El ministro descarado y el alcalde sumiso

Íñigo de la Serna, junto a Antonio Román, en su visita a Guadalajara. // Foto: Ayto. de Guadalajara.

Sólo a una archivera y lectora voraz metida a senadora como Riansares Serrano se le puede ocurrir mezclar la poesía con la política de movilidad en una pregunta al ministro de Fomento a raíz de los fallos de Cercanías. “La vida es lo que pasa mientras esperas un tren de Cercanías en Guadalajara”, le espetó. De todos los seres planos y aburridos que integran el Gobierno de Rajoy, posiblemente, el titular de Fomento se lleva la palma. La cosa, por tanto, tiene mérito, y de ahí el contraste con la claridad expositiva y la contundencia de la senadora socialista en la interpelación que hace justo un año dirigió a Íñigo de la Serna en el Pleno de la Cámara Alta.

La respuesta del ex alcalde de Santander fue entre despreciable y descacharrante: negó el deterioro de los trenes y se limitó a recordar la elevada calificación que obtenía este servicio por parte de los usuarios en una encuesta, qué casualidad, encargada por el propio Ministerio.
Sus subterfugios reverberaban en la plaza de la Marina Española mientras desde el escaño de atrás era jaleado, entre palmetazos a la bancada, por Juan Antonio de las Heras. Un senador tan impulsivo y vehemente como avezado en los vericuetos de la politiquería: sabe que es más útil para su futuro aplaudir a su partido que defender los intereses de la provincia por la que obtuvo representación en una Cámara -sobre el papel- territorial. Y por eso da igual que Sigüenza se quede sin trenes o que Guadalajara sufra una estación de tercera. En la partitocracia que rige este país importa más hacer méritos orgánicos que méritos políticos.

El caso es que, un año después de la pregunta de Serrano, el PP se ha visto obligado a traer al señor ministro a Guadalajara, aunque sólo sea para salvar la vergüenza torera de un hecho que a día de hoy resulta inobjetable: el pésimo funcionamiento de lo que no hace tanto tiempo fue un servicio ferroviario modélico en el centro de España.

De la Serna se entrevistó con el alcalde Román, vetó al resto de grupos municipales de este encuentro y se permitió el lujo de aprovechar la fría mañana de ayer en Guadalajara para visitar la reja de Adoratrices, que será restaurada con cargo al 1,5% Cultural de Fomento. Al ministro lo traen, teóricamente, para dar la cara por el infierno en el que el PP ha convertido los Cercanías y acaba prometiendo una reja. Con un par.

La cochambre de Cercanías –retrasos, menos presupuesto, reducción de frecuencias, averías técnicas, fallos de seguridad, goteras, puertas que no cierran- es responsabilidad directa de un Gobierno que, pese a los efectos de la crisis, ha convertido el AVE en el eje de una estructura ferroviaria lastrada por la merma del tren convencional y la falta de recursos para mantener la segunda red de alta velocidad más extensa del mundo.

Sin embargo, ¿qué le dijo De la Serna a los arriacenses? Se limitó a prometer el desdoblamiento de la N-320 (¿cuántas veces hemos oído este cuento?) para evitar la saturación entre Cuatro Caminos y Los Faroles, y aseguró que presentará un plan de Cercanías que traerá muchas “mejoras”. ¿Cuáles? No se sabe. ¿Cuándo? Tampoco se sabe. Lo de la reja sí lo concretó: serán 450.000 euros con cargo a esta anualidad.

Román se mostró manso: no quiso trasladar la indignación ciudadana por este asunto y se limitó a expresar su “interés” por las mejoras prometidas por su colega de partido. Incluso encajó que el mismo ministro que no tiene reparos en comprometer una lluvia de millones para las nuevas líneas de AVE, se permita echar en cara la baja demanda de Cercanías y su escasa rentabilidad.

Afirmó el titular de Fomento que la línea C-2 sólo se utiliza un 21%, ignorando y menospreciando el colapso que sufren cada día miles de personas, y puntualizó que los usuarios sólo sufragan el 60% de cada billete. El resto –dijo- va a cuenta del Gobierno. Como si los ingresos del Estado procedieran del cielo y no de los impuestos… Con un par también. ¿Por qué la prestación de un servicio público básico se somete al criterio de la rentabilidad y, en cambio, éste se soslaya cuando se trata de seguir engrosando el negocio de la alta velocidad?

De la Serna y Román, con esa estampa de yerno ideal tan propia, son dos canteranos del PP. Dos patas negras de la grisura y la mediocridad con la que el rajoyismo está convirtiendo una máquina de ganar elecciones en un vagón más averiado que los de Renfe en la línea C-2. Del ministro ya no sorprende su impericia y levedad: ya lo vimos durante la crisis de la AP-6, la huelga en El Prat o la nacionalización de las autopistas radiales. Del alcalde, en cambio, se hubiera esperado que el ahínco que anda poniendo en el bloqueo del párking del Hospital o el Campus Universitario lo volcara también en blandir ante el ministro de Fomento las necesidades que reclama cualquier ciudadano medio de Guadalajara, con independencia de su orientación política.

Pero De la Serna se encontró en la capital alcarreña con la horma de su zapato. Nada por aquí, nada por allá. Cero compromisos tangibles por parte del ministro; nula voluntad de exigencia por parte de un alcalde que sigue dando muestras de apatía en un cargo que hace tiempo que aborrece. Su mandato languidece entre la parálisis de proyectos de largo alcance, la ausencia de inversiones de calado en el ámbito industrial -al contrario de lo que ocurre en otros municipios del entorno, como Marchamalo o Cabanillas- y la falta de Presupuesto para 2018.

Al ministro le hubiera bastado con decir: señores ciudadanos de Guadalajara, sí, admitimos que el servicio de trenes es mejorable, hemos tenido que hacer ajustes por la crisis y ahora vamos a aprovechar la recuperación de la economía para volver a los niveles de inversión previos a la crisis. Pero no. Prefirió eludir la autocrítica, denigrar lo público y parapetarse en un vergonzoso reproche a la ciudadanía sobre el presunto coste elevado de Cercanías.

Ni las fotos delante de una verja ni los gestos cosméticos van a arreglar la ratonera diaria de unos trenes sacrificados a mayor gloria de un modelo de infraestructuras elitista, caro e ineficiente.