La Caballada de Atienza, vista desde dentro y desde fuera

El protagonista de nuestra historia ha conocido la ocho veces centenaria fiesta de La Caballada desde hace ya muchos años, más de cuarenta, como así atestiguó recientemente en la inauguración de su exposición de fotos.

Con motivo de la vuelta a la normalidad de la fiesta de La Caballada de Atienza, tras dos años de parón forzoso por la pandemia, en la que los caballos se quedaron en las cuadras, los sombreros y las capas guardados en el armario y las chaquetillas y las corbatas colgadas en la percha, protegidas por plásticos para evitar las polillas. Nuestro protagonista hacía años que tenía en mente presentar las fotos de sus primeros años en la fiesta, más de cuarenta han pasado ya. Y rendir homenaje a los hermanos que estuvieron, a los que hoy están y a los que aun faltan por venir para seguir con el espíritu vivo de esta ancestral cofradía.

Fue en la inauguración de la muestra fotográfica, que por cierto se puede ver en la Posada del Cordón hasta el 26 de junio y durante los fines de semana, cuando Jesús de la Vega, “fiel de fechos” de la cofradía, le ofreció a nuestro protagonista ingresar como hermano en la misma. Fue una sorpresa, aunque ya algunos hermanos en “petit comite”, ya se lo habían insinuado. Por su conocimiento de la fiesta, su amor a La Caballada y Atienza, no se lo pensó dos veces y acepto el reto.

El primer hándicap fue encontrar una chaquetilla de acuerdo con su corpulencia; ni la que hay expuesta en la Posada del Cordón en el Centro el Cultura Tradicional, así como la que se encuentra en el museo de La Caballada en la iglesia de la Trinidad, le valían. Uno de los hermanos, Javier Asenjo, a través de su pariente Juan Jesús, le prestó muy orgulloso su chaquetilla que nuestro protagonista lució durante toda la jornada.

Ya solo faltaba esperar al domingo de Pentecostés. La víspera, el sábado de las Siete Tortillas, como viene haciendo desde hace muchos años, llegó a Atienza antes de comer, buscó su alojamiento, dejó sus pertenecías y se fue a comer al restaurante Alfonso VIII regentado por Gema y Rubén, otro hermano de la cofradía. Y allí se encontró con José Angel Sanjuan, otro hermano que compartía mesa y mantel con unos amigos vallisoletanos. A los postres departió con ellos la sobremesa.

A las cinco de la tarde, como manda la tradición, todos, incluidos tres o cuatro fotógrafos, en la puerta de la casa del Prioste para bajar a la Estrella, con el prioste y el mayordomo y el resto de integrantes de la mesa, el “manda” y las mujeres y acompañados de la dulzaina y el tamboril de Juanjo Molina y Jesús (el dulzainero de Ayllón)

Nuestro fotógrafo aprovechó para hacer sus fotos, sabia que al dia siguiente no tendrá ocasión y quería dejar constancia de esta calurosa tarde atencina. Preparación de la ermita, corta del mayo, bailes y merienda invitados por el prioste y regreso a las calles ya en la anochedida, Fin de fiesta en la plaza del Trigo con un rico chorizo de la tierra y la música del grupo Kalaberas mientras charla con los muchos amigos atencinos.

Llegada la noche. Nuestro protagonista apenas le vence el sueño, durmió poco. Los nervios y su debut en la cofradía le mantenían despierto. Iban a ser muchas sanciones en una sola jornada. Amanece y Atienza con las primeras luces del dia es uno de los mejores momentos para hacer fotos y nuestro protagonista, bien lo sabe, después de un copioso desayuno no desperdicio la ocasión.

Hora de prepararse y de ir a por el caballo que le tocaría en suertes. allí le esperaba “Delpy”, el corcel que le llevaría durante la fiesta. Nuestro protagonista apenas había montado a caballo, solamente una vez y no con buena experiencia, por lo que solicito a los encargados de las bestias que alguno le acompañara, más bien por precaución que por otra cosa.

Y llegó el momento en el que todos los hermanos monten sobre sus cabalgaduras. En ese momento nuestro protagonista apenas escucha, por su cabeza pasaban muchos recuerdos, muchos momentos y varias personas, Recordó a su padre, quien era otro enamorado Atienza y que seguro conoció la Caballada y la disfrutaría, pero de esto hace más de cincuenta años. Recordó a Santiago Bernal, que fue quien le llevó de la mano hasta aquí, se la enseñó y le inculcó esta fiesta. (Bernal fue posteriormente, junto con Luis Carandell, nombrados hermanos honorarios de la cofradía, y le consta que incluso sirvió la vara). Fue un momento de emociones y de tragar un poco de saliva a la espera de que el dia sea bueno y la montura se porte como es debido.

-“Señores hermanos, a caballo”, gritó con fuerte voz el “manda” para que todos le oyeran y ni corto ni perezoso nuestro protagonista, con algo de dificultad, subió a lomos de su caballo y espero a ser nombrado por el “fiel de fechos”:

-“Angel de Juan-Garcia Aguado”, dijo el secretario.

-“Está”, contesto él. Su primera llamada. Ya se sentía hermano de la cofradía. Y espero a que el “manda” le recogiera las dos libras que portaba como ingreso en la cofradía.

La comitiva se puso en marcha, nuestro protagonista, acompañado de Iván, uno de los empleados del centro hípico propietario de los caballos, le llevaba magistralmente por las calles de Atienza, primero hasta casa del abad y luego ya de camino a la ermita. Tenía cierta envidia de los fotógrafos, de verlos correr de un sitio a otro buscando la mejor imagen, el mejor ángulo, el mejor encuadre; estaba montado a lomos de un caballo y no podía hacer lo que más le gustaba de la fiesta, fotos; pero se sintió aliviado por ser ya parte de una fiesta ocho veces centenaria.

Llegamos a la ermita y tras un tiempo prudencial se puso en marcha la procesión con la imagen e la Virgen de la Estrella; su primera procesión, vestido con su chaquetilla y con un cirio en sus manos. Las paradas para la subasta de los bazos de la virgen y llegada a la Peña de la Bandera y posterior regreso hasta el templo. Luego asistió a la misa con sus hermanos que fue oficiada por don Agustín Bujeda, vicario general de la diócesis y tras la subasta, en la que tuvo que participar ofreciendo vino en un porrón a los visitantes, fue de visita a las diversas estancias en las que las familias de los cofrades se habían situado para comer.

Las tres de la tarde, el campanillo suena y todos los hermanos se dirigen a la ermita para comer.

Primero suben al comedor los seises, después los chaquetillas (siete en total) ayudan a servir el asado antes de poderse sentar en la mesa. Por primera vez nuestro protagonista estaba sentado en el comedor situado en la parte superior de la ermita, una estancia cuadrada con dos ventanucos que dejan pasar la luz del sol y una mesa a lo largo de sus cuatro paredes. Un rico asado con ensalada de lechuga y con atún y de postre melocotón en almíbar, comida que supo a gloria, eso si regado con vino, que no falte

Durante la comida y en la sobremesa, hizo recopilación mental de todo lo que le había pasado durante la mañana y lo que aun quedaba por pasar en la tarde y estuvo dándole vuelta mentalmente a como escribir este artículo.

El baile de los hermanos ante la virgen, nuestro protagonista declinó hacerlo por este año, y los caballos regresaron a la ermita para ser montados. De nuevo y a lomos de “Delpy” y acompañado de Iván, pusieron camino del pueblo, pasando por sus estrechas calles; recordó a Carandell, maestro del periodismo al pasar por la puerta de la que fuera su casa y a quien, en sus tiempos, nuestro protagonista conoció en la Estrella, le saludo y departió, admirado, unos minutos con él; y ya en la plaza de España o en la contigua del Trigo, cientos de personas con sus cámaras de fotos o incluso con sus móviles inmortalizaban el paso de los caballeros. Atravesaron las calles y fueron al lugar donde tendrían lugar las esperadas carreras, allá, a la salda de Atienza, ante la mirada de cientos de personas que allí se agolpaban.

Que distinto ver la carrera a lomos de un caballo que verlo al borde del camino apostado para sacar una buena foto.

La comitiva se puso en marcha y de regreso al pueblo, pero antes de descabalgar es tradición que en la plaza del Trigo el abad invite a los hermanos a un trago de limonada. Que le supo a gloria, pues el calor le había resecado la boca y luego más tarde en la plaza de España, el trago del porrón para despedir la jornada.

Fue un dia de muchas emociones, de muchos recuerdos. Fue su primera Caballada como hermano, pero mereció la pena no hacer fotos, la Caballada se disfruta de otra manera.

Y nuestro protagonista no quiere terminar sin dar las gracias a los hermanos por su interés, desde el prioste, el seis principal, el mayordomo, la mesa, el fiel de fechos, el resto de chaquetillas, el manda y sin olvidarse de los magníficos fotógrafos: Agustín Tomico, Pedro López Arce y Javier Castañón por las muchas fotos que le hicieron y que ilustran esta pequeña-larga y sentida crónica.

Hasta la próxima Caballada en que volveremos a Atienza.