José Antonio Ochaíta, cincuenta años después

A punto están de cumplirse los primeros cincuenta años de aquel triste amanecer. El de la festividad del Carmen, día grande de las fiestas de Pastrana.

Cincuenta años desde aquel 17 de julio de 1973, que se rompió con el murmullo que anunciaba los encierros; con el disparo de cohetes; con el aleteo poético de las palomas buscando refugio entre los trigales a punto de siega.

La noche se vistió de versos. De “de versos a medianoche”,

Versos a Medianoche
Los Versos a Medianoche eran una institución, surgida de la pasión de los poetas de la provincia, y de más allá, y el recital poético se esperaba con veneración. A Pastrana llegó lo más florido de la poesía provincial abanderada, claro está, por José Antonio Ochaíta. Con él llegaron sus compañeros de verso: Ángel Montero Herreros, Bernardino Pradel, Manuel Revuelta, Sanz y Díaz, Cortijo Ayuso…

Caída la tarde José Antonio Ochaíta y Rafael Duyós, marcharon a buscar a Carlos Murciano y ya anochecido y con los versos puestos, José Antonio Ochaíta, del brazo de don Paco Cortijo, que además de médico era el alcalde del pueblo, salió de la Favorita, la pensión en la que se hospedaba desde el día de antes. Salió en compañía de José Antonio Suárez de Puga; de Fray Antolín Abad, Manolo Revuelta, Ángel Montero, Baldomero García, Carlos Murciano, Rafael Duyós…

Los pastraneros les fueron regalando calle Mayor como si aquellos fueran la cuadrilla que en tarde de toros había de capear el temporal de Pastrana. Iluminada por una luna bruñida con destellos de oro sobre las piedras palaciegas y encallejonadas de la eterna villa principesca.

Un aplauso les dio la bienvenida al escenario levantado frente a la entrada de la Colegiata. Se cruzaron saludos con los presentes y Baldomero García que hacía las veces de maestro de ceremonias tomó la palabra. En las primeras filas las autoridades provinciales y locales, el Gobernador Civil; el Presidente de la Diputación; el Alcalde capitalino; los amigos del Núcleo, de la Casa de Guadalajara en Madrid, y.… muchos más

Tras las palabras de García Jiménez, Manuel Revuelta presentó el acto y a los actores. Y devolvió la palabra a Baldomero, iniciando la velada poética con “El canto heráldico de Pastrana”.

Don Baldomero, al concluir, presentó al primer vate, Rafael Duyós. José Antonio Suárez de Puga evocó a San Juan de la Cruz, y Carlos Murciano, subió para recitar unas composiciones de profundo sentimiento.

Cuando se rompió la noche
José Antonio Ochaíta sonrió, habló de su tierra de cera y miel, de su Jadraque y de su madre, doña Cesárea, que descansaba en tierras cidianas, desde hacía quince años. José Antonio, en este día parecía tener una fijación obsesiva con la muerte. Antes de levantarse, a don Francisco Cortijo Ayuso le volvió a repetir aquello de que morir en Pastrana sería la mayor gracia que Dios le pudiera conceder, y tanto don Paco como quienes lo escucharon sonrieron al cumplido.

La palmada del amigo le hizo despertar de su ensimismamiento cuando Baldomero acababa de hacer su presentación diciendo que era como un árbol plantado a la orilla de cualquiera de nuestros caminos.

Pero José Antonio no era el mismo de la mañana, ni de la tarde. Algo había cambiado en su gesto, y en su mirada. Algo que le hurgaba por dentro. Lo advirtieron quienes lo conocían. Se levantó sonriente, atiborrándose de aplausos que le trajeron a la memoria los estrenos en noche de teatro; era la estrella que con más fuerza brillaba en esos minutos finales de la noche del Carmen. Con esa elegancia que lo caracterizaba, ocupó su lugar frente al atril; saludó y con un gesto que de tanto repetir se convirtió en monótono, depositó sus cuartillas bajo el dedo de la bombilla.

Puesto en pie con los brazos en alto, tensos los músculos, agitando las manos en la oscuridad, comenzó a recitar el primero de sus poemas, “Manos nuevas para mi tierra vieja”, su canto pasional a esa Alcarria que le vio nacer: Tengo la Alcarria entre mis manos…

Interrumpió bruscamente su poema, fueron apenas unos segundos que pasaron desapercibidos. Acto seguido cayó al suelo como un muñeco roto. Se levantaron las autoridades y hacia él corrieron los amigos y compañeros. José Antonio Ochaíta acaba de caer herido por el rayo de la muerte. Durante más de media hora se le trató de reanimar, pero todo resultó inútil; el espíritu del poeta, su alma, su verso e inconfundible prosa, pertenecían ya a la Alcarria de sus sueños. Su adiós recordaba el mismo adiós de su padre, el maestro de Jadraque cuando, un día de enero, sesenta años atrás, ante sus alumnos cayó de la misma manera, como un juguete roto, delante del encerado. La luna que tintineaba sobre la villa ducal había sobrepasado la línea que marcaba el inicio del día nuevo; del 18 de julio de 1973.

A punto están de pasar cincuenta años. Que nada son en el recuerdo. Cincuenta años de prosa y poesía de una Guadalajara que, año a año, recuerda a uno de sus grandes poetas.

Tomás Gismera Velasco

Escritor e historiador, es autor de numerosos trabajos biográficos sobre personajes históricos de Guadalajara. Es igualmente un autor de referencia en torno a la Serranía.

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