Brihuega, cruce de culturas (y de naturaleza)

Guadalajara es una provincia que, durante siglos, fue tierra de frontera. Aprovechando sus altas sierras y sus profundos valles, muchos reinos establecieron aquí sus límites. El limes de los árabes con los cristianos, y de los castellanos con los aragoneses son dos ejemplos de ello. Una realidad que ha dejado su impronta en muchos municipios. Y para muestra, Brihuega. Esta villa mezcla la herencia andalusí con la cristiana, al mismo tiempo que –desde su castillo– se divisan unas espectaculares vistas del Tajuña. Un verdor que también se distingue en todas sus calles. No en vano, se le conoce como «El Jardín de la Alcarria»…

“Se trata de un típico pueblo alcarreño, con la particularidad de que un elevado porcentaje de sus edificios forman parte del catálogo de Patrimonio Histórico–Artístico”, confirma el investigador Juan de Dios de la Hoz Martínez en «Recuperación de la Real Fábrica de Paños de Brihuega, Guadalajara». Algunos de los monumentos briocenses más relevantes son el Arco del Cozagón, las iglesias de San Felipe, San Miguel y Santa María de la Peña, o el castillo, cuyo origen es musulmán, aunque fue posteriormente modificado por los católicos.

No obstante, se piensa que las raíces de la localidad pueden ser anteriores, de la “época romana o visigoda”, anuncia María Magdalena Merlos Ramírez en «El Castillo de Brihuega y sus orígenes islámicos». Una opinión que es compartida por otros especialistas, como el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, quien habla –incluso– de un “castro ibérico” en la zona. “Ello se ha demostrado por el hallazgo de vestigios cerámicos de la época celtíbera, contando –además– con la presencia de restos romanos y monedas visigodas en la vega del río y en las laderas en las que se asienta la villa”, explica en «Guía de campo de los castillos de Guadalajara».

Pero, en realidad, cuando Brihuega comenzó a tomar relevancia fue durante la época árabe, adquiriendo la función militar que la definió. Una circunstancia que se contempla en su fortaleza, que –al inicio– tuvo ؘun relevante componente castrense. De hecho, se emplazó en un lugar desde el que se dominaba todo el Tajuña. “La orientación sur del complejo propició el establecimiento humano al amparo del mismo, otorgando un resguardo adicional a la población frente a una dura climatología”, explican los historiadores.

Sin embargo, una vez en manos cristianas, la fortaleza pasó a ser propiedad de dignatarios de la Iglesia. “El castillo fue reconstruido después de la toma de la localidad por Alfonso VI, quien lo entregó al Arzobispo de Toledo. Más tarde, don Rodrigo Ximénez de Rada construyó una capilla de estilo gótico en el lugar y dos interesantes iglesias en la villa, las de San Felipe y Santa María de la Peña”, indicaba Manuel Criado de Val, ya fallecido, en el artículo «Ruta por la Tierra del Arcipreste». Fue en esta época en la que la antigua alcazaba comenzó a tener funciones residenciales, coincidiendo con la consolidación de la línea fronteriza entre Toledo y Zaragoza.

De hecho, Rodrigo Ximénez de Rada –arzobispo y señor briocense– atrajo a reyes, como Alfonso VIII y Fernando III, además de un alto grado de dignatarios, que “fueron poblando toda aquella zona con casas y palacios”. De esta forma, la riqueza patrimonial del municipio creció exponencialmente. Además, “el prelado fue autor del «Fuero» de la localidad, donde se reconocía la igualdad de derechos entre cristianos, árabes y judíos”, explicaba Criado de Val.

A pesar de la transformación que estaba viviendo Brihuega, todavía se podían observar restos de su función militar. Entre ellos, las murallas. “Este recinto fue enorme, de una longitud de casi dos kilómetros, y que todavía puede seguirse en su totalidad, aunque donde mejor se contempla es en el costado noroeste”, confirma Herrera Casado. Además, destacan dos puntos de acceso, que –aún hoy– se pueden visitar. Son el Arco del Cozagón y la Puerta de la Cadena.

Asimismo, se ha de mencionar el pasado industrial briocense. En una de las zonas más elevadas de la población se instaló la Real Fábrica de Paños, cuya edificación y puesta en funcionamiento se produjo a mediados del siglo XVIII. Fue una de las medidas tomadas durante la Ilustración, con el fin de estimular la economía del reino. “Brihuega se consideró un lugar idóneo, debido a la presencia del Tajuña, a la abundancia de recursos naturales –como agua y leña–, y al fácil acceso a mano de obra especializada”, explican los especialistas.

Precisamente, alcanzó su mayor nivel de producción durante la segunda mitad del siglo XVIII. De hecho, reactivó las manufacturas de la villa, permitiendo la existencia de diversos talleres y telares auxiliares repartidos por diversas casas de la localidad. Sin embargo, con el paso de los años, esta factoría fue sufriendo una cierta decadencia, hasta su desaparición décadas después.

“La crisis de final del siglo XVIII supuso una reducción de la actividad, mientras que durante la Guerra de la Independencia cesó la producción del complejo. A partir de entonces, fue en declive hasta caer en completo abandono”, indica De la Hoz Martínez. La producción cesó definitivamente a inicios del siglo XX. “El edificio principal lo realizó el arquitecto Ventura Padierne, que siguió –en parte– un diseño anterior de Manuel de Villegas, quien ideó la estructura circular del complejo, pero sólo con dos plantas”, señalaba José Luis García de Paz, ya fallecido, en «Patrimonio desaparecido de Guadalajara».

En la parte superior del monumento estaba “la administración y los dormitorios, mientras que en la inferior era donde se realizaba la fabricación de los paños”. Hoy se pueden observar las construcciones monumentales de la fábrica –recientemente restauradas– y unos jardines románticos en uno de sus costados, que fueron edificados en el siglo XIX y que –actualmente– se pueden disfrutar, gracias a su buen estado de mantenimiento.

Una naturaleza digna de mención
Por tanto, la riqueza histórica y patrimonial briocense es impresionante, aunque la variedad biológica de su entorno es –también– muy reseñable. Por un lado, se ha de mencionar la relevancia ecosistémica del valle del Tajuña, en el que destaca el bosque de galería. Tampoco se pueden pasar por alto los cultivos existentes en el lugar, protagonizados por las huertas y la agricultura típicamente alcarreña.

Además, en los altos de la meseta predominan tanto el bosque mediterráneo –conformado por encinas– como los cultivos de plantas aromáticas, que –durante los últimos años– se han dado a conocer gracias a su capacidad fotogénica. “Brihuega ha alcanzado gran fama por sus espectaculares campos de lavanda”, explica Juan de Dios de la Hoz Martínez.

En consecuencia, «El Jardín de la Alcarria» ofrece una imbricación perfecta entre historia y naturaleza, entre paisaje y patrimonio. Incluso, en su interior, la combinación de la herencia árabe con la cristina es magnífica. En sus calles se distinguen ambas tradiciones. “La villa conserva un interesante caserío y un paisaje en el que las fuentes y la abundancia de agua se advierte en cualquier rincón”, concluía Manuel Criado de Val. ¡No te lo puedes perder!

Bibliografía
CRIADO DE VAL, Manuel. «Ruta por la Tierra del Arcipreste». Estudios Turísticos, 135 (1998), pp.: 67-72.
DE LA HOZ MARTÍNEZ, Juan de Dios. «Recuperación de la Real Fábrica de paños de Brihuega, Guadalajara», Journal of Traditional Building, Architecture and Urbanism, 2, 2021 (Ejemplar dedicado a: Journal of Traditional Building, Architecture and Urbanism), pp.: 96-111.
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: AACHE· Ediciones, 2003.
HERRERA CASADO, Antonio. «Guía de campo de los castillos de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2000.
MERLOS ROMERO, María Magdalena. «El Castillo de Brihuega y sus orígenes islámicos», Espacio, tiempo y forma. Serie VII, Historia del arte, 12 (1999), pp.: 41-60