Trillo a la sombra de Óvila

Monasterio de Santa María de Óvila, en Trillo.

Cuando escuchamos hablar de Trillo, lo primero que nos viene a la cabeza es su riqueza hídrica. El casco urbano es el escenario de la desembocadura del río Cifuentes en el Tajo, un cauce –este último– que, aunque acaba de salir de su tramo inicial, ya porta un importante caudal. Incluso, los más avezados, detallan el luengo patrimonio que contiene la localidad, condensado –entre otros ejemplos– en su iglesia de la Asunción de Nuestra Señora –originaria del siglo XVI y de fábrica renacentista– o en el puente de la población, que procede de la misma época. Sin embargo, el término municipal trillano es mucho más rico. También se puede disfrutar de las instalaciones renovadas del Real Balneario de Carlos III –fechadas en el siglo XVIII– o del monasterio cisterciense de Óvila, del que apenas quedan unas ruinas tras ser transportados el grueso de sus restos hasta Estados Unidos, por orden del magnate William Randolph Hearst.

Todo ello, sin olvidar que en dos de las pedanías de esta población alcarreña se puede disfrutar de un románico rural de primer orden. Unas muestras patrimoniales que –además– se ven acompañadas por el paisaje alcarreño único. Sin ir más lejos, “el templo parroquial de La Puerta, que –hundido con todo el pueblo en lo profundo de uno de los más pintorescos valles de la Alcarria– tiene dos aspectos”, asegura el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado. “De una parte, la imagen externa, bastante sencilla. Y, de otra, su aspecto interno, que sólo se muestra tras pasar bajo el dintel de su portalón meridional”. En cualquier caso, su fachada cuenta con “una portada netamente románica, abierta en el muro sur”. Se trata de “la pieza más hermosa del edificio y que bien merece su admiración detenida”, confirman los historiadores.

Monasterio de Santa María de Óvila, en Trillo.

La misma se constituye como un conjunto abocinado, formado por cinco arquivoltas semicirculares, “adornada la primera, y más interna, con un dintel curvo y liso; la segunda y la tercera con baquetones en zig–zag que abrazan a un gran cordón continuo; la cuarta presenta una serie de cordones unidos por escocias, boceles y biseles; siendo la quinta la más voluminosa, embellecida –también– por un baquetón zigzagueantes”, explica Herrera Casado. Por fuera, “corre una cenefa cuajada de puntas de diamante”. Estos elementos se apoyan –a su vez– sobre columnillas, cinco a cada lado, y coronadas cada una de ellas por sendos capiteles, en los que se distinguen motivos florales, vegetales e –incluso– zoomórficos, con “elementos del bestiario medieval”. Esta portada románica “parece más de una gran iglesia ciudadana que de un templo de la una localidad menos poblada”.

En el exterior de este monumento también destacan la serie de canecillos que cuelgan del alero del muro meridional, “trasladados hasta allí desde el primitivo alero del muro meridional, que se quitó al ensanchar la iglesia en el siglo XVI”, asegura el cronista provincial caracense. En definitiva, se alza como un “grupo de sonrientes cabecillas”, en el que se distingue “la fuerza ingenua de la escultura medieval”. En el conjunto existen animales, cabezas humanas o algún vegetal. En definitiva, “es una galería perfecta de formas y escorzos”. El oratorio se remata con el ábside semicircular, alargado por el presbiterio, con ventanillas aspilleradas y modillones simples, en una postura que reúne todos los aditamentos para decir de ella que es la perfecta forma románica.

Una vez en el interior de la iglesia, se distinguen bóvedas de “recia sillería, pálida por ser caliza y solemne”. La entrada al presbiterio se forma de un arco triunfal “muy alto y valiente”. Sobre él, “en los primeros tiempos, se distinguió una espadaña que –como ocurre en Hontoba o en el despoblado de La Golosa, en Berninches– se apoyaba en ese gran arco y surgía encima del templo”, confirma Antonio Herrera Casado. Por tanto, nos encontramos ante un templo románico de gran interés, que bien merece una visita.

Un luengo patrimonio
Sin embargo, las muestras románicas en el término municipal de Trillo no finalizan aquí. Sólo hay que acudir a Viana de Mondéjar –otra pedanía trillana– para comprobar este extremo, ya que, en la parte central de la localidad, se emplaza la iglesia parroquial, “de cuidada presencia y hermosa estampa de este estilo”. Desde la plaza, “parece la torre atalayada de un castillo”, confirma Antonio Herrera Casado. Pero, lo más importante, es que muestra la historia de la municipal. “En el paso de la nave al ábside, al exterior, se ven los claros signos de la antigua muralla que rodeó en la Edad Media al pueblo entero”.

El ábside es semicircular, muy alto, y en su límite superior –allá por el servicio– muestra modillones románicos de una sencillez prodigiosa. Una situación que se repite en el costado norte del santuario. “La parte meridional de esta iglesia ofrece como elemento diferenciador y espléndido la puerta de ingreso, que es semicircular, abocinada, rehundida de varios arcos en degradación, sobrepuestos, baquetonados”, explican los investiogadores. “Ocupa esta portada un saliente del muro sur del templo, dando vida al atrio abierto que –antaño– fue el camposanto de la aldea”. Justo en esa pared se distingue la entrada.

La misma presenta un arco exterior, decorado por puntas de diamante, “y debajo y dentro, tres arcos en degradación, semicirculares, baquetonados, simples, que se apoyan ––a través de una imposta corrida–– sobre otros tanto capitales de simple ornamentación vegetal”, describen los especialistas. “Es como la esencia del románico alcarreño: la simplicidad de lo bernardo, la blancura de su piedra caliza domada de una mano elegante y certera: acantos, ortigas y cardos que parecen rezar”.

Todo ello, además, en medio de un paisaje alcarreño de gran belleza. “El valle del arroyo de La Solana es hondo, rumoroso, rodeado de murallas pétreas que bajan desde las sierras de Zaorejas, desde los boscales de Sierra Negra, rodando por la cuesta de Quebracántaros, de las Tetas de Viana, de las alborotadas selvas y los hoscos rebollares de Cuenca. En el fondo suena el agua, mientras que en las alturas se distinguen águilas, azores, alcotanes y neblíes”, describe el cronista provincial de Guadalajara. “El viajero llegará, sumido en este entorno, hasta el caserío de Viana de Jadraque, enriscado sobre una laja valiente, colgante y en equilibro de siglos”.

Por tanto, la Alcarria no sólo esconde paisajes impresionantes. También elementos históricos y patrimoniales dignos de ser visitados. Muchos dirán que el centro peninsular es una zona muy meridional para encontrar elementos románicos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Guadalajara es un enclave en el que se pueden observar ejemplos muy puros de este estilo. Y para muestra, Trillo, donde varias de sus pedanías –como La Puerta o Viana de Mondéjar– son un claro ejemplo de ello. ¡No te lo pierdas!

Bibliografía
HERRERA CASADO, Antonio. «El románico de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1994.