protagonismo en Razbona. “Mantiene su sentido diablesco, porque no pasa a la parroquia. Se queda en la puerta a pedir y va siempre en silencio”.

Un caso especial es el de Robledillo de Mohernando, que cuenta con dos apariciones. La primera, el 1 de enero. Se trata de la «botarga de los casados». Y la segunda, el 23 del mismo mes. Es la «botarga infantil», interpretada por una única persona, cuya edad se sitúa entre los 10 y los 14 años. También es muy famoso es el caso de Alarilla, donde la figura “es interpretada por un mozo, sin condicionamiento alguno, quizás con tradición familiar, pero su identidad es desconocida”. Sólo se sabe quién es durante la misa, momento en el que se quita la máscara.

Montarrón es otro de los puntos clave de esta tradición. Allí, se celebra el 19 y 20 de enero. “En la mano derecha lleva unas grandes castañuelas que utiliza para recoger las limosnas que machaconamente va pidiendo a los vecinos y a los forasteros. En la izquierda, porta una cachiporra, con la que pega y amenaza al respetable”, explica el cronista provincial. También en el ciclo invernal se encuadra Fuencemillán, donde “el carácter pagano, ancestral y primitivo de la figura botarguil queda manifiestamente consagrado”.

En Arbancón se puede disfrutar de una fiesta similar. “Muy característica es la máscara de la protagonista, de madera pintada a mano por uno de los vecinos de la localidad [Hermenegildo Alonso, ya fallecido], en la que se añaden dos cuernos en lo alto, lengua de piel, así como bigotes y cejas tupidos”. También se han de mencionar los casos de Aleas o Beleña de Sorbe. En ésta última población, los habitantes aseguraban que “la botarga saltaba para propiciar buenas cosechas y que daba con sus castañuelas a las chicas para que tuvieran hijos sanos”.

Otros municipios en los que también se celebran costumbres parecidas son Aleas, Mazuecos –acompañando a la «Soldadesca»–, Albalate de Zorita, Peñalver o Almiruete, donde el sábado de Carnaval llegan las botargas –interpretadas por los mozos– y las mascaritas, representadas por las mujeres. Una vez que se encuentran en la plaza de la localidad, recorren las calles del lugar. “Al acabar sus rondas, todos se quitan las máscaras y, a cara descubierta, inician los bailes”, explican Moné Pons y Herrera Casado.
Incluso, se debe destacar el caso de Tórtola de Henares, donde –la mencionada figura– aparece el 24 de diciembre. “La botarga de este municipio salía desde tiempos muy lejanos. Sin embargo, en los años 30 del siglo XX dejó de aparecer, quedando olvidada”, explican los historiadores. Una circunstancia que no fue óbice para que la asociación cultural «Torela», con el apoyo de las investigaciones de José Ramón López de los Mozos [ya fallecido] y de Francisco Lozano Gamo, logró recuperarla a principios del XXI”, confirma el cronista provincial de Guadalajara.

Una luenga historia
Pero, ¿cuáles son las raíces de esta tradición? “Su origen es lejano, porque nace del propio sentido ceremonial del hombre”, explican Isidre Moné Pons y Antonio Herrera Casado. En este contexto, “parece bastante atinada la teoría de que las botargas son la conjunción muy remota de ancestrales danzas agrícolas –individuales o colectivas– en las que, convulsivamente, el danzarín, hechicero o brujo ejecutaba distintas figuras”, explicaba el folklorista Antonio Aragonés Subero, en su trabajo «Danzas, Rondas y Música Popular de Guadalajara».

Por tanto, “estas representaciones están ambientadas en el mundo de las creencias, de las religiones animistas y naturalistas”, añade José Antonio Alonso. “Estos magos o dioses propiciarían los buenos augurios y –dependiendo del momento histórico– el éxito de distintas necesidades, como la caza, la procreación de personas y animales, o la fecundidad de la tierra”. En definitiva, estamos hablando de “pura supervivencia”.

Botargas y Mascaritas de Almiruete

Sin embargo, las metas de este tipo de «bufones» no quedan aquí. Se han ido transformando a lo largo de la historia. De hecho, “otra de las funciones que realizan las botargas es hacer reír. Generalmente son personajes estrafalarios, grotescos, que saltan, bailan y rompen el orden cotidiano con sus gestos y cabriolas”. Y con la llegada del cristianismo, estas costumbres festivas se vieron moduladas por la nueva religión, que “dio significados a los ritos y añadió figuras o identificaciones a los personajes”, explica Herrera Casado.

Pero el camino no fue fácil. “Aunque el catolicismo trató –en algún momento– de prohibir estas prácticas rituales, luego se dio cuenta que lo mejor era integrarlas en su código y alcanzar el sincretismo entre paganismo y el culto cristiano”. De hecho, en la actualidad, “la mayor parte de las botargas han sido integradas en los rituales populares de religiosidad católica”.

A pesar de esta luenga historia, a mediados del siglo XX estos gpersonajes estuvieron a punto de desaparecer. “Aunque estas fiestas vienen de muy antiguo, dos males las afectaron recientemente. Por un lado, las prescripciones moralistas de la dictadura franquista, que las prohibió. Y, por otro, la masiva emigración desde los pueblos a las ciudades, que vaciaron de gentes y de contenidos tantos núcleos de la provincia”, confirman Moné Pons y Herrera Casado.

Pero, unos años después, “los emigrantes regresaron a sus lugares de origen y constituyeron asociaciones para recuperar estas tradiciones”. Un trabajo en el que también se involucraron las instituciones, como la Diputación de Guadalajara, que declaró a las botargas como «Fiestas de Interés Turístico Provincial». Incluso, desde dicha institución también han diseñado una «Ruta de las Botargas», en la que se han incluido 40 personajes de estas características procedentes de 38 municipios arriacenses diferentes. Así, estas figuras han pasado a ser “un símbolo arriacense, asociado a las raíces”.

Una percepción que se mantiene hoy en día. Por tanto, “cada momento ha ido dejando su impronta sobre estos personajes”. Incluso, “han ido tomando otros elementos dependiendo del lugar donde se han desarrollado, configurándose hasta alcanzar sus actuales significados y características”, confirma Alonso Ramos. Además, “las botargas sirven como aglutinante social, como elemento representativo y diferenciador de una localidad”. Y para comprobarlo, sólo hay que recorrer municipios como Razbona, Montarrón, Robledillo de Mohernando, Humanes o Alarilla. ¡No te puedes perder esta costumbre!

Bibliografía
ALONSO RAMOS, José Antonio. «Las botargas en Guadalajara y su significado». Revista Besana, Casa Regional de Castilla-La Mancha en Madrid, 35 (2020), pp.: 59–71.
ARAGONÉS SUBERO, Antonio. «Danzas, Rondas y Música Popular de Guadalajara». Diputación de Guadalajara: Guadalajara. 1986.
MONÉ PONS, Isidre, y HERRERA CASADO, Antonio. «Botargas de Guadalajara y Mascaradas de España». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2021.