La caída de Cospedal

María Dolores de Cospedal, ex presidenta de Castilla-La Mancha. // Foto: HD

Escribe Lucía Méndez en El Mundo que María Dolores de Cospedal es una víctima de sí misma. Es una forma poética y precisa de señalar que los ecos de su pasado son los que ahora han apuntillado el fin de su carrera política. Ni cabeza en las listas de las europeas ni candidata a la Alcaldía o la Comunidad de Madrid, que son los rumores que con insistencia habían borboteado durante los últimos meses en la prensa. Bárcenas se cobra una víctima política en diferido después de difundirse las grabaciones del encuentro que la entonces secretaria general del PP mantuvo en 2009 con el ex comisario José Manuel Villarejo, nada menos que en su despacho en la sede nacional de la calle Génova. Cuatro meses después del relevo de Rajoy, tanto Sáenz de Santamaría como su eterna adversaria se ven descarriladas. Adiós al PP de los abogados del Estado. Hola al PP de los campeones de lanzamiento de huesos de aceituna.

Cospedal será recordada como la líder que siempre le había faltado al PP de Castilla-La Mancha. Rompió la hegemonía socialista en esta comunidad autónoma, pero se reveló una política de vuelo gallináceo. Rígida, sin cintura para llegar a acuerdos y enfangada hasta los tuétanos en los bajos fondos del Partido Popular. Que es mucho decir porque fue el PP, y no el PSOE de Filesa, el primer partido de la democracia española condenado por corrupción.

Al frente de la Junta de Castilla-La Mancha recortó el déficit casi 10 puntos a costa de desmantelar el sector público. Se encerró en su despacho de Fuensalida. No quiso recorrer kilómetros, aunque se abonara al Corpus toledano. Mantilla incluida. Y soslayó la importancia de abrazar lugareños en una tierra en la que el roce hace el voto. Su tarea de gobierno no calibró la temeridad de laminar los servicios públicos en una autonomía en la que el 70% de su presupuesto se dedica a sanidad, educación y bienestar social. Cerró escuelas rurales, paralizó las obras en todos los hospitales, despidió a interinos, liquidó las inversiones en cultura, orilló el reto de la despoblación, perpetuó el trasvase, despreció Fenavin, destrozó la radio televisión pública de tanto manosearla y dinamitó el sistema de la dependencia. Para colmo, quiso abrir camino en la senda de la privatización del sistema de salud, una iniciativa en la que su sucesor al frente de los populares de la región nada en la ambigüedad.

Como ministra de Defensa, su paso fue corto pero intenso. Gestionó el departamento con diligencia y se propuso duplicar el gasto en siete años, en aras de avanzar en el cumplimiento de la exigencia de la OTAN de destinar el 2% del PIB a asuntos militares. Sin embargo, Cospedal pasó su peor trance a lo largo de la década en la que ocupó la Secretaría General del PP. Una silla eléctrica en plena tormenta de Gürtel, Lezo, Púnica, caja B, Acuamed, Bárcenas, Palma Arena, Camps, Brugal, Emarsa, Imelsa, Guateque…

Accedió a ser la número dos del PP de Rajoy tras el convulso Congreso de Valencia, en el que este partido dejó atrás la etapa de Acebes y Zaplana, en busca de un discurso más moderado que le permitiera hacer frente al zapaterismo. Triunfó solo porque la crisis se llevó por delante al PSOE, pero Cospedal nunca terminó de hacerse con las riendas. Los audios de su encuentro con Villarejo en 2009 acreditan que su intención de presentarse como valladar frente a la corrupción de Bárcenas no era más que una cortina de humo para tapar su descenso a las cloacas del Estado.

Acompañada de su marido, Ignacio López del Hierro, Cospedal no tuvo reparos en recibir al ex comisario Villarejo, entonces condecorado y hoy en prisión por el caso Tándem, en la planta noble de Génova. El contenido de su conversación, y ésta es la principal diferencia con relación a las cintas que salpican a la ministra de Justicia, deja claro que tanto ella como su intrigante esposo encargaron a Villarejo espiar a Javier Arenas (¿qué escondía el joven Arenas para seguirle?) y al hermano de Rubalcaba, vinculado a través de su pareja a la agencia de detectives Método 3, la misma de la grabación a Alicia Sánchez-Camacho en el restaurante La Camarga, de Barcelona. Pero, siendo grave el hecho mismo de espiar a compañeros y rivales, aún lo es más que Cospedal&López del Hierro se citaran con Villarejo con la reprobable intención de encomendarle la destrucción de pruebas clave en el sumario de Gürtel –especialmente, el famoso pen drive- y tratar de influir en los procesos judiciales en los que el PP se veía envuelto, y por los que acusaba al Gobierno de Zapatero y Rubalcaba de urdir una trama “no del PP, sino contra el PP”. Son palabras de Rajoy en una rueda de prensa en la que se rodeó de toda la cúpula y los barones regionales de su partido.

Todo era mentira. Una inmensa falsedad que ahora se ha destapado a raíz de la difusión de las grabaciones ilegales que fue acumulando un tipo tan turbio como Villarejo. No basta con que la ex ministra alegue que sí admitió su encuentro con el ex comisario. No basta con que abandone el comité ejecutivo del PP pero no renuncie a su escaño de diputada: si no es digna de la dirección de su fuerza política, mucho menos de la cámara en la que se deposita la soberanía nacional. Y no basta con que Pablo Casado trate de alargar la agonía en función de las hipotecas que contrajo con Cospedal y sus afines (entre ellas, Montserrat y Tejerina) en el último Congreso del PP.

Cospedal cae. Y cae de mala manera. Su ocaso es epítome de su trayectoria sinuosa, pero también del lodazal del tardoaznarismo y del difunto rajoyismo.

ACOTACIÓN.- Este artículo se publicó unas horas antes de que Cospedal difundiera un extenso comunicado en el que confirma su renuncia al escaño. En este escrito no hace la más mínima autocrítica, se limita a considerar un “error” que usara a su marido de enlace con Villarejo y defiende los tratos con el ex comisario. Dice que dimite para “liberar” a su partido de eventuales ataques. Manda nísperos. En realidad, lo hace porque su posición era insostenible y porque, aunque ahora intente justificar lo que hizo como parte del ecosistema habitual en la partitocracia española, lo cierto es que se trata de una conducta reprobable y bochornosa. No ha tenido altura ni en la despedida.