Los carmelitas también estuvieron en Budia

La Alcarria es una comarca llena de historia. Y para muestra, el caso de Budia, una villa con varios siglos a sus espaldas. Un luengo devenir que se respira en sus calles, gracias a una sucesión de casonas, palacios y edificios monumentales, entre los que destaca el convento carmelita de Nuestra Señora de la Concepción. Se trata de un cenobio que tuvo un relevante dinamismo hasta el siglo XIX, momento en el que las desamortizaciones lo vaciaron de su actividad original.

Hoy se encuentra hundido, aunque existe un relevante movimiento social que está intentando dotarlo de propuestas, a la vez que exige su rehabilitación. “Las guerras, las tristes situaciones vividas por España en el último medio siglo, el deterioro que produce el paso del tiempo y la desidia humana, nos ha dejado una sobrecogedora figura arruinada”, explicaba Ana María Sánchez García, alcaldesa budiera en 2010, en el libro «El convento carmelita de Budia». A pesar de ello, todavía se puede contemplar la grandeza del complejo…

“Se trata de un edifico que encarna una parte muy importante de la historia de la villa”, explican Juan José Bermejo Millano y Antonio Herrera Casado. “Es, asimismo, un elemento capital y muy singular del patrimonio artístico de toda la Alcarria”. Este convento fue “un referente religioso, cultural y económico de la localidad”. Por tanto, su impacto fue evidente.

El origen del conjunto se vincula con “la piedad netamente popular”, ya que “varios vecinos de los alrededores entregaron –durante el primer cuarto del siglo XVIII– algunas cantidades para fundar con ellas una abadía de la Orden Carmelita reformada”, explican Bermejo Millano y Herrera Casado. De esta forma, el provincial de la congregación del Carmelo, fray Bernardo de San José, presentó la solicitud formal para levantar una nueva casa de la Orden, en la que “podrían vivir cómodamente más de 15 religiosos, sin necesidad de acudir a la limosna pública”.

A lo largo del siglo XVIIII, la existencia de este monasterio fue tranquila. Incluso, en 1796, “la Orden puso en el enclave una moderna fábrica para hacer sayales de religiosos carmelitas”, indican Bermejo Millano y Herrera Casado. El principio del fin del monumento tuvo lugar durante la Guerra de Independencia. Ante la llegada de los franceses, los profesos decidieron abandonar el lugar, dejando –únicamente– a dos miembros de la comunidad entre sus muros. Una vez acabada la contienda, regresaron a este hogar, donde permanecieron hasta la Desamortización de Mendizábal, que los exclaustró al no llegar al número mínimo de iniciados.

Además, el emplazamiento estaba atravesando una grave crisis. “Su situación económica era muy mala a comienzos del siglo XIX. De tal modo, en 1805 los escasos frailes que en él habitaban debieron solicitar un «préstamo hipotecario» sobre los bienes que albergaba el convento”. Por ello, no es extraño que la Desamortización de Mendizábal supusiera “el paso de todos los bienes del cenobio al Estado, a excepción de algunos que se destinaron al uso religioso en otros monasterios o parroquias”, rememoran Bermejo y Herrera Casado.

El 21 de abril de 1842 se firmó una Real Orden que transformaba el edificio en hospital y escuela, dejando a la iglesia dedicada al culto. Sin embargo, la Diputación Provincial se opuso a dicha decisión, exigiendo que “todo saliera a subasta”. Una idea que fue aceptada por el gobierno central. Así, en 1847, el adquirido por María Isidra Pastor, vecina de Madrid, por la cantidad de 140.000 reales. A pesar de ello, el templo continuó acogiendo misas.

Unos vestigios dignos de recorrer
Actualmente, se pueden visitar los restos de esta abadía, que se domicilian a las afueras de la localidad, en la parte occidental del casco urbano. “En una meseta amplia, se divisa la estructura de la iglesia conventual, con su magnífica fachada todavía en pie”, explican los expertos. “Se trata de un ejemplo muy importante y característico de la arquitectura carmelitana del siglo XVII español, en la línea de las portadas conventuales de Ávila, Madrid y Guadalajara capital, que se construyeron en esa misma centuria”. Por tanto, nos hallamos ante “una de las últimas grandes fábricas cenobiales trazadas de acuerdo con el modo de la Orden”.

El cuerpo central de su fachada presenta tres arcos bajos de acceso. “El central se escolta de planas pilastras y se remata con una hornacina vacía. Sobre ella, aparece un enorme ventanal bordeado de almohadillado –que tenía por misión dar luz al coro–. Y, además, se distingue un remate triangular con bolones”, explican Bermejo y Herrera. “Las líneas generales pertenecen al manierismo clasicista”.

El interior es de una sola nave, en la que se distinguen diversas capillas laterales. “Se trata de la planta canónica de los templos carmelitanos, con una cruz latina muy precisa, brazos del crucero muy cortos y un gran desarrollo de la cabecera, de trazo cuadrilátero”, señalan los especialistas. “En sus paredones aparecen grandes pilares cruciformes, cuya función era la de sostener los arcos fajones que mantenían viva la desaparecida bóveda, la arcada de la entrada, además de comunicación entre las capillas”, que estaban cubiertas por cúpulas esféricas. El coro, situado a los pies y en alto, todavía hoy puede observarse.

Los materiales que se emplearon fueron sillares de piedra caliza. Sobre todo, en la fachada central, mientras que en el conjunto se utilizó ladrillo de tejar. “El resto de muros eran de fábrica mixta de mampuesto y ladrillales sobre un zócalo de sillares de piedra caliza”. Las bóvedas y cúpulas fueron realizadas con piezas cerámicas, así como los solados, que se realizaron con este mismo material. La estructura de la cubierta era de madera y su cubrición, de teja árabe.

De todo este conjunto “sólo quedan los muros, muy deteriorados”. La iglesia, ya vacía, fue menoscabándose. Pero la querencia budiera de seguir disfrutando del templo generó que “pusieran empeño en arreglarlo y conservarlo”. Algo que ocurrió desde inicios del siglo XX. De hecho, en 1905 acudió el obispo seguntino, fray Toribio Minguella, para inaugurar oficialmente las actuaciones. Empero, en el verano de 1936, el templo fue tomado al asalto, “incendiándose y destruyéndose todo lo que en ella se conservaba”, denuncian Bermejo Millano y Herrera Casado. “Tras la Guerra Civil, el edificio quedó abandonado y en progresiva ruina”.

El devenir budiero
Budia es la localidad donde se enclava el convento carmelita de Nuestra Señora de la Concepción. El municipio “se abriga bien de los vientos norteños y se encuentra regado de numerosos fuentes y arroyos, que la levantan un verdadero cobijo de vegetación de su entorno”, describen Juan José Bermejo Millano y Antonio Herrera Casado. La villa cuenta con una gran historia a sus espaldas. Tras la toma de la zona por los castellanos a finales del siglo XI, el sitio pasó a formar parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza. Más tarde, dependió de Jadraque, tras desgajarse de la jurisdicción atencina, perteneciendo a la sexma de Durón.

Ya en el siglo XV, y por donación de Juan II a sus cortesanos Gómez Carrillo y María de Castilla, la villa –junto a la tierra de Jadraque– se integró en el señorío de estos magnates. En esta misma época –hacia 1434– la localidad adquirió el título de villazgo. A pesar de ello, poco después –en 1478– Alfonso de Carrillo de Acuña vendió todo el territorio jadraqueño al Cardenal Mendoza –incluido el pueblo analizado–, que acabó fundando el «Condado del Cid».

Tras la entrada del linaje mendocino, el lugar “fue adquiriendo vigor, aumentando mucho el número de sus habitantes a partir del XV”, explican los historiadores. “Las ocupaciones principales eran las agrícolas, pero en las centurias posteriores tuvo también un gran auge la industria de las tenerías y cordobanes de mucho renombre y demanda”. Toda la zona perteneció a la casa del Infantado hasta la abolición de los señoríos por la Constitución de 1812.

Todo ello se ha quedado plasmado en el casco urbano de la localidad. “Las calles y plazas del pueblo forman un conjunto de gran belleza e interés”, describen Juan José Bermejo Millano y Antonio Herrera Casado. “Un buen número de ejemplares de sus edificios representan las características constructivas de la comarca alcarreña, con planta baja de sillarejo y altas a base de entramados de madera, con adobes y enfoscados grisáceos, destacando sus voladizos y tallados aleros, así como algunas galerías abiertas en el último piso”.

Dentro de este conjunto, ocupa un lugar especial el Ayuntamiento, en el que destaca su pórtico y la galería alta de columnas, con capiteles tallados en piedra de traza renacentista. Adosada a sus muros está la grande y tradicional fuente, también del siglo XVI, como el edificio consistorial. De igual forma, se ha de visitar la iglesia parroquial, un complejo realizado –igualmente– durante el Renacimiento y ejecutado en sillarejo. La portada del conjunto eclesial “es un extraordinario ejemplo de estilo plateresco en la Alcarria, con ornamentación de grutescos y vegetaciones en magnífica talla, así como medallones, bichas y otros detalles de gran efecto y equilibro”, narran Bermejo y Herrera Casado. El interior del templo se estructura en tres naves.

Sin embargo, el visitante puede disfrutar de muchos más atractivos en Budia. Por ejemplo, la sucesión de casonas nobiliarias, la mayoría de los siglos XVII y XVIII. Así, en la calle principal se halla de la Casa de los Condes de Romanones, “un edificio noble con abundancia de ventanas enrejadas y gran portalón de moldura sillería coronado de escudo de armas”. De igual forma, existe la posibilidad de conocer la magnificencia del palacio del Duende y de la casona de los López Hidalgo. E, incluso, se ha de contemplar la picota o rollo…

Asimismo, el caminante cuenta con la oportunidad de conocer las diferentes ermitas existentes en la villa. Entre ellas, las de San Roque, Santa Lucía, Santa Ana, de la Soledad y la de Nuestra Señora del Peral de la Dulzura, patrona de la localidad. “Es tradición que allí existió un pueblo y que en uno de sus árboles se apareció Nuestra Señora, dedicándole un oratorio, anterior al actual, aunque reconstruido en el mismo emplazamiento”, descubren los especialistas. El santuario contemporáneo “es de grandes proporciones, todo él de sillería, muy representativo del barroco castellano”. El interior es de una única nave y se cubre de una gran cúpula hemiesférica en el crucero del templo.

Por tanto, Budia tiene mucho que ofrecer al visitante. No sólo un convento carmelita centenario –el de Nuestra Señora de la Concepción–, con muchos detalles históricos y patrimoniales que se han de conocer. También se ha de pasear las calles y plazas de la localidad, para inmiscuirse en el sabor, monumentalidad y cultura de esta villa alcarreña. Todo ello acompañado, además, por una gastronomía muy variada y unas tradiciones milenarias. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
BERMEJO MILLANO, Juan José y HERRERA CASADO, Antonio. El convento carmelita de Budia. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2010.