Los romanos también estuvieron en Zaorejas

Cuando se hace referencia al legado del imperio romano, a todos nos viene a la cabeza el Coliseo de Roma. Incluso, los más avezados mencionan determinados ejemplos radicados en España, como el teatro de Mérida o las murallas de Lugo. Sin embargo, muy pocos conocen que en la provincia de Guadalajara aún quedan vestigios de aquella época. Y para muestra, el caso de Zaorejas, una localidad enclavada en pleno Alto Tajo.

“El llamado «puente romano» es, en realidad, una buena porción de un acueducto que realizaron en el lugar las tropas de la Antigua Roma”, explica el investigador Jesús Valiente Malla, en su libro «Guía de la Arqueología en Guadalajara». La infraestructura “salvaba el barranco de «Fuentelengua», por el que discurre un regato que brota del manantial del mismo nombre”. El complejo se encuentra a un kilómetro al sur del casco urbano del pueblo.

Inicialmente, la construcción arrancaba del paraje de «La Barbarija», con el fin de salvar la vaguada que ha labrado dicho arroyo. Y, de esta forma, se surtía de agua a los vecinos que habitaban la zona hace 2.000 años. Empero, el paso del tiempo ha sido implacable y el acueducto apenas muestra unos pocos restos de lo que fue. Únicamente quedan sus ruinas.

“La obra se ha perdido en buena parte, arrasada por los agentes atmosféricos y por la acción humana, que utilizó sus piedras para el cerramiento de huertos y el aterrazamiento de taludes”, confirma Valiente Malla. Hoy en día sólo se distingue “un muñón aislado y otro más adosado a la parte más importante de la obra que se ha salvado”. Este último faldón se trata un arco que “daba paso a la corriente hídrica del barranco de «Fuentelengua»”.

Pero, ¿cómo se pueden describir estos restos? “El muro está construido de piedra careada a dos hojas y con relleno de hormigón de ripio trabado con mortero de cal”, se confirma en «Guía de la Arqueología en Guadalajara». “El alzado de la pared se divide en cuatro secciones de grosor decreciente y de altura en aumento. La obra estaría coronada por una cornisa en voladizo sobre la que se apoyaría un canal para la conducción del agua, del que nada queda actualmente”. En total, el conjunto alcanzaría unos 12 metros de altura.

Desafortunadamente, hoy no llega a la mencionada cota, aunque mantiene su elemento más notable, que es el arco que salva el fondo del valle. “La mitad inferior del mismo consta de dos bloques superpuestos de obra de cantería, con sillares bien labrados en sus esquinas, sobre las que se apoya la doble rosca del arco, de dovelas regulares, que componen un semicírculo perfecto, cuyo radio es igual a la altura de los apoyos “, explica Jesús Valiente.

Como curiosidad, la fachada norte del monumento miraba hacia una antigua calzada romana. Por ello, “aparece acabada con mayor esmero”. Además, sobre el arco se divisa un hueco cuadrado en la mampostería, que “debe ser la huella de una hornacina, relieve o inscripción conmemorativa, pues Roma aprovechaba cualquier oportunidad para hacerse propaganda política”. Es más, “a este mismo efecto propagandístico contribuye la apariencia de arco triunfal que tiene la obra”.

La arqueología no para en Zaorejas
Por tanto, y aunque sólo quedan algunos vestigios, el legado romano sigue muy presente en Zaorejas. Sin embargo, su riqueza arqueológica no finaliza aquí. Todo lo contrario. En el paraje de «Los corrales», a tan sólo cuatro kilómetros al nordeste de la localidad, y sobre un cerro amesetado, se emplaza «La Cabezuela», que –siglos atrás– se constituyó como un castro celtíbero. Dichos yacimientos son relativamente habituales en esta parte del Sistema Ibérico, ya que se trataba de una zona en la que, “a los recursos tradicionales de la agricultura, la ganadería y la caza, se sumaban los de la minería del cobre y el hierro, muy apreciados por algunos pueblos de la Antigüedad”, confirman los especialistas.

En la referida loma se distinguen muestras de la época celta. “En la ladera se advierte la presencia de muros de contención, que –parece– sirvieron para calzar unos aterrazamientos en los que se instalaron viviendas extramuros del recinto fortificado que ocupaba la cumbre”, se explica en «Guía de la Arqueología en Guadalajara». En la cima del cerro, que toma la forma de planicie, aún hoy se puede seguir el trazado de algunas estructuras rectangulares, que coinciden con las formas que adoptaban las viviendas celtibéricas. Estos hogares “se adosarían unos a otros sin aparente intención urbanística y con la sola norma de aprovechar lo mejor posible el escaso espacio disponible”.

En el extremo oriental del promontorio brotan restos de una “potente muralla” edificada con grandes bloques de piedra, “toscamente escuadrados y colocados a hueso, en seco”, relata Jesús Valiente Malla. “La fortificación cuenta también con un foso abierto a golpe de cincel en la roca viva en el sector occidental”. E, incluso, es posible que el asentamiento poseyera “una torre con funciones mixtas de vigilancia y defensa”. Todo ello, hace pensar que hubo una primera fase de ocupación en el lugar a finales del siglo IX a.C. y una segunda etapa posterior –plenamente celtibera–, “atestiguada por las magníficas cerámicas a torno identificadas con esta cultura”. Las mismas pertenecían a una fase antigua de la mencionada cultura, “en la que todavía era notoria la influencia colonial fenicia.

Por tanto, en las proximidades de Zaorejas, se distinguen diferentes yacimientos de una luenga vida. Desde épocas celtíberas a la etapa imperial romana. En consecuencia, la localidad merece una visita, que permitirá conocer –más a fondo– la historia de España. Un recorrido por nuestro pasado que, además, se podrá acompañar con el disfrute de unos parajes naturales impresionantes, propios del Parque Natural del Alto Tajo. ¡No te los pierdas!

Bibliografía.
VALIENTE MALLA, Jesús. «Guía de la arqueología en Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1997