Pasear hasta la iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, y contemplar su ábside

Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.
Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.

La mañana se ha presentado gélida. Campos castellanos cubiertos de un blanco descorazonador y triste, aunque delicado. El olfato se revela inútil. El clima no permite oler ni la miel de Sigüenza ni el perfume que desprende la sequedad de la tierra. Nada interrumpe el silencio, salvo el soniquete afligido del viento que azota a primera hora. Los cánticos de los grillos, de los gorriones y de los buitres leonados que sobrevuelan sin apenas batir las alas, han desaparecido de estos parajes, cercanos a la ribera del río Manadero. Nos queda la ausencia de ruido. Y con ese equipaje, basta. Lejos de aquellos días de verano en los que el sol luce con vigor y el bullicio ciudadano revitaliza la ya de por sí apagada vida de estos pueblos, el tiempo del otoño y del invierno son ideales para conocerlos en su interior, con su auténtica personalidad y desprovistos de engalanamientos festivos propios del estío.

Albendiego es un pueblo de la Sierra de Pela cercado por el Alto Rey y el Manadero, afluente del Bornova, a escasos kilómetros de Atienza. Este enclave conserva la ermita más característica del románico de Guadalajara. Un diamante que se ha conservado con admirable apego de los habitantes de un caserío que se yergue en una amplia y enfondada cuenca. Delante de la fuente de la Plaza del Reverendísimo Obispo Dr. Ricote encontramos a un labrador, con una mirada cansada, que se apresura con su tractor a realizar las tareas del campo.

-Buenos días, ¿vive usted solo?
-No, he dejado al perro en el corral de mi casa.

Y entonces recordamos un párrafo de Delibes: “Ahora caminaba en silencio, pacientemente, con un espacio de treinta metros entre ambos. El hombre bajo y mísero seguía la línea alta de la ladera. Marchaba en silencio y, de cuando en cuando, sus labios emitían un leve silbido. La perra, al oírlo, volvía la cabeza y le miraba. Él miraba también a la perra y había en los dos pares de ojos una mirada recíproca de comprensión” (La mortaja, 1963).

El Románico Rural (ver capítulo aparte) exige un espacio propio en este libro. Pero, dentro de esta ruta, Albendiego sobresale con luz propia. La iglesia románica de Santa Coloma está situada a las afueras del pueblo, a unos 400 metros, y constituye el prototipo de estas edificaciones. Marcada por su belleza interior, sus formidables detalles arquitectónicos son propios del estilo cisterciense que determinó la arquitectura en la tierra de Guadalajara en los siglos XI y XII.

Interior de la Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.
Interior de la Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.

Fue construida en una planta en forma de cruz latina, aunque sin cimborrio. El exterior de la iglesia destaca por el ábside y la espadaña románica, iconos de este templo construido a finales del siglo XII. También merece la pena detenerse en los dos absidiolos, abiertos por ventanas con celosías de influjo mudéjar, a modo de pequeños rosetones, únicos en el arte románico. La portada es gótica, del siglo XVI. Y la cabecera está formada por tres capillas, jalonadas entre las bóvedas nervadas y las bóvedas de cañón de la época.

La iglesia de Albendiego, declarada Bien de Interés Cultural en 1965, es un hito del románico tardío. Un lugar de meditación, pero también de esparcimiento al cobijo de la soledad que emana el paisaje de los alrededores. Un templo para admirar la belleza sencilla y recoleta, exenta de estridencias, del románico guadalajareño.

Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.
Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.
Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.
Iglesia de Santa Coloma, en Albendiego, la joya del Románico de Guadalajara.