Lupiana también tuvo «castillo»

Cuando se habla de las fortalezas en Guadalajara, automáticamente nos vienen la cabeza los ejemplos de Sigüenza, Molina de Aragón, Jadraque o Torija. Incluso, los más avezados se refieren a los casos de Galve de Sorbe, Cogolludo o Riba de Santiuste. Sin duda, todas ellas son muestras de la relevancia patrimonial que presenta nuestra provincia. Pero no son los únicos casos. De hecho, el territorio arriacense es el segundo de España con mayor número de complejos fortificados, después de Jaén. En concreto, cuenta con 198 casos identificados.

No en vano, la actual provincia se constituyó como un lugar de frontera durante siglos. Primero, entre musulmanes y cristianos. Y, posteriormente, entre castellanos y aragoneses. Por ello, muchas localidades guadalajareñas cuentan con un monumento de dichas características. Pero, en otras ocasiones, son yacimientos antiquísimos que, debido a su posición estratégica, se ha considerado –popularmente– como una fortaleza.

Y para muestra, el caso de Lupiana, una población situada en plena Alcarria. El enclave estaría establecido “en una gran muela amesetada que avanza a modo de espolón rocoso desde la meseta de «Las Majadillas», y que acaba dominando la confluencia de los ríos Ungría y Matayuegas”, explicaba el especialista Jesús Valiente Malla, en su libro «Guía de la Arqueología en Guadalajara». “En los flancos de la muela se abren numerosas cuevas que han servido hasta hace poco de refugios de ganado, pero que debieron abrirse en épocas prehistóricas como minas para la obtención de sílex, mineral del que aún pueden verse bloques en proceso de extracción”.

No en vano, en las laderas del promontorio son muy abundantes –actualmente– los desechos de talla de la mencionada roca. Además, el espolón de «El Castillo» está unido a la meseta de «Las Majadillas», que se extiende hacia el norte. En el punto de unión existen rastros de una construcción que cerraría el paraje y que “podría corresponder a una torre de vigilancia o defensiva”, explica Jesús Valiente Malla. De hecho, “«Las Majadillas» presenta en su reborde oeste indicios de haber sido acomodado para su ocupación por un grupo humano, algo que se deduce de los portillos con escalones y una fuente que se suceden en el lugar”.

Sin embargo, los vestigios arqueológicos de la zona no finalizan aquí. Todo lo contrario. “Tanto en «El Castillo» como en «Las Majadillas» se recogen cerámicas a mano, algunas de ellas con decoración campaniforme, lo que permite enmarcar este yacimiento en la etapa del Calcolítico”, se indica «Guía de la Arqueología en Guadalajara». Por tanto, nos encontramos ante un emplazamiento con siglos de historia.

Un pueblo con farmacia
No obstante, el legado patrimonial lupianero se extiende mucho más allá. Fue una de las primeras localidades arriacenses con una oficina de farmacia. Se encontraba radicada en el complejo religioso de San Bartolomé, emplazado a las afueras del casco urbano. Según confirman los expertos, la práctica totalidad de los monasterios jerónimos –como el de Lupiana– contaban con una botica.

En el caso del municipio arriacense, junto a estas dependencias se levantó un hospital –también dentro del cenobio–, en el que se atendía a los frailes. Por tanto, se sabe que existieron estas dependencias, aunque no se haya conservado una descripción de la misma, denunciaba el investigador José Luis García de Paz –tristemente fallecido– en su libro «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». “A raíz de la exclaustración [de los religiosos en el siglo XIX], los vecinos de la localidad se quedaron con la farmacia establecida en el monasterio abandonado, antes de que fuera vendido por el Estado”, explicaba García de Paz.

En ese momento, los utensilios y botes del establecimiento los adquirió Tiburcio Manuel Aldeanueva, farmacéutico natural de Torija y licenciado en 1869, que se acabó estableciendo en la villa lupianera. Sin embargo, al quedar vacante la oficina torijana –la de su pueblo– se mudó hasta allá, llevándose consigo todos los recursos históricos de la botica del monasterio de San Bartolomé. Tras su muerte, “Tiburcio Manuel legó a sus descendientes 75 botes de cerámica de Talavera, de la época de Carlos V y otros utensilios”, rememoran los especialistas.

La mayoría de estos vestigios se perdieron en la Guerra Civil de 1936, pero se sabe que –al menos– dos sobrevivieron y fueron entregados por Aurelio Aldeanueva –nieto de don Tiburcio– a la farmacéutica seguntina de la época, Dorotea Rivera. “Respecto a la botica de San Bartolomé, los historiadores de la orden jerónima –que era la lupianera– indican que hubo un «monje boticario mayor», otro llamado «boticario segundo», un «muchacho ayudante» y, en primavera, un «mancebo» que ayudase a recolectar plantas”, explicaba José Luis García de Paz en uno de sus libros.

Por tanto, en Lupiana se suceden tanto yacimientos de una luenga vida como una contribución a la historia de la farmacología de España. En consecuencia, la localidad merece una visita, que permitirá conocer –más a fondo– la historia del país. Un recorrido por nuestro pasado que, además, se podrá acompañar con el disfrute de unos parajes naturales impresionantes, propios de los valles alcarreños más auténticos. ¡No te los pierdas!

Bibliografía
GARCÍA DE PAZ, José Luis. «Patrimonio desaparecido de Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 2003.
VALIENTE MALLA, Jesús. «Guía de la arqueología en Guadalajara». Guadalajara: AACHE Ediciones, 1997.