«La Constante»: el recuerdo de un pasado minero

Cuando se habla de Hiendelaencina, muchos evocamos su relevante historia minera. La industria extractiva fue la gran protagonista de este municipio durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. De hecho, este pueblo serrano –que hoy apenas cuenta con 109 empadronados– llegó a superar los 3.000 habitantes. Casi nada. De todo aquello, actualmente se observan los restos de los pozos que estuvieron en funcionamiento en la localidad.

De hecho, Hiendelaencina era el centro de un distrito minero nacido en 1844 y que –también– comprendía Congostrina, La Bodera y Robledo de Corpes. Fue el emplazamiento de obtención argentífera “más rico de Europa en los siglos XIX y XX”, aseguran los investigadores Miguel Ángel de Pablo y José Carlos de Pablo. Pero, “la reducción de los precios y la escasez de mineral llevaron al cese definitivo de la actividad minera en 1985, cuando cerró San Carlos”. Esta explotación, en sus últimos años, ya no se dedicaba a la extracción en profundidad, sino al procesado de los materiales de las escombreras que existían en los alrededores.

A pesar de ello, “los 141 años de actividad de este distrito han dejado su huella en el territorio de la mano de las edificaciones y pozos que salpican la zona de Hiendelaencina”, subrayan Miguel Ángel de Pablo y José Carlos de Pablo. “Todo este patrimonio fue abandonado a la vez que cesó el trabajo extractivo, quedando expuesto al deterioro natural por el desuso, pero también por el expolio. Primero como consecuencia de la Guerra Civil y, más recientemente, por el aprovechamiento descontrolado de los metales”, añaden.

A pesar de ello, uno de los conjuntos patrimoniales más interesantes que se conservan de este pasado industrial se emplaza a pocos kilómetros de Hiendelaencina, ya en el término de Gascueña de Bornova. Hablamos de «La Constante», un asentamiento poblacional –hoy deshabitado– que surgió en torno a una planta transformadora y que contó con todos los servicios asociados a una población de su tamaño –más de 500 habitantes en sus mejores épocas–.

El grueso de esta población fue de origen inglés, ya que “no sólo directivos e ingenieros procedían de Gran Bretaña, sino también los carpinteros, herreros, químicos maestros…”, relataban las arquitectas Ana Parra y Gloria Viejo. Hay que tener en cuenta que “los habitantes de la zona carecían de conocimientos técnicos para realizar dichas labores, por lo que las ocupaciones de los españoles se limitaron a las de guardas y jornaleros en hombres, y la de sirvientas en mujeres”.

«La Constante» se emplazaba a orillas del Bornova, en un ensanchamiento del valle. En cuanto al urbanismo del poblado, hubo una evidente división de clases. Por un lado, se encontraban las casas de los trabajadores. Y, por otro, la de los propietarios. Las viviendas de estos segundos “eran de importantes dimensiones, buena construcción y llegaron a contar con retretes, algo inusual en la época”. Además, “presentaban acabados de calidad, revistiendo las paredes interiores con papel pintado”. En la planta baja realizaron grandes cristaleras, que permitían el paso de la luz solar, aprovechada por las mujeres para broncear su piel”, describían Parra y Viejo.

Esta población se creó en torno a una factoría de tratamiento del material argentífero, propiedad de la sociedad británica «La Bella Raquel». “El método empleado en esta fábrica consistía en calcinar el mineral en presencia de sal, formándose –así– cloruro de plata. El mismo se molía nuevamente y pasaba a unos toneles, donde se mezclaba con agua y mercurio, dando lugar a la amalgama de éste con la plata («pella»). Se llevaba después a un horno de copelación para destilar el mercurio, que se volvía a utilizar”, narra Antonio López Gómez.

Sin embargo, la vida de esta factoría no fue eterna. Tras sufrir un periodo de decadencia –trasformadora y productiva–, hacia 1926 dejó de funcionar. “Pasó a utilizarse –únicamente– el molino harinero que el complejo poseía desde sus orígenes, debido a las pocas personas que quedaban habitando el poblado”, relataban Ana Parra y Gloria Viejo. “Desde el cese de la fábrica hasta la última venta de la misma –es decir, el periodo de 1926 a 1957–, fue una familia de Gascueña la que mantuvo con vida la finca, dedicándose a labores de cultivo, ganadería y molienda”.

Con el paso de los lustros, una de las antiguas viviendas principales fue rehabilitada como residencia familiar de los propietarios. Más tarde, se plantaron chopos en casi toda la superficie del poblado. “Desde hace tiempo que no se realizan operaciones de mantenimiento, por lo que los viejos árboles, así como las plantas nacidas del abandono, han crecido de manera asilvestrada, llegando a ocultar el escaso legado arquitectónico que –aún– continúa en pie”, concluyen Parra y Viejo.

La historia de las minas de Hiendelaencina…
La vida de «La Constante» estuvo asociada a la explotación minera de Hiendelaencina. En este sentido, las primeras referencias sobre la posible riqueza argentífera de la zona proceden del siglo XIX. “Según cuenta la leyenda, hacia los años 1836 a 1837 recorría aquellas tierras un platero y hojalatero italiano apellidado Fortuni, quien, habiendo descubierto este yacimiento, lo habría explotado en secreto, habiendo acuñado moneda falsa. Por esto último fue condenado, sin que se averiguase el origen de la plaza utilizada”, relata Antonio López Gómez.

Posteriormente, el navarro Pedro Esteban Górriz, quien realizaba «comisiones de apremio», fue también castigado por alguna irregularidad en sus funciones, llegando a coincidir con Fortuni en prisión, señala la tradición oral. De esta manera, ambos reclusos trabaron amistad. “El italiano, al fin, consiguió la conmutación de su pena por la del destierro de España. Y antes de partir, le comunicó a Górriz su prodigioso hallazgo en Hiendelaencina”, explica López Gómez.

Pero lo que se conoce fehacientemente es que el Ayuntamiento de Robledo de Corpes requirió los servicios del navarro para medir los montes de su propiedad. Durante estos trabajos, “Górriz debió ver el crestón donde afloraba el mineral de plata, en alguna de las muchas veces que recorrió la senda que une Hiendelaencina y Robledo, para cumplir con su labor profesional”, explicaban Las arquitectas Ana Parra y Gloria Viejo.

De esta forma, hacia 1844 se han documentado varias visitas de este agrimensor a la comarca, buscando las ayudas necesarias para emprender un negocio minero. “Presentó algunas muestras a Antonio Orfila, administrador del duque del Infantado, quien fue enterado de su gran valía por el análisis de su hermano Mateo, famoso toxicólogo, catedrático de Química y decano de la Facultad de Medicina de París”, explican los historiadores. En este contexto, el 9 de agosto de 1844 se constituyó la primera sociedad de la mina «Santa Cecilia», por parte de Orfila.

Pero los filones existentes en esta zona de la Serranía de Guadalajara, aunque muy ricos, eran muy irregulares. En consecuencia, “las épocas de explotación intensa se sucedieron con otras de paro, al llegarse a zonas pobres”, explicaba Antonio López Gómez. “La riqueza fabulosa de Hiendelaencina quedó bien de manifiesto, pero la cantidad total de plata no fue grande en comparación con otros criaderos [como los de real del Monte y Pachuca, en México]. Esto pudo deberse a la irregularidad de la metalización y tamaño reducido de los filones”.

De esta forma, se distinguieron varias etapas de explotación de las minas arriacenses. Durante la primera época de florecimiento, que se extendió entre 1844 y 1870, se extrajo dos tercios del total de la plata obtenida en el distrito. Así, la población de la localidad pasó de apenas un centenar de vecinos en 1844 a 3.200 en 1857. El segundo momento de auge no llegó hasta 1889, de la mano del banquero francés Bontoux. “Se mejoraron las instalaciones, pero las condiciones laborales eran muy malas, con jornadas extenuantes”, confirmaba Antonio López.

El tercer y último momento de pujanza tuvo lugar entre 1903 y 1915. Durante esta época, “en las galerías sólo trabajaban mayores de 18 años, mientras que en la superficie eran bastantes los menores de edad. Se mantenía una agotadora jornada de 12 horas por un salario de dos pesetas en el exterior y 3,5 en el interior para los cualificados”, aseguran los historiadores.

Sin embargo, con el estallido de la Primera Guerra Mundial se cerraron las explotaciones sostenidas por capitales extranjeros, mientras que las españolas atravesaron muchas dificultades. Aquí comenzaría la decadencia final de la industria extractiva de Hiendelaencina, que acabaría con el cierre definitivo de la «San Carlos» en 1985.

La relevancia histórica de la memoria histórica
Actualmente, en el marco del incremento de la preocupación social por el pasado patrimonial, se está intentando recuperar la memoria industrial de Hiendelaencina. “La riqueza de los restos mineros en este distritito, así como la historia extractiva que representan, ha despertado el interés por su conservación, tal y como revelan las propuestas y musealización existentes en esta localidad serrana”, confirman los investigadores Ana Belén Chamero y Miguel Ángel de Pablo.

Un ejemplo de este trabajo es el Centro de Interpretación País de la Plata, que abrió sus puertas el primer fin de semana de mayo de 2016. Se trata de un complejo que busca dar a conocer y valorizar el pasado minero de la zona. Sin embargo, estas instalaciones forman parte de un proyecto mucho más ambicioso, en el que se incluyen otras iniciativas divulgativas, como el diseño de rutas senderistas por el término de Hiendelaencina.

Además, y desde hace más de una década, se llevan organizando unas jornadas centradas en el legado extractivo existente en el municipio. En las mismas han participado especialistas de la geología, el turismo y la historia.

Gracias a esta labor se está recuperando el recuerdo de lo que fue una industria que trajo dinamismo económico y población a la Serranía de Guadalajara –«La Constante» es un ejemplo de ello–. A día de hoy, no queda nada –en funcionamiento– asociado a la actividad minera. Pero aquel pasado sí que puede seguir generando empleo si se recupera convenientemente y se consigue atraer turismo.

Bibliografía
CHAMERO, Ana Belén, y DE PABLO, Miguel Ángel. «Calidad escénica de los paisajes de Hiendelaencina (Guadalajara, España)», De re metallica: revista de la Sociedad Española para la Defensa del Patrimonio Geológico y Minero, 26 (2016), pp.: 43–53
DE PABLO, Miguel Ángel, y DE PABLO, José Carlos. «Propuesta de recuperación de los edificios de las minas “La Fuerza” y “La Mala Noche” (Hiendelaencina, Guadalajara)», De re metallica: revista de la Sociedad Española para la Defensa del Patrimonio Geológico y Minero, 22 (2014), pp.: 69–81.
DE PABLO, Miguel Ángel, DE PABLO, José Carlos, y PANIEGO, «Proyecto de recuperación del entorno de la mina de plata “San Carlos” (Hiendelaencina, Guadalajara)», De re metallica: revista de la Sociedad Española para la Defensa del Patrimonio Geológico y Minero, 20 (2013), pp.: 53–64.
LÓPEZ GÓMEZ, Antonio, «El distrito minero de Hiendelaencina (Guadalajara)», Cuadernos de geografía, 6 (1969), pp.: 211-250.
PARRA, Ana, y VIEJO, Gloria. «La Constante»: fábrica de beneficio de minerales de plata. Universidad de Alcalá (UAH): Guadalajara, 2010.