Leer Viaje a la Alcarria en el parque María Cristina de Brihuega

Cuando se hace uno viejo le gusta más releer que leer, decía Baroja. Quizá por ello sigue siendo un placer notable volver a leer cada cierto tiempo Viaje a la Alcarria, una de las principales obras de Camilo José Cela, autor del que en 2016 se cumple el centenario de su nacimiento. Se trata del volumen que renovó la literatura de viajes de posguerra, siguiendo la estela que en su día habían marcado los escritores de la Generación del 98. Una narración viva y palpitante. Una prosa seca y sobria macerada entre la crónica periodística y la novela. Un derroche literario a medio camino de la realidad y la ficción.

El relato del premio Nóbel, escrito en 1946, describe un país paupérrimo, pero también un paisanaje de valor incalculable. Viaje a la Alcarria constituye un clásico de la bibliografía celiana. Es un libro asociado a una tierra, o viceversa, porque las traducciones mundiales de este volumen han proporcionado un renombre merecido a una comarca en la que, como escribió el propio Cela, “menos miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo”. La escritura de este libro sobresale por la pulcritud y el piélago de personajes que circundan su devenir: el buhonero al que apodan el Mierda, el chamarilero que se precia de conocer al rey de Francia; las hacendosas Elena y María, el niño Paquito que una parálisis tiene postrado en su silla… Y así hasta completar un arquetipo formidable del paisanaje alcarreño. Pero, por encima del estilo narrativo, subyace la preocupación de Cela por retratar la España rural de posguerra, un lugar cercano a Madrid y olvidado por todos, tal como recomendaron al propio escritor.

Museo del Viaje a la Alcarria en el castillo de Torija
Museo del Viaje a la Alcarria en el castillo de Torija

Reabrir las páginas de Viaje a la Alcarria siempre es un ejercicio recomendable, pero aún más si se hace acunado entre las sombras y el frescor del parque María Cristina de Brihuega. Conocido popularmente como “las Eras”, este espacio es un sitio ideal para pasear, leer sentado en un banco o tomar un aperitivo. El parque María Cristina alimenta el pulmón del Jardín de la Alcarria, uno de los corazones por donde palpita la esencia de una villa imprescindible para escrudriñar aquella comarca que Cela elevó a categoría de país. Brihuega conserva buena parte de su muralla, un castillo convertido en cementerio (una necrojoya), dos iglesias románicas, un ramillete de buenos restaurantes, una vega fértil –la del Tajuña–; una plaza con un convento convertido en museo de miniaturas, y una Escuela de Gramáticos que en su día habitó el periodista y escritor Manu Leguineche.

Cela dedicó a Brihuega el capítulo IV del Viaje a la Alcarria. Precisamente, accede a la villa por la fuente Quiñoneros y la fonda de las Eras, gracias a un atajo que le chiva un tartamudo que preparaba cebollinos para la siembra. Después cruza la puerta de la Cadena y recorre muralla adentro hasta topar con un grupo de chicas jóvenes. Al día siguiente, entra en el “tenducho abigarrado” de Julio Vacas, alias Portillo, “un viejo zorro, bizco, retaco, maleado, que sabe muy bien dónde le aprieta el zapato”. “Yo soy el célebre cicerone que enseña la población”, le espeta el chamarilero. En el pueblo, varios lugareños evocan ante Cela cómo era Brihuega antes de la aviación, en recuerdo de las cicatrices que dejó en este caserío la batalla de Guadalajara durante la Guerra Civil. El escritor concluye su paso por la villa briocense en la fábrica de paños, fundada por la Casa Real a mediados del siglo XVIII. Allí encuentra un “jardín romántico, un jardín para morir en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia”.

(Más información sobre la ruta siguiendo los pasos de Cela por la Alcarria)

Río Cifuentes.- Trillo
Río Cifuentes.- Trillo
Fuente de los Cuatro Caños.- Pastrana
Fuente de los Cuatro Caños.- Pastrana