Budia, una villa milenaria

La Alcarria aguarda muchas sorpresas en su interior. Paisajes de ensueño, localidades de enorme belleza y monumentos con siglos de historia. Algunos lugares de este territorio son muy conocidos, como Cifuentes, Brihuega o Trillo. Otros, en cambio, no son tan célebres. Y para muestra, el caso de Budia, una localidad con casi 1.000 años de historia, que encandila a quien la visita. ¡No es para menos! En sus calles se sucede una arquitectura típicamente alcarreña, condensada en sus casonas, palacios y edificios religiosos de luengo devenir.

No en vano, los primeros moradores del lugar llegaron a finales del siglo XI. Sucedió durante la repoblación de la zona, tras la toma del lugar por los castellanos. Al principio, y cuando era poco más que una aldea, esta población perteneció a la Villa y Tierra de Atienza. Posteriormente, dependió de Jadraque. Sin embargo, poco a poco la localidad fue creciendo, hasta que en el siglo XV este emplazamiento cambió de propietario.

El 15 de noviembre de 1434, Budia –con el resto de localidades próximas– fue entregada por Juan II a sus cortesanos Gómez Carrillo y María de Castilla –nieta de Pedro I El Cruel–, con motivo de su matrimonio. A pesar de ello, ese mismo año –1434– el pueblo consiguió un privilegio real, por el que se declaraba villa. Gracias a esta consideración, el emplazamiento “adquiría unas prerrogativas legales muy importantes, aunque seguía estando sometida –en los elementos territoriales, jurídicos y fiscales– a los señores de la «casa Carrillo»”, aseguran Juan José Bermejo y Antonio Herrera Casado en «Budia, corazón de La Alcarria».

Pero en 1478 el enclave volvió a ser vendido. “Alonso Carrillo de Acuña traspasó –junto con la cabecera del territorio, Jadraque– todas las aldeas y villas de las sesmas al Cardenal Mendoza”. La «Casa del Infantado» conseguía, así, incrementar sus dominios. A pesar de ello, Budia continuaba gozando de “amplia autonomía en lo que se refería a su autogobierno, justicia y organización social”. Al fin y al cabo, se trataba de una villa…

“El municipio estaba cotidianamente gobernado por el «concejo», una institución muy arraigada en Castilla, que actuaba en nombre del señor, aunque con muy amplia independencia”, indican Bermejo y Herrera Casado. En Budia, los cargos se renovaban cada año, el día de San Miguel (29 de septiembre). “Se hacía por medio de votaciones abiertas de los vecinos, adultos y varones”. Los candidatos se debían elegir entre “los más ancianos honrados y de mejor conciencia”.

La vida de la localidad continuó plácida durante las décadas siguientes. Una tranquilidad que se quebró a inicios del siglo XVIII, debido a la «Guerra de Sucesión», que afectó de lleno a esta comarca. “En 1710, los ejércitos del Archiduque austriaco acamparon cuatro días en el lugar, saqueando las casas y edificios nobles, robando a sus vecinos todo el grano que tenían –14.000 raciones de pan–, destruyendo obras de arte y ornamentos de la iglesia, y quemando más de 6.000 colmenas”, explican los historiadores. Todo ello se valoró en 44.00 ducados, “una cantidad astronómica para la época”. Incluso, se produjo un descenso demográfico relevante, pasando de 364 a 202 vecinos. Por ello, los budieros solicitaron al monarca el “perdón de las contribuciones debidas, como único medio de reparar tantos agravios”. Una solicitud que se informó favorablemente, a fecha de 30 de noviembre de 1712.

Tras esta circunstancia, la localidad se recuperó. E, incluso, vio cómo floreció su industria de los cueros, un tipo de producción que –a lo largo del siglo XVIII– “brilló con toda su pujanza”. Una situación a la que “contribuyó el cambio de dinastía [acaecido tras la «Guerra de Sucesión»], y el subsiguiente impulso ilustrado dado por los nuevos ministros borbónicos”. Un estímulo que se multiplicó a partir de 1768, cuando Carlos III implementó una reorganización territorial que permitió a Budia ser cabeza de un «Departamento», bajo el que se integraron núcleos como Durón, Gualda, Valdelagua, Valfermoso, Balconete, Irueste y los dos Yélamos.

Una relevancia comarcal que repercutió en la vida cotidiana de la localidad. Según el Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado a mediados del siglo XVIII, existían –en el municipio– dos mesones, una taberna, una tienda de abasto, una carnicería, tres hornos para cocer pan, cuatro mercerías, una confitería, un prestamista o un mercado, que se desarrollaba dos veces por semana –miércoles y sábados–, y al que acudían los habitantes de los alrededores. También vivían en la villa notarios, abogados, boticarios o médicos, además profesionales manufactureros y artesanos. No en vano, su industria de paños fue muy relevante.

Un impacto que se mantuvo durante parte del siglo XIX, cuando la villa contaba –en 1826– con 523 vecinos, lo que suponía 2.197 habitantes. Entre los servicios existentes la misma, destacaron el hospital, siete ermitas, una «caja de correos» o una «administración subalterna de loterías». En el ámbito industrial, había seis fábricas de curtidos y siete factorías de paños. Incluso, en 1878 se fundó «Sociedad Dramática de Budia», compuesta por 22 socios. “Su objetivo eras distraer e instruir a los vecinos. Funcionó largos años, destinando –más tarde– su local a protecciones de cine, cuando el Séptimo Arte se difundió en los pueblos”, indican Bermejo y Herrera Casado.

Esta intensa vida social, cultural y económica empezó a decaer hace 100 años. “El convulso siglo XX inició su andadura con la progresiva pérdida de población en la localidad”. Una tendencia que se mantuvo tras la Guerra Civil y que se pronunció a partir de 1960 –debido al éxodo rural–, hasta llegar a los 201 habitantes actuales. A pesar de ello, durante este periodo aún existieron actividades industriales y comercio minorista en la localidad.

Localidad monumental
Este recorrido histórico ha generado una importante huella en Budia. Se distinguen diversos monumentos en sus calles. “La localidad es la quintaesencia del urbanismo alcarreño, que aprovecha las formas del terreno y la solana del alto cerro, para dejar que el pueblo se extienda y ponga cerca todo lo que necesita: los caminos, las eras, las fuentes y su gran plaza en el centro”, explican los especialistas. En el casco urbano se suceden los ejemplos patrimoniales. “Algunos se constituyeron como verdaderos palacios urbanos, de anchas fachadas, numerosos vanos y firmes portadas blasonadas”. Se distinguen 16 complejos de los siglos XVII y XVIII, asegura José Luis Ruiz, responsable de la Oficina de Turismo.

En todo este maremagno es reseñable la iglesia parroquial, del siglo XVI y con una portada plateresca, en la que destaca su ornamentación de grutescos, vegetaciones, medallones y otros detalles de “gran efecto y equilibro”. Su interior se estructura en tres naves, con un coro a los pies y una pila bautismal románica. “La impresión al entrar es de gran magnificencia”. La torre rectangular se encuentra en un extremo del santuario.

Asimismo, destaca el convento de las carmelitas de la localidad. Se fundó en 1688 –bajo la advocación de «Nuestra Señora de la Concepción»–, aunque “la época de su mayor esplendor tuvo lugar entre 1732 e inicios del XIX, cuando en él se fabricaba gran parte del paño necesario para las vestimentas de la Orden de Castilla”, explican desde «Hispania Nostra». No obstante, los religiosos abandonaron el complejo en 1808, con motivo de la «Guerra de la Independencia», volviendo al lugar en 1814, cuando el absolutista Fernando VII regresó al poder. La salida definitiva de los frailes tuvo lugar con la Desamortización de Mendizábal, cuando el monumento pasó a manos de particulares, que permitieron la ruina del mismo.

Convento de las Carmelitas, en la localidad alcarreña de Budia. // Foto: Budia Directo.

Además, se deben mencionar las ermitas que –aún hoy– se mantienen en pie. La más relevante es la de «Nuestra Señora del Peral de la Dulzura» –patrona de la localidad–, un complejo compuesto por diferentes edificios, como el referido oratorio o una hospedería. No obstante, existen otros elementos eremíticos budieros, como el de Santa Lucía, del siglo XVII; el de la Soledad; el de San Roque; o el de Santa Ana.

También se ha de mencionar la picota, que da fe del villazgo. “Se encuentra a las afueras del pueblo, en el inicio del camino de Durón. Se afianza sobre planta cuadrada con cinco gradas de piedra. Consiste en una columna con fuste acanalado en sus dos tercios superiores, con capitel toscano, al que se superpone un ábaco cuadrado, que soporta cuatro cabezas salientes de animales”, explican los especialistas. El conjunto se remata con “un prisma cuadrangular terminado en pirámide”.

Por tanto, en Budia se combinan –a la perfección– historia y tradición. Sus calles son una muestra del paso de los siglos. Un transcurrir de los años que ha dejado una impronta muy interesante en esta villa alcarreña, que ofrece al visitante un interesante recorrido por el devenir de nuestro país. No en vano, fue testigo de alguno de los acontecimientos más relevantes de España, como la «Guerra de Sucesión». Por tanto, este municipio bien merece una visita. ¡No te lo puedes perder!

Bibliografía
BERMEJO, Juan José, y HERRERA CASADO, Antonio. «Budia, corazón de La Alcarria». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2005.