Pseudónimo: Kiara
Autora: Carmen Galván
Finalista
Desde lo alto de la fuente del Tejo, en este arroyo Claro que conforman mis aguas voy en busca de historias. Salpico con mi sigiloso y musical paso a pajarillos atrevidos y milenarios árboles testigos de intrépidas aventuras en esta tierra que serpentea entre campos de trigo y abigarrados macizos y montañas, colores tan dispares que pintan el paisaje como el más bello de los lienzos.
Voy en busca de ella, de aquella erguida, discreta y enigmática amiga que desde hace milenios me narra las más poderosas leyendas de esta tierra. Cada amanecer mis aguas le suplican que cuente la historia de los caballeros del temple y el canto de un niño, como un poderoso legado que hunde sus raíces en el lejano pico del Lobo.
Cuando mis aguas serpentean entre los trigales de Albendiego, los paisanos comienzan a llamarme Bornova, el río Bornova, ese soy.
—¡Querida amiga, ya no recitas como cada mañana, ya no adornas con tus susurros estos campos! Los árboles parecen huérfanos sin el canto de un niño, aquel niño nacido de las entrañas de la tierra en el pico del Lobo y que un joven templario lo rescató y entregó a estos trigales. Querida amiga, narra la historia de este singular personaje de Albendiego, querida amiga que tus muros susurren de nuevo la leyenda de quien construyó tus sillares.
—Vigoroso amigo, el río Bornova, siempre tan intrépido, siempre tan deseoso por escuchar leyendas. Dicen que tus aguas antes de que el Henares se apropie de tu cauce quieren ser testigos de miles de historias, como si supieran que al mezclarse en otros lugares lejanos perderán su esencia y una especie de muerte anunciada las persigue. Cristalino amigo en el que cada mañana veo mi reflejo y en las noches de luna una tenue imagen veo dibujarse en tu cauce. Cumpliré tu deseo y volveré a narrar la historia de aquel niño, hijo de las entrañas de esta tierra que en vez de llorar cantaba como si tuviera la bendición de los cielos.
—Gracias querida Ermita de Santa Coloma embriágame con tu historia y yo soltaré las amarras de mis aguas.
—En estos campos de labranza corría el año 1190, cuando en el lejano pico de El lobo un niño surgió de las entrañas de la tierra, nadie sabe qué madre alumbró a aquel infante, pero un joven templario lo amarró a su caballo, a pesar de que el niño no lloraba y un adorable canto despertaba a todos los habitantes de los pueblos que el templario atravesaba. En Albendiego una pequeña comunidad de monjes de San Agustín impregnaban de misticismo a este pequeño pueblo, entonaban los más nobles cantos y su vida monacal lo convertía todo a su alrededor en enigmático, tranquilo y sereno. El caballero templario amigo de los monjes llevó al niño a aquel lugar seguro y esos hombres de Dios supieron que habían encontrado al cantor elegido por los cielos. Le dieron refugio y cobijo en Albendiego y el joven templario se convirtió en un padre para él, tanto que otros ecos dijeron que era su verdadero padre. El niño fue creciendo entre pastos y trigales y hoy cuentan que su espíritu vaga por estos lares protegiendo a vecinos y viandantes con ese canto que tú, vigoroso amigo, como río llevas a otros lugares. Él fue, cuando con diez años, y con la mirada puesta en los cielos mientras una lluvia intensa obligaba a todos los habitantes de este pequeño pueblo a refugiarse, colocó la primera piedra de mis muros. Y ahí, el niño bautizado como Beltrán, fundó esta ermita que ahora habla. Tristemente a los pocos años, aquel que creó un lugar de peregrinaje, aquel que dejó la impronta de la orden del Temple entre mis sillares, se marchó bajo un canto celestial, subió al caballo y al igual que su padre lo trajo puso rumbo a otros lugares donde llevar algo de felicidad, porque mientras vivió en este pueblo dicen que no hubo persona a la que no escuchara y con su mirada de niño daba cobijo y sosiego. Nunca vistió de monje, ni de caballero, no portó arma ninguna tan solo un canto y una mirada pura de comprensión que hoy parece que este mundo esté perdiendo. El niño se marchó a lomos de su caballo como hijo pródigo, como tantos habitantes marchan para ya no regresar. Pero yo, pequeña y engalanada, espero su regreso cantando y susurrando leyendas que mi buen amigo el río Bornova ansía escuchar.
—Gracias, mi emblemática amiga. Tus leyendas otorgan sentido a estos campos y convierten a mis aguas en mucho más ricas. Prosigo mi cauce hasta la próxima madrugada en que de nuevo ruegue ser público de otra de tus leyendas.