Guadalajara, en clave de gruta

Sima de Alcorón. Foto Museo de Molina
Sima de Alcorón. Foto Museo de Molina

Cuando se habla de Guadalajara se suele mencionar su riqueza natural. El Alto Tajo o el Hayedo de Tejera Negra son dos ejemplos de ello. También se alude a algunas de sus joyas históricas y patrimoniales, como Sigüenza o Pastrana. Sin embargo, pocas veces se refiere la variedad de simas, cuevas y grutas –tanto naturales como antrópicas– que existen a lo largo y ancho del territorio arriacense. Una diversidad que convierte a la provincia en uno de los emplazamientos preferidos para espeleólogos y especialistas de la región…

“Existen una gran cantidad de oquedades en Guadalajara. Al menos, hemos sido capaces de reconocer unas 200”, aseguraban los expertos José Antonio Ranz Yubero y José Ramón López de los Mozos –éste último ya fallecido– en uno de sus trabajos, publicado hace unos años. De hecho, existen diferentes posibilidades de esta realidad…

Unas categorías que van desde el «abrigo» –“covacha natural poco profunda”– a la «cueva», que se puede definir como “cavidad subterránea más o menos extensa, ya natural, ya construida artificialmente”. Sin olvidar las «grutas» o las «simas», que se conceptualizan como las “oquedades grandes y muy profundas en la tierra”. Algunos de estos ejemplos se observan en diferentes localidades guadalajareñas.

Sima Las Grobias. Peralejos
Sima Las Grobias. Peralejos

De hecho, existen –o existieron algún día– cuevas en Santa María del Espino, Cifuentes, Peralejos de las Truchas, Corduente, Algar de Mesa, Miralrío, Trillo, Riba de Saelices, Peralveche, Sigüenza, Tamajón, Baños de Tajo, Mochales, Alustante, Checa, Valdesotos, Miedes de Atienza, Peñalén, Villaviciosa de Tajuña, Almonacid de Zorita, Albares, Chillarón del Rey, El Recuenco, Muriel, Checa, Lebrancón, Olmedillas, Selas, Valdepeñas de la Sierra, Armallones, Taravilla, Almadrones, Establés, Ures, Huérmeces del Cerro, Algar de Mesa, Sacecorbo, Illana, Valdeavellano, Albalate de Zorita, Henche, Aguilar de Anguita, San Andrés del Congosto, Riofrío del Llano, Bujalaro, Ledanca, Tortuero, Pozancos, Renales, Orea, Argecilla, Luzaga, Valtablado del Río, Tordelrábano o Rillo de Gallo, entre otros.

De igual forma, se ve –o se vio en alguna ocasión– un abrigo geológico en Tamajón, Valdepeñas de la Sierra, Muriel, Santamera o Rillo de Gallo. Asimismo, en otras localidades hay actualmente –o hubo en otro momento– simas. Las más conocidas –quizá– se encuentren en Villanueva de Alcorón. Pero también en Peñalén, Armallones, Hueva, Tierzo o Peralveche. “Desde el Paleolítico se utilizaron las cuevas y abrigos al aire libre. A sus pies solía pasar un río y en sus proximidades manaba alguna fuente”, confirmaban Ranz Yubero y López de los Mozos –éste último ya fallecido– en «Cuevas, abrigos, simas y grutas en la provincia de Guadalajara».

Cueva de Los Torrejones (Tamajón)
Cueva de Los Torrejones (Tamajón)

Empero, en la actualidad, ¿cómo se podría calificar la situación de preservación y señalización de las diferentes oquedades arriacenses? “Cuentan con un nivel de protección y conservación bastante aceptable”, asegura Luis Fernández, presidente de la Federación Castellanomanchega de Espeleología y Cañones. Además, se pueden visitar algunas zonas especialmente prolijas en este tipo de cavidades. Una de ellas se emplaza en el Parque Natural del Alto Tajo. “Entre Villanueva de Alcorón, Zaorejas y Peñalén se distinguen, al menos, 100 simas, aunque deportivas son sólo unas diez”, confirma Fernández.

Muchas de estas oquedades se ubican en espacios protegidos. Esta circunstancia obliga a llevar un especial cuidado al realizar actividades como la espeleología. “Hay que tener en cuenta que las federaciones deportivas somos unas entidades a las que las administraciones públicas nos otorgan ciertas competencias en las materias que abordamos, así como en asuntos de conservación de las cavidades”, explica Jesús Fernández. “Por tanto, somos muy conscientes de la protección que debemos tener de las cavidades”.

De hecho, algunas de estas entidades cuentan con representación en las Juntas Rectoras de los Parques Naturales de Guadalajara, como el del Alto Tajo y Sierra Norte. Así, consultando a los sectores implicados, “se analizan qué cavidades se pueden visitar, cuáles se han de proteger, qué casos se deben destinar a investigaciones, cuáles a programas divulgativos, etc.”, señalan.

Sima La Cierva pozo de entrada
Sima La Cierva pozo de entrada

La naturaleza hecha cueva
Algunas de las oquedades más conocidas de la provincia son de origen natural. Y muchas de ellas aparecen en terreno kárstico. Pero, ¿en qué consiste esta formación geológica?

“Son zonas con formas de relieve originadas por la erosión química de las rocas, sobre todo calizas y dolomías, pero también de evaporitas, como el yeso o la cuarcita”, indican desde la Federación Castellanomanchega de Espeleología y Cañones.

En el espacio arriacense se pueden ver terrenos kársticos en diferentes puntos. Un ejemplo son las parameras de Molina, comarca en la que existe un karst en el espacio comprendido entre Peñalén, Zaorejas y Villanueva de Alcorón. Aquí se pueden hallar un gran número de cavidades. Entre ellas, la de «La Cierva», la más profunda de la provincia…

Sin embargo, se deben mencionar otros puntos. Sin salir del Señorío, están las «fosas» de los ríos Tajo, Gallo y Ablanquejo. En la Sierra Norte destacan los alrededores de Tamajón. Allí, además de múltiples grutas y simas, el visitante se deleitará con una «ciudad encantada» al más puro estilo conquense. De igual forma, también existen algunas oquedades en las parameras seguntinas o en las cercanías de San Andrés del Congosto, Cantalojas, Retiendas, Valdesotos y de Muriel.

Otras zonas de la provincia en las que también se observan cavidades son el entorno del río Dulce, las proximidades de Jadraque, algunas partes del valle del Tajuña, así como Cifuentes, Sacedón o Trillo. Todo ello, sin olvidar las cuevas de «Las Majadillas», en Sacecorbo; de «La Hoz», en Santa María del Espino; o de «Los Casares», en Riba de Saelices. En éstas dos últimas –además– se distinguen rastros de poblamientos humanos prehistóricos.

Sima Fraile
Sima Fraile

“La «Cueva de la Hoz» contiene –pintadas o grabadas– varias figuras de animales, elementos geométricos y, especialmente, signos del grupo «tectiformes». De mucha más importancia es la «Cueva de los Casares». En ella existen, aparte de algunas pinturas rupestres, un gran número de grabados que representan animales, como caballos salvajes, bóvidos, cérvidos y cabras montesas y algunas otras especies. Asimismo, hay un número elevado de grabados «antropomorfos»”, señalaba Hugo Obermaier en «Las cuevas de Los Casares y de La Hoz, en la provincia de Guadalajara».

Grutas históricas
Pero si las cavidades naturales son muy importantes en el espacio arriacense, no lo son menos las realizadas por el hombre. Entre éstas últimas destacan las «Cuevas árabes» de Brihuega, cuyo acceso se realiza desde la plaza del Coso. Las mismas fueron construidas entre los siglos X y XI. “Son un laberinto de galerías y túneles que recorren todo el subsuelo briocense, con una longitud aproximada de ocho kilómetros. Utilizadas en épocas de asedio, a través de ellas se tenía una vía de escape al exterior de las murallas”, describen desde el servicio de Turismo de esta localidad alcarreña.

Un poco más al sur aparece Pastrana, donde antaño existió una gran tradición eremita. “En medio del robledal que existe entre esta localidad y Escopete surgió el reducto conventual de Valdemorales, fundado por fray Juan de Peñalver. En la unión del arroyo que baja del pueblo con el río Arlés, se alza un enorme bloque calizo sobre el que se construyó el convento carmelita de San Pedro. En su parte meridional había cuevas labradas que ocuparon –desde principios del siglo XVI– diversos anacoretas y que llegaron a ser ocupadas por el mismísimo San Juan de la Cruz, en cuyo interior hizo penitencia”, asegura el cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado.

Pero este «patrimonio histórico–subterráneo» no acaba aquí. “En el camino hacia Valdeconcha se encuentra otro de los santuarios más sorprendentes del eremitismo alcarreño. Se trata de la «Cueva del Moro», un lugar que muestra una fuerte roca emergente sobre el valle y trepanada a través de numerosos orificios o bocas talladas que permiten la entrada al conjunto de naves y galerías sin tener que agacharse”, explica Herrera Casado.

Otro lugar en el que existen cavidades que –históricamente– se emplearon para orar es el «Desierto de Bolarque». Fue construido en el siglo XVI y, en la actualidad, se emplaza en la costa del embalase homónimo. No muy lejos de allí está «La Salceda», en Tendilla, donde también se han encontrado restos de «religiosidad eremítica».

“Y aún cerca de estos lugares estuvo el más clásico de todos los eremitorios alcarreños. Se trata de Lupiana. En el borde de la meseta que asoma sobre el valle del río Matayeguas, un grupo de nobles de Guadalajara se juntaron a orar y vivir en cavernas y ermitas humildes a mediados del siglo XIV”, explican los especialistas.

Cueva de los Hermanicos. Peñalver
Cueva de los Hermanicos. Peñalver

En Peñalver también se suceden ejemplos de grutas en las que se observa la acción antrópica. “La «Cueva de los Hermanicos» es natural, aunque ha sido muy ampliada por el hombre, llegando a alcanzar un desarrollo notable, con una capilla tras el vestíbulo, varias salas, celdas, columnas, vasares y adornos”, asegura Antonio Herrera Casado.

“Por el interior de la oquedad, excavadas en la roca, van apareciendo estancias de dimensiones varias, que no pasan de los dos metros de altura y de los tres o cuatro de longitud”.

En el sur de la provincia también se encuentra Illana. En el lugar –todavía hoy– se conserva el «Barrio de las cuevas», donde llegó a vivir casi un tercio de la población de la localidad. “Aún quedan abiertas, intactas, mejor o peor conservadas, una docena de estas oquedades, de las que llegó a haber un centenar”, explica el cronista provincial.

La Serranía subterránea…
Y del sur al norte. En la Serranía arriacense también existen cavidades en las que se denota la influencia del hombre. Se debe destacar el caso de Ujados, donde se abre la «Cueva del Tío Grillos». “Cuenta con una breve escalinata de acceso tallada en la roca. De esta cavidad puede decirse que es uno de los casos más llamativos del complejo de eremitorios altomedievales de la sierra atencina”, indican los especialistas.

Otra de las aberturas que se distinguen en Ujados es la «Cueva de Mingolorio». “Aparece tallada en un alto montículo de arenisca y actualmente presenta dos entradas, porque probablemente el espacio que había entre el exterior y la cueva –muy fino– ha debido deshacerse con la erosión de los últimos diez siglos”, asevera Herrera Casado.

No muy lejos de allí se halla Alcolea de las Peñas, donde se distinguen varias grutas, como la de «La Merendilla» –tallada en el siglo VI– o la de «La Cárcel». Ésta última, cavada a pico, “se compone de dos estancias irregulares: arriba, la que se conoce como «cárcel», y abajo, la que se denomina «calabozo». En torno a este lugar se ha elaborado una leyenda que indica que fue un lugar para encerrar a presos políticos. Pero la realidad es más sencilla: se trató de un gran eremitorio”, describe el cronista provincial.

Caso especial es «Morenglos», un antiguo poblado medieval del que todavía puede observarse la espadaña de su iglesia, que se alza sobre una formación pétrea. “El origen de este emplazamiento es el de un eremitorio, porque existe una extraordinaria cueva tallada en la parte del mediodía de la roca sustentadora. Esta oquedad presenta dos espacios separados por un tabique”, narran los historiadores.

En otras localidades próximas también existen cavidades. En Hijes, se encuentra el conjunto de cuevas de «Arroyo Pajares»; en Albendiego, la de «Santa Coloma», situada muy cerca del templo homónimo y que también tuvo actividad eremítica; o la del «Aceite», en Bustares, muy cerca del pico del Alto Rey y utilizada por los monjes que –en su día– vivieron en la cumbre.

En consecuencia, Guadalajara no sólo es una provincia con una gran riqueza natural, histórica y monumental. También cuenta con un importante patrimonio subterráneo, bien sea de origen geológico o humano. Sólo se deben recorrer algunas de las comarcas arriacenses para comprobarlo. En consecuencia, tanto los amantes de la espeleología como los de la historia poseen grandes posibilidades para disfrutar un fin de semana cultural y de aventura…

Algunas Cuevas a tener en cuenta:
Cifuentes, cueva del Beato
Riba de Saelices, Cueva de los Casares
Sigüenza, Cueva del Cerro de las Canteras
Henche, la Cobacha
Ruguilla, Los Cobachos
Carabias, Los Cobachos
Alcorlo, Cueva del Congosto
Alcorlo, la Cueva de las Fioguras
San Andrés del Congosto, la Cueva del Murciélago
Villaescusa de Palositos, La Covacha
Adobes, El Covachón
Aguilar de Anguita, Cueva de la Mora
Aguilar de Anguita, Cueva del Robusto (o de los Esqueletos)
Anguita, La Covatilla
Villaviciosa de Tajuña, despoblado de la Covatilla, o Las Cuevas
Monasterio, Arroyo de las Covatillas
Tamajón, la Cueva Redonda
Tamajón, la Cueva del Turismo
Valverde de los Arroyos, la Cueva del Reloje
Pastrana, las “Cuevas del Moro”
Horche, la Cueva de la Galiana
Olmedillas, la Cueva Harzal
Ures: las Cuevas del Llanillo
Almonacid de Zorita: Cueva de los Mancos
Henche, Covacha de la Mora
Miedes, Cuevas del Río Pajares
Miedes, Cueva de Corral García