Por qué da igual tener o no diputados cuneros

De izq. a dcha. y de arriba a abajo: Leopoldo Torres (PSOE), Enrique Fernández-Miranda (PP), Ramón Aguirre (PP) y Luis Fraga (PP), todos parlamentarios cuneros por Guadalajara.
De izq. a dcha. y de arriba a abajo: Leopoldo Torres (PSOE), Enrique Fernández-Miranda (PP), Ramón Aguirre (PP) y Luis Fraga (PP), todos parlamentarios cuneros por Guadalajara.

“Nosotros, los listillos de la ciudad, hemos apeado a estos tíos del burro con el pretexto de que era un anacronismo y… y los hemos dejado a pie. Y ¿qué va a ocurrir aquí, Laly, me lo puedes decir, el día en que en todo este podrido mundo no quede un solo tío que sepa para qué sirve la flor del saúco?”

El párrafo está entresacado de las palabras de Víctor, el candidato del Partido Socialista que trata de conseguir El disputado voto del señor Cayo. El señor Cayo es uno de los dos habitantes de un pueblo pequeño del páramo castellano que sirve para ilustrar la voracidad de los partidos políticos a la hora de captar el voto rural.

Delibes situó la acción de esta novela en las elecciones de 1977, pero poco o nada se ha reducido la brecha que separa la altanería de los candidatos cuando se pasean por los pueblos en busca de los disputados votos y lo rápido que luego olvidan sus promesas.

La cita viene a cuenta de la noticia política de la última semana en Guadalajara. Pablo Bellido será con toda seguridad el número uno en la lista por el PSOE en nuestra provincia en las elecciones generales del 26 de junio. Su candidatura es lógica y coherente. Primero porque Bellido es un político joven y cargado de experiencia. En Azuqueca ha demostrado ser un gestor eficaz, un dirigente moderado y un socialista reconocible como tal. Segundo, porque ya no pesa sobre su figura la sospecha de una querella que un juez sectario convirtió en una causa política. Y tercero, porque puede reactivar las bases, en estado anémico tirando a catatónico.

Sin embargo, su designación ha venido acompañada de una heterogénea campaña en Twitter centrada en la raigambre alcarreña del candidato, en contraste con quien ha sido diputada socialista por Guadalajara en esta fugaz legislatura. Luz Rodríguez no es de aquí. Y, al parecer, eso es malo para los partidarios de la pureza de sangre.

La carambola que propició el aterrizaje en la lista del PSOE por Guadalajara de la ex consejera de Barreda es sabida: Pedro Sánchez situó en diciembre a Irene Lozano en el puesto cuatro de la candidatura de Madrid y eso desplazó a Rodríguez a la Alcarria en un partido con listas cremallera. Bellido, en diciembre, era un político imputado. Y el PSOE ha asumido que ninguno de sus candidatos puede presentarse a unos comicios en tal situación.

Cuatro meses después, las aguas vuelven a su cauce. Si Ferraz no cambia de planes, Pablo Bellido encabezará la papeleta del PSOE por Guadalajara al Congreso y Luz Rodríguez integrará la lista de Madrid.

El asunto es que este culebrón ha hecho rebrotar la polémica sobre los cuneros o paracaidistas. Esto es, aquellos candidatos que obtienen un acta de diputado por una circunscripción que no es la suya de origen o nacimiento. El debate se repite desde las primeras elecciones de la democracia y no parece que vaya a acabar porque los partidos emergentes reproducen los vicios de los tradicionales. El 20% de los cabezas de lista del PP en las generales del 20-D no era de la provincia por la que concurrió. Exactamente el mismo porcentaje que en las candidaturas de Podemos (entre ellas, por cierto, la de Guadalajara).

Nuestra provincia tiene una larga lista de diputados y senadores cuneros. El PP se lleva la palma: Enrique Fernández-Miranda, Luis Fraga, Ramón Aguirre. Pero el PSOE también tiene algunos ejemplos notables, como el de Leopoldo Torres, que llegó a ser Fiscal General del Estado con Felipe González. No queda ahí la aportación de Guadalajara a la causa. Nuestra tierra también ha exportado cuneros: el popular Rafael Hernando lleva 22 años en el Congreso por Almería.

Un candidato en la provincia de la que procede garantiza, supuestamente, un conocimiento mejor del territorio. Pero la historia demuestra que un cunero no tiene por qué mermar sufragios –Fraga fue el senador más votado en Guadalajara en 2004- y la ley electoral acredita que tampoco influye a la hora de defender más y mejor los intereses de nuestra tierra.

Trataré de explicarme con datos y argumentos.

El sistema electoral surgido de la Transición, proporcional y no mayoritario, decidió sobrerrepresentar el voto rural frente al urbano. El objetivo era compensar la irrelevancia económica y social de la quincena de provincias más despobladas. Esto significa que en las circunscripciones que reparten menos escaños, como Guadalajara (tres), el sistema se comporta como si fuera mayoritario porque la relación entre el porcentaje de votos y el de escaños está mucho más descompensada que en la ciudad.

El escritor Sergio del Molino, en su fabuloso ensayo La España vacía (Turner, 2016), sostiene que la “sobrerrepresentación de las mayorías rurales” es “una trampa”. ¿Por qué? Porque, aunque en teoría el fin último era reforzar el peso del voto en las zonas del interior del país, la realidad es que éste acaba contribuyendo a reforzar las mayorías estables. Es decir, el voto en las circunscripciones pequeñas ha apuntalado el bipartidismo en España desde 1977 y solo en los comicios de diciembre comenzó a romperse con la abrupta irrupción de Podemos y Ciudadanos.

En términos relativos, el sufragio rural tiene más peso que el urbano. El voto de un guadalajareño vale por casi seis papeletas en Madrid. Pero lo cierto es que las provincias pequeñas nunca han visto sus intereses representados ni protegidos en el Congreso. “Los diputados –como matiza Del Molino- están adscritos a una circunscripción nominalmente, pero en realidad se organizan en grupos que responden a la disciplina de los partidos”.

Por eso a Guadalajara le da igual tener en la Cámara Baja a Antonio Román o Pablo Bellido en lugar de Ramón Aguirre o Luz Rodríguez. De la misma forma que por estos lares tampoco vamos a notar demasiado si el PP envía a Madrid al seguntino De las Heras o a una completa desconocida como Silvia Valmaña.

Salvo contadas excepciones, a efectos del interés provincial, el paso por las Cortes resulta más bien superfluo incluso para aquellos diputados más activos y trabajadores.

Javier García Breva, diputado socialista por Guadalajara en la legislatura 2000-04, cursó 37 preguntas orales y 1.266 escritas al Gobierno. La mayoría, sobre la provincia: cierre de Zorita, Plan Hidrológico, potabilizadora de Mohernando, ruta Arquitectura Negra, reforma de la N-320… El resultado de este esfuerzo fue casi baldío. La información ofrecida por el Ejecutivo se quedó en las comisiones y el efecto se diluyó por la mayoría absoluta de la que entonces disponía el PP. Breva realizó en aquella legislatura casi 30 intervenciones parlamentarias: todas sobre asuntos de interés general, ninguna específica sobre Guadalajara. Y no por falta de interés del diputado, sino porque su trabajo depende de la estrategia de su grupo parlamentario, no de su compromiso con los ciudadanos de su circunscripción.

La intensidad en la labor de un parlamentario raramente obtiene resultados tangibles en la circunscripción por la que ha sido elegido. Pero suele ser mayor cuando el partido al que pertenece no ejerce labores de gobierno.

Antonio Román, diputado nacional del PP por Guadalajara entre 2011 y 2015, no tiene registrada en su ficha del Congreso ni una iniciativa parlamentaria. Fue ponente de varias leyes y miembro de las comisiones de Presupuestos y de Educación y Deporte. Ninguna vinculada monográficamente a la provincia. El alcalde de la capital no realizó en esa legislatura ninguna pregunta oral –pese a ocupar Moncloa un presidente de su misma formación política- y sólo tramitó 15 preguntas escritas, varias de ellas acerca de obras pendientes en la capital.

En esta misma legislatura, la diputada del PSOE por Guadalajara Magdalena Valerio ejerció un trabajo destacado en las áreas de Empleo y Seguridad Social de su grupo. En su expediente constan 22 preguntas orales –casi todas sobre cuestiones de ámbito estatal- y 569 escritas al Gobierno, la gran mayoría centradas en asuntos relacionados con Guadalajara.

Su antecesora en la Cámara Baja, la socialista Soledad Herrero, selló 114 preguntas escritas en la legislatura 2004-08 (casi todas sobre Guadalajara). Gobernaba Zapatero. En esa legislatura, José Ignacio Echániz, diputado del PP, registró 221 preguntas escritas al Ejecutivo. Muchas de ellas sobre Guadalajara y otras sobre asuntos tan vinculados a la provincia como el Plan Ibarretxe o De Juana Chaos.

En el Senado la situación es análoga, aunque la propia concepción de la Cámara, orientada a la representación territorial, favorece abordar la agenda local de cada circunscripción. Baste señalar algunos números de la legislatura que acaba de expirar. El senador popular por Guadalajara, Juan Antonio de las Heras, presentó 60 cuestiones por escrito al Gobierno de Rajoy, de su mismo color político, en estos cuatro años. Desde la oposición, Jesús Alique, senador socialista por Guadalajara, registró 5.258 preguntas escritas.

En el documental El cielo gira, una maravillosa pieza de la soriana Mercedes Álvarez centrado en la despoblación de la meseta, aparece de forma inesperada en una aldea remota la furgoneta de un partido político en plena campaña. Tras levantar una inmensa polvareda, uno de los ocupantes del vehículo reparte desde su asiento papeletas y folletos con propaganda electoral. En ese momento, un paisano que duerme plácidamente la siesta ve alterada su quietud por el estruendo de la megafonía con el soniquete del partido en cuestión.

Esta imagen quintaesencia el interés fútil y estéril de los partidos por el voto rural.

Un diputado por Guadalajara no va al Congreso a hablar de Guadalajara. En el mejor de los casos, si es diputado del partido que sostiene al Gobierno, le podrá susurrar algo al oído del ministro de turno. En el peor, si está en la oposición, se limitará a formular alguna pregunta parlamentaria o presentar enmiendas a los Presupuestos del Estado condenadas al olvido inmediato. Ni José Luis Ros logró el tercer carril de la A-2 –pese a pedirlo reiteradamente-, ni Luis de Grandes fue el responsable de traer el AVE o la Radial 2 a Guadalajara.

En España, un parlamentario no representa a la provincia por la que es elegido. En el momento que recoge su acta, se convierte en un representante del conjunto de la soberanía nacional. No es palabrería hueca. Es la base de nuestro sistema electoral, ahormado alrededor de candidaturas cocinadas por los aparatos de los partidos y en el que las distintas formaciones compiten en listas cerradas.

¿Es bueno que un candidato conozca el territorio por el que obtiene su acta de diputado o senador? Sí, claro. ¿Garantiza eso que las inquietudes de este territorio se van a tener más en cuenta en las leyes que emanan del Parlamento? No, porque el propio sistema lo impide y sólo los partidos nacionalistas, reconocidos como minorías territoriales en las Cortes, acaban por influir con su posición y su discurso en una defensa de las reivindicaciones locales.

Los diarios de sesiones del Congreso y del Senado desde las primeras elecciones democráticas demuestran que, con cuneros o sin ellos, la voz de Guadalajara seguirá siendo irrelevante en la política nacional.