Por las cercanías de Sigüenza (IV)

Estríégana, iglesia parroquial
Estríégana, iglesia parroquial

(Continuación)

Los viajeros siguen la idea que dejaron fijada en su periplo anterior: partir de Sauca y recorrer una serie de pueblos diminutos, sencillos, bellos y amables, atrayentes, por los que no se suele ir con demasiada frecuencia. Estriégana es el primero de ellos.

Estríégana
Estríégana

El viajero viejo piensa que ese nombre tan sonoro: Estríegana, debe ser nombre antiguo, tal vez celtibérico, que también le trae al magín las tierras por las que ruedan tan de mañana. Montecillos posiblemente habitados en tiempos pretéritos, defensivos, a modo de castilletes, con muros de piedra y empalizadas, lugares donde vivieron gentes a las que Roma obligó a descender al llano para no tener defensa…

El viejo, medio ensimismado y silencioso ve el paisaje, los montes, las nubecillas algodonosas, la mañana que va renaciendo y da paso a la vida de la primavera que parece bullir y piensa en los nombres de otros muchos pueblos. Entre ellos siempre sale de su baúl mental el de Villaescusa de Palositos, que de tanto darle vueltas puede significar algo así como villa, por tener jurisdicción propia, escusa o excusa, por estar libre del pago de impuestos, franca, de palos hitos, por estar amurallada, en un principio, con troncos de árbol clavados en el suelo.
Cuando el viajero medio sale de su pensamiento, ya estamos en la desviación de Barbatona, pero es preferible cruzar y seguir por Bujarrabal, que aún conserva en su advocación lejanos sonidos musulmanes -buj o bury- como torre, de ahí que en el pueblo todavía se conserven unos pocos metros de la antigua muralla que la ceñía y los restos de una torre que, sin duda, merecería la pena excavar.

Bujarrabal.- ermita
Bujarrabal.- ermita

En Bujarrabal ha habido hasta hace bien poco una Asociación Cultural denominada la Torrevera -que como la revista que publicaba, constaba tan solo de cuatro hojas- pero de gran interés. Desgraciadamente, tanto Asociación como su boletín han terminado durmiendo el sueño de los justos. Es una pena que en los tiempos que vinimos se prime mucho más el deporte, suponiendo que el fútbol lo sea, que la cultura, los libros, la investigación, el progreso. A lo peor es que hay quien quiere que esto siga así, porque cuanto menos piense la gente más fácil será mantenerla con la boca cerrada.

De Bujarrabal media una corta distancia hasta Cubillas del Pinar, nuevo nombre cargado de simbología arqueológica. En Cubillas del Pinar [de Sigüenza], lugar que va creciendo poco a poco, -y buena prueba de ello son las grúas que allí se elevan al cielo con sus plumas formando parte de nuevos horizontes-, los viajeros bajan del coche porque han visto a un buen amigo que allí tiene su casa, una casa antigua que va remozando con sus manos y su saber hacer. El lugareño, que no lo es, invita en dicha casa, que les enseña, a una cerveza de lata bien fría, porque las conserva en una especie de cueva que hay en el interior de la casa donde la temperatura no varía demasiado del verano al invierno.

Cubillas del Pinar.- Iglesia
Cubillas del Pinar.- Iglesia

El viajero viejo le pregunta que quien tiene la llave de la iglesia para aprovechar la oportunidad y verla, puesto que nunca la ha visto. Es de esas cosas, de esos huecos que se van dejando, que se olvidan y que terminan faltando por tapar. Tras conseguir la llave, la visita no se hace esperar y ven los retablos, sencillos, barrocos y, en realidad las cuatro cosas que se conservan, más de carácter popular que otra cosa: unas andas para sacar al santo en procesión, el pendón rojo enrollado, las viejas, ajadas, unos ramilletes de flores de plástico -que parece como si esperaran que un alma caritativa, tal vez la de alguna viejecita pía y un tanto beata, las riegue con el agua de su cariño y con la reguera en la mano temblorosa de su amor languidecido, ya solo recuerdo de amores pasados-, la pila del agua bendita y otras cuantas cosas por el estilo.

Cubillas del Pinar.- retablo
Cubillas del Pinar.- retablo

El retablo mayor merece la pena y los restos de otro lateral también, aunque en este caso valga más el remedio que la enfermedad, puesto que restauración sería delicada y lentísima. El exterior es románico, del que aún puede verse algún que otro resto: capiteles, arcos y la espadaña, reconstruida no hace muchos tiempo.

Un saludo, un apretón de manos y un hasta pronto dan fin a la visita, que termina volviendo hasta el coche con unas palabras finales:

– ¡La próxima vez que vengáis, avisad con tiempo y hacemos un cordero a su amor…!

El coche y en él los viajeros, cómodamente, siguen su navegación terrestre, sin prisas, disfrutando de un día primaveral y de tantas cosas bellas que les ofrece esta bendita tierra de Guadalajara. Sin afanes agonísticos, porque los viajeros no han salido para correr por las carreteras, ni ganarse a sí mismos en carreras sin sentido, sino para usarlas lo mejor posible y llegar a tal o cual pueblo y ver su iglesita románica, los restos de sus ermitas, alguna que otra cueva y la flora tan variada y, a veces, la fauna, los cielos inmensamente azules y blancos deslumbrantes o grises y rasgados, cuando las tormentas hacen su aparición, que todo es forma de vida y de muerte y, por lo tanto, expresión de la existencia…

Algunos amigos del viajero viejo le gastan bromas a Miguel, que así se llama el de Cubillas del Pinar, ya que tiene mucha afición por todo lo de Barcelona y en lugar de llamar Cubillas al pueblo, le llaman Les Cubilles del Pi, con toda la retranca y la coña del mundo, aunque a nuestro cubillano ilustre le gusta decir que no es pueblo, sino aldea, de la que él, es el rey.

Guijosa.- Castillo
Guijosa.- Castillo

Otra curva más y estamos en Guijosa, donde el castillo permanece silente, cerrado a cal y canto al público. Dicen que su dueño lo es también de un montón de iglesias, ermitas, conventos y monasterios, más castillos… y que es propietario de unas grandes bodegas embotelladoras de vino de Castilla-La Mancha.

Un paseo por las calles y, aprovechando que unas lugareñas han abierto la iglesia, verla y desfrutar sencillamente de su sencillez, de la ingenuidad recién tallada y pintada o, al menos, lo último, de una imagen de san Isidro labrador, que no pasa desapercibida y al tiempo atrae al visitante.

Guijosa.- Iglesia
Guijosa.- Iglesia

Las mujeres hablan entre ellas y con los viajeros y les comentan cosas de la iglesia. Las flores las acaban de poner ellas en unos floreros baratos, de mercadillo, pero que aquí son los que tiene que haber, porque cobran una belleza especial. Aquí, en este mundo de sencillez otros floreros más caros y quizás más bellos hubiesen resultado fuera de lugar. La Iglesia, que somos todos, es lo que quiere: sencillez, sin alharacas, sin sonidos tonitruantes, sin rimbombancias…

Alcuneza.-Ermita
Alcuneza.-Ermita

Poco más adelante la carretera desemboca en Sigüenza, pero los viajeros prefieren llegarse hasta Alcuneza donde se supone que comerán buenas viandas. Unas migas con uvas, extraordinarias, porque las dos temperaturas, las del pan y de la fruta, se conjugan a la perfección en la boca, un chuletón a la brasa, con pimientos y patatas fritas y de postre un helado tienen la culpa. Y aquí paz y después gloria, que con la andorga llena el mundo se ve de otra manera, quizá más feliz, más alegre…

A dos pasos está Alboreca. El viajero viejo da vueltas por las callejas fijándose en los detalles más nimios que, por serlo, muchas veces pasan desapercibidos, mientras el viajero más joven, reclinado el asiento del coche, procura dormir media hora de buena y reparadora siesta. ¡Es lo tiene esa costumbre de comer!

Al cabo de un tiempo prudencial los viajeros han trepado hasta lo más alto de Mojares, donde el más joven disfruta en la balconada del mesón desde donde se contempla una gran extensión de terreno, de una menta poleo, de una tila o de una manzanilla, o sea, de uno de esos aguaduchos de los que huye, desde siempre, el viajero viejo, que durante un tiempo pasado se llegó a aficionar al té con leche, al estilo británico.

Va atardeciendo y los viajeros siguen hasta Horna para ver los borbotones donde nace el río Henares, que desgraciadamente están tan sucios como un basurero plagado de latas de cerveza y botellas de refrescos. Las plantas no dejan ver cómo nace el agua, aunque se nota cierto frescor, cierta humedad.

El pueblo, como todos estos pueblos, está abocado a su final más o menos próximo. La torre del reloj, es muy posible que reutilice parte de una antigua atalaya.

Horna: Ermita de Nuestra Señora de Quintanares
Horna: Ermita de Nuestra Señora de Quintanares

A pocos metros se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Quintanares, nuevas reminiscencias toponímicas de origen romano, done hasta hace no muchos años había una buena colección de exvotos, de los que hoy no hay ni resto. El viajero viejo pudo ver en casa de unos conocidos una lápida romana marmórea de procedencia tarraconense y alto interés arqueológico, cuyos datos compartió con Juanma Abascal Palazón y que ambos publicaron en la correspondiente revista científica.

Horna: Nacimiento del río Henares
Horna: Nacimiento del río Henares

El viajero viejo recuerda con mucho cariño cuando venía a este pueblo a comer en “ca la señá Quiteria”, que nunca tenía qué yantar, pero de donde siempre se salía contento y satisfecho, tanto por la comida, su calidad y cantidad, como por su precio. A veces la comida era la de un grupo de cazadores que andaba a tiros por allí, pero bueno, el caso era que donde comían quince, también podían comer quince más uno.

Aquella era una mujer de la Guadalajara de antaño, de las que ya no quedan, de ese grupo aguerrido y echado para adelante de guisanderas, ni feministas ni coña, que formaban un colectivo difícil de olvidar: la señá Paula de Molina, especialista en tortillas de colas de cangrejo, autóctono entonces; la guisandera de Peralejos de las Truchas; la señá, creo recordar que María, de Villaneva de Alcorón… etcétera, que merecen nuestro recuerdo, aunque ahora no sea el momento adecuado para recordar y lo deje para otro día, como es la idea. También la “tremedala”, por tener el comedor -una casona antigua con puerta adovelada y techos con vigas de madera- en Orihuela del Tremedal (Teruel), adonde iban a comer muchos veraneantes de Alustante y su zona…

Los viajeros, a su tole tole, cambiando impresiones del viaje, regresan a casita, que ya va siendo hora…

José Ramón López de los Mozos