El Salón Chino del Palacio de la Cotilla, una joya muy desconocida

En la capital arriacense siempre han sobresalido dos monumentos. Nos referimos al palacio del Infantado –por razones arquitectónicas evidentes– y al Panteón de la Duquesa de Sevillano, considerado como el complejo funerario español más importante del siglo XIX. Sin embargo, en la ciudad todavía quedan otros muchos tesoros por descubrir. Entre ellos, el «Salón chino» de La Cotilla, una casona del siglo XVII ubicada en el centro urbano. “Se trata de la sala principal del complejo, con luces a la fachada noble”, explica el técnico de Patrimonio del Ayuntamiento arriacense, Pedro José Pradillo, en «El Palacio de La Cotilla y su Salón chino». El espacio se encuentra dotado “con un pequeño escenario –manifestado por dos columnas–, con el fin de conformar el espacio idóneo para representaciones teatrales y conciertos”.

Era un tipo de enclaves muy habituales “para el entretenimiento de aquella sociedad de la Guadalajara decimonónica y amenizar sus tardes, al tiempo que se degustaba un té a los acordes del piano”, explica Pradillo. Unas celebraciones, además, inmersas en una impresionante decoración orientalizante. “Los paramentos, a excepción de los del espacio dedicado al escenario, se hallan cubiertos con un papel pintado en el que se reproducen escenas de la China feudal”. Esta decoración se constituye como “un peculiar ejemplo del arte decorativo de la dinastía Qing (1644–1911), donde se aprecia el gusto naturalista y realista tradicional del país”. Para ello, se empleó “el dibujo a tinta y una coloración de reducida paleta y baja intensidad”.

Además, inicialmente, el programa decorativo del enclave “alternaba muebles de estilo Luis XV –como canapés, sillas de brazos de cabriolé, cornucopias y porcelanas de Sèvres– con otros de gusto asiático”, confirman fuentes consistoriales. Estos elementos se distribuían en un espacio rectangular, por lo que “el papel chino se despliega longitudinalmente a lo largo de 24.14 metros, alcanzando una altura de 3.60, sobre un zócalo –carente de ornamentación– de medio metro”, narran los especialistas. “El gran espacio mural está fracturado por tres grandes vanos, el de la puerta de acceso y los correspondientes a las dos ventanas abiertas hacia la fachada principal del monumento”.

La pintura continua del «Salón Chino» se constituye como “una obra original, realizada con pigmentos solubles al agua, sobre un papel de arroz de extrema finura, subdivido en tramos de dispar dimensión”, señalan desde el Ayuntamiento. “Este carácter fragmentario de la obra original, preparada en rollos independientes para empapelar una superficie muraria, así como las características de la estancia donde se pegó, permiten sospechar que la pintura no se colocara en su totalidad y quedaran partes de la misma afuera de la decoración de la estancia”. A pesar de ello, todavía hoy, el visitante del lugar puede disfrutar del discurso histórico que ofrecen las paredes de La Cotilla.

Para conocer dicha narración pretérita, “debemos entrar en la sala, llegar hasta la línea del escenario y comenzar –por nuestra derecha, mirando hacia la puerta de ingreso– el recorrido por la habitación, hasta volver al punto de partida”, confirma el técnico de Patrimonio. De esta forma, se tendrá la oportunidad de disfrutar de las diferentes escenas que componen la decoración del «Salón Chino». En el primero de los pasajes ya aparece el protagonista del relato mural, un alto dignatario de la mencionada dinastía Qing. “Como representante del emperador, el funcionario aludido viajaba sobre una silla giratoria, escoltado por un numeroso grupo de lacayos, escolta militar y otro personal con los atributos del poder central de Beijing”, añade Pedro José Pradillo. El resto de etapas continúa con el discurso propio del Impero. Por ejemplo, en el segundo fragmento se ofrece el lugar de destino al que se dirigía el citado embajador, mientras que el tercero aparece el lugar de destino “preparándose para el recibimiento del mencionado representante del poder regio”.

La cuarta escena es una de las más destacadas, ya que –en la misma– se representa el desenlace de un atentado que se quería cometer contra el funcionario protagonista de la crónica. Fuera del pórtico, en la plaza, “el verdugo alza con orgullo el hacha justiciera”. Por tanto, “narra uno de los complots que jalonaron la actividad política de la dinastía Qing”, añade Pedro José Pradillo. Las dos últimas etapas se desarrollan –mayoritariamente– en el interior, en sendas estancias, en las que aparecen los personajes principales de la narración. “Aparte de la trama política, la mencionada pintura mural afronta muchas escenas secundarias, que advierten de las costumbres y vida cotidiana en las haciendas de las provincias del Imperio de los Qing”, aseveran fuentes consistoriales. “Es aquí, y en el paisaje circundante, donde podemos valorar el estilo tradicional de la pintura oriental”.

“Estética y compositivamente, el artista que afrontó esta gran composición cromática siguió las directrices emanadas de los talleres de Beijing, después de que la pintura cortesana protagonizara una radical transformación y una vez que impusieran sus criterios artísticos algunos jesuitas que contaron con el favor de los emperadores”, relata Pedro José Padrillo. Estos religiosos “introdujeron las técnicas pictóricas occidentales y la perspectiva, logrando un estilo de integración con los sistemas de representación orientales”.

No obstante, también se observan «arquetipos de la pintura tradicional china». Por ejemplo, “el modo en el que se representan los jardines”, confirma Pedro José Pradillo. “Por doquier, observamos las grandes piedras y falsas montañas, resultado de la superposición de rocas irregulares, suavizadas con arbolado y plantas, e, incluso, soportando un mirador en forma de torre defensiva”, explican los historiadores del arte. “Por el contrario, los estanques y arroyos se restringen a los fondos de la parte superior de las composiciones pictóricas”. En consecuencia, se puede sostener que “el «Salón Chino» es un hermoso y valioso ejemplo de las «chinoiseries» de segunda generación”. Es decir, “aquellas que se confeccionaron en Occidente durante los últimos años del siglo XIX, y que ambientaron los palacios y viviendas de las élites económicas e intelectuales del Romanticismo”, confirman los expertos.

El inicio de todo
El momento de creación de este espacio se vincula con la reforma palaciega impulsada en 1892. Sin embargo, durante los trabajos de rehabilitación de hace un par de décadas, se descubrió que –bajo la actual composición pictórica– existía otro papel, “colocado con anterioridad”, compuesto a base de motivos vegetales. “Los marqueses, durante los primeros años de su matrimonio, en la década de 1850, establecieron su residencia habitual en Marsella, desde donde atendían sus negocios siderúrgicos y mineros”, contextualizan los especialistas. “Entonces, dicha ciudad mediterránea era un importante puerto, al que arribaban gran parte de las mercancías procedentes de la Indochina francesa, pudiéndose adquirir fácilmente cualquier producto colonial, incluidas las antigüedades y pinturas orientales”. Del referido ámbito venían las influencias decorativas del palacio caracense.

Así, con el mencionado «Salón Chino», “los Torres–Figueroa daban muestra de un gran refinamiento, muy en consonancia con las modas decorativas, literarias y artísticas que, por entonces, conmocionaban a las élites del continente”, describen los historiadores del arte. “Todos estos elementos coloniales obtuvieron un papel predominante en la moda francesa primero, y en la europea después, al compás del desarrollo de los movimientos románticos”. Una perspectiva que –como se ha visto– también llegó a Guadalajara. “Lo oriental se hizo moneda común en la decoración y en las colecciones de las mansiones de la nobleza y de la burguesía de los países industrializados”. Gracias a ello, “se alcanzó altas cotas de delicadeza, refinamiento, comodidad y, consecuentemente, el bienestar que deseaba una clase obsesionada por la belleza y la elegancia”.
Una casona con siglos de historia.

Las composiciones pictóricas analizadas se domicilian en el palacio de La Cotilla, un complejo del siglo XVII. Se trata de las casas principales de los marqueses de Villamejor, antigua familia noble caracense que –progresivamente– fue adquiriendo relevancia, hasta ocupar “importantísimos cargos públicos” a finales del siglo XIX, durante la Restauración. Entre sus filas, destacó Álvaro Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, quien llegó a ser alcalde de Madrid, presidente del Consejo de Ministros en varias ocasiones, así como máximo responsable del Congreso y del Senado. Antes, durante el siglo XVI, “los miembros de esta estirpe estuvieron presentes en el Consejo de Guadalajara, accediendo a la regiduría miembros de sus distintas ramas familiares”, explica Pradillo. A partir de este momento, ya no se desligaron de la ciudad.

Desde su construcción, el palacio de La Cotilla se alzó como las casas principales de la familia. “Su fachada principal es como sigue: una portada sencilla de sillería coronada por el escudo nobiliario de la familia; aristones, jambas, dinteles, cornisamento, machones y verdugas de ladrillo, con cajones de mampostería. También se distingue balconaje y rejas de hierro forjado con material abundante”, explicaba Juan Diges, en «Guía del turista en Guadalajara».

Se trata, por tanto, de “una construcción sólida, con sencillas fachadas resueltas en el denominado «aparejo toledano», o casetones de mampostería caliza, recercados por machones e hiladas de ladrillo”, añade Pedro José Pradillo. El acceso principal “se realza con varios elementos ornamentales”, como una “cornisa de ladrillo moldurado colocado a sardinel en el remate, balconaje con antepecho de hierro forjado, y fuertes y voladas rejas carceleras cerrando todas ventanas”, agregan los especialistas. Además, el conjunto siempre ha estado presidido por tres esbeltos cipreses, de los que –en la actualidad– sólo queda uno. ¡Se deben replantar!

En el interior, destaca el patio central –al que se accede por un zaguán de “traza arcaizante”–, que se distingue por presentar “columnas en la planta baja y un corredor en la superior”, explican los historiadores. “Hasta tal punto llega la simplicidad en la traza, que el mencionado espacio únicamente cuenta con tres columnas, las necesarias para crear el corredor en dos de sus lados, el sur y el oriental”. Los capiteles se inspiran en el modelo «alcarreño», definido por “el tambor estriado vertical y plinto con escotes apoyados sobre cuatro volutas de amplio desarrollo, aunque carecen de la típica corona de hojas de roble”.

Otro de los elementos memorables del conjunto es la escalera de acceso al segundo piso, que “presenta la habitual disposición en tramos, pero sin los elementos ornamentales habituales –columnas, capiteles y zapatas talladas, balaustradas de piedra, artesonado, etc.–, quizás eliminados en alguna de las reformas que ha sufrido el inmueble”, se explica en «El Palacio de La Cotilla y su Salón chino». En cualquier caso, las dependencias interiores, ya muy alteradas, “se intercomunican y articulan en torno al referido patio central y, como el resto de los palacios alcarreños, con luces a la huerta”.

El jardín se concibe como “un gran espacio abierto en la fachada posterior, que servía para el solaz de sus habitantes en las calurosas jornadas estivales”, explica el técnico de Patrimonio del Ayuntamiento de Guadalajara. En su interior, se conservan un par de fuentes de época, entre las que destaca la de «Los Tritones», “llamada así por los animales marinos que conforman la base del ornamentado vástago, que sirve de sustento a un ondulante vaso valviforme”, explica Pedro José Pradillo. La última rehabilitación sobre este espacio verde tuvo lugar entre 2000 y 2001, devolviendo al enclave su aspecto de oasis romántico. Por tanto, en pleno centro de Guadalajara, se puede encontrar una sorpresa patrimonial de primer orden. No sólo por la relevancia del arte orientalizante del «Salón chino», sino también por la riqueza del conjunto. En consecuencia, el palacio de La Cotilla bien merece una visita.

 

Bibliografía
DIGES, Juan. Guía del turista en Guadalajara. Guadalajara, 1914.
PRADILLO Y ESTEBAN, Pedro José. El palacio de La Cotilla y su salón chino. Guadalajara: Patronato de Cultura. Ayuntamiento de Guadalajara, 2006.