La foto del presidente en Entrepeñas

Emiliano García-Page, la semana pasada, durante su visita a Sacedón y Entrepeñas. // Foto: JCCM
Emiliano García-Page, la semana pasada, durante su visita a Sacedón y Entrepeñas. // Foto: JCCM

Sólo en una región tan heterogénea y tan deshilachada como Castilla-La Mancha puede ocurrir que el presidente del Gobierno autonómico se acerque a la zona cero del Tajo, se haga una fotografía paseando por los secarrales que un día rebosaron de agua y, en cambio, en lugar de concitar cierta unidad en torno a la terrible situación de los pantanos, no coseche más que indiferencia –¿dónde estaba la gente mientras el principal cargo institucional de la región pisaba Entrepeñas?- o bien directamente una retahíla de palos en las redes sociales.

Esto no ocurre en ningún otro rincón del país. No recuerdo que a Marcelino Iglesias le machacaran en las redes sociales cuando Aragón convirtió la lucha contra el trasvase del Ebro en un emblema. No recuerdo que Maragall fuera linchado cuando visitaba el Delta del Ebro. No recuerdo ninguna bronca similar en una manifestación de los presidentes de Levante a cuenta también del agua. Y no recuerdo siquiera tal animadversión en aquellos tiempos en los que Bono se enganchó a los banderines de Anchuras, Cabañeros y las Hoces del Cabriel.

Pero en Guadalajara somos así. Si no se nos hace caso, se critica a Castilla-La Mancha (dicho sea en genérico, que es como los hombres y mujeres de esta tierra se refieren al Gobierno regional). Si la Junta instala un chirimbolo del Quijote o un cartelón erróneo en la A-2, se critica a Castilla-La Mancha (y con razón, como ya escribimos en este mismo digital). Pero lo curioso es que cuando el máximo representante del Estado en esta comunidad autónoma pone toda su parafernalia política y mediática al servicio de una causa que debería ser transversal, como la del Tajo, resulta que también se critica a Castilla-La Mancha.

La reivindicación localista, como escribió Sánchez Ferlosio en un memorable artículo en El País a principios de los 80, es uno de los peores legados de la “plaga autonómica” que consagró la Transición. Pero lo cierto es que, en la España actual, el que no patalea, no se deja oír. Y el que no se deja oír en el patio público, sencillamente, es que no existe.

Por eso es importante que el presidente de Castilla-La Mancha, se llame como se llame, venga de donde venga y sea del partido que sea, palpe el territorio, hable con alcaldes y vecinos, y compruebe de primera mano lo que a estas alturas es ya una realidad lacerante. Hay que estar muy ciego o muy lejos de la escena política para vapulear esta instantánea, tal como se ha hecho durante los últimos días en esa barra de bar que es Twitter. Otra demostración más de las grietas en la defensa del Tajo, salpicada con los tópicos e infundios habituales: que la Junta no invierte el canon del trasvase en los pueblos de cabecera, que si la tubería manchega…

El Estado, que es el verdadero responsable del maltrato del Tajo y del fracaso del Mar de Castilla, asiste encantando al permanente espectáculo de debilidad y desunión en Castilla-La Mancha.

Se podrá argüir que el paseo de García-Page por Entrepeñas presenta ribetes publicitarios, incluso oportunistas. Ya, claro. Como el lienzo de Cospedal en el Corpus, enlutada y con mantilla. Como el baño castrense de Román en el último desfile de las Fuerzas Armadas. O como la foto del líder de Podemos en Castilla-La Mancha con los okupas de Fraguas. Queridos tuiteros: bienvenidos al mundo real. Bienvenidos a la escenificación como una herramienta más de la estrategia política. Bienvenidos al siglo XX.

Más allá de la cuestión de fondo, que es la responsabilidad de la clase política regional en el saqueo del Tajo, la imagen del presidente de Castilla-La Mancha –y digo del presidente, hoy García-Page, mañana quién sabe- en los pantanos de cabecera tiene valor por varios motivos. Primero porque sitúa al político a ras de suelo, y eso siempre tiene más ventajas que inconvenientes. Segundo porque el aparataje que rodea la agenda del presidente genera un impacto político y mediático notable, dentro y fuera de los límites autonómicos. Tercero porque es coherente con la posición del Gobierno regional desde el cambio político en 2015: en contra del indigno y estéril memorándum firmado por Cospedal en 2013 y tras recurrir todos los trasvases aprobados durante los últimos dos años. Y cuarto, porque en contra de lo que pudiera parecer, la estampa del presidente ante el paisaje lunático de Entrepeñas y Buendía sitúa a la política regional frente a sus propias contradicciones. Por un lado, sirve para elevar a noticia nacional el expolio del Tajo en un momento en el que Fuensalida vuelve a agitar la posibilidad de un pacto nacional del agua. Por otro, exhibe de manera impúdica la incapacidad o la torpeza de Castilla-La Mancha a la hora de defender uno de sus principales recursos naturales.

Ante la foto del presidente de la Junta en Entrepeñas, se puede criticar la ambigüedad, la equidistancia y la falta de determinación de los grandes partidos con relación a la política hidrológica de las últimas cuatro décadas. Lo que no parece muy sensato es zaherir el gesto político de pisar el terreno para contribuir a visualizar una realidad que los propios interesados consideran que sigue oculta a ojos de la opinión pública nacional. Los gestos en política suelen ser reduccionistas o demagógicos. Pero casi nunca son baladíes.