Antonio Orfilia. El Señor de la Plata

Antonio Orfila. El Señor de la Plata
Antonio Orfila. El Señor de la Plata

Alguna que otra vez debió de entrar don Pedro Esteban Górriz en el palacio del Infantado de Guadalajara en busca de oficio y, quizá, con la cabeza baja. La mala fama le acompañó durante algún tiempo, pero entonces, cuando en el mes de junio regresó convertido, en el horizonte de sus sueños en un hombre rico, lo hizo sonriente y con la cabeza muy alta, sabedor de que, antes o después, tendría a su disposición un palacio como aquel, aunque fuese en su tierra original de Navarra. A lo mejor en alguna ocasión anterior el máximo responsable civil y político de Guadalajara, don Antonio Orfila, no lo recibió, en esta lo escuchó con toda la atención de que fue capaz, y se puso a trabajar. La fortuna también llamaba a sus puertas.

Y es que don Antonio Orfila y Rotger hizo parte de su fortuna en las minas de Hiendelaencina, un pueblo que comenzó a escribir una nueva historia a partir de 1844, cuando el navarro Pedro Esteban Górriz pasó por allí ejerciendo su oficio y se quedó con la copla de que las tierras de Hiendelaencina, que hasta entonces lo más que habían criado fue tomillo salsero y estepas pringosas, estaban cargadas de plata, de la buena. Y comenzó la aventura de convertir aquel pueblo en la California española.

Pedro Esteban Górriz se ha llevado la fama, y la gloria, también es cierto que su descubrimiento lo hizo millonario y se retiró de estas tierras llevándose su fortuna a las de nacimiento. Sus descendientes, como suele pasar, se encargaron de dar cuenta de ella.

A Antonio Orfila y su hermano Mateo se debe la iniciativa de las prospecciones mineras que dieron fama a Hiendelaencina
A Antonio Orfila y su hermano Mateo se debe la iniciativa de las prospecciones mineras que dieron fama a Hiendelaencina

Don Antonio Orfila y Rotger, se convirtió en el socio necesario de los primeros inversores mineros; de don Pedro Esteban Górriz y de aquellos que fundaron la primera sociedad minera de la que surgirían decenas más.

Ha pasado a la historia, porque así lo definió don Bibiano Contreras y Rata en su librito “El País de la Plata”, como administrador del Duque del Infantado por aquellos días; que lo era de don Mariano Téllez Girón, también duque de Osuna y unas cuantas decenas de títulos más. Y su domicilio oficial, el de don Antonio Orfila se encontraba, precisamente, en el palacio del Infantado. El duque tenía tantas casas para elegir que de la que menos se ocupaba en aquellos entonces era del magistral palacio de nuestra capital de provincia. Así que todo era para nuestro don Antonio quien, además de ejercer el cargo de administrador del Sr. Duque desempeñaba los más altos provinciales: ejercía el cargo de lo que conoceríamos como Gobernador civil de la provincia, entonces Gobierno Superior Político, como se define en algunos lugares; cargo que dejó en el año de gracia de 1847 en manos de don Juan de la Concha Castañeda; además de hacerlo también, aunque fuese en funciones, como una especie de Presidente de la Diputación provincial y, por si esto fuese poco, también ejercía como alcalde de la ciudad de Guadalajara. Con lo que podemos bien decir que nada de lo que sucedía en la provincia, ni en la ciudad, le era desconocido.

El Palacio del Infantado fue la residencia oficial de don Antonio Orfila mientras vivió en Guadalajara
El Palacio del Infantado fue la residencia oficial de don Antonio Orfila mientras vivió en Guadalajara

Su fortuna fue creciendo con el paso de los años, hasta convertirse en una de las más importantes y saneadas del Madrid señorial del siglo XIX, llegándose a levantar un palacete en la calle de Santa Isabel, desde donde dirigir sus negocios, de préstamo, de construcción, de minería, e incluso de pertenencia a unos cuantos consejos de administración, desde las compañías de ferrocarriles o del círculo minero, hasta de aquella tan famosa en nuestros días que trajo el agua a Madrid, la del famoso Canal de Isabel II.

Su buen y gran amigo, don José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer, que anduvo de diputado al congreso por los partidos de Sigüenza y Atienza, y fue inversor de las minas de plata cuando la minería comenzaba a dar sus primeras boqueadas, le dedicó unas cuantas líneas después de la muerte de su hermano don Mateo parte importante en el futuro minero, fallecido en París como una de las glorias de la ciencia médica: “Tú, querido amigo, llevas el nombre que ha hecho inmortal a tu hermano. Tu vida ha sido tan agitada como la suya. Tú sólo diste crédito al nuevo Farria, a Górriz, y por tu impulso y dirección se desentierran en Hiendelaencina tesoros más abundantes que los fabulosos de la isla de Monte Cristo…

Nació muy lejos de estas tierras, en las de Mahón, en Mallorca, en 1796, de las que salió a recorrer mundo y hacer fortuna cuando cumplió los dieciséis o diecisiete años. De Mallorca a Malta, de Malta a Egipto, al servicio del jedive, donde, por aquello de la aventura, llegó hasta las fuentes del Nilo. Hasta 1820 anduvo por allí negociando, y en el 21 regresó para iniciarlos por aquí; en las provincias Vascongadas con el hierro; en Francia con los transportes por tierra y mar. Hasta que llegó el año 1839 y se plantó en Guadalajara como administrador del duque del Infantado. Al tiempo que entraba en política y se dirigía a la provincia. Como toda España poco acostumbrada a aquello de las votaciones, cuando fue elegido presidente del comité electoral por los monárquico-constitucionalistas: Electores de la provincia de Guadalajara… -comenzaba el manifiesto.

Las casas de don Antonio Orfila, en la plaza de Hiendelaencina, se asemejaban a un palacio
Las casas de don Antonio Orfila, en la plaza de Hiendelaencina, se asemejaban a un palacio

Probablemente, y así lo pintan cuantos lo conocieron y trataron, fue uno de los hombres más inteligentes de su tiempo, a la hora de hacer cuentas, y a la de hacer negocios. Que los hizo cuando don Pedro Esteban Górriz le propuso entrar en el de la plata y fundaron la Santa Cecilia. Luego del descubrimiento.

Górriz cogió los cuartos y regresó a Navarra, titulándose “marqués de Hiendelaencina”, mientras que nuestro mallorquín, reconvertido en guadalajareño, se quedó a vivir en el pueblo que comenzaba a emerger, Hiendelaencina, donde no cabe la menor duda de que trazó calles y edificios, además de la gran plaza, cuyas dimensiones copió de la Mayor de Madrid, en la que se reservó lo mejor para levantarse una casa, enfrente de la iglesia, que se asemejaba a un palacio. Tan hermosa que, una vez difunto, y puesta a la venta por su viuda, anunciaba que en ella podían residir muy tranquilamente catorce o quince vecinos.

El botánico alemán Heinrich Moritz Willkomm, que pasó por Hiendelaencina en 1850 también nos dejó en sus relatos una reseña de don Antonio, y de sus casas:

… donde todas las noches tenía lugar una tertulia. Allí nos encontramos con más empleados de la mina, así como con la mujer de Orfila, una culta parisina, y una joven dama de Madrid, hermana de un ingeniero de minas español. Orfila había decorado muy bonita su casa; no se echaba de menos nada de las maneras europeas. ¡Cuando entré en aquella elegante y confortable habitación y me encontré en compañía de aquellas damas refinadas, me pareció que estaba soñando, como si no fuera posible que estuviera en un rincón de Castilla la Nueva tan alejado y totalmente aislado del mundo civilizado, sobre la inhóspita planicie de Hiendelaencina!
Orfila es un hombre ya entrado en años mayor que la parisina y parece muy inteligente. Se le puede considerar el alma de todo el negocio, pues sin él, sin su espíritu especulativo, y su administración inteligente y prudente, las minas de Hiendenlaencina no se habrían creado, a pesar de su riqueza mineral, al menos no en tan poco tiempo como se ha hecho.
¡En cuatro años Orfila ha ganado una fortuna de medio millón de reales gracias a sus inteligentes operaciones especulativas!

Antonio Orfila fue el creador de la nueva Hiendelaencina, desde el urbanismo de sus calles, a la nueva iglesia
Antonio Orfila fue el creador de la nueva Hiendelaencina, desde el urbanismo de sus calles, a la nueva iglesia

Los diez años, desde 1844 a 1854, en que se trasformó Hiendelaencina, anduvo por estas tierras poniendo orden en ellas, don Antonio. Un orden que llevó a levantar, desde un nuevo pueblo, a una nueva iglesia y seguro que, de haberse impuesto un orden en aquello de abrir pozos en busca de la profundidad de la tierra y sus tesoros, hubiese levantado también, a lo mejor, un castillo,

Hasta 1860 estuvo por aquí, que voy que vengo de Hiendelaencina a Madrid. En Madrid se dedicaba a los negocios en grande, y aquí se ocupaba de La Oportuna como principal accionista. Fábrica que se puso en venta, y se vendió en ese 1860 por una buena millonada de reales que incrementaron un poco más el ya crecido patrimonio de don Antonio.

Lo hizo, vender lo que por Hiendelaencina le quedaba, porque la edad comenzaba a jugarle malas pasadas. Contaba entonces, cuando se desprendió de posesiones, quedándose únicamente con las casas, con 64 años de edad, que entonces era ya bastante respetable.

Y como suele suceder, los años, y los servicios prestados le comenzaron a dar algún que otro reconocimiento, en forma de grandes cruces y títulos honoríficos, de Carlos III y de Isabel la Católica, entre otras. Sin que todo ello, la edad y los títulos, fuesen inconveniente para que no continuase al frente de vocalías empresariales y consejos de administración.

Hasta el 27 de junio, día en el que todo se acabó. Falleció de forma casi repentina, como recogió la prensa: ha fallecido en esta Corte, casi repentinamente, el Sr. Antonio Orfila, persona muy conocida y una de las que más contribuyeron al desarrollo de la industria minera de Madrid, y de las que mayores resultados han obtenido de las grandes explotaciones del rico distrito de Hiendelaencina. Dícese que fue acometido de un accidente apoplético a cosa de las cuatro de la tarde, y cuando llegó el Dr. Asuero, que parece fue llamado inmediatamente, le halló ya cadaver…

Sucedió en su propio domicilio, vivía entonces en la calle de la Corredera Alta de San Pablo número 27, y de allí partió el cortejo fúnebre a la iglesia de San Martín, donde tuvieron lugar las honras fúnebres al día siguiente.

Antonio Orfila murió en Madrid el 27 de junio de 1864
Antonio Orfila murió en Madrid el 27 de junio de 1864

Suele pasar desapercibido que ocupó la alcaldía de Guadalajara entre el 31 de marzo de 1844, y el 13 de agosto de 1845.

También que, a pesar de todos sus títulos y negocios, por encima de todo, porque fue el creador de la nueva Hiendelaencina, le corresponde el de “Señor de la Plata”. Su obra todavía sigue viva en la localidad, que siempre merece una mirada, y una visita a su pasado minero que, en forma de Museo, lo recuerda.

Don Antonio Orfila y Rotger, un mallorquín que en el siglo XIX dejó su tierra para convertirse en uno de los guadalajareños más preclaros de su tiempo.

Antonio Orfila y Rotger nació en Mahón (Mallorca), en 1796. Murió en Madrid, el 27 de junio de 1864.