El Río Dulce cumple un cuarto de siglo

Guadalajara está de celebración. Uno de sus espacios naturales más emblemáticos ha alcanzado un cuarto de siglo de protección. Nos referimos al Parque del Río Dulce. Su declaración tuvo lugar el 27 de febrero de 2003, gracias a la ley 5/2003. Desde entonces, este enclave –que ocupa 8.348 hectáreas– ha atraído a miles de visitantes, al mismo tiempo que se han defendido sus valores ecológicos, faunísticos y florísticos más destacados.

Pero, ¿qué relevancia presenta dicho emplazamiento? “Configura un área geográfica de apreciable importancia desde el punto de vista de la conservación de la biodiversidad en Castilla–La Mancha”, explican los expertos de la Consejería de Desarrollo Sostenible. Un impacto que se observa a lo largo de todo el emplazamiento, que comprende Algora, Mandayona –incluida la pedanía de Aragosa–, Mirabueno, Saúca –a través del barrio anexionado de Jodra del Pinar–, Torremocha del Campo y Sigüenza, de la mano de Pelegrina y La Cabrera.

El Dulce nace en la Sierra Ministra –unos kilómetros más arriba del territorio protegido–, a 1.300 metros sobre el nivel del mar. Es afluente del Henares por su parte izquierda. Su cuenca se extiende a lo largo de 263 kilómetros cuadrados, mientras que su longitud es de 43 kilómetros. “El valle aglutina una gran variedad de hábitats, que contactan entre sí mediante una prolija red de ecotonos, lo que induce una elevada diversidad en su comunidad de vertebrados, inusual para el tamaño –relativamente modesto– de este espacio natural”, subrayan los especialistas. “La zona representa el tránsito entre la Alcarria y el Sistema Ibérico y, en ella, aparecen numerosas especies de flora en su límite de distribución”.

Desde que el río entra en el ámbito de estudio, y hasta la localidad de Pelegrina, los caudales “son muy bajos, infiltrándose durante el estío en un amplio tramo, secándose hasta La Cabrera en momentos especialmente áridos”, confirman desde la Junta de Comunidades de Castilla–La Mancha. Empero, a partir de ese punto, y hasta su salida del área, la cantidad hídrica se incrementa gracias a las aportaciones subterráneas. Sobre todo, al final del recorrido…

Las aguas se definen “como dulces, altamente mineralizadas, muy alcalinas, bicarbonatadas –sulfatadas–, con débil presencia de cloruro, sodio y potasio”. Además, el caudal es bastante estable a lo largo del año, manifestando “una mayor variabilidad en función de las precipitaciones recibidas en la comarca”, se explica en el Plan de Gestión del Barranco del Dulce.

A lo largo del Parque Natural, existen varios tramos fluviales. El primero es el comprendido entre Jodra del Pinar y Valcabril, donde existe un valle abierto, salteado por campos agrarios y chopos. El segundo intervalo es el que llega hasta la carretera de Sigüenza, y se define por “el progresivo encajamiento del cauce, dando lugar a pequeños cañones”. Esta fisionomía se alterna con sitios más abiertos, distinguiéndose “una escasa influencia humana”.

El tercero de los trechos continúa hasta Pelegrina, y se define por “un encajamiento en forma de hoz y por un cauce en fuerte pendiente con estructura de cascadas en gradas”. En dicho trayecto, el río gana caudal a partir de manantiales de fondo. Existe una buena calidad del agua, al mismo tiempo que se sucede una vegetación de ribera en arbustedas de elevada talla.

Desde Pelegrina hasta el final del Parque Natural, “el río discurre por un cañón más o menos cerrado, encajado –localmente– en niveles de terraza”, confirman los investigadores. “El caudal se acrecienta de forma progresiva por los aportes de los acuíferos”. Como se ha observado, la mayor parte de las contribuciones hídricas tienen su origen en el subsuelo, y no tanto en los regatos. “Los numerosos arroyos afluentes del Dulce son de aguas estacionales, a excepción del arroyo de Saúca, que sobrevive también durante el estío”.

Un emplazamiento muy variado
En cualquier caso, el Parque Natural presenta una gran variación de altura, al oscilar entre los 1.212 metros del Cerro de San Cristóbal y los 880 descritos en la salida del Dulce del espacio protegido. “La altitud y situación en el interior peninsular condiciona un clima caracterizado por fuertes contrastes térmicos, precipitaciones anuales modestas –en torno a los 500 milímetros– y un ambiente de cierta continentalidad”, se explicaba en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN). “La comarca posee inviernos fríos y rigurosos, con temperaturas apreciablemente bajas y un periodo de heladas prolongado, siendo probables entre los meses de octubre y mayo”. Los veranos, en cambio, “son cortos y no muy calurosos”.

A pesar de estas características generales, la zona también muestra una cierta diversidad. “La especial morfología y orientación del valle introducen elementos microclimáticos propios, caracterizados por una mayor protección respecto a los vientos dominantes, y un cierto amortiguamiento de los rigores invernales”, confirman los expertos.

Asimismo, se distinguen varios ámbitos geomorfológicos. En primer lugar, destacan los páramos, que “ocupan la mayor extensión del Parque Natural”, y donde aparecen –de manera frecuente– formas cársticas. De hecho, “se conoce la existencia de varias cavidades, entre las que destaca la Cueva de la Moza, en Algora”. También se sucede “algún relieve en cuestas”, como el existente en El Rebollar, en el flanco oriental del sinclinal de esta localidad.

Pero la unidad más destacada es el Cañón del Dulce. “En él se puede apreciar el efecto combinado del modelado fluvial, del cárstico y de proceso de ladera”. Así, en las cercanías de Pelegrina, se distingue “una profunda y espectacular hoz, en la que –además de grandes escarpes coincidentes con las rocas más duras– aparecen varias agujas o torres calizas, arcos de piedra o, incluso, una pequeña ciudad encantada –con tormos en forma de seta– al oeste del Mirador de Félix Rodríguez de la Fuente”, aseguran desde la Junta de Comunidades.

En el Dulce se distinguen zonas de desprendimiento de bloques procedentes de los escarpes en voladizo, así como las cascadas del Gollerío o de Peña Sancho, o un meandro abandonado en La Cabrera. “El cañón progresa aguas abajo, poniendo de manifiesto numerosos escarpes, correspondientes a las dolomías masivas turonenses”, describen los geólogos.

La relevancia de la flora
Dicha riqueza edafológica se ve acompañada por una gran variedad florística, de la que el 10,8% es calificada como «endemismos ibéricos» y en la que –además– se sucede una docena de casos catalogados como «especies amenazadas». No obstante, el encinar “es el tipo de bosque más extendido en la zona, dominando en las situaciones de solana y en las parameras calizas”. También se ha de mencionar el quejigar, cuya presencia “se limita a los lugares con suelos carbonatados más evolucionados, con superior capacidad de retención de agua y –generalmente– en umbría”. De hecho, estos ejemplares “llegan a alcanzar porte arbóreo y una apreciable madurez en el entorno de Jodra del Pinar, y entre Pelegrina y La Cabrera”.

Asimismo, se han de mencionar algunos ejemplos de sabinares, como el de la sabina albar, de la que existe una “masa pura” emplazada entre Pelegrina y La Cabrera. “Este bosque se asienta en una parte muy pedregosa, existente en la solana del tramo más abierto del valle”. En cambio, los sabinares negrales se alzan como “comunidades características de litosuelos en solana y fuerte pendiente”.

Estas formaciones se ven acompañadas por pastizales zonales, entre los que ha adquirido relevancia el «tomillar–pradera». Además, “las áreas con mayor incidencia del pastoreo –cañadas, entornos de apriscos…– presentan majadares basófilos, siendo especialmente interesantes los que se ubican al norte de Jodra del Pinar”.

Pero si hay un tipo de conjunto floral de relevancia en el Dulce, ese es el «bosque de galería». El mismo “pertenece a la asociación de fresnedas con cornejo y sauce rojo, teniendo presencia varias especies y en los que se distingue un sotobosque denso y alto”. Este tipo de formación se encuentra representada desde Pelegrina. En la zona, también se suceden los juncales, cuyas comunidades se desarrollan en aguas limpias, frías, dulces y fuertemente mineralizadas. Asimismo, se distinguen carrizales y españadares, que son “particularmente abundantes en el tramo de menor caudal, arriba de Sigüenza–Torresaviñán”.

Y la fauna, ¿qué pasa con ella?
Pero si la riqueza florística es fundamental, la faunística no se queda a la zaga. Y para muestra, el caso de los peces, entre los que destaca la trucha común. Además, hay otras variantes autóctonas, como el barbo común, el cacho o la bermejuela. “Como especies introducidas, se ha de mencionar la trucha arco iris, con ejemplares escapados de la piscifactoría de La Cabrera”.

A ello, se deben sumar las poblaciones de anfibios y reptiles. Entre ellas, las de víbora hocicuda y viperina –asociada al cauce fluvial–, o las de culebras bastarda, de escalera, lisa meridional o las de culebrilla ciega. Asimismo, se ha de poner en manifiesto la existencia de salamanquesas, lagartijas colilargas, lagartos ocelados o de diferentes anfibios, como el sapo común, el partero o los sapillos moteado y pintojo. Incluso, se han hallado poblaciones de gallipatos, ubicados en “los escasos navajos” que se suceden en el entorno.

Los mamíferos requieren una mención especial, ya que son muy numerosos en el Río Dulce. Entre los insectívoros se hallan el erizo, el topo, la musaraña y la musarañita. Además, en el ámbito fluvial se han descrito al musgaño de Cabrera y el desmán de los Pirineos, que cuenta con una población muy reducida en la región. Asimismo, “los roedores son abundantes en casi todos los ambientes”, por lo que también son relevantes en el Parque Natural.

De igual forma, existen ungulados, como el jabalí y el corzo, que enriquecen la biodiversidad del espacio protegido. “Es notable, igualmente, la variedad de carnívoros en el área, como el zorro, la garduña, el tejón, la gineta, el gato montés, la comadreja y la nutria”, aseguran los expertos. “Esta última –la nutria– es muy escasa y no ocupa la totalidad del tramo del Dulce, encontrándose la población relativamente aislada”.

El impacto de los voladores
Sin embargo, si hay comunidad faunística de relevancia, esa es la de las aves. Por ejemplo, en el «hábitat rupícola», de “excepcional importancia” para la supervivencia de numerosas especies ligadas a los roquedos y escarpes. Destacan el águila perdicera, la real, el alimoche, el buitre leonado, el halcón peregrino o el búho real. En los escarpes y roquedos habitan –también– el cuervo, la grajilla, la paloma bravía, el avión roquero o el gorrión chillón, entre otros.

En el «hábitat ripario» –constituido por el ecosistema fluvial y la vegetación de las riberas– viven la garza y el ánade real, el martín pescador o el mirlo acuático. Además, muchas especies de costumbres más forestales aparecen en los sotos y choperas del Dulce, tales como el autillo, la oropéndola, el cuco, el petirrojo o el zorzal común. En los bosques del Parque Natural se observan –igualmente– el gavilán, el ratonero común, el águila culebrera, el cárabo, el búho chico, el pito real, el arrendajo, la paloma torcaz, el petirrojo, el pinzón o la tórtola.

El cuarto de los hábitats de la avifauna –el correspondiente con el matorral bajo, la pradera y los cultivos– es fundamental para especies como el aguilucho cenizo, el alcaraván, la perdiz roja, la codorniz, el mochuelo, el abejaruco, el jilguero, el gorrión molinero o la urraca. Por último, se ha de mencionar el «contexto antrópico» –compuesto por pueblos y construcciones rurales–, en el que se distinguen la lechuza, el gorrión común, el vencejo, el avión o el estornino negro.

Un resultado natural y social destacado
La riqueza que presenta el entorno del Río Dulce es evidente. Pero, a su vez, se ve complementada por los recursos culturales existentes en su interior. “La práctica totalidad de los núcleos de población poseen patrimonio histórico, con una buena representación del románico”, indican desde la Junta de Comunidades. Entre las muestras más características, se hallan las iglesias de Aragosa, La Cabrera, Pelegrina, Jodra o Saúca.

Incluso, en las 8.348 hectáreas del espacio protegido, se distinguen varias fortalezas. Entre las más destacadas, la de Pelegrina, de la que quedan bastantes restos y cuyos orígenes datan del siglo XII. Incluso, en Aragosa hubo otro castillo, del que apenas quedan vestigios. “Tienen también importancia el puente de dos arcos de Jodra del Pinar, del siglo XII, y el de La Cabrera, que se edificó en la época de Carlos III”, indican los historiadores.
Además, el espacio cuenta con muestras arqueológicas. Existen representaciones de diferentes complejos culturales, tales como la industria lítica de la Edad del Bronce –al menos, en cinco localizaciones–, dos castros de la Edad del Hierro y sendas necrópolis celtibéricas. Pero la diversidad histórica no finaliza aquí. “La zona está enclavada en una encrucijada entre las villas romanas de Segontia, Mandayona, Barbatona, Bujarrabal y Saúca, a la vez que se distingue un puente y alcantarillado perteneciente a una de las tres calzadas que surcaban el entorno”.

Por tanto, nos encontramos ante un entorno que se ha merecido –por sí mismo– el reconocimiento como Parque Natural. Expone una riqueza ecosistémica, florística, faunística, histórica y cultural digna de conservación. Sin embargo, el compromiso no puede finalizar aquí. Se ha de seguir trabajando, para que la zona se mantenga viva. Y, para ello, se deben afrontar diversos retos, para conservar el Río Dulce. Entre ellos, la despoblación o la adaptación al cambio climático, que supondrá un aumento de las temperaturas y descenso de las precipitaciones en el entorno. En definitiva, tenemos que abordar los desafíos que nos depara el futuro. Ya que, como indicó el presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln:

«No puedes escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy»