De lo local a lo global, de Tiermes a Mongolia

Ruinas de Tiermes. (Foto Museo de Tiermes)
Ruinas de Tiermes. (Foto Museo de Tiermes)

El otoño es la luz de la melancolía, el manto de hojas ocres, las hayas resplandeciendo ante un cielo límpido. El otoño es una estación con un tránsito bien marcado. Dejamos el pantalón corto y nos endilgamos la zamarra. Muñoz Molina escribe: “Siempre hay algo de alivio y algo de promesa, el cambio de la luz, como el espacio blanco que anuncia en un libro un capítulo nuevo, una pauta en el fluir de la vida”.

El otoño es una época estupenda para patearse la meseta castellana, con sus atardeceres lascivos, pero también para leer Esquina de mundo (Baile del sol, 2017). La prosa de Óscar Sotillos, un escritor barcelonés originario de Soria, es para relamerse. Le adorna la virtud de la concisión y la sencillez. Y rezuma una pasión inveterada por los paisajes cercanos no con un ánimo excluyente o aldeano sino todo lo contrario. Así, transforma Tiermes y la Sierra de Pela en una Babel que nos lleva a Senegal, a la India, a Marruecos y a otros territorios que nos enseñan, como decía Goytisolo, que “los laberintos son la patria de los que dudan”.

El texto de Sotillos brota de la inquietud por la soledad y el olvido de Castilla, pero también por su perenne carácter fronterizo. Es mucho más que un relato de viajes: una introspección personal –en la medida que engarza con las raíces sorianas del autor-, una mirada exterior que conecta la estepa de Mongolia con el páramo de tierra adentro.

Admito que este libro me ha encandilado por varios motivos. Primero porque me siento identificado con el autor: yo también esperaba con ansiedad esos veranos en los que el tránsito de Barcelona a la meseta castellana era sinónimo de felicidad y, al regreso, se apoderaba la nostalgia gracias al olor de las hierbas recolectadas en el campo o a las patatas con níscalos que preparaba madre. Segundo porque el ejercicio de mirar a lo global poniendo el foco en los villorrios de nuestra infancia constituye un ejercicio nutritivo y saludable en los tiempos que corren. Y, tercero, porque está muy bien escrito, sin estridencias ni alharacas.

Sotillos traza una mezcolanza entre el paisaje, sus gentes, las leyendas que circulan de generación en generación, anécdotas que sitúan al lector en el territorio y descripciones precisas de una geografía vaciada por la despoblación pero ahíta de sabiduría. Las ruinas de Tiermes, una ciudad celtíbera ubicada al sur de la provincia de Soria, casi rayana con Guadalajara, conforma el epicentro del texto. Ya hemos escrito aquí en otras ocasiones sobre Tiermes: merece una visita, el yacimiento, el museo, la venta-restaurante aledaña. Tiermes es para Soria una segunda Numancia, aunque mucho más desconocida y discreta. Para quienes procedemos de la sierra de Guadalajara, es un hito imprescindible, un lugar inexcusable al que peregrinar al menos una vez al año.

La Sierra de Pela marca la linde entre Soria y Guadalajara, pero la división es puramente administrativa porque en ambas provincias se construye igual, se come igual y se baila igual. Castilla es un territorio fragmentado por el Estado de las Autonomías y la voracidad de Madrid. Por eso sus rincones están esparcidos ahora por varias comunidades que comparten un legado cultural común. De ahí que un guadalajareño de la sierra puede sentirse identificado en el trazo que el autor delinea de pueblos como Montejo de Tiermes, de las noches estrelladas, los veranos sin fin o las historias de su tío Santiago, el hijo del herrero, que era cazador. Y, de hecho, Guadalajara tiene también su cuota de reflejo en el libro: a propósito de los héroes caídos en el retén de Cogolludo en el incendio mortal del Ducado o a través de las nieves y las ventiscas en la cordillera que une Grado del Pico (Segovia) con Villacadima y Galve de Sorbe (Guadalajara) y la comarca de Pedro (Soria). Tres provincias, dos regiones, una misma Castilla.

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, pergeñó Borges. Esquina de mundo tiene mucho de memoria, pero también de presente: “Mi universo Soria es el centro del mundo, el paisaje primigenio que se multiplica hasta el infinito, allá donde surgen las montañas y los ríos se extienden hasta su frontera con el océano”. El autor proyecta una mirada poética hacia el entorno pero sin recrearse en el tipismo.

El fuego de la chimenea, las leyendas de nuestros abuelos, el paisaje lunar mesetario, las setas y hongos del bosque, los críos jugando en pleno estío, la soledad de las callejas de los pueblos en invierno, el carácter seco y cortante del habla castellana o incluso la desmemoria histórica en San Leonardo de Yagüe.

“El tiempo y el sol se lo comen todo”, escribe Óscar Sotillos. Todo menos esa fibra interior que nos conecta con el pasado. Todo menos la lucidez para exponer aquello que permanece oculto. Después de engullir Esquina de mundo pasan dos cosas: que apetece seguir escarbando en la intrahistoria de la meseta soriana, una de las tierras más fascinantes y sugestivas de la Península; y que al lector le entran ganas de volver cuanto antes a Tiermes. Porque volver siempre hay que volver al origen.