El eco del recuerdo

Pseudónimo: Prímula

Autora: Aida Romero Inglada

1er Premio

Un manto verde se halla frente a mí. Notas punteadas de esmeralda con chispas de amarillo limón y musgo. El pardo y el cobrizo mezclados en espirales infinitas, con salpicaduras de grisáceo y madreperla. Un poco más arriba, el cielo vestido de índigo y violeta bordea la tierra fértil.

Los campos verdes serpentean y ascienden a través de la explanada, donde los árboles se mueven al compás del viento. Una arboleda de encinas, pinares, hayas y quejigares se agrupan al azar, con sus hojas bailando a través del espacio y del tiempo.

Inmortal y eterna es la Sierra Norte de Guadalajara, perpetua y etérea. Uno de los mayores regalos de todos los siglos, cuidado con cariño por nuestros ancestros. Cobija a millones de especies libres, y los espíritus del bosque la guardan con recelo.

La vida se abre camino a través de la Sierra de Ayllón, con el río Lillas en Cantalojas proveyendo a la fauna y la flora. Sus aguas cristalinas y frescas en cualquier estación, donde las diminutas rocas han visto pasar tantos años como rasguños tienen.

Cuando miro hacia atrás, recuerdo la cálida mano de mi padre mientras me guiaba a través de los bosques. Su cabello canoso bajo el sombrero de paja, los hombros anchos y fuertes, donde la misma camisa de algodón a cuadros le protegía de la suave brisa y los rayos del sol. Su mirada serena y aterciopelada, con un par de perlas oscuras y rasgadas en un rostro moreno, bordeadas de arrugas que marcaban el mapa de la experiencia.

Conocía todos los secretos de la Sierra, y a mí me encantaba escucharle mientras comíamos frutos silvestres y una cuña de queso curado. Recuerdo su hermosa risa, un estallido jovial desde lo más profundo de su vientre, mientras las mariposas volaban de flor en flor. Solíamos pasar las tardes de la primavera tardía en las cascadas, concretamente en las chorreras de Despeñalagua. El agua calmaba sus pies doloridos por el trabajo del campo, así como la artrosis propia de la vejez.

Me crio en una pequeña casa construida con pizarra y cuarcita, con paredes altas y ventanales amplios. Me regaló la mejor niñez que un pequeño podría tener, y después costeó todos los gastos para que pudiera cumplir mi sueño en la ciudad.

Ahora que he regresado, veo las muros medio derruidos y los cántaros quebrados. Él se ha marchado, dejando un silencio vacío y pesado. Era un hombre humilde, cariñoso y testarudo, pero tenía una habilidad única. Todo lo que mi padre tocaba, veía, sentía o escuchaba, era arte. Podía ver la belleza a través de las ramas, descubría la vida tras el duro invierno y allá por donde pisaba, la naturaleza parecía agradecerle su presencia.

A veces, me gusta pensar que regresó a las profundidades de la tierra, convirtiéndose en un espíritu que protege a la Sierra de cualquier amenaza, como si fuera raíces y polvo, agua y roca, hojas y pétalos de flores.