Napoleón también pasó por Guadalajara…

Panteón de los Duques del Infantado, destruido por los franceses en 1808, fotografía de Jesús Ropero
Panteón de los Duques del Infantado, destruido por los franceses en 1808, fotografía de Jesús Ropero

Conocer la historia es fundamental. Y, para ello, debe existir un trabajo de divulgación. Una difusión que puede darse bajo diferentes fórmulas. En las escuelas, en los medios de comunicación, en los libros, a través de conferencias y exposiciones… ¡Y en las fiestas! Sí, como lo oyen. Los periodos de asueto también permiten este tipo de acciones. Nunca es un mal momento. Sólo hay que adaptar el mensaje a cada instante. Así conseguiremos acercar los acontecimientos pretéritos a la ciudadanía.

Un ejemplo de esta filosofía se podrá observar en Guadalajara. Durante su Semana Grande se organizarán varias «Ferias temáticas», centradas en diversos elementos de la realidad histórica y cultural. El centro de la ciudad se llenará de actividades, en las que se van a mostrar aspectos históricos, artísticos o literarios. Entre ellos, la propuesta que versará sobre las «Invasiones napoleónicas». Se desarrollará este jueves, 13 de septiembre. Durante la misma se podrá disfrutar de propuestas muy variadas, como teatro callejero, cuentacuentos, talleres, visitas guiadas, actuaciones musicales o un mercado de época. De esta forma se intentará recrear la llegada de las tropas bonapartistas y la posterior Guerra de la Independencia, que se prolongó entre 1808 y 1814. Todo un lujo.

Pero, en realidad, ¿qué importancia tuvo esta presencia francesa? ¿Qué rastro legaron los soldados galos? “La llegada de estos ejércitos desencadenó unas consecuencias importantísimas en toda España y, por tanto, también en Guadalajara”, asegura el historiador Juan Pablo Calero Delso. “Cerraron la Edad Moderna y abrieron la Contemporánea”, complementa. Sin embargo, también se produjeron otros efectos de relevancia.

El primero de ellos se vinculó con el contexto económico. “En este ámbito se debe hablar de la ruina de las Reales Fábricas de Paños existentes en la ciudad y en Brihuega, así como de todos los batanes, negocios y comercios que estaban relacionados con dichas industrias”. “Fue una pérdida muy importante, ya que durante la segunda mitad del siglo XVIII el actual territorio provincial había tenido un cierto renacimiento”, explica Calero.

Cuidado con el zángano, dibujo de Antonio Rodríguez, publicado en Madrid en 1801 en el libro “Colección de los trajes que en la actualidad se usan en España”
Cuidado con el zángano, dibujo de Antonio Rodríguez, publicado en Madrid en 1801 en el libro “Colección de los trajes que en la actualidad se usan en España”

¿Y qué pasó con los trabajadores que se quedaron sin empleo? Muchos de ellos se mudaron a otros lugares. Tuvieron que marchar. Se dio una “emigración masiva”. “Supuso una pérdida de población muy importante”, asegura dicho especialista. “Guadalajara tardó muchos años en recuperar su demografía anterior a la Guerra de Independencia”, añade.

No hay que olvidar la importante actividad económica que suponían estas factorías. “En 1791, cuando vino Carlos III a hacer una visita a las Reales Fábricas, le mostraron unas cuentas en las que se aseguraba que había hasta 20.000 personas vinculadas –de una forma u otra– con dicha actividad industrial”, asegura el historiador Pedro José Pradillo.
– Pero, ¿qué tipo de ciudadanos laboraban en estas factorías?

– Había muchos empleados extranjeros –asegura Pradillo–. Pero, al final, la gran demanda de los textiles producidos en estos centros requirió el incremento de los obreros, que acabaron procediendo, en parte, de los alrededores de dichos complejos.

Sin embargo, los directores de estas industrias también contaban con “embajadores volantes por Europa”, con el fin de captar a aquel personal técnico que despuntase en alguna disciplina. “Por tanto, en la ciudad llegaron a vivir holandeses, franceses, británicos…”, describe Pradillo. Y muchos de ellos se marcharon tras la ruina de dichos centros productivos. Otros, en cambio, permanecieron en la capital. Todavía hoy se conservan sus apellidos. Un ejemplo es Fluiters, que acompañó a varios alcaldes arriacenses de hace un siglo…

Además, “una población tan variada como la referida provocó una reordenación de las costumbres arriacenses”. No sólo por la diversidad de orígenes de los habitantes. También porque algunos portaban consigo nuevos idiomas y credos, como el protestantismo. “Todo este proceso se quebró con la Guerra de la Independencia y con la caída de actividad que sufrieron las Reales Fábricas”, rememora Pedro José Pradillo

Empero, los efectos de la llegada gala no finalizaron aquí. Se produjeron afecciones sobre el patrimonio. “Hubo una destrucción total”, asegura Calero. Según este especialista, y en lo que se refiere a la provincia, llegó a arder el centro urbano de Molina de Aragón. “También hubo castillos que sufrieron muchísimo, como los de Torija o Cifuentes”, añade. Además, en el caso de la capital, se observaron destrozos. “Se arruinó la cripta de los Mendoza, emplazada en el convento de San Francisco”, explica Juan pablo Calero Delso.

En torno a este asunto, Pedro José Pradillo no es tan tajante. Sobre todo en lo que se refiere a la ciudad. Reconoce que se expoliaron bienes muebles –obras de arte, documentación…–, pero no hubo daños sistemáticos en edificios. “Existió destrucción de casas, aunque no tanto de monumentos”, explica el historiador. Además, estas afecciones no sólo vinieron por parte de los franceses. Los ejércitos hispanos también participaron en ellas. “Cuando la capital volvió a manos de las tropas españolas, se originó un segundo robo para financiar los gastos de la guerra”, anuncia este experto.

Ermita de Nuestra Señora de Afuera (desaparecida), dibujo del oficial francés Bacler d’Albe, publicado en París en 1822 en el libro “Campagne d’Espagne”
Ermita de Nuestra Señora de Afuera (desaparecida), dibujo del oficial francés Bacler d’Albe, publicado en París en 1822 en el libro “Campagne d’Espagne”

Una influencia muy positiva
No obstante, también hubo otros elementos surgidos del arribo de los napoleónicos. Entre ellos, los relativos a la realidad política. “La llegada de los franceses marcó el final del Antiguo Régimen”, asegura el historiador Calero. “Desapareció la burguesía vinculada a las Reales Fábricas de Paños y a ese modelo económico, mientras que el patriciado urbano que vivía en diferentes localidades –como Sacedón o Molina de Aragón– se hizo con el control de la provincia”, añade.

“Los anteriores actores de la esfera pública –la nobleza, la Iglesia y los estamentos privilegiados en general– no fueron capaces de dar una respuesta satisfactoria a la nueva situación. Por tanto, estas nuevas familias –que contaban con preparación, formación e intereses muy claros– apostaron por el nuevo sistema y por las ideas procedentes del país vecino”, explica Calero.

Además, muy relacionadas con el cambio político estuvieron las consecuencias vinculadas a la transformación de pensamiento. “Las tropas bonapartistas trajeron consigo las ideas de la Revolución Francesa, que se asentaron en la provincia”, explica Juan Pablo Calero. No obstante, “en Guadalajara ya existía un caldo de cultivo. Diferentes sectores mostraban una cierta simpatía por dichos postulados”. “Pero, en cualquier caso, los soldados franceses pusieron directamente en contacto a la ciudadanía con esta mentalidad”, confirma. “E, incluso, aquellos que lucharon contra los militares galos acabaron asumiendo los cambios sociales que traían consigo los bonapartistas”, rememora el historiador.

Una situación que se acabó reflejando a nivel institucional. “Fue la primera vez que apareció nuestra provincia como tal, aunque no exactamente con las fronteras actuales”, explica Calero Delso. A pesar de ello, “la ciudad ya se fijó como la capital”, relata Pedro José Pradillo. “Además, en 1813 se creó la Diputación como institución. Y el establecimiento de su sede en Guadalajara generó una renovación del estamento gobernante”, corroboran.

Igualmente, las transformaciones bonapartistas se notaron a nivel local. “Aparecieron concejos elegidos de forma más o menos democrática”, explican los historiadores. “Se produjo un cambio político completo y absoluto”, confirma Juan Pablo Calero.
– Hasta ahora, se ha podido observar la importancia que tuvo la llegada de los soldados napoleónicos. Pero, ¿cuáles fueron los apoyos y resistencias que existieron al dominio francés?

– Lo primero que se debe entender es que la guerra napoleónica se convirtió en un conflicto civil –confirman los especialistas–. Había sectores campesinos de Guadalajara que apoyaron la lucha contra los ejércitos extranjeros. En cambio, también existieron personas que respaldaron a las tropas bonapartistas.

Y luego, ¿qué?
Sin embargo, el final de la Guerra de la Independencia supuso el regreso de Fernando VII y, por tanto, del absolutismo. Un sistema político que se prolongó entre 1814 y 1833, únicamente quebrado por el paréntesis del Trienio Liberal –de 1820 a 1823–.
– En este sentido, ¿cómo abrazaron los guadalajareños la restauración fernandina?

– Se produjo una diferencia enorme entre la ciudad y el campo –explica Calero–. En este sentido, hubo una serie de pugnas que sólo se pueden entender desde el punto de vista político.
Un ejemplo de esta dicotomía se dio entre Guadalajara y Sigüenza. “La capital era una ciudad progresista e, incluso, revolucionaria. Se constituía como un feudo de los sectores más avanzados del país, gracias a la formación de una élite progresista”, narra Juan Pablo Calero.

Una situación aperturista que se mantuvo durante las siguientes décadas. “El 90% de la población era liberal”, confirma.

En cambio, Sigüenza “siempre fue más conservadora”. De esta forma, “buena parte de la competencia existente entre ambas localidades —en asuntos como la capitalidad de la provincia– proceden de esta divergencia de ideas”, explica Calero. “La Ciudad del Doncel estaba muy dominada por la Iglesia Católica, mientras que Guadalajara –como emplazamiento de realengo que era y gracias a su lejanía respecto al obispo del momento, domiciliado en Toledo– siempre fue un lugar muy libre, avanzado y progresista”, describe.

No obstante, la historia se transforma y acaba modificando la realidad. La capital provincial de hoy no es la misma que la del siglo XIX. En cualquier caso, tras el paso de los franceses por la Península Ibérica, el Antiguo Régimen estaba tocado de muerte. A pesar de la restauración de Fernando VII, el Absolutismo tenía sus días contados. Se abrían paso novedosas fórmulas gubernativas e institucionales.

Unas aportaciones que ayudaron mucho a España en su definición como país. Por tanto, esta parte de la historia se debe divulgar. La ciudadanía debe conocerla. Así, actividades como la «feria temática» del jueves, 13 de septiembre, son muy importantes. Se trata de una manera de aprender disfrutando. Y, de paso, profundizar un poco más de nuestro pasado. De esta forma, se conseguirán mejores herramientas para abordar la realidad política, social y cultural del presente…