El Infantado, cuando la historia se convierte en símbolo…

Hay recursos que, con tan sólo verlos, los asociamos a una ciudad, territorio o paraje concreto. Es el caso –por ejemplo– de la fuente de Cibeles en Madrid, de la Sagrada Familia en Barcelona o del Teide, en Tenerife… Casi todos los emplazamientos poseen un elemento que los distingue. También la ciudad de Guadalajara. ¿O acaso no vinculamos el Palacio del Infantado a la capital provincial? Es un símbolo de la localidad, su monumento más representativo.

No en vano se trata de una de las muestras más lujosas del gótico civil isabelino en España, una corriente arquitectónica que –sobre todo– se desarrolló en el orbe hispano y que representa una suerte de transición entre el goticismo y el Renacimiento. De hecho, el Infantado muestra rasgos de ambas tradiciones. “El historiador Francisco Layna Serrano lo calificó de ejemplar único –por su desconcertante mezcolanza de estilos– y de más ostentoso y rico que elegante”, explicaban los investigadores Javier de Santiago Fernández y José María de Francisco Olmos.

“El genio de su autor, el francés Juan Guas, quedó inmortalizado en su soberbia fachada, en la que se integraron, de manera admirable, las influencias del gótico–flamígero de Flandes y del gótico–mudéjar toledano, tan presente en la mayoría de las edificaciones periodo. Su magnificencia pretendía hacer honor a la grandeza e importancia de la Casa de los Mendoza”, cuyo linaje impulsó la edificación de este complejo, indican los expertos.
Una grandeza que se observa tanto en la estructura como en los detalles del monumento.

El edificio se dispone en dos plantas principales, coronadas por la fachada central, orientada a poniente. Entre sus elementos más característicos se distinguen las «puntas de diamante», que la entroncan con otras muestras del mismo estilo, como la «Casa de las Conchas» de Salamanca…

Sin embargo, la riqueza de la portada del Infantado no finaliza aquí. En su parte superior se observan una galería de balcones, en los que existe una influencia arábiga. Además, en esta fachada también se ubica el acceso principal al palacio, aunque un poco ladeado hacia la izquierda, con el fin de entroncar –directamente– con el patio interior. Esta puerta se halla flanqueada por dos columnas, coronadas por sendas figuras antropomorfas –caracterizadas por su abundante vello–. Las mismas están sujetando el escudo nobiliario de los Mendoza, antiguos propietarios del lugar.

Una vez dentro de la construcción, destaca su patio central, también conocido como de «Los leones», debido a la decoración con dichos animales. Este espacio presenta una cierta forma rectangular, aunque –al mismo tiempo– se distingue un ligero alargamiento de sur a norte. Una circunstancia que se condensa en que en dos de sus costados –oriente y poniente– aparecen siete arcos, frente a los cincos existentes en los otros dos muros…

Todo ello acompañado de diferentes ornamentaciones, entre las que destacan las figuras de los mencionados felinos, que se constituyeron como el emblema de Diego Hurtado de Mendoza. Este personaje se constituyó como el primer Duque del Infantado y padre de Íñigo López de Mendoza, impulsor de este conjunto palaciego guadalajareño.

En consecuencia, nos encontramos ante un complejo de una gran riqueza arquitectónica que, a pesar de los avatares de la historia –llegó a ser bombardeado por las tropas nacionalistas durante la Guerra Civil–, ha sabido transmitir y legarnos gran parte de su grandiosidad. “Da idea de la magnificencia del lugar la afirmación que hizo el veneciano Andrés Navagero en 1525, cuando lo describió como el «más bello de España»”, señalaban De Santiago Fernández y De Francisco Olmos.

Un lugar de curiosidades…
Sin embargo, la riqueza de este monumento no finaliza aquí. También cuenta con algunas singularidades. Entre ellas, una inscripción existente en el acceso principal. “Está, como toda la fachada, realizada en piedra caliza procedente de las canteras de Tamajón. Se trata de una leyenda de disposición interna, que se inicia en la parte izquierda del arco y lo recorre de forma completa”, afirman los historiadores. “Se ubica perfectamente en el conjunto de la portada y se funde con él, contribuyendo –sin lugar a dudas– a la riqueza y magnificencia del conjunto”.

Se debe tener en cuenta que “el uso decorativo del epígrafe es influencia del arte islámico y mudéjar”. Una inspiración que también se observa en otros lugares del monumento, como en los arcos de los ventanales de la parte superior de la portada. Esta herencia se une a los elementos góticos del monumento, lo que le confieren una gran relevancia artística…

En este sentido, se deben mencionar las reformas que en el siglo XVI –hacia 1569– emprendió el quinto Duque, introduciendo elementos renacentistas en el edificio. Más concretamente, en su portada, donde abrió nuevas ventanas o desmochó los pináculos góticos. Incluso, decoró los techos de los salones bajos con frescos realizados por creadores italianos, como Rómulo Cincinato. Actualmente, se pueden disfrutar de algunas de estas pinturas, aquellas que se salvaron de los bombardeos acaecidos durante la conflagración bélica de 1936.

Y como curiosidad, las actuaciones que –a lo largo de los últimos años– se han realizado en este complejo han arrojado hallazgos que no se esperaban. “El resultado más inmediato fue el descubrimiento de un amplio repertorio de representaciones dibujadas o grabadas repartidas por una buena parte de los espacios públicos más significativos del palacio. Más concretamente, la fachada y el «Patio de los Leones»”, explicaba el arqueólogo Miguel Ángel Cuadrado. “Su estudio nos acerca a las personas que habitaron este edificio a lo largo de su dilatada experiencia”.

Entre las composiciones más destacables están las descritas en fachada. “Son dibujos realizados con mina de carbón”, situados a la derecha de la puerta principal. Entre las formas realizadas se distinguen caballos junto sus jinetes; cabezas humanas unidas, “muy simples y realizadas con círculos más o menos bien trazados”; así como otros signos y trazos. “Lo primero que llama la atención al estudiar los mencionados restos es que se encuentran a una altura considerable para una persona de estatura normal, prácticamente a dos metros del suelo. Esto se debe a que la portada del palacio, tal y como la conocemos hoy, está elevada respecto a su situación original, tras la reconstrucción que se hizo entre los años 60 y 70 del siglo XX”, narraba Cuadrado.

 

“Más difícil supone datar las escenas de los caballos, ya que ninguno de los equinos conserva rasgos definitorios suficientes como para poder situarlos en un momento concreto. No obstante, su situación respecto a las representaciones de las caras puede indicar que son contemporáneas en su ejecución”, explicaba Miguel Ángel Cuadrado. De hecho, la teoría indica que –muy posiblemente– estas composiciones fueron realizadas por las moradoras del Colegio de Huérfanas, que plasmaron lo que veían aquellos años en la ciudad. “Guadalajara se encontraba plena de actividades y de acontecimientos poco corrientes ligados a sus establecimientos militares, como las pruebas y maniobras desarrollados por el cuerpo de Aerostación o de la Academia de Ingenieros”.

– Además, ¿existe alguna leyenda que tenga como protagonista al Infantado?

– Quizás la historia más curiosa es la que cuenta cómo, en unas fiestas arriacenses, cuando se celebraba en la plaza ante palacio un duelo entre un toro y un león, el felino se escapó y se metió en el mencionado complejo, causando el terror entre los espectadores –explica el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado–. Un valiente sirviente del duque, llamado Diego de la Serna y Bracamonte, fue capaz de sujetar al león por la melena, y llevarlo a rastras hasta su jaula.

La historia del lugar

En cuanto a las interpretaciones de dichos diseños, existe un debate al respecto. Las cabezas, por ejemplo, pudieron ser realizadas durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Y siempre con anterioridad a la Guerra Civil española. “La identificación de las caras con una religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos y una niña de las que se encontraban a su cargo en el Colegio de Huérfanas [que se instaló en esta época dentro del Infantado], nos acerca de forma más precisa a la cronología de su ejecución”, confirman los arqueólogos.

 

De hecho, no se puede olvidar que el monumento fue la vivienda oficial de los Mendoza durante siglos. Este linaje “era el clan familiar más poderoso de finales del siglo XV, tanto en lo político como en lo económico. Su fidelidad a la Monarquía y sus enlaces matrimoniales hicieron que sus dominios fueran muy extensos, hasta decirse que podían ir desde Guadalajara hasta los puertos del Cantábrico sin tener que pernoctar en casa que no fuera suya”, indican los investigadores.

Una relevancia que también quisieron demostrar en la actual capital provincial. “Ésta era una ciudad de realengo y con voto en Cortes. Los Mendoza se habían asentado en ella años atrás y la controlaban de una manera tal que los regidores acudían cada año a su casa y les pedían que tuvieran a bien indicarles los nombres de las personas que podían ocupar los cargos”, rememoraban Javier de Santiago Fernández y José María de Francisco Olmos.
Entre los ejemplos de este poderío se ha de mencionar la boda de Felipe II con Isabel de Valois en el Infando durante 1560, o la estancia –en dicho emplazamiento– de Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, tras regresar en 1738 a España después de su exilio en Bayona. Finalmente, la noble falleció en dicho monumento dos años después, en 1740.

Incluso, el referido edificio llegó a fungir como una especie de «presidio temporal» para monarcas extranjeros. Corría el siglo XVI y, por aquel entonces, Diego Hurtado de Mendoza, tercer Duque del Infantado, era una de las figuras más notables de la Castilla del momento. “Tras ser derrotado en la batalla de Pavía y capturado, el rey francés Francisco I fue enviado prisionero a España. En su camino hacia Madrid se detuvo en Guadalajara, donde fue hospedado y agasajado por el referido aristócrata en su «vivienda», con tan gran magnificencia que el gobernante galo quedó impresionado, tanto por el palacio como por su riqueza”, describían De Santiago Fernández y De Francisco Olmos.

Por tanto, no es extraño que el Infantado se haya convertido en el símbolo de Guadalajara. Una consideración que ha conseguido gracias a su riqueza monumental y patrimonial. Pero, también, a la historia que tiene a sus espaldas, construida por los Mendoza, así como por la importancia que la Monarquía castellana concedió a este complejo, que llegó a ser el escenario de bodas reales. A pesar de ello, y a lo largo de su existencia, el palacio ha contado con altibajos, como el proceso de abandono que sufrió tras la marcha de los Duques a Madrid o el bombardeo durante la Guerra Civil.

Sin embargo, con el paso de los años se ha ido reconstruyendo –con mayor o menor fortuna– y en la actualidad alberga diferentes usos culturales, como el Museo Provincial de Guadalajara, el más antiguo de su tipo en España. Incluso, hasta no hace tanto también acogió en su seno a instalaciones tan concurridas como la biblioteca o el archivo. En consecuencia, la ciudadanía hizo suyo este monumento, no sólo porque representa la historia de la ciudad, sino porque ha tenido la oportunidad de utilizarlo gracias a diferentes usos culturales y sociales…

Bibliografía:
CUADRADO PRIETO, Miguel Ángel. «Grafitis históricos en el palacio del infantado de Guadalajara. Dibujos en la fachada principal», Cuadernos de etnología de Guadalajara, 42 (2010), pp.: 173-192
DE SANTIAGO FERNÁNDEZ, Javier, y DE FRANCISCO OLMOS, José María. «La inscripción de la fachada del Palacio del Infantado en Guadalajara», Documenta & Instrumenta, 4 (2006), pp.: 131-150.