De los tres balnearios, a cual más importante, que había en Guadalajara a principios del siglo XX –los de Carlos III de Trillo, Mantiel y Real de la Isabela–, solo se ha podido conservar el primero tras una acertada restauración. Asociada a estas termas, brotaban fuentes curativas que eran el remedio de cuantos probaban sus mineromedicinales aguas. Pocas son las fuentes de este tipo que aún existen en la provincia y una de ellas es la que se encuentra en El Pedregal, en las tierras molinesas, en el último término municipal antes de cruzar la linde con Teruel.
El Pedregal cobija la fuente de los Villares y la fuente del Guinchón. Ambos manantiales se encuentran algo alejados del casco urbano y, en todo caso, muy cercanos entre sí. Para llegar a las fuentes, lo mejor es preguntar en el pueblo por el camino correcto porque no existe señalización. A la derecha del punto kilométrico 89 de la N-211, surge una pista junto a un pairón. El viajero deberá tomar esta pista ancha y de buen firme durante unos dos kilómetros para luego desviarse a la derecha por otro camino que conduce a la fuente de los Villares.
No es raro encontrarnos en cualquier momento del día con gentes de los pueblos del contorno, cargados de garrafas con agua. Dicen los lugareños de El Pedregal que este agua es buena para los males del riñón, que lo cura todo, “pero igual que sirve para el riñón no es buena para el estómago, es un poco recia”. El agua que mana del manantial nunca se ha secado y proviene de la zona donde se encuentran las minas de Sierra Menera, por lo que trasporta minerales que ayudan al tratamiento.
La fuente tiene una pilastra de menos de un metro de altura de la que brota el agua en un solo caño que vierte su agua directamente a la pilastra o abrevadero, que tendrá como algo más de cinco metros de larga. A su vez, descarga el agua sobrante en una lagunilla con juncales.
La otra fuente, la del Guinchón, se encuentra a unos 200 metros en dirección al pueblo. Se trata de una sencilla fuente, desplazada unos metros del lugar original de donde sale el manadero, con una pilastra de algo más de un metro de altura, forrada de piedra del lugar y con un solo caño que vierte el agua al abrevadero y éste a su vez lo expulsa fuera creando un hilillo de agua que se pierde rápidamente. Dicen por estos andurriales que el agua de El Pedregal es buena para las enfermedades de la piel.
La excursión a estos lugares es especialmente recomendable para los meses finales de la primavera y durante el verano. Conviene quedarse allí un buen rato al atardecer, no solo echando un trago de agua para calmar los males, sino también para merendar. Aunque vierten aguas mineromedicinales, su poder curativo no está demostrado científicamente. Pero, en todo caso, conforman uno de los lugares idóneos para encontrar la quietud del campo castellano en plenas parameras molinesas. Un lujo para los sentidos.