Andrés Antón Sánchez, el Cantor de Iriépal

En Iriépal nació, mediado el siglo XIX, Andrés Antón, esta era la imagen que tenía cuando falleció
En Iriépal nació, mediado el siglo XIX, Andrés Antón, esta era la imagen que tenía cuando falleció

La vida de don Andrés Antón y Sánchez pudiera haber formado parte del guion de una novela. Y tal vez, de haber nacido en otro lugar del planeta tierra, se hubiese rodado algún que otro documental en torno a su persona. O una película de las de Hollywood con un protagonista de la talla de Robert de Niro, por ejemplo. Y es que a don Andrés Antón, para entrar en la gloria del universo de las estrellas tan sólo le faltó haber tenido una muerte como la de Julián Gayarre, en plenitud de éxito y lleno de juventud. Don Andrés, cuando murió, contaba con la nada desdeñable edad de 80 años. Y en ocasiones la vejez conduce al olvido.

Había nacido, sí, en Iriépal, al ladito de Guadalajara, en 1853. Desde Iriépal, cuando se dieron cuenta de que se le daba bien lo de la música, lo mandaron sus padres a Guadalajara, a la academia de don Marcos Cogolludo, que tantos músicos de fama dio a la provincia. Desde la academia de Guadalajara pasó a la de Música y Declamación de Madrid donde, con excelentes notas, se doctoró en tocar alguno de aquellos instrumentos musicales que podían conducir a la fama: violín, guitarra, piano… Como violinista entró a formar parte, con apenas dieciocho años, de la orquesta del Teatro Real madrileño, cuando a escucharlo acudían Su Majestad la reina Doña Isabel, con toda su corte, hasta que a nuestro paisano le dio por educar a la voz, y dedicarse al canto. Antes trató de ganarse el pan, mientras estudiaba música. En aquellas interminables tardes-noche del Madrid literario rondó la puerta de los cafés de Madrid, tocando el violín a cambio de unas monedas. Por las mañanas, cuando no había otra cosa que hacer, hacía sonar las cuerdas de los instrumentos musicales a la puerta de las iglesias: Y así se pagaba sus estudios.

Andrés Antón cantó la misa de la proclamación como patrona de Guadalajara, de la Virgen de la Antigua
Andrés Antón cantó la misa de la proclamación como patrona de Guadalajara, de la Virgen de la Antigua

El año de 1885, que para la historia de Madrid, y de media Europa, pasó a ser “el año del cólera”, por la gran epidemia que asoló la tierra, fue para don Andrés el del triunfo. Ese año, que para otros fue de desdicha, para Andrés Antón abrió las puertas de su futuro. Del éxito de aquella noche, la del 10 de abril de 1885 se hicieron eco, en primera página, la mayoría de los periódicos de Madrid: El triunfo que alcanzó el señor Antón será uno de los más gloriosos que tenga en su carrera artística… decían. Y, para más gloria, a la representación asistió la totalidad de la familia real, con don Alfonso XII a la cabeza. Llegaba, don Andrés Antón, desde la Scala de Milán, donde había cantado con Adelina Patti, y comenzaba a ser la sombra del gran Julián Gayarre.

Cercanos, y no olvidados, estaban los tiempos en los que solicitó de la Diputación Provincial de Guadalajara una pensión económica que le ayudase a marchar a Italia para, en Milán, perfeccionarse en el arte del canto. La Diputación lo pensionó y le concedió dos mil pesetas en tres plazos, uno de 750 y dos de 625. Corría el año de 1878.

Andrés Antón, en su papel de Rey Fernando, de la ópera La Favorita, en 1885
Andrés Antón, en su papel de Rey Fernando, de la ópera La Favorita, en 1885

Previamente al éxito en el Real, y agradeciendo lo que hizo Guadalajara por él dio, en el teatro de la capital de la provincia, a beneficio de los establecimientos de la Beneficencia Provincial, un multitudinario concierto, el 5 de noviembre anterior, al que asistieron las llamadas fuerzas vivas de la provincia y la ciudad.

A partir de aquí, la vida lo lanzó a correr mundo. A fundar su propia compañía; ganar una pequeña fortuna y, después, retirarse cuando la voz le comenzó a fallar. Antes recorrió, porque lo llevó en volandas el éxito, los escenarios de medio mundo, en sus brazos volvió a Roma, a Milán, a Venecia, Turín, París, Moscú; Buenos Aires, Caracas, Nueva York…

Se estableció primero en Caracas (Venezuela), cuando el siglo XX comenzaba a dar sus primeros pasos; más tarde se afincó en La Habana, donde lo nombraron profesor de la Escuela Nacional de Música, y allí se quedó, a formar talentos y cantar habaneras. Mientras pudo. Pocos, muy pocos, conocían en La Habana que don Andrés Antón había nacido en un pueblecito de Guadalajara llamado Iriépal, que su padre fue el secretario del Ayuntamiento y, cosa de los tiempos, también fue sacristán de la iglesia del pueblo, organista y maestro de primeras letras. Y que, de su oficio de sacristán y de organista, surgió en su hijo Andrés la afición por la música y, una cosa lleva a la otra, por el canto

Alegoría de la ópera La Favorita, con la que triunfó Andrés Antón
Alegoría de la ópera La Favorita, con la que triunfó Andrés Antón

Y pocos, muy pocos, en la provincia de Guadalajara, recordaban que don Andrés Antón había sido aquel muchacho espigado y soñador que cantó la misa cuando el Ayuntamiento de Guadalajara nombró patrona de la ciudad a Nuestra Señora de la Antigua en sustitución de San Roque, a iniciativa del alcalde don Ezequiel de la Vega, en la primavera de 1885 y, en recompensa, el municipio le brindó un álbum con la firma de todos los concejales. Y pocos conocían que la fama, en Roma, le llegó cuando tuvo que suplir a Julián Gayarre y la prensa italiana, tan entendida en lo que a ópera se refería, escribió de él que superaba al roncalés, sino por la potencia de su voz, si por su acento dramático.

Quizá por todo ello fue uno de los grandes de su tiempo. De los más grandes cantantes que la ópera de finales del siglo XIX conoció. Y nació en un pueblecito de la provincia de Guadalajara, llamado Iriépal. Y, cosa de los genios, recorría el mundo: sin renunciar a su origen humilde, sin desmentir su modesta cuna, antes bien, cifrando glorias en la humildad de su procedencia, lo primero que hizo al llegar a Madrid fue traerse a su anciana madre y presentarla a todo el mundo… Contaba el parlanchín Juan Diges Antón.

Andrés Antón se retiró a Caracas, y después a Cuba, donde murió
Andrés Antón se retiró a Caracas, y después a Cuba, donde murió

El 17 de julio de 1933, después de mucho tiempo de silencio, volvió a ocupar la primera plana de algunos periódicos. De Cuba principalmente. En aquellos días, en los que Méjico y Cuba se ocupaban de hablar, y buscar, a los héroes sin gloria que llevaron a Cuba el primer avión que llegaba desde Europa en vuelo directo y sin repostar, el Cuatro Vientos, don Andrés Antón se despidió del mundo. Los periódicos cubanos, en su portada, traían la imagen del personaje, haciendo un breve comentario para poner al lector en el conocimiento del hombre: Don Andrés Antón, cuya muerte pone un crespón de luto al arte del bel canto, donde cosechó inmarcesibles laureles como tenor, compitiendo dignamente con el gran Gayarre…

Estaba casado con una de las grandes divas de la ópera italiana, María Bianchi Fiori, y tenían un hijo, Antonio, a la sazón, presidente de la Asociación de Comerciantes de La Habana que visitó España, y estuvo en Iriépal, tres años antes. La última vez.

Don Andrés Antón había fallecido el 16 de julio, en su domicilio de El Vedado, en la calle del Paseo, y fue enterrado ese lunes, 17 de julio, en el Cementerio Colón, un acto que se vio concurridísimo, y al que asistieron desde las primeras autoridades de la ciudad, a un numerosísimo público representando a todas las clases sociales de la isla. Incluida la numerosa colonia española con la que don Andrés llevaba colaborando desde que llegó a la isla. Su enfermedad había sido seguida, a través de la prensa, por cuantos españoles lo admiraban como a uno de esos ídolos a los que se respeta y admira, desde Madrid a Moscú.

Andrés Antón Sánchez, tenor, músico y empresario musical, nació en Iriépal (Guadalajara); falleció en La Habana (Cuba), el 16 de julio de 1933.