Atienza: la villa de la peña fuerte

Se ve desde lejos. La divisas. Simplemente, aparece en la línea del horizonte. Tiene una gran prominencia. Además, permanece inmutable. Siempre ha estado ahí. Desde hace siglos. De hecho, por el lugar han pasado ejércitos, monarcas y personalidades de todo pelaje. El lugar ya se mencionaba en el cantar del Mío Cid. Sin embargo, el asentamiento estaba poblado desde mucho antes. Hablo de Atienza. Y de su castillo. El mismo que comenzó siendo una alcazaba árabe para convertirse –con el paso de los años– en una fortaleza cristina, de la que hoy sólo quedan algunos restos.

La villa atencina se observa como un promontorio ubicado en una amplia planicie. Esta hermosa estampa ha cautivado a propios y a extraños. Pero si la primera impresión es muy positiva, no es menos imponente su conjunto monumental. Cuando el viajero pone un pie en sus calles, se queda anonadado. El patrimonio aflora por los cuatro costados. “La realidad histórica y artística de Atienza se debe –en buena parte– a la situación estratégica de su enclave como paso entre ambas mesetas”, asegura el especialista José Serrano Belinchón.

Las realidades geográfica e histórica entrelazadas una vez más. No se pueden entender la una sin la otra. El emplazamiento defensivo que –tradicionalmente– ha tenido esta localidad ha influido en su devenir a lo largo de los siglos. Ha moldeado su imagen. Un pasado que se remonta a la época prehistórica. De hecho, en las cercanías se han encontrado restos neolíticos.

Incluso, hay quienes aseguran que en el cerro del castillo existió un castro celtíbero. “No obstante, una vez que la cercana ciudad de Numancia fue sometida al poder de Roma, los primeros atencinos –de quienes ya hablaban los escritores y cronistas de la Antigüedad– hubieron de rendirse ante las columnas guerreras de Escipión”, asegura Serrano Belinchón.
Así fueron pasando las centurias. Cayeron imperios, reinos y señores de la más diversa estofa. Sin embargo, el asentamiento analizado continuó. El lugar siguió siendo el centro de diferentes escaramuzas. Unas rencillas que llegaron a su culmen en febrero del 989, cuando el núcleo se vio arrasado por Almanzor. Poco después, fue reconstruido por los propios árabes. “Debido a las frecuentes incursiones de las mesnadas castellanas a la taifa de Toledo, los musulmanes reforzaron la alcazaba y pusieron sobre la peña la suficiente guarnición como para defender y asegurar los pasos naturales a los valles próximos”, añade José Serrano.

Precisamente, fue en esta época cuando el Cid Campeador –según relata la leyenda– pasó por allí. Lo hizo camino al destierro tras la Jura de Santa Gadea, por la que fue expulsado de Castilla. Así es como se mencionaba a la localidad arriacense en el cantar de gesta más importante en español:

Assiniestro dexan Atineza vna penna muy fuert.
La sierra de Miedes passaron la estonz:

Sin embargo, no fue hasta 1.085 cuando el rey Alfonso VI incorporó el lugar al reino castellano. Otro monarca, Alfonso I de Aragón, fue quien convirtió la alcazaba árabe en una fortaleza, inició las obras de la muralla de la parte alta de la villa y mandó construir la primera iglesia atencina –llamada Santa María del Rey–, que todavía hoy se conserva.

Progresivamente, la localidad fue entrando en su edad de oro. Alfonso VII le concedió el fuero que le permitió constituir su extenso Común de Villa y Tierra. “Es seguro que fueron aquellas las centurias de máximo esplendor para Atienza, que le permitieron –además– largos periodos de paz y de bienestar bajo la mano amiga de los sucesivos monarcas”, indica José Serrano Belinchón.

En este sentido, se debe destacar la labor de Alfonso VIII. Él dio “el mayor impulso urbanístico y social a la villa, como reconocimiento y gratitud al leal vecindario”, que les salvó de las tropas leonesas. En honor a este hecho, todavía hoy se celebra la fiesta de La Caballada, declarada de Interés Turístico Nacional. “Se formaron nuevos barrios en la periferia y llegó a contar con 12 iglesias, de las que nueve servirían de parroquias”, explica José Serrano. La villa alcanzó los 10.000 habitantes durante esta época.

Pero las buenas noticias no fueron perpetuas. El declive acabó por llegar. Lo hizo en el siglo XV, con el final de la Reconquista. “La decadencia se acentuó a partir del reinado de los Reyes Católicos, puesto que, una vez conseguida la unión dinástica, de poco sirvió el más notorio de sus privilegios, que no era otro que el constituirse –por razones de asiento– en lugar de paso entre las dos Castillas y el colindante Aragón”, añaden los especialistas.

Una situación que continuó durante los siglos sucesivos, bajo la dinastía de los Austrias y de los Borbones. No obstante, durante la Guerra de la Independencia Atienza pudo escribir una nueva línea en la historia. En el emplazamiento “estuvo instalado durante algún tiempo el general Hugo”, padre del insigne escritor francés Víctor Hugo. En cualquier caso, la localidad continuó con su vida en los siglos XIX y XX. Así, hasta llegar a la actualidad, cuando se ha constituido como un centro comarcal con un relevante patrimonio.

El placer de pasear por las calles
Como se ha podido observar, uno de los grandes atractivos de la localidad es su conjunto monumental. Es impresionante. “Y muy destacable”, complementa el concejal de Turismo, José Luis García. “Es difícil quedarse con una única cosa. El casco urbano es una maravilla”, añade Alberto Loranca, guía turístico del municipio. “Pasear por las calles de Atienza merece la pena”, asegura.

Son muchos los tesoros que el viajero puede encontrar durante su recorrido. Entre ellos, templos, palacios y casonas. O espacios públicos singulares, como la plaza del Trigo. Sin olvidar las murallas, de las que quedan restos de dos cinturones. En este sentido, destacan los arcos de Arrebatacapas y de San Juan.

Además, se pueden visitar todas las iglesias que se conservan actualmente en la villa. Una de ellas es la de San Bartolomé. “Se levantó sobre la anterior, románica de una sola nave, a la que se debió agregar –cuatro siglos más tarde– otra nave lateral por el lado norte y una serie de capillas a derecha e izquierda”, explican los expertos.

También se pueden visitar otros templos, como el de Juan del Mercado, del siglo XVI; Santa María del Rey, que data de los primeros años del XII; San Gil; o la Santísima Trinidad, relevante por su ábside románico. Además, en su interior existe –según la leyenda– una reliquia. Serían dos supuestas espinas procedentes de la corona de Cristo.

“Fueron portadas a la villa en la víspera del día de Navidad de 1402, según deseo expreso de doña Juana, infanta de Navarra”, subraya Serrano Belinchón.

Asimismo, en Santa María del Val, también de origen románico, hay elementos muy curiosos. Entre ellos, su portada. “Consta de tres arquivoltas semicirculares, apareciendo la del medio adornada con saliente cilíndrico, alrededor del cual se ven esculpidas –en graciosa contorsión de saltimbanquis circenses– la figura de diez monjecillos de largo sayal, agarrados con sus manos grandotas al cilindro de piedra sobre el que tienen enrolladlo su cuerpo”, describe José Serrano.

Pero no todo es románico. Hay muchos más estilos. Entre ellos, el gótico. En Atienza hay un ejemplo de esta corriente. Y de inspiración inglesa. Se trata del ábside de San Francisco, lo único que queda del antiguo convento del mismo nombre. “El complejo sirvió de enterramiento para hidalgos y nobles de la villa, hasta que en 1811 la voracidad de las llamas napoleónicas dieron al traste con su solidez arquitectónica, siendo empleado posteriormente como almacén de trigo anexo a una fábrica de harinas”, señala Serrano Belinchón.

En la actualidad, el estado de conservación de este complejo es mejorable. “Ahora mismo su titularidad es privada, pero estamos intentando recuperarlo para poder rehabilitarlo”, explica el edil José Luis García. “Los propietarios están poniendo todo de su parte para conseguir traspasar el monumento al Ayuntamiento”, añade.

Una fortaleza inexpugnable
Por tanto, Atienza tiene un importante patrimonio. Y todo él se encuentra coronado por el castillo –de estilo roquero–, que se encuentra en lo alto de la colina. A su perímetro interior sólo se puede acceder por una entrada, emplazada en su cara norte. Tras pasar bajo un arco, el caminante entra a la fortaleza. Allí observa “una explanada longuiforme en la que, en otro tiempo, debió estar la plaza de armas y demás dependencias” propias de un complejo de estas características. Entre ellas, los fosos, los aljibes o diversos murallones.

Sin embargo, lo que queda en mejor estado de todo el complejo es la torre del homenaje –ubicada en uno de los extremos del promontorio–, que fue restaurada hace unos años. De hecho, se puede acceder a su interior. El paseante tiene la posibilidad de llegar hasta la terraza superior de la atalaya, que hace las veces de una «azotea» medieval.

En cualquier caso, y a pesar de que actualmente no conserva todos los elementos de antaño, el castillo sigue coronando de manera majestuosa el cerro sobre el que se asienta Atienza. Desde su torre se pueden contemplar las proximidades. Se controla toda la explanada circundante. Por tanto, no es extraño que cuando el Cid contempló la localidad dijese aquello de “Atineza vna penna muy fuert”. O, dicho de otro modo, “Atienza, una peña muy fuerte”.

La importancia del turismo
Atienza se constituye como un municipio de luenga historia y relevante patrimonio. Unas potencialidades que tienen una gran importancia cultural. Pero también turística. De hecho, durante 2018 más de 9.000 visitantes recorrieron sus calles. Y eso a pesar de que se trata de una población de tan sólo 431 habitantes, según la última actualización del padrón.Además, hay cuatro museos en la localidad. Y cada uno de ellos se encuentra especializado en una temática diferente. Por ejemplo, el de San Bartolomé acoge una colección de fósiles de más de 3.500 piezas. “Tiene un acervo muy relevante. Algunos especialistas lo han considerado como uno de los más importantes de España”, asegura José Luis García, concejal de Turismo de la localidad.

Sin embargo, ésta no es la única exposición permanente del lugar. También se deben mencionar los museos de San Gil, especializado en arte religioso; de la Santísima Trinidad, que se centra en la cofradía de La Caballada; o la Posada del Cordón, que se constituye como un centro de interpretación de la cultura y de las tradiciones de la provincia de Guadalajara. En la génesis de éste último tuvo un importante papel José Antonio Alonso.
– Pero, ¿cómo es posible que una villa del tamaño de Atienza se alberguen tantas exposiciones permanentes?

– El responsable de esta realidad tiene nombre propio. Se trata de Agustín González Martínez, párroco del municipio –rememora Alberto Loranca, guía de la localidad–. C

uando llegó a la villa a finales de la década de 1970, se encontró que todo este patrimonio se hallaba poco menos que amontonado. Entonces, comenzó a hablar con unos y con otros para recuperar estos restos. Así, fueron creciendo los museos…

Desde el Consistorio son conscientes de la relevancia expositiva del pueblo. Y, por ello, están impulsando diversas acciones para valorizar –aún más– esta oferta. “Distribuimos a lo largo del año diferentes actividades relacionadas con los mencionados complejos”, explica el munícipe. La primera de estas propuestas tendrá lugar el 13 de abril, con San Gil como protagonista. Se ha programado una conferencia con expertos y una visita guiada a la infraestructura. Además, y a modo de colofón, se ha programado un concierto nocturno en el interior del museo.

Asimismo, también se han querido implementar otras iniciativas para la promoción turística de la localidad. Por ejemplo, se está poniendo al día todo lo relativo a redes sociales, página web o folletos informativos. “Con ello buscamos que la gente conozca los atractivos que tiene Atienza”, concluye José Luis García.

 

Bibliografía:
SERRANO BELINCHÓN, José. Atienza: comarca montañosa y medieval. Guadalajara: AACHE, 1993.