Descubrir el nacimiento del Sorbe (Campisábalos)

Nacimiento del Sorbe, entre Campisábalos y Galve.
Nacimiento del Sorbe, entre Campisábalos y Galve.

Toda la sierra es fría. También en verano. Sin embargo, hay un triángulo especial más allá del Alto Rey, en la ladera norte, que está fuera de lo común. Tres meses de invierno y nueve de infierno, dicen por estos lares. Las parameras desabrigadas de Campisábalos, Galve de Sorbe, los Condemios y Cantalojas marcan un punto y aparte en lo tocante al clima provincial. Quizá sólo la zona de Orea, en Molina, pueda compararse. El resto de la provincia no tiene nada que ver, por mucho frío que pueda hacer. Aquello es otro mundo, otra historia. Conviene dejarse caer por allí para comprobarlo. Para que el aire refresque las ideas. Y para disfrutar de la naturaleza.

El camino –ahora asfaltado– que comunica Galve y Campisábalos confluye con la vía que lleva a Condemios en el campamento de “El Molinillo”, que es algo más que un resguardo. Es el centro del nacimiento del río Sorbe, el principal río de una zona que el escritor José Serrano Belinchón, afincado en Cantalojas y que fue maestro de escuela en Galve, acostumbra a llamar Transierra. El Sorbe es uno de los principales afluentes del Henares. Parece mentira que el escaso chorro del que mana pueda abastecer, a lo largo de su curso, a buena parte del Corredor.

El nacimiento del Sorbe no está ahora en el término municipal de Galve, sino en el de Campisábalos. Ambos ayuntamientos llegaron a un acuerdo a finales del siglo XIX para permutar estos terrenos, que cedió Galve a cambio de recibir otros que ahora son secarrales y entonces utilizaban para trillar. Así que en la actualidad, legalmente, el Sorbe nace en Campisábalos y no en el pueblo que adoptó su nombre como apellido.

En cualquier caso, litigios aparte, el paraje es un vergel repleto de agua, humedad, fuentes y unos pinares frondosos donde da gusto recostarse a la sombra. Las copas de los árboles dan una sensación de auténtico paraíso, sobre todo después de haber caído una tormenta, y quizá también a pleno sol. Y un inmenso arco iris irrumpe en el cielo, algo imposible de ver en cualquier ciudad. La estampa está completa. El campamento permanece vacío, pero se utiliza con frecuencia en verano. También aquí celebraba el pueblo de Campisábalos –ignoro si lo sigue haciendo– un festejo que llamaban “Fiesta del Choto”, en homenaje ya pueden imaginarse a qué animal.

Ganadería de vacuno en la dehesa galvita.
Ganadería de vacuno en la dehesa galvita.

Después de la lluvia, la ruta enfila su final por la dehesa que separa Campisábalos de Galve. El sitio engaña porque nadie lo puede esperar. Después de patearse varias cumbres y transitar por un terreno de montaña, el viajero se topa con una llanura extensa en la que los pinos brillan por su ausencia. Algo insólito en estas veredas. Por aquí da sus primeros pasos el Sorbe y aún aquí pastan las ovejas de los pocos ganaderos que quedan en los dos pueblos que comparten este enclave. También quedan campos de cebada, pero no está bien trabajada. Parece que se ha puesto pocha y hay quien sospecha de la permanencia de estos cultivos más bien gracias a las subvenciones que a su necesidad. Quizá no. Quizá sólo es un despiste de sus propietarios. Nuestra dehesa serrana no es como las de Extremadura: allí suele haber muchas encinas y cerdos. Aquí no hay ni una cosa ni la otra. A cambio, conforma una postal que brinda imágenes preciosas para llevarse a la vista. Al fondo, las vacas del Rejal y las montañas del Hayedo. En primer plano, la extensión de una tierra ocre y poco aprovechada.

El camino de la dehesa marca la senda a seguir, en sentido Galve. Luego existen dos opciones. O seguir por el camino y llegar al pueblo. O bien desviarse a la izquierda y subir de nuevo al Alto de los Llanos y contemplar, esta vez mucho más cerca, las vistas que ofrece el paisaje abierto que llega hasta casi Sonsaz. Estas tierras, aunque estuvieran en ladera, las utilizaban los galvitos para segar, un trabajo duro y fatigoso que no rentaba demasiado. A la izquierda quedan varios barrancos: La Magdalena, El Cabezuelo y Cerracines.

Unos metros más arriba, en sentido Galve, la fuente de los Cirates produce de nuevo el milagro de expulsar agua del sitio más insólito. Y, ya en el alto, resurge el perfil de Galve y su caserío recio y empedrado. Los “praos” de Trascastillo proporcionan un final majestuoso, al anochecer, en una de las sendas más completas y hermosas que ofrece la Serranía.