El convento de La Piedad: El gran desconocido

El Palacio del Infantado es el monumento más afamado de la capital provincial. No hay duda de ello. Además, los más avezados sabrán que el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo se alza como el edificio funerario más relevante del siglo XIX español. Sin embargo, en Guadalajara existen otros complejos históricos que, aunque con menor proyección, también son muy notables. Entre ellos, el convento de La Piedad, también conocido por ser las antiguas «Casas Principales» de Antonio de Mendoza, séptimo hijo del Primer Duque del Infantado…

Además, también es el espacio que se albergó el primer instituto de enseñanzas medias de la ciudad y que actualmente –una vez más– se utiliza para impartir educación secundaria. Pero su historia es muy anterior. En su edificación, incluso, llegó a participar Alonso de Covarrubias, uno de los arquitectos más relevantes del renacimiento castellano. Por tanto, estamos ante uno de los enclaves más interesantes de nuestro entorno, por su historia, arte y relevancia.

Pero, ¿cómo surgió la idea de levantar el palacio? “A principios del siglo XVI, Antonio de Mendoza decidió encargar la erección de sus «Casas Principales»”, explican el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, y el historiador Antonio Ortiz García en el libro «El palacio de Antonio Mendoza en Guadalajara».

Así, levantó uno de los complejos más suntuosos de Castilla. No hay que olvidar el contexto predominante en aquella época. “Guadalajara vivía, en esos momentos, una gran efervescencia artística. Una circunstancia promovida, principalmente, por la familia de los Mendoza, a la que pertenecía don Antonio de Mendoza”, explican los mencionados especialistas.

No en vano, el referido aristócrata, con el fin de trazar el diseño y dirigir la construcción de nueva vivienda, “optó por los modelos italianizantes de los arquitectos de su tío el Cardenal, en lugar de los que utilizó Juan Guas en el Infantado”, aseguran los especialistas. “No puede precisarse a qué arquitecto se encargaron sus planos, pero examinando los elementos empleados, se atribuye a Lorenzo Vázquez de Segovia”.

De esta forma, se consiguió un “modelo de palacio castellano, con patio central, cuerpo principal delantero, con gran portada resaltada”. No en vano, “este edificio posee una estructura muy característica de la primera parte del siglo XVI de Castilla –comenzó a levantarse hacia 1500–, con elementos propios de la tradición constructiva medieval hispana y otros, más acentuados, del modo renacentista, del que este complejo es uno de los primeros ejemplos en España”.

Una vez construido, el monumento no dejó de sufrir diversas vicisitudes. En 1508, su propietario, Antonio de Mendoza, nombró a su sobrina Brianda “heredera universal de sus bienes”. Por tanto, cuando este noble falleció en 1510, la mujer se hizo dueña del monumento. “Fue entonces cuando decidió el destino que dio a la residencia. En la misma fundó un beaterio de religiosas menores de la Orden de San Francisco, así como un colegio de Doncellas, para educar a jóvenes aristócratas”. Una operación que fue aceptada por el Vaticano en 1524, a través de un Breve sancionado por el papa Clemente VII, quien permitió que los nuevos usos quedasen bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad.

Progresivamente, el lugar fue adquiriendo mayor relevancia, por lo que continuó sus funciones religiosas algunos siglos más. “A la muerte de su fundadora, acaecida en 1534, el lugar continuó su funcionamiento. Sujeto al patronato de los Duques del Infantado, se convirtió en un emplazamiento de moda en la ciudad, al cual iban damas y caballeros arriacenses a escuchar misa, convirtiéndose en un elegante mentidero de asuntos locales”, indican Herrera y Ortiz. A pesar de ello, en 1646, de acuerdo a las disposiciones del Concilio de Trento, se suprimió el Colegio de Doncellas, pasando a ser Convento de Franciscanas.

Poco después, el complejo observó un nuevo declive. Algo que se debió a varios factores. Entre ellos, las afecciones de las guerras de Sucesión (siglo XVIII) y de Independencia (inicios del XIX). Durante esta última, el espacio “fue expoliado y devastado por tropas napoleónicas. Al final de la contienda retornaron las religiosas, pero el duro golpe sufrido durante el enfrentamiento determinó la ruina económica del complejo”, aseguran los historiadores.

Una circunstancia que se agravó tras la Desamortización de Mendizábal. “Afectó muy directamente a conventos y monasterios. Todos aquellos que no llegasen a 12 frailes o monjas profesas debían ser exclaustrados y sus bienes quedaban incursos en la citada medida”. Fue el caso de La Piedad. “Las monjas debieron abandonarlo, mientras que sus propiedades rústicas y urbanas fueron vendidas a particulares e instituciones”.

Entre los primeros usos que se dio al complejo fue el de cárcel. Seguidamente, se alzó como sede del Instituto de Segunda Enseñanza, a partir de mediados del siglo XIX. Una ocupación que compartió con los de biblioteca y museo provincial. A comienzos del siglo XX, y debido al aumento de estudiantes, se acometieron actuaciones de ampliación y reforma del centro de enseñanza. Los trabajos se encargaron al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.

“Aunque este profesional sea recordado con admiración por el panteón y el palacio que hizo para la Condesa de la Vega del Pozo, en el caso de las «Casas Principales» de Antonio de Mendoza destruyó el frontón triangular superior de la portada para hacer un balcón neorrenacentista”, denunciaba José Luis García de Paz antes de fallecer. Sin embargo, con el paso de los años, hubo nuevas reformas. Entre ellas, la restauración de la capilla entre 1941 y 1943; o las implementadas en la década de 1980, para reabrir el Instituto de Secundaria.

El arte
Una trayectoria histórica que no ha provocado que la edificación perdiera su esencia. “Fue concebida como una estructura plenamente equilibrada, cuadrada, con un patio central rodeado en dos pisos sobrepuestos de habitaciones, salas o cuartos”, analizan Antonio Herrera y Antonio Ortiz. “Su portada estaba orientada al norte, en un intento de reservar el polo opuesto de la casa, más soleado y orientado al mediodía, a habitaciones residenciales”.

Entre sus elementos más importantes, destaca su fachada principal. “La portada se compone, en esencia, de un arco de medio punto, flanqueado por dos pilastras, escoltadas, a su vez, por unas bandas verticales”, relatan los especialistas. “Sobre ello, aparece un ancho entablamento que se articula en varios planos, en correspondencia con los elementos inferiores en los que se apoya”. Además, “la puerta se compone de una arquivolta en la que numerosos filetes de cuentas, barras, óvalos y otros adornos la dan aspectos de riqueza decorativa”. Todo un lujo.

Antiguamente, el mencionado acceso también contaba con un impresionante frontispicio, de enormes dimensiones, aunque despareció tras la reforma de Velázquez Bosco. “Estaba decorado por hileras de ovas, perlas, dentículos y barras, y en su ancho tímpano se mostraban las armas de Antonio de Mendoza, en un escudo timbrado por yelmo y abundantes y floridos lambrequines que se encargaban de rellenar el espacio de todo el tímpano”.

Una vez dentro del monumento, lo que más llama la atención es el patio central. “Es de proporciones amplias y de planta cuadrangular, aunque no perfectamente cuadrada, pues se alarga ligeramente de poniente a levante”, indican los historiadores. “Su estructura es de dos pisos, con arcadas abiertas y arquitrabadas, con cinco vanos en cada panda”. Los soportales de los arquitrabes son columnas de piedra, apoyados en basas resaltadas y terminados en capitales de estilo alcarreño. “El piso superior se dispone de igual manera, pero los intercolumnios se cierran con una balaustrada decorada con un motivo singular, en forma de semicírculos superpuestos, recordando la disposición de los panales de abejas”, tan habituales en la Alcarria.

Además, también se debe mencionar la escalera de acceso al piso superior. Se trata de “uno de los primeros ejemplos palaciegos de tipo abierto, del llamado tipo claustral de tres tramos”, indican Antonio Herrera Casado y Antonio Ortiz García. “Esta estructura es toda una novedad en la arquitectura noble civil de Castilla”.

Y justo en el techo de este recorrido, se puede distinguir un artesonado de gran riqueza. “Se trata de un alfarje formado por combinaciones de casetones de formato hexagonal irregular, con bordes muy prominentes en el color de madera vista, y fondos ocupados por decoración de grutescos vegetales en tono dorado”. De hecho, “su aspecto es espléndido y muestra de la tradición mudéjar de la que no puede desprenderse el más puro estilo renacentista español”.

El templo conventual
Además, en este conjunto monumental también destaca la iglesia, que comenzó a edificarse hacia 1525. Lo más interesante es su portada, que también fue diseñada y ejecutada por Covarrubias. “Se inserta entre dos contrafuertes exteriores, como sumida en un nicho formado por una bóveda de cañón revestida de doble fila de casetones y rematada por una escocia de florones platerescos, que todavía se cubre de un tejadillo”, indican Herrera y Ortiz.

De hecho, el mencionado acceso “se forma de un arco de medio punto, de proporciones estrechas y elevadas, flanqueadas por un par de columnas abalaustradas sobre pedestales, con un entablamento superior y un ático en el que se centra un nicho con un bello grupo escultórico representando a La Piedad”, se explica en «El palacio de Antonio Mendoza en Guadalajara».

En su interior, hoy ampliamente modificado, se distinguieron varios elementos de importancia. Entre ellos, el enterramiento de Brianda de Mendoza, que fue instalado frente al altar mayor, siendo tallado por Alonso de Covarrubias. “Era un magnífico muestrario de ornamentación plateresco, pues sobre sus cuatro costados aparecían labrados finamente sobre alabastro blanquecino los escudos de la fundadora, combinados con una serie de pilastras grutescos”

De esta forma, se consigue un magnífico conjunto, visitable en su totalidad, que hará las delicias de propios y extraños. Hay que tener en cuenta que, como se mencionaba, se trata de uno de los primeros ejemplos de renacimiento castellano. Por ello, se constituye como uno de los complejos históricos más relevantes de Guadalajara capital, que en nada tiene que envidiar ni al Palacio del Infantado ni al Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo. ¡No te lo puedes perder!

Bibliografía
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio Desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2003.
HERRERA CASADO, Antonio y ORTIZ GARCÍA, Antonio. «El palacio de Antonio de Mendoza en Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1997.